domingo, 13 de septiembre de 2015

Los disparates lingüísticos de George Orwell

            En la confrontación ideológica entre izquierda y derecha, George Orwell es un héroe para todos. Orwell acudió como voluntario de las brigadas que lucharon contra el fascismo en la guerra civil española, y en ese sentido es un héroe de la izquierda. Pero, Orwell no sucumbió frente a la ingenuidad de sus camaradas, y supo advertir los enormes peligros a los que conlleva el comunismo, satirizando el fraude utópico comunista en Rebelión en la granja; eso lo ha hecho muy popular en la derecha. Así pues, Orwell es el peluche de todos. Su obra es tremendamente influyente, y tal como lo postuló Christopher Hitchens en el título de una biografía llena de alabanzas, Orwell es importante. Pero, me temo que Orwell también dijo algunas tonterías.

Orwell dedicó mucha atención a los usos del lenguaje. Uno de sus ensayos más conocidos, La política y la lengua inglesa, analiza la forma en que los políticos muchas veces oscurecen el lenguaje para expresar medias verdades, con la deliberada intención de confundir y representar eufemísticamente la realidad, a fin de que la población no adquiera conciencia de los abusos que se cometen desde el poder. Frente a esto, Orwell exhorta a sus lectores a escribir en un estilo llano, sencillo y directo, a fin de evitar las ambigüedades y vaguedades de las cuales muchas veces se valen los políticos para hacer sus marranadas.
            Esta recomendación de Orwell es bastante razonable. En una época en la cual abundan charlatanes como Derrida o Heidegger (con frases tan oscuras como “la nada nadea”), viene muy bien la claridad. Y, también es muy cierto que los políticos sacan provecho del lenguaje opaco.
            Pero, Orwell fue más lejos en sus consideraciones sobre el lenguaje. Orwell postulaba que una de los trucos de los cuales se vale el totalitarismo consiste en promover un lenguaje que suprime palabras que puedan resultar subversivas, pues de ese modo, el uso de ese lenguaje en la población transforma radicalmente su manera de pensar, y queda así amansada. En su obra cumbre, 1984, Orwell narra los pormenores de una sociedad totalitaria. El gobierno defiende el uso de la “neolengua”, en la cual están ausentes los conceptos de rebelión, libertad, autonomía, paz, etc. Orwell pensaba que, si un gobierno logra establecer esa lengua en el pueblo, la forma de pensar de la gente quedaría radicalmente transformada, y así, no habría subversión.
            Es cierto que los políticos muchas veces utilizan eufemismos, y que en muchas ocasiones, buscan evitar palabras que puedan invitar a la subversión. Pero, es extremadamente dudoso que una transformación lingüística suscite una transformación mental. Orwell creía que, si algunas palabras desaparecen del léxico de una comunidad lingüística, esa comunidad no tendría capacidad para pensar en esos conceptos. Hoy sabemos que eso es falso.
            Orwell tuvo dos contemporáneos, Edward Sapir y Benjamin Whorf. Estos lingüistas formularon una influyente hipótesis, según la cual, el lenguaje determina (o, en una versión más ligera, al menos condiciona) el pensamiento. Por ejemplo, la lengua de los indios hopi no divide los tiempos en unidades discretas, y eso hace que su forma de pensar el tiempo sea fluida. Pues bien, Orwell propuso de forma autónoma algo bastante similar. Si un gobierno hace que la palabra para “libertad” desaparezca, el pueblo dejará de pensar en la libertad.
            La hipótesis de Sapir y Whorf no convence a los lingüistas. Todas las lenguas del mundo son traducibles entre sí, todas tienen la misma capacidad para expresar los mismos conceptos. Hay algunos datos que nos hacen pensar que quizás el lenguaje sí condicione algunos aspectos del pensamiento y la conducta, como por ejemplo, el hecho de que tienen más habilidad para reconocer gradaciones de azul aquellas personas que hablen lenguas que hagan distinciones entre distintos tipos de azul. Pero, es un efecto muy limitado.
            Con todo, a los populistas les gusta mucho hacer uso de la hipótesis de Sapir y Whorf, y postulan disparates parecidos a los de Orwell. En plena Guerra Fría, por ejemplo, Ronald Reagan llegó a decir que, en parte, el totalitarismo soviético era debido a que en ruso, no existe la palabra “libertad”. Esto, por supuesto, es falso; “libertad” en ruso se dice “svobada”; pero aun si no existiera esa palabra en ruso, es muy dudoso que esa ausencia lexical hiciera que los rusos tuvieran más facilidad para imponer un sistema totalitario.
            Más imbécil aún fue George W. Bush quien, supuestamente (nunca se ha confirmado esta historia), preocupado por el declive de la economía francesa, dijo que el problema de los franceses es que no son emprendedores porque no tienen en su lengua una palabra para “entrepeneur” (“empresario” en inglés). ¡El pobre diablo Bush no sabía que la palabra entrepeneur es de origen francés!

            Esto no es exclusivo de los trogloditas de derecha. En tanto Orwell es un consentido de ambos bandos ideológicos, cabe esperar que también la izquierda se haga eco de los disparates de Orwell sobre el lenguaje. Las feministas promueven la idea, por ejemplo, de que si utilizamos un lenguaje de género inclusivo, condicionaremos nuestro pensamiento a ser menos patriarcales. Los revolucionarios ultrasensibles al dominio de los blancos opinan que, si erradicamos de nuestro lenguaje la carga semántica peyorativa de la palabra “negro”, seremos menos racistas. Estupideces.

5 comentarios:

  1. A veces un lenguaje es difícil, y eso no significa que diga tonterías, sino que puede exigir un cierto esfuerzo de comprensión. Creo que hemos hablado de esto otras veces. La frase "la nada nadea" o "la nada nadifica" o aún "la nada ennadece", que sería un tranvase del alemán "Das Nichts nichtet" no es un absurdo, no es imposible de comprender y no violenta tanto el lenguaje. Con un poquito de esfuerzo se puede no solo entender, sino ver en el mundo, lo cual es más importante (una cosa es "entender" lo que significa 'gato' y otra cosa es que, ya entendiéndolo, lo reconozcas en el mundo). Si no se quiere entender, pues ... no se va a entender. Se lo podría vertir como "la nada hace que todo lo que sea pensar en ella, considerarla, tenerla como cuestión de pensamiento, lleve a que el pensante empiece a reducirse en su ser hacia una nada que lo aniquila (o 'nihiliza')". Así y más largo se podría "aclarar". Prefiero decir "la nada ennadece" o aún "la nada nadifica". Sé que se refiere a algo bien real. Lo he vivido, y cualquiera lo puede hacer. Lo demás me parece que es reductivo: solo dejar las realidades en pudo concepto mental.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido profesor, usted sabe cuanto lo admiro. He leído cinco veces su comentario, y sigo sin captar que significa la nada nadea. Estoy a la espera de que me llegue un ángel en la playa y trate de meter toda el agua en un balde, del modo en que san Agustín entendió la trinidad, porque esa vaina de la nada nadea no me entra ni con taladro

      Eliminar
  2. Saludos, Gabriel. Hace ya buen tiempo que no hago ningún comentario a tus artículos; apenas hoy me he puesto al día con tus entradas más recientes. No soy un fan de Heidegger, pero tratando de ser (o jugar al) ´diaboli advocatum´ y evitar que esperes a ese ángel playero o utilices un taladro, quizá la expresión pudiera entenderse así: "pensar sobre la pura no existencia, o el no-ser absoluto puede inducir a que sintamos nuestro yo o ego como algo infinitesimal".... OK, hay que hacer muchas circunvalaciones para salvar el posible sentido de la frase, pero tal vez (sólo tal vez), Heidegger no dijo un disparate, sino que utilizó muy extrañamente (y de modo bastante feo) el alemán para expresar una experiencia psicológica, moral y ´metafísica´(simplemente, ´sobre la realidad´), que no ha de ser poco común entre ciertos intelectuales...
    Recordemos a Pascal cuando se siente abrumado por los infinitos espacios. Sea que pensemos (o intentemos pensar) "la totalidad del ser",o "la pura nada" es natural que nos sintamos menos que un punto. Simon Critchley señala en alguna parte, no recuerdo dónde (no tengo esa prodigiosa memoria tuya, Gabriel) que en Heigegger el pensar sobre la nada, la no existencia, la muerte, nos puede y debe inducir a tomar la vida con más seriedad, se nos exhorta a una ¨resoluteness¨... Yo leí casi todo Ser y Tiempo (en inglés) durante un seminario, en Saint Louis University, con un profesor alemán (Matthias Jung), muy descomplicado e inteligente, de Frankfurt. Él nos decía que Heidegger (y Hegel) eran más legibles cuando se traducían al inglés! Que eran insoportables al leerlos (o intentar leerlos) en la original edición alemana! Yo a veces he creído que los filósofos alemanes de antaño estaba tan presionados, habituados y/u obsesionados académicamente por publicar numerosos y enormes tomos (y tan pronto como les fuera posible, como si fueran una máquina impresora), que se hicieron diestros en una sospechosa y deshonesta técnica para decir en demasiadas palabras (y/o misteriosas frases), algunos asuntos filosóficos que son más bien ordinarios... En Ser y Tiempo, Heidegger dijo muchas cosas interesantes, pero siempre me dio la impresión de hinchar el lenguaje, por pura necesidad (o necedad) académica... Quizá un ángel o un taladro no sean necesarios para entender a Heidegger, sino una bicicleta montañera;) Un abrazo desde Panamá.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Ruling, frente a toda la verborrea de Heidegger sobre la muerte y la nada, yo prefiero muchísimo más esta copla del cantautor venezolano Simón Díaz: "El potro da tiempo al tiempo/ porque le sobra la edad/ caballo viejo no puede/ perder la flor que le dan/ porque después de esta vida/ no hay otra oportunidad".

      Eliminar
  3. Esa copla es muy conocida acá. En cuanto a tu preferencia por Díaz sobre Heidegger, bueno, si de poesía se trata, no tengo nada que objetar. Estoy de acuerdo con lo del 'carpe diem', pero no con la afirmación metafísica del cantautor, sobre el más allá... pero eso ya es harina de otro costal, como dicen. De nuevo, saludos.

    ResponderEliminar