jueves, 29 de septiembre de 2016

Shimon Peres y Colombia

Esta semana murió Shimon Peres. Se lleva muchos elogios. Son merecidos, pero sólo parcialmente. Peres luchó por el derecho de Israel a existir, y eso es loable. Contrariamente a la narrativa que se quiere presentar muchas veces en la izquierda, Israel empezó siendo la víctima en el conflicto. La ONU decretó la partición de Palestina (una decisión que pudo haber sido injusta en los detalles del reparto, pero no en lo esencial), pero los países árabes desoyeron ese mandato, e invadieron a la naciente nación. Peres, que nunca destacó militarmente, perteneció a la generación que defendió al agredido Israel.

            Pero, Israel pronto pasó de ser víctima, a ser victimario. En aquella invasión por parte de los agresores países árabes, Israel aprovechó para expulsar a muchos palestinos (aunque, esto es un asunto debatido, pues algunos historiadores postulan que, en realidad, los palestinos se fueron por cuenta propia, oyendo el consejo de los invasores árabes).
Luego, Israel planificó una guerra de agresión, intentando tomar el canal de Suez, con Francia y Gran Bretaña. En eso, Shimon Peres estuvo involucrado. Aquella empresa fue un fracaso, pues tanto la URSS como EE.UU. presionaran para que los invasores se retiraran (esto, de nuevo, es contrario al mito izquierdista de que EE.UU. siempre ha sido aliado de Israel). Como parte del trato con Francia, Israel obtuvo capacidad de armas nucleares (de nuevo, contra los deseos norteamericanos). Peres también fue artífice de esa movida.
Ni la invasión a Suez, ni la adquisición de armas nucleares, son dignas de un hombre respetable. Para colmo de males, con tal de ganar a Turquía como aliada frente a los siempre hostiles vecinos árabes, Peres frecuentemente negó el genocidio armenio. Otra bestialdad. Y, como remate, cuando en 1967, Israel invadió indefinidamente Gaza y Cisjordania, Peres auspició a los colonos judíos para que se asentaran permanentemente en esos territorios, violando toda clase de leyes en el derecho internacional.
Pero, llegado el momento, Peres supo estrechar la mano a los palestinos. Y, estuvo detrás de los acuerdos de Oslo. De ser el gran halcón, pasó a ser una paloma. Aquellos acuerdos eventualmente fracasaron (¡sigue sin haber un Estado palestino!). Con todo, fueron una importante iniciativa para la paz. El ala dura de la derecha israelí, liderada por Nentanyahu, vino a odiar a Peres. Pero, tengo confianza en que el paso del tiempo juzgará positivamente la transformación de Peres, de un halcón militarista, a un hombre que supo entender que, tras varias décadas de conflicto, había que sentarse a negociar.
En América Latina, tenemos a alguien similar. Había una gran expectativa de que, en Colombia, Juan Manuel Santos continuase la política militarista de Uribe. De repente, dio un giro, y estrechó la mano a la guerrilla, invitándola a negociar. Muchos se sintieron traicionados. Pero, es exactamente la misma “traición” que Peres hizo en Israel. En realidad, no es ninguna traición. Es, sencillamente, el debilitamiento del adversario, y la comprensión de que, llegado ese punto, es mucho más útil negociar unos acuerdos, que pretender imponerse a sangre y fuego. Ojalá los colombianos aprendan de Peres, y terminen por respaldar a Santos.


sábado, 24 de septiembre de 2016

Trump podría tener extraños compañeros de cama en la izquierda latinoamericana

Advertencia: Ésta es una traducción mejorada de Google Translate, de un original que escribí en inglés

En julio, durante la Convención Nacional Republicana en EE.UU., algunas imágenes extrañas circularon en internet. Algunos rubios de ojos azules, sostenían signos con la curiosa frase "Los latinos para Trump". Obviamente, algo no estaba bien con estas imágenes. A pesar de que los latinos son un grupo étnico, no una raza, y hay muchos latinos rubios con ojos azules, quienes llevaban  esos signos simplemente no se veían como el latino convencional que uno esperaría encontrar en los Estados Unidos.
Por otra parte, aunque la frase "Los latinos para Trump" no es gramaticalmente incorrecta, es una traducción demasiado literal de "Latinos for Trump". Un signo más apropiado en español sería "Los latinos con Trump", o "Latinos Por Trump". Esto planteó la sospecha de que esos supuestas latinos en realidad eran anglo sajones, haciéndose pasar como hispanos, con el fin de hacer la dudosa afirmación de que el apoyo latino hacia Trump es fuerte.

¿Por qué un votante latino apoyaría a un candidato presidencial que insulta a los inmigrantes, los acusa de ser violadores, quiere que se cumplan las deportaciones masivas, y absurdamente pretende construir un muro en la frontera con México? La opresión puede ser tan intensa, que en realidad puede conducir a un alto grado de auto-odio y la alienación. Algunos judíos apoyaron el nazismo, algunas mujeres maltratadas vuelven a sus maridos y afirman que los aman, algunos esclavos afroamericanos se pusieron del lado de sus amos blancos. Esto puede muy bien aplicarse también a parte del apoyo latino a Trump.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Marcos Gutiérrez, fundador de “Latinos Para Trump”. En la cadena televisiva MSNBC afirmó: "Mi cultura es una cultura muy dominante, y está causando problemas. Si no se hace algo al respecto, usted va a tener camiones de tacos en cada esquina". Esto es absurdo y desafortunado. Casi se saca de una caricatura (y, de hecho, las reacciones a las desafortunadas declaraciones de Gutiérrez, han generado bastantes comentarios humorísticos y sarcásticos).
Sin embargo, la política hace extraños compañeros de cama. Y Donald Trump en realidad puede tener algunos simpatizantes (quizá secretos) entre latinos más sobrios y serios. La izquierda latinoamericana en realidad podría alinearse con él en algunas cuestiones importantes. Trump es generalmente considerado un populista de extrema derecha, casi un fascista, y eso es seguramente cierto. Pero, para los izquierdistas latinoamericanos, puede que resulte ser el mal menor, aunque por razones ideológicas obvias, no lo admitirían.
Uno de los principales programas de la izquierda latinoamericana siempre ha sido la resistencia contra el imperialismo estadounidense. Ésa fue la lucha de Sandino, Castro, Guevara, Allende y Chávez. Algunos presidentes de Estados Unidos pudieron haber sido muy progresistas en los asuntos internos, pero cuando se trataba de América Latina, básicamente todos ellos (remontándose a los tiempos de la doctrina Monroe), han considerado América Latina su propio patio trasero. Woodrow Wilson, un emblema del progresismo, no tuvo reparos en decir "voy a enseñar a las repúblicas de América del Sur a elegir a buenos presidentes". El resultado: una larga serie de intervenciones militares y políticas que violan la soberanía de naciones de América Latina. El presidente de Honduras, Manuel Zelaya fue derrocado en 2009. La entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, quizás estuvo detrás de esa operación, o por lo menos, ella no hizo lo suficiente para restituir a Zelaya, y de hecho apoyó al nuevo gobierno de facto.
Donald Trump es un tipo que continuamente cambia de opinión, y no hay que confiar en él. Sin embargo, ha mostrado algunas tendencias aislacionistas. Y, a pesar de que es extremadamente ambiguo cuando se trata de bombardear posiciones del Estado Islámico (incluidos los civiles), al parecer no tiene ninguna intención de inmiscuirse en los asuntos latinoamericanos. Parece que su interés principal es la construcción del muro, y que todos se ciñan a su lado de la frontera. Los izquierdistas latinoamericanos han esperado durante mucho tiempo el aislamiento de EE.UU., y en ese sentido, podrían ver a Trump como el mal menor.
Venezuela (la nación líder en el renacimiento de la izquierda latinoamericana en los años 90) tiene serios problemas de emigración. Pero, a diferencia de los inmigrantes de México y Centroamérica, los inmigrantes venezolanos son trabajadores altamente cualificados, procedentes de las clases medias. El gobierno izquierdista de Venezuela ha tratado desesperadamente de detener ese flujo migratorio, ya que reconoce que estos migrantes son muy necesarios. No es descabellado imaginar que Nicolás Maduro puede aspirar discretamente que Trump sea electo, ya que ello disuadiría a los migrantes venezolanos de intentar abandonar su país.
También está la cuestión de libre comercio. En 1994, el subcomandante Marcos lanzó su movimiento guerrillero zapatista, argumentando explícitamente que era una afrenta contra NAFTA. ¿Cuál candidato estadounidense apoya el NAFTA y cuál lo condena? La posición de Clinton es ambigua, pero Trump es manifiestamente claro: quiere salirse de ese tratado. ¿Podría un guerrillero de izquierda mexicana apoyar un millonario americano racista que insulta a los mexicanos? Tal vez no, pero una vez más, la política hace extraños compañeros de cama si se trata de metas compartidas.
Por último, el papel de Rusia también es relevante en este sentido. Putin y Trump no esconden su amor mutuo. La Rusia post-soviética está lejos de ser un país socialista. Pero, en la izquierda latinoamericana, Putin es visto cada vez más como una especie de hermano mayor guardián. Los líderes de izquierda de América Latina han visto en Putin la oportunidad de un mundo multipolar, y han votado en la ONU a favor de Rusia cuando se trata de la anexión de Crimea. Rusia ha ampliado su cooperación militar con Cuba, Nicaragua y Venezuela (tres países regidos por gobiernos de izquierda). Por otra parte, ningún latinoamericano de izquierda simpatizaría con la OTAN; Trump se ha comprometido explícitamente a ignorar la OTAN si Rusia ataca a los países del Báltico, y de hecho, puede incluso promover la desintegración total de esa organización.

No siempre funciona de esa manera, pero el enemigo de mi enemigo puede ser mi amigo, y el amigo de mi amigo también puede ser mi amigo. Durante los últimos años, ha habido extrañas alianzas en los asuntos políticos de varios países: La izquierdista Syriza formó pacto con los griegos de extrema derecha; hubo cierto apoyo izquierdista para el Brexit; y Marine Le Pen podría obtener el apoyo de los comunistas franceses que quieren respaldar la laicité.

Idealmente, los izquierdistas latinoamericanos estarían mucho más cómodos con alguien como Bernie Sanders. Sin embargo, algunos de ellos podrían pensar que, en las próximas elecciones, Trump es el mal menor. ¿Estarían en lo correcto? Probablemente no. Sin embargo, muchas de sus preocupaciones son legítimas. Y, si tuvieran que adoptar una postura ética consecuencialista, entonces podrían considerar que, tal vez, es mejor el cerdo racista en vez del halcón liberal, teniendo en cuenta las cuestiones que guían sus agendas.

viernes, 23 de septiembre de 2016

¿Debería permitirse la caza de elefantes?

¿Recuerdan a Cecil? Era el león cazado por un dentista estadounidense en 2015 en Zimbabue, y su muerte causó un gran escándalo en todo el mundo. Un gran número de organizaciones conservacionistas y de derechos de animales protestaron. El presidente de Zimbabue, Robert Mugabe también se unió al coro: condenó enérgicamente a Walter Palmer (el cazador), y exigió que se le extraditara a Zimbabue para enfrentar cargos.
En ese momento, una gran cantidad de comentaristas señaló que Mugabe no estaba en posición moral de predicar a nadie. De hecho, decían los comentaristas, Mugabe aprovechó el escándalo con el fin de desviar la atención frente a las numerosas violaciones de derechos humanos en Zimbabue. En lugar de preocuparse acerca de los leones, se decía, Mugabe debería estar preocupado por los zimbabuenses.

No nos equivoquemos: Mugabe es un dictador brutal. Sin embargo, es un argumento muy falaz afirmar que, puesto que un déspota se preocupa por los animales, entonces no debemos preocuparnos por los animales. Hitler amaba a su perro y era vegetariano. ¿Debemos, entonces, odiar a los perros y condenar el vegetarianismo? La respuesta parece obvia.
Sin embargo, también sería erróneo afirmar que, puesto que Mugabe condenó el asesinato de un león del año pasado, ahora es un hipócrita por proponer permitir la caza de elefantes en Zimbabue. Tal vez los elefantes y leones son diferentes, y no hay que aplicar las mismas normas éticas. Los leones están en peligro de extinción, los elefantes no.
De hecho, los gobiernos de Zimbabwe, Namibia y Sudáfrica, han elevado recientemente una propuesta para legalizar la caza de elefantes. Su argumento es muy simple: hay suficientes elefantes en esos países (27.000 en Sudáfrica, 82.000 y 20.000 en Zimbabwe en Namibia). La caza regulada plantea ningún riesgo para las poblaciones de elefantes en esas naciones. Y, dada la creciente demanda de marfil en países como China, ésta sería una buena oportunidad para que los tres países obtengan ganancias muy necesarias.
¿Es una buena idea? Los expertos en ética de tendencia libertaria han pensado durante mucho tiempo que sí. Su argumento es el siguiente: si la caza es legalizada como un negocio, las especies estarán protegidas. Los capitalistas ven en la caza una gran oportunidad para obtener ganancias, y así, se asegurarán de que las especies no se extingan (a través de programas de cría y conservación), precisamente porque es la fuente de sus ganancias.
Al igual que con muchas ideas libertarias, ésta parece tener una lógica poderosa. Pero, también como es habitual en el libertarismo, coloca demasiada esperanza en la racionalidad económica. Los capitalistas no siempre actuarán como los libertarios esperan que lo hagan. Y, si la historia sirve de guía, es bastante obvio que la mayoría de las especies se han extinguido debido precisamente a la caza excesiva.
Sin embargo, con 82.000, la población de elefantes es bastante sólida en Zimbabue, y al menos en el corto plazo, que la especie esté en peligro de extinción no es una preocupación. Por lo tanto, ¿es éticamente aceptable legalizar la caza en ese país? No nos apresuremos. Puede haber algunas otras objeciones.
¿Por qué debemos considerar a los animales como criaturas con menos derechos? Si la película Los juegos del hambre provoca terror en nosotros, ¿no debe también resultar aterradora la caza de un elefante? El filósofo Singer ha denunciado desde hace mucho tiempo el “especismo”, a saber, la idea de que los individuos de otras especies no tienen algunos derechos (incluido el derecho a la vida). No hace mucho tiempo, se creía que las personas con piel oscura no tenían el derecho a ser libres, y por lo tanto podían ser esclavizados. Ahora condenamos eso como racismo. ¿No deberíamos, entonces, también condenar el especismo? A juicio de Singer, el especismo es tan inmoral como el racismo.
Sin embargo, Singer es también un filósofo utilitarista. Bajo el utilitarismo, si un acto genera en balance buenas consecuencias, entonces debería ser éticamente aceptable. Por lo tanto, si un mayor número de vidas humanas y animales podrían salvarse matando a un menor número de elefantes, entonces Singer se vería obligado a admitir que, sí, debemos permitir la caza de elefantes.
¿Podría ser éste el caso en Zimbabue? Es muy dudoso. Si bien es cierto que los elefantes y los seres humanos pueden competir por algunos recursos (especialmente agua) en áreas remotas de Namibia y Zimbabue, hay muchas alternativas tecnológicas relativamente simples para satisfacer las necesidades de los seres humanos y los elefantes. Con buenos sistemas de distribución, hay suficiente agua para todos.

Y, ¿qué hay de los beneficios del tráfico de marfil? ¿No podría ayudar a alimentar a los niños hambrientos en esos países? Una vez más, no es probable. Zimbabue es un país notoriamente corrupto, y con toda seguridad, las ganancias del comercio de marfil se destinarán a las cuentas bancarias suizas de Mugabe y sus compinches.
Por otra parte, existe una gran preocupación planteada por Botsuana, un país vecino con una población de elefantes más frágil. Si la caza se permite en Sudáfrica, Namibia y Zimbabue, existe un mayor riesgo de que los cazadores eventualmente crucen la frontera con Botsuana, y pongan en peligro su población de elefantes.

En resumen: la legalización de la caza de elefantes en Zimbabue, Namibia y Sudáfrica no es una buena idea. Afortunadamente, la mayoría de las otras naciones están de acuerdo, y están endureciendo el control sobre la caza de elefantes.

Should elephant hunting be allowed?

Remember Cecil? It was the lion hunted by an American dentist in 2015 in Zimbabwe, and its death caused a major scandal worldwide. A great number of conservationist and animal rights organizations protested. Zimbabwean President Robert Mugabe also jumped on board: he energetically condemned Walter Palmer (the hunter), and demanded that he be extradited to Zimbabwe to face charges.
            At the time, a lot of commentators pointed out that Mugabe was in no position to preach about anything. In fact, so the argument went, Mugabe was capitalizing on the scandal in order to drive attention away from the numerous human rights abuses in Zimbabwe. Instead of worrying about lions, it was claimed, he should be concerned about Zimbabweans.

            Make no mistake: Mugabe is a brutal dictator. But, it is a very fallacious argument to claim that, just because a despot cares about animals, then we shouldn’t care about animals. Hitler loved his dog and he was a vegetarian. Should we, then, hate dogs and condemn vegetarianism? The answer seems obvious.
            However, it would also be fallacious to claim that, inasmuch as Mugabe condemned the killing of a lion last year, he is now a hypocrite for proposing to allow the hunting of elephants in Zimbabwe. Perhaps elephants and lions are different, and we should not apply the same ethical standards. Lions are endangered, elephants are not.
            Indeed, the governments of Zimbabwe, Namibia and South Africa, have recently advanced a proposal to legalize elephant-hunting. Their argument is quite simple: there are plenty of elephants in those countries (27,000 in South Africa, 82,000 in Zimbabwe and 20,000 in Namibia). Regulated hunting poses no risk whatsoever to elephant populations in those nations. And, given the increasing demand for ivory in countries such as China, this would be a good opportunity for those three countries to make much-needed profits.
            Is it a good idea? Ethicists of a libertarian bent have long thought so. Their argument is as follows: if hunting is legalized as a business, species will be protected. Capitalists will see in hunting a great profit opportunity, and they will make sure the species never go extinct (by providing breeding and conservation programs), precisely because it is the source of their profit.
            As with many libertarian ideas, this one seems to have a powerful logic. But, also as usual in libertarianism, it places too much hope on economic rationality. Capitalists will not always act as libertarians expect them to. And, if history is any guide, it is quite obvious that most species have gone extinct precisely because of overhunting.
            Nevertheless, with 82.000, the elephant population is quite strong in Zimbabwe, and at least in the short term, endangering the species is not a concern. So, is it ethically acceptable to legalize hunting in that country? Not so fast. There may be some other objections.
            Why should we consider animals as creatures with lesser rights? If The Hunger Games causes horror in us, shouldn’t elephant-hunting be as terrifying? Ethicist Peter Singer has long denounced speciesism, the idea that individuals of other species do not have some rights (including the right to live). Not long ago, it was believed that people with dark skin color didn’t have the right to be free, and could thus be enslaved. We now condemn that as racism. Shouldn’t we, then, also condemn speciesism? In Singer’s view, speciesism is as immoral as racism.
            But, Singer is also a utilitarian philosopher. Under utilitarianism, if an act generates a balance of good consequences, then it should be ethically acceptable. Thus, if a greater number of human and animal lives could be saved by killing a lesser number of elephants, then Singer would be forced to admit that, yes, killing the elephants is the right thing to do.

            Is that the case in Zimbabwe? It is very doubtful. While it is true that elephants and humans may compete for resources (especially water) in remote areas of Namibia and Zimbabwe, there may be plenty of relatively simple technological alternatives to satisfy both humans and elephants’ needs. With good distribution systems, there is plenty of water for all.
            What about profits from the ivory trade? Wouldn’t that help in feeding hungry children in those countries? Again, it’s not likely. Zimbabwe is a notoriously corrupt country, and in all likelihood, the spoils of the ivory trade will go to the Swiss bank accounts of Mugabe and his cronies.
            Furthermore, there is a major concern raised by Botswana, a neighboring country with a more fragile elephant population. If hunting were to be allowed in South Africa, Namibia and Zimbabwe, there is an increased risk that hunters will eventually cross the border into Botswana, and they will endanger its elephant population.
            In short: legalizing elephant hunting in Zimbabwe, Namibia and South Africa is not a good idea. Fortunately, most other nations agree, and they are toughening the grip on elephant hunting.