Los maracuchos (los oriundos de Maracaibo),
cuando vamos a pequeños pueblos montañosos como La Puerta o La Mesa en los
andes venezolanos, nos hacemos sentir. Pero, por supuesto, nos hacemos sentir
en cosas malas. Dejamos basura por donde pasamos, somos gritones, colocamos
música a todo volumen y bebemos alcohol frente a la iglesia, nos burlamos del
acento de los lugareños, así como de su supuesta falta de inteligencia, y en ocasiones,
somos déspotas con ellos. Debo confesar que yo mismo he participado en estas
conductas reprochables.
Esto no es exclusivo de Venezuela.
La tensión entre la ciudad y el campo está presente en casi todos los países
del mundo, y como cabe esperar, el citadino siempre tiene un aire de
superioridad. Deliverance (Defensa, en algunas traducciones), una
película de 1972 ya convertida en clásica, trata sobre este tema. Narra la
historia de cuatro citadinos de Atlanta que hacen un viaje de aventura a las
montañas Apalaches. A medida que se adentran en la región silvestre, sufren el
acoso de dos lugareños. Uno de los citadinos es violado por uno de los
campesinos. La escena, si bien no es grotescamente gráfica, es bastante
perturbadora, y se ha convertido en una de las más famosas de toda la historia
del cine. Los citadinos matan al violador, el otro campesino escapa y
aparentemente sigue acechando a los turistas, y el resto de la película narra
los esfuerzos de los citadinos por sobrevivir.
La película es también famosa por
una escena al inicio, cuando uno de los citadinos (el más amigable de todos),
hace un dúo musical con un lugareño adolescente que toca el banjo. El aspecto
del muchacho es perturbador. Sin necesidad de maquillaje extravagante al estilo
de las típicas películas de horror, el director de Deliverance (John Boorman) logró plasmar un sentido de inquietud
con la mirada perdida de ese muchacho prodigio del banjo. Su aspecto
inquietante es un anuncio de lo que está por suceder a los citadinos.
En una época, como la nuestra, en la
cual movimientos indigenistas y primitivistas ganan cancha política, Deliverance ofrece un mensaje
destacable. La vida en la sociedad pre-industrial no es el paraíso idílico que
imaginó Rousseau. No es cierto que el hombre es naturalmente bueno, y que la
civilización lo corrompe. El campesino de las Apalaches es poco aseado, le
faltan dientes, y es capaz de cometer brutales actos de sadismo. Deliverance sirve como recordatorio de
que la civilización no es el monstruo que hoy muchos románticos quieren
hacernos creer.
Con todo, podemos reprochar a la
película exagerar el contraste entre las virtudes de la civilización y los
vicios de la vida pre-industrial. Los lugareños son presentados en facetas
bastante estereotipadas. La película presume que el muchacho del banjo tiene
ese aspecto tan inquietante, porque es producto de relaciones incestuosas. Y, cuando
los citadinos matan al violador, deciden no acudir a la policía, porque
presumen que, si van a un juicio, los jurados estarán emparentados con el
violador, porque en esas montañas todos son parte de una misma familia.
Es cierto que, en el siglo XIX, la
zona de las Apalaches fue poblada por un pequeño grupo de inmigrantes europeos que
se adentraron en los bosques y que quedaron desconectados de las grandes
ciudades. Eso hizo que, en las primeras generaciones, hubiese algunas
relaciones, no propiamente incestuosas, pero sí con algún grado de
consanguineidad. Y, en efecto, eso hizo que aparecieran algunas enfermedades,
como la notoria famil ia de piel azul, algunos de cuyos miembros todavía sufren
esa condición.
Pero, como ha solido ocurrir, estos
hechos se han exagerado para degradar a los lugareños. En las Apalaches no hay
más incesto que en otros lugares de EE.UU., ni tampoco el nivel de inteligencia
en esas poblaciones es menor. Con todo, el estereotipo del hillbilly persiste. Es fácil hacerse la idea de que en EE.UU., los
más oprimidos son los negros y que los blancos no sufren de estereotipos, pero
lamentablemente, los hillbillies son
tanto o incluso más despreciados que los propios negros, y Deliverance hasta cierto punto contribuyó aún más a su degradación.
Con todo, Deliverance es una gran película, pues no representa las cosas de
manera simplista. Sí, los campesinos de las Apalaches pueden ser sádicos. Pero,
es necesario evaluar qué los ha llevado a eso, y la película explora este
aspecto. Los citadinos llegan a las montañas con una actitud arrogante e
irrespetuosa frente a los lugareños, del mismo modo en que nosotros los maracuchos
llegamos a La Puerta. Se burlan de la pobreza y relaciones familiares de los
campesinos en su propia cara. Y, en la película, se menciona que una compañía
va arrasar con los bosques y las aldeas, para convertir esa zona en un gran
lago. Con estos datos presentes, ya no es tan fácil
presentar un contraste entre el hombre civilizado bueno vs. el hillbilly salvaje malo. La virtud de Deliverance está en los matices.
La Colonizada mente Maracucha es así. Yo soy oriundo de Este Hermoso, apacible y encantador pueblo llamado La Puerta del Valle del Momboy ubicado en Trujillo, que con su clima y su naturaleza recibe a propios y extraños brindándoles sus beneficios.
ResponderEliminarCiertamente el bloguerista hace alusión a los malos tratos que recibimos los lugareños por parte de los marabinos, pero su graciosa falta de educación, personas desaforadas con su argot lingüístico altamente tóxico, y de sus desperdicios que no conocen sobre papelera o lugar donde vaciar la basura, los convierte para nosotros en una especie nueva de Homo Sapiens, al que personalmente he bautizado con el título de Porcus Bipedus. Al Marabino Porcus Bipedus le interesa poco el sentimiento de las demás personas. Siempre trata de destacar gritando mucho y llevando su camioneta último modelo que hace ruido en todas partes, se para en frente de la plaza y comienza a encender sus bocinas, importándole poco que a 50 metros hay una Iglesia donde se celebran actos litúrgicos. El Porcus Bipedus High Class sale del Hotel, puede ser el Guadalupe o el Cordillera, y cuando el vehículo deja el estacionamiento debajo de él deja tirado toda la basura y desperdicios y envoltorios que sus crias dejaron tirada en el asiento trasero. Los que poseen lugar propio de residencia son más discretos: Cuando se disponen a salir de La Puerta se llevan su basura en la parte de arriba de su auto, pero cuando salen del área urbana, en el primer lugar que encuentran solitario a la orilla de la vía lanzan la bolsa. Los Porcus Bipedus Venezolanensis Marabinus, en su propia ciudad son la peor escoria que le ha caido al mundo. Pasando el Puente Generalísimo Rafaél Urdaneta te darás de cuenta: La Orilla de aquel lago es asquerosamente toxica, basura en todas partes, al igual que las maldiciones que sacan por su boca. El tráfico automotor es el más irrespetuoso que he visto, ni en Karachi India he visto algo tan parecido y grotesco. Los Marabinos no respetan ni a las Tribus indígenas que conviven con ellos (verdaderos dueños de toda esa tierra). Los Maracuchos acá en la Puerta, al menos en mi casa tienen prohibido el paso y permanencia en la Finca. No se les da ni agua, y quien quiera conocer las Cataratas debe pagar el precio de no bañarse en sus aguas. Sólo mirar y no llevar con él ni un envoltorio de Galleta o pepito.
Karachi es en Pakistán, no la India.
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