martes, 31 de octubre de 2017

Carta a Belén sobre la psicología del desarrollo



Querida Belén:

Entiendo tu frustración. Yo también me sentiría muy mal si, al tener que cuidar a un niño pequeño mientras sus padres salen a cenar a un restaurante el fin de semana, el chaval no estuviera contento de quedarse conmigo. Pero, pienso que debes tener paciencia con el peque Eduardo. Ésta apenas será tu segunda vez con él. Puesto que, en los próximos días, te quedarás con él varias veces, seguramente ya al final de la semana, Eduardo se acostumbrará a ti. Recuerdo que, cuando eras pequeña, acompañé a tus padres a dejarte en el jardín de infancia el primer día del año escolar. Llorabas desconsoladamente. Un mes después, ya ibas con gusto al jardín.
Es normal que los niños hagan estas cosas. Incluso, si los niños no lloraran ante situaciones como éstas, habría que preocuparse. Una psicólogo, Mary Ainsworth, hizo unos famosos experimentos al respecto. El experimento consistía en tomar a un niño pequeño (no tendrían más de dieciocho meses), hacerlo estar con su madre, en una habitación desconocida. Luego, le pedía a la madre que se fuera de la habitación, y una persona extraña entraba. Poco tiempo después, la madre volvía. Ainsworth se propuso investigar cuál sería la reacción del niño.

Setenta por ciento de los niños, mientras estaban con su madre, se sentían cómodos en la habitación y jugaban placenteramente; cuando la madre se iba, los niños se mortificaban, pero se alegraban inmensamente cuando la madre regresaba. Veinte por ciento de los niños jugaban normalmente cuando estaba la madre, pero cuando ésta se iba, a esos niños les daba igual; del mismo modo, cuando la madre regresaba, esos niños se mostraban indiferentes. Diez por ciento de los niños se sentían temerosos incluso con la madre presente; cuando la madre se iba, se mortificaban todavía más, y cuando la madre regresaba, era difícil consolarlos.
Lo normal, decía Ainsworth, es comportarse como el niño que se siente cómodo cuando está la madre, se mortifica cuando la madre se va, y se alegra cuando la madre vuelve. Si un niño no tiene este tipo de comportamiento, estará más expuesto a sufrir inseguridades y problemas en la vida.
Los seres humanos necesitamos afecto y apego desde el momento de nuestro nacimiento. Somos muy vulnerables al nacer, y necesitamos abrazos. Esto parecerá un cliché, Belén, pero es una gran verdad. A los niños nunca se les debe pegar, y hay que mostrarles ternura constantemente. Procura hacerlo con Eduardo cuidarás este fin de semana. No quiero exagerar y decir que, si no lo haces, el niño será un criminal ya como adulto. Pero, sí puedo decirte que las cárceles están llenas de personas cuyos padres no los abrazaron cuando eran niños, o sencillamente, crecieron sin adultos que los atendieran suficientemente bien.
En una época, los psicólogos pensaban que esto no era tan importante. Ellos creían que a los niños se les podía entrenar como al perro de Pavlov (¿lo recuerdas?, el perro que salivaba al escuchar la campana), y que con un sistema de premios y castigos, se podía moldear suficientemente bien la conducta. Pero, un psicólogo, Harry Harlow, se propuso evaluar esta idea, en otro experimento muy famoso.
Harlow tomó a unos monitos, y los separó de sus madres. Como reemplazo, les colocó dos títeres. Un títere daba leche a los monitos, pero el muñeco estaba hecho de alambres, sin mucho parecido a la madre original. El otro títere no daba leche, pero era más parecido a la madre original, y tenía una pelusa que imitaba el pelaje de la madre. Si, como pensaban los psicólogos, lo importante son los premios y los castigos, cabría esperar que los monitos habrían preferido al títere hecho de alambres. Pero, no ocurrió así. Los monitos preferían al muñeco con pelaje, aun si no daba comida. Harlow decía que esto era debido a que el apego es una necesidad fundamental en los monos, y esto también aplica a los seres humanos.
Así pues, el apego es muy importante en la infancia. Lamentablemente, a partir de esto, hay quien cree que a los niños hay que complacerlos en todo. Tonterías. Una cosa es la crianza con apego, y otra es la malacrianza. A los niños hay que abrazarlos y quererlos, pero también hay que colocarles límites y establecerles reglas. Para criar a un niño mentalmente saludable, es necesario encontrar un balance entre la disciplina y el cariño.
Diane Baumrind, otra psicólogo, estudió por muchos años los estilos de crianza que utilizan los padres, y descubrió que básicamente hay cuatro. Por una parte, están aquellos padres que son firmes con sus hijos, y procuran colocarles reglas, pero no son lo suficientemente cariñosos con ellos; Baumrind llamó a esto el estilo autoritario. Luego, están los padres que son cariñosos con sus hijos, pero no les colocan límites, y no les hacen cumplir reglas; Baumrind llamó a esto el estilo permisivo. También están los padres que, ni son cariñosos, ni colocan reglas; ése es el estilo descuidado. Lo mejor, decía Baumrind, es el estilo democrático. Estos padres colocan reglas, pero a la vez, muestran mucho afecto.
Conociendo a tus padres, Belén, estoy seguro de que ellos usaron el estilo democrático contigo. Precisamente por eso, tú has resultado una chica tan estupenda. Tus padres no fueron severos, pero tampoco te dejaron hacer todo lo que tú querías. Por eso, no eres ni insegura, ni malcriada. Ellos supieron balancear, como dice aquella bella canción de Rubén Blades, el amor y el control.
Además de mostrar afecto y generar apego en Eduardo, deberías también estar pendiente de algunas de sus conductas. Pues, es importante conocer qué movimientos debería hacer un niño normal en determinadas edades. Estoy seguro de que la madre de Eduardo dedica suficiente atención a esto, pero si notas algo extraño, deberías comentárselo. En ese caso, sería bueno llevar al niño al médico. De hecho, los pediatras rutinariamente verifican estas cosas en los infantes.
A medida que los seres humanos nos desarrollamos en las primeras etapas de nuestras vidas, tenemos una serie de reflejos. Los reflejos son movimientos involuntarios que responden a estímulos particulares. Hay varios reflejos que siempre es importante monitorear en los niños, pues si acaso esos reflejos no están presentes, podría ser señal de que el cerebro no funciona adecuadamente.
A los dos meses de edad, el bebé ya debería tener el reflejo de Moro. Si repentinamente cambias de posición a un bebé y se siente incómodo, el chaval extenderá sus piernas y moverá sus brazos como si tratara de agarrar algo. Seguramente es una reacción instintiva del niño para aferrarse a la madre mientras atraviesa por una situación de peligro. Como te he dicho, en la infancia todos necesitamos apego.
También deberías vigilar el reflejo de enraizamiento. Si tocas sutilmente a un bebé en la cara, volteará la cabeza y tratará de alcanzar con la boca el objeto con el cual lo tocas. Ya sabes lo que el bebé busca con este reflejo: ¡el seno de la madre! Y, seguramente ves a muchos niños chuparse el dedo. Si el niño se sigue chupando el dedo hasta cierta edad, podría generar complicaciones en los dientes, de forma tal que no debería considerarse normal. Pero, una conducta como ésa tiene sus orígenes en otro reflejo importante, el reflejo de succión. Básicamente tiene la misma función que el reflejo de enraizamiento: buscar ser amamantado.
Si colocas un dedo o un bolígrafo en la mano de un bebé, tratará de agarrarlo. Eso es el reflejo de presión palmar. Su mano se convierte en algo así como un gancho. Quizás, nuevamente, sea un reflejo de la necesidad de apego, para tratar de tomar la mano de alguien. Pero, yo lo veo más bien como un remanente de nuestro pasado como especie. Recuerda que hace millones de años, nuestros ancestros eran más bien monos que iban de rama en rama, y quizás eso nos dejó ese reflejo como herencia.
Eduardo es muy chiquitín aún para caminar. Pero, si lo tomas por los brazos, y plantas sus pies sobre el piso, él hará los movimientos básicos para caminar. Ése es el reflejo de marcha. Ya sabes que, si no hace tal cosa, quizás su madre debería preocuparse, pues puede ser que algo en su cerebro no funcione correctamente.
Hay también otros logros que todo bebé debe hacer a medida que se desarrolla en sus primeros dos años de vida. A los dos meses, ya debería levantar la cabeza. A los dos meses y medio, ya debería dar vueltas mientras está acostado. A los tres meses, debería sentarse. Pero, sólo logra sentarse si lo ayudas. Sólo a los seis meses, el bebé ya es capaz de sentarse por cuenta propia. A los seis meses y medio debería poder levantarse sobre sus pies, pero ayudándose con algo. Sin ayuda, el niño debería estar levantado a los once meses. Ya a su primer año el niño debería caminar, y a los diecisiete meses debería subir escaleras. Pero, ten presente, Belén, que esto es sólo una guía. Hay bebés que se tardan más, hay otros que se tardan menos. Un retraso no es necesariamente motivo de alarma, pero sí es prudente usar estas guías para monitorear.
Hoy estamos acostumbrados a pensar que los niños son distintos a los adultos, y que por eso, necesitan un trato especial. Es por ello que hay tantas leyes que ofrecen protección adicional a la infancia. Pero, hace algunos siglos, la gente no estaba muy consciente de ello. Fíjate en las pinturas medievales y del Renacimiento, especialmente las de la Virgen y el Niño. El Niño Jesús parece más bien un hombrecito, con músculos y todo. Su cara no es muy tierna, es más bien como la de un adulto en un cuerpo miniatura. Las proporciones de su cuerpo no son como la de los peques (cabezas grandes, extremidades pequeñas, etc.), sino como las de cualquier adulto. Pareciera que, en aquella época, los niños no tenían mucha consideración especial, y se les trataba igual que al resto de la sociedad.
Uno de los grandes avances de nuestra civilización fue precisamente el empezar a comprender que los niños son muy distintos a los adultos, y que necesitan trato especial, sobre todo en la educación. Pero, no son meramente distintos en el sentido de que no han acumulado suficiente experiencia y conocimiento, y por eso son más inmaduros. Son más bien distintos en el sentido de que su forma de pensar no es como la de los adultos. Es mucho más fácil manipular a los niños, en buena medida porque ellos no tienen las destrezas lógicas y capacidad de abstracción que nosotros los adultos sí tenemos.
Un importante y famosísimo psicólogo, Jean Piaget, se propuso demostrar esto. Piaget hizo muy ingeniosos experimentos con sus propios hijos, para estudiar cómo piensan los niños. Les asignaba tareas y les hacía preguntas que a nosotros los adultos nos resultarían muy sencillas; extrañamente, los niños ofrecían respuestas muy distintas.
Decía Piaget que, durante los dos primeros años de vida, los niños pasan por una fase que él llamó sensoriomotora. Durante esta fase, los niños empiezan a descubrir el mundo, y sobre todo, su propio cuerpo. Pero, los niños no tienen capacidad de asumir que, cuando un objeto desaparece de su vista, sigue existiendo. En su mente, sólo existen aquellas cosas que ve en el momento. Haz la prueba con el peque Eduardo. Toma un juguete y colócalo frente a él; quítaselo, y coloca encima un trapo que lo oculte. Verás que Eduardo no tratará de mover el trapo. Él asume que, al no estar en su vista ese juguete, ha desaparecido.
Después de los dos años, los niños empiezan a desarrollar esa capacidad que Piaget llamó permanencia de objetos. Desde los dos a los siete años, según Piaget, los niños atraviesan la etapa preoperacional. Durante esta fase, los niños ya hablan e interactúan. Pero, su pensamiento es muy inmaduro, y si les colocas algunas pruebas, hacen cosas muy risibles. Debo confesar, Belén, que yo me reía a carcajadas cuando yo hacía algunas de estas pruebas contigo cuando eras niña.
Por ejemplo, yo tomaba un vaso lleno de agua. Frente a tus ojos, pasaba esa cantidad de agua a otro vaso más fino y más alargado, que también se llenaba. Entonces, te preguntaba: ¿cuál de los dos vasos tiene más agua? Y tú respondías que el segundo vaso tenía más agua. Es normal, todos los niños cometen ese error.
Piaget decía que eso es muestra de que, en la fase preoperacional, los niños no tienen la capacidad de conservación. Ellos no entienden que, aún si un objeto cambia su forma, sigue manteniendo el mismo tamaño. Ellos sólo se fijan en un aspecto de objeto; en tu caso, tú sólo te fijabas en la altura del vaso. Piaget llamó a esa forma de pensar centración.
Yo también colocaba cinco monedas en una fila, y cinco monedas en una segunda fila, pero las monedas de la segunda fila estaban más separadas entre sí. Yo te preguntaba cuál fila tenía más monedas, y tú respondías que la segunda. ¡Yo volvía a reír! En esta fase del desarrollo, los niños aún no tienen el concepto de números, y se guían más bien por las apariencias.
Piaget llamó este guiarse por las apariencias fenomenismo. Tú misma creías, por ejemplo, que un enano adulto es más joven que un adolescente alto, sencillamente porque la edad está siempre relacionada con la altura. Por lo general, los niños creen que cuanto más grande es algo, es de mejor calidad. He comprobado que tú has ya superado esa etapa, pues prefieres muchísimo más el Smartphone de última generación, que es mucho más pequeño que mi pesado móvil. ¡Deberías darme algunos consejos tecnológicos!
En la etapa preoperacional, los niños también son muy dados a creer que todo tiene intenciones. Para los niños en esta fase, las casualidades no existen. Si, sin querer, los tropiezas, ellos pensarán que lo hiciste a propósito. Y también, ellos creen que todos los objetos tienen vida propia. Los niños son, por así decirlo, animistas. Las pelis dirigidas a niños muchas veces antropomorfizan objetos. Hay pelis sobre coches que se enamoran, o juguetes que interactúan entre sí... Pero por supuesto, el animismo también tiene un lado siniestro, y las películas también explotan eso. Cuando eras niña, recuerdo que a veces tenías el temor de que, en las noches, tus juguetes te hicieran daño. Supongo que ese temor infantil es la base de las películas sobre Chucky, el muñeco diabólico.
Hay religiones que son muy animistas. Esto no solamente ocurre en tribus de África con sus amuletos. Nuestras propias religiones en Occidente también parten de la idea de que muchos objetos tienen misteriosos poderes. Piensa en todas las reliquias que los creyentes asumen como si tuvieran vida propia. Y, en las religiones, las casualidades no existen. Según las creencias religiosas, las cosas siempre ocurren con un propósito, porque Dios así las ha designado. Yo te diría, Belén, que la religión es una forma de pensamiento bastante infantil.
Además de ser animistas, los niños en esta fase son también egocéntricos. No es lo mismo que ser egoísta. Los niños en esta etapa cooperan y ayudan a los demás. Pero, les cuesta mucho tratar de ver el mundo desde la perspectiva de otros. Para demostrar esto, Piaget hacía unos experimentos muy sencillos, pero muy reveladores. En esos experimentos, un niño veía una maqueta de una montaña de un lado y la describía, mientras que el adulto estaba del otro lado, Luego, el adulto cambiaba la posición con el niño, y se le preguntaba al niño qué vería el adulto. El niño respondía con la descripción desde su nueva posición. Obviamente, el niño no tenía la capacidad de colocarse mentalmente en el lado de los otros. En eso consiste el egocentrismo.
Ya después de los siete años, Piaget decía que los niños alcanzan la etapa operacional concreta, que dura hasta los doce años. En esa etapa, ya los niños no cometen esos errores tan cómicos. Pero, los niños no son capaces aún de hacer operaciones abstractas. Ellos tienen dificultad en hacer suposiciones. Lo interesante es que, si no hay suficiente educación, los adultos se pueden quedar en esa fase del desarrollo.
Un psicólogo, Alexander Luria, hizo viajes por Uzbekistán comprobando esta cuestión. Luria decía a los campesinos analfabetas uzbekos: en el norte, donde siempre hay nieve, todos los osos son blancos; Zembla está en el norte, y ahí hay nieve. Y así, les preguntaba: ¿de qué color son los osos de Zembla? Los campesinos respondían: no sabemos, nunca hemos ido a Zembla, sólo hemos visto osos negros en nuestras vidas. Es decir, no tenían capacidad para hacer suposiciones o para pensar en términos formales y abstractos. Igualmente, si a un niño en esta fase le dices que A es igual a B, y B es igual a C, y le preguntas cuál conclusión se puede derivar, seguramente el niño tendrá dificultades en responder. Ya a los doce años, en la fase operacional formal, los niños pueden pensar más abstractamente, pero recuerda, para ello es necesario el refuerzo de la educación.
Estas transformaciones en la manera de pensar ocurren dramáticamente en la infancia. Pero, así como nuestros cuerpos envejecen, nuestras conductas también sufren cambios a lo largo de nuestras vidas. A veces trato de recordar cómo era yo cuando tenía tu edad, Belén, y me sonrío. Pues, a tu edad, yo hacía cosas que (supongo que tú también las haces) que, ahora, no haría ni por asomo.
Cada cabeza es un mundo, pero a los psicólogos les ha interesado delinear cuáles son las grandes etapas psicológicas en nuestras vidas. Un psicólogo en particular, Erik Erikson, decía que todos atravesamos por ocho grandes etapas, que consisten básicamente en resolver valores en conflicto, y escoger entre ellos. Por ejemplo, en la temprana infancia, los niños deben decidir si confiar o no en los que están a su alrededor. Es por ello que el peque Eduardo aún no está muy convencido de quedarse contigo.

Más adelante, entre el año y medio y los tres años, el niño debe decidir si se atreve a hacer cosas por cuenta propia, o si necesita la ayuda de los padres en todo. Luego, entre los tres y los cinco años, el niño empieza a aprender que algunas cosas no están permitidas, y así debe decidir si tomar iniciativas, o más bien restringir algunos de sus deseos para evitar las culpas.
Cuando ya empieza a ir al colegio, el niño debe decidir si hacer actividades y desarrollar sus talentos, o más bien asumir una posición de inferioridad frente a los demás; esto ocurre entre los cinco y los doce años. Luego, cuando empieza la adolescencia, el joven debe empezar a decidir cuál será su identidad en la sociedad. En esta etapa, es cuando los muchachos exploran distintos grupos, hasta que por fin encuentran uno donde se sienten a gusto.
Pasada la adolescencia, hasta los cuarenta años, lo más relevante para la persona es decidir cuán íntimas quiere que sean sus relaciones. No es una decisión fácil, pues cuando te llegue el momento, verás que la vida en matrimonio puede resultar difícil, pero el decidir quedarse soltero puede ser aún más complicado.
Seguramente has visto en la tele que, cuando las personas llegan a los cuarenta, atraviesan una crisis, y empiezan a hacer tonterías. Supuestamente, los hombres se compran motocicletas y se unen a pandillas de gente más joven, y las mujeres hacen yoga o cosas parecidas, y abandonan sus hábitos en el hogar. Según esta teoría, todo esto es una forma de rebeldía que aparece como producto de alguna insatisfacción. A decir verdad, Belén, los psicólogos no tienen mucha evidencia de que esto sea común. Quizás algún cuarentón que conozcas, repentinamente empezó a hacer estupideces en algún momento, pero por lo general, a los cuarenta no empieza ninguna crisis.
Sí es común, en cambio, que a partir de los cuarenta, las personas sientan angustia por tener que decidir si continuar con su vida productiva, o más bien dejar que una nueva generación asuma las responsabilidades. Según Erikson, esta etapa dura hasta los sesenta y cinco años. Ya después, en la última etapa de la vida, la persona debe enfrentar la idea de que ya la muerte se aproxima, y debe reflexionar sobre cuán satisfactoria ha sido su vida.
Espero que, cuando llegues a esa edad, puedas estar contenta con las cosas que has hecho en tu vida. Pronto empezarás la universidad, de forma tal que ya no eres una niña. A veces, la gente se lamenta de que el mundo ha perdido la inocencia de los niños. Yo no me lamento. Creo que resolvemos mejor los problemas del mundo pensando como adultos. Ciertamente la abrumadora mayoría de criminales son adultos, no niños. Pero, incluso cuando se trata de hacer razonamientos morales, los niños son más inmaduros.
Un psicólogo, Lawrence Kohberg, se propuso estudiar esto. Él hizo unos experimentos relativamente sencillos. En esos experimentos, él planteaba una situación como ésta: un hombre tiene a su esposa gravemente enferma, y va a una farmacia a comprar la medicina que le salvará la vida; el farmaceuta se la quiere vender a un precio muy alto, porque dice que él mismo tuvo el mérito de descubrirla y fabricarla; el hombre trata de pedir dinero a amigos, pero no le alcanza para comprar la medicina; el hombre decide entrar a la farmacia y robar la medicina.
Kohlberg  preguntaba a jóvenes de diversas edades si lo que el hombre hizo estaba bien o mal. Pero, a Kohlberg no le interesaba tanto la respuesta en sí, sino la justificación que cada persona ofrecía. Y así, Kohlberg descubrió que existen tres niveles de desarrollo moral, que generalmente se corresponden con los niveles de desarrollo mental a lo largo de la vida.
Los niños más inmaduros responden que el hombre no debió robar en la farmacia, porque la policía lo podría atrapar. Esto es un razonamiento muy burdo. Hacer el bien debería estar motivado por algo más profundo que el simple temor al castigo.
Otros muchachos más maduros, decían que el hombre podría entrar a robar la medicina, porque así complacería a su esposa. Esto es un poco más refinado que el guiar la acción por el mero cálculo de si habrá castigo o no. Pero, es aún una forma muy rudimentaria de razonar moralmente.
Los chicos más maduros, descubrió Kohlberg, justificaban o condenaban la acción del hombre, a partir de deberes intrínsecos. Esta forma de pensar sólo se consolida en la adolescencia. Durante esta etapa, la persona empieza a entender que vivimos en sociedad, y que hay reglas necesarias para la convivencia. En ese sentido, estaría mal entrar a robar en la farmacia. Pero, por otra parte, hay derechos de mayor peso que otros, de forma tal que, quizás el hombre no actuó mal al entrar a robar, pues con eso, estaba resguardando para su esposa el derecho a vivir. En esta fase del desarrollo moral, lo importante son los principios, mucho más que los beneficios pragmáticos que se ganen en un momento en particular.
Como ves, Belén, los seres humanos variamos mucho con la edad. Es importante conocer cómo se comporta y cómo piensa cada grupo etario, pues en cada caso, se requiere de atenciones distintas. Ya sabes que no puedes tratar al peque Eduardo, del mismo modo en que tratas a tu hermanito, pues tienen edades distintas. Estoy seguro de que, cuando vuelvas a cuidarlo la semana que viene, se dormirá plácidamente en tus brazos. Se despide, tu amigo Gabriel.

domingo, 29 de octubre de 2017

Los zombis de "La serpiente y el arcoíris"

            Me cuesta entender a las personas que disfrutan sintiendo miedo. Estoy seguro de que los neurocientíficos tienen buenas teorías para explicar cómo el placer y el temor están asociados, pero en mi caso, yo prefiero obviar la explosión de adrenalina. Por eso, nunca me he interesado en las películas de terror. Pero, en vista de que hay que probar todo en la vida, decidí ver La serpiente y el arcoíris, de Wes Craven.
            Narra la historia de un antropólogo norteamericano que viaja a Haití, tras recibir rumores de que unos sacerdotes locales (los bokor) tienen polvos para convertir a las personas en zombis. En Haití, el antropólogo se debe enfrentar a policías corruptos que usan el vudú para su propia ventaja. Al final, y tras una larga de serie de imágenes sobrenaturales perturbadoras típicas del cine de terror y de Wes Craven, el antropólogo vence a sus adversarios. Como siempre, el bien prevalece sobre el mal.

            Las viejas películas de Hollywood, fascinadas con el vudú tras la ocupación militar norteamericana de Haití a principios del siglo XX, presentaban una visión muy caricaturesca de la religión en Haití. La serpiente y el arco iris trata lo más que puede de evitar esto, y se esfuerza en recrear una atmósfera propia de la nación caribeña. No creo que los haitianos se hayan ofendido con esta película.
            Pero, yo seguiría prefiriendo una versión cinematográfica más leal al libro original de Wade Davis, en el cual supuestamente se basa esta película. En ese libro, Davis cuenta la historia de Clairvius Narcisse, un hombre que fue declarado muerto y enterrado, y dieciocho años después, apareció deambulando en su aldea en Haití. Según Davis, algún bokor administró una poción con tetorodotoxina, un químico que se encuentra en el pez globo (el mismo que se usa para preparar el arriesgado plato que mata a varios japoneses al año). Ese químico hizo que Narcisse diera la apariencia de estar muerto; luego fue desenterrado, se le dieron drogas para que se recuperara, pero en tanto ya el daño cerebral estaba hecho, se convirtió en un zombi que trabaja como esclavo para el sacerdote que le dio la poción.

Si bien Davis, como casi todos los antropólogos, escribió este libro con un tono relativista (demasiado relativista, en realidad), respetando las creencias locales, siempre conservó su racionalismo y nunca se atrevió a admitir que la brujería realmente existe. La película de Craven, en cambio, asume el propio misticismo haitiano, e incorpora al film imágenes que dan crédito a las creencias sobrenaturales. Supongo que tengo un prejuicio racionalista, pero yo sigo prefiriendo películas que prescinden de lo sobrenatural.

viernes, 27 de octubre de 2017

Carta a Belén sobre la psicología evolucionista



Querida Belén:

¡Vaya historia la que me has contado sobre tu amiga Ramona! Yo sabía que ella era adoptada, pero jamás imaginé que tuviera una hermana gemela. Me da gusto saber que ahora, ya como adultas, se han conocido.
Te diré que no es tan extraño que, cuando dos gemelos separados al nacer se encuentran, descubren que tienen muchas cosas en común. Ha habido muchísimos casos así, sobre todo cuando se trata de gemelos unicigóticos. En ocasiones, una mujer puede producir dos óvulos, que son fecundados por dos espermatozoides distintos. En esos casos, se diría que son gemelos no idénticos, o bicigóticos (porque vienen de dos cigotos distintos). Pero, en otras ocasiones, una mujer puede producir un óvulo que es fecundado por un solo espermatozoide, pero al dividirse, genera dos embriones. De este proceso, nacen dos niños. A ésos se les llama gemelos unicigóticos (porque originalmente vienen de un solo cigoto). Ramona es una de ese tipo de gemelos.
A un psicólogo de inicios del siglo XX, Francis Galton, le interesó mucho estudiar los gemelos. Él se propuso investigar las semejanzas entre gemelos, y encontró muchas. Desde entonces, los psicólogos han hecho muchísimos estudios sobre la conducta de los gemelos. A ellos les da curiosidad saber cómo una persona como Ramona, aun sin jamás haber conocido a su hermana gemela, puede parecerse tanto en su personalidad.

Cuando se trata de la conducta, los gemelos unicigóticos se parecen más entre sí que los gemelos bicigóticos. Esto no sorprende. Los gemelos unicigóticos tienen exactamente los mismos genes. En cambio, los gemelos bicigóticos comparten genes, pero no más que con cualquier hermano que haya nacido en otro parto. Los genes son algo así como un conjunto de letras que todos llevamos en nuestras células desde el propio momento de la concepción (las heredamos de nuestros padres cuando el espermatozoide se une con el óvulo), y que sirven como códigos para determinar o condicionar muchas de nuestras características.
Algunas de nuestras conductas son genéticas. Esas conductas son instintivas: no necesitamos que nadie nos las enseñe, porque ya nacemos con ellas. Pero, muchas otras son aprendidas. Es difícil precisar cuáles conductas están en los genes, y cuáles conductas son más bien aprendidas. Los psicólogos llevan años discutiendo si la conducta está más regida por la naturaleza o la crianza. A decir verdad, la mayoría de nuestras conductas surgen de una combinación de los genes y el ambiente. Los genes pueden predisponernos a hacer ciertas cosas, pero la crianza las refuerza.
Cuando los psicólogos se encuentran con casos como los de Ramona, eso es una magnífica oportunidad para tratar de formarse una idea de cuáles conductas están en los genes, y cuáles no. Si, supongamos, Ramona y su hermana son ambas zurdas, aún sin haberse criado juntas o siquiera haberse conocido, entonces eso es motivo para pensar que el ser zurdo seguramente tiene una firme base genética. Además, si en algunos rasgos de la conducta, dos gemelos monocigóticos se parecen más que dos gemelos bicigóticos, entonces eso también es evidencia de que esa conducta tiene una base genética.
Los psicólogos llevan décadas estudiando a los gemelos, y han encontrado que muchos rasgos tienen bases genéticas, aunque por supuesto, algunos en mayor grado que otros. La orientación sexual, la agresividad, algunas emociones, varias enfermedades mentales, y el nivel de inteligencia, tienen bases genéticas. Además, los antropólogos han descubierto que muchas conductas son universales en la especie humana, incluso en casos de culturas que han estado aisladas. Eso, de nuevo, es evidencia de que esas conductas tienen bases en los genes.
Además de estos estudios, para entender mejor cuáles conductas tienen bases genéticas, los psicólogos también se imaginan cómo era la vida de nuestros ancestros en la sabana africana. Muchos de los genes que condicionan nuestras conductas, reflejan aquellas circunstancias. Aquellos individuos que tuvieran genes para conductas que no les permitieran sobrevivir en aquellas condiciones, morían sin dejar descendencia, y así, esos genes no se pasaban a la siguiente generación. Así pues, nosotros llevamos genes para conductas que permitían a nuestros ancestros sobrevivir en la sabana africana.
Ten presente, Belén, que la especie humana se originó en la sabana africana hace más o menos doscientos mil años. La vida en aquel entonces era muy distinta a la actual. Nosotros ahora vivimos en grandes ciudades, pero apenas llevamos viviendo en ambientes como éstos, tres o cuatro siglos. Y, esa disparidad entre el ambiente en el cual evolucionamos como especie, y el ambiente en el cual vivimos actualmente, hace que, muchas veces, nuestras conductas genéticas no se correspondan bien con nuestras actuales condiciones.
Piensa, por ejemplo, en la comida. ¿Te gustan las golosinas, los donuts, los helados, los chocolates, y demás delicias? ¡A mí me encantan! Con todo, como seguramente sabes, estas comidas no son muy saludables. ¿Por qué nos gusta tanto lo poco saludable? Te aseguro que no son tentaciones del demonio. Seguramente tenemos genes que hacen que nos gusten tanto estas comidas.
En la sabana africana, nuestros ancestros tenían que buscar comida, y era muy fácil morir de hambre. Las comidas dulces tienen muchas calorías. Así pues, a quien le gustara el sabor dulce, tenía más probabilidades de sobrevivir la hambruna, porque consumía más calorías. En cambio, a quien no le gustara lo dulce, consumía menos calorías, y moría. De ese modo, el gen que determina el gusto por lo dulce se pasa a la siguiente generación, mientras que el gen que determina la repulsión por lo dulce, muere con la persona.
El problema, por supuesto, es que a diferencia de lo que ocurría en la sabana africana, nuestra sociedad tiene la capacidad de producir calorías excesivamente, y eso hace que los genes que en aquella época nos salvaban la vida, ahora sean una amenaza. Pues, seguimos teniendo el gusto por lo dulce, y al consumir ahora excesivamente calorías, nos enfermamos.
Un aspecto genético de la conducta que a los psicólogos les interesa mucho estudiar, es el altruismo. ¿Por qué a veces somos muy caritativos, y otras veces somos muy egoístas? De nuevo, la respuesta tiene que ver con cómo los genes se pueden pasar a la siguiente generación. Si una persona es muy altruista y siempre se sacrifica por los demás, al final, los otros se terminarán aprovechando de él. Y así, el altruista a la larga sobrevivirá en menor proporción que el aprovechador. Charles Darwin, el biólogo del siglo XIX que describió cómo ocurre la evolución, decía que, en la naturaleza, existe una lucha por la supervivencia. Quien tenga genes para ser altruista no vencerá en esa lucha por la supervivencia. A la larga, esos genes desaparecen, pues no permiten sobrevivir.
Pero, es indiscutible que en el mundo hay personas altruistas. ¿Cómo, entonces, se pudieron preservar los genes que determinan la conducta altruista? El propio Darwin se planteó este problema muchas veces, y nunca lo pudo resolver. Pero, si lo piensas, Belén, no es tan difícil. No siempre el ayudar a otros hace que los demás se aprovechen de nosotros. Si ayudamos a los otros, eso a la larga puede hacer que los demás también nos ayuden a nosotros. Y, en ese sentido, el altruismo es muy ventajoso. Pero, por supuesto, es sólo ventajoso si el altruismo es recíproco. En la sabana africana, nuestros ancestros necesitaban ayuda. Nadie era capaz de sobrevivir por cuenta propia. Y así, si alguien tenía genes que promovían una conducta caritativa con los demás, eso podría aumentar sus probabilidades de sobrevivir, y pasar esos genes a la siguiente generación.
Mucha gente se pregunta si el altruismo realmente existe. No te negaré que, en el mundo, hay personas genuinamente desinteresadas, que hacen el bien a los demás sin esperar nada a cambio. Pero, francamente, son la minoría. En el altruismo, suele haber un interés propio. Rasco tu espalda, pero siempre con la expectativa de que, en un futuro, tú también rascarás la mía.
Con todo, no toda forma de altruismo es recíproca. En efecto, como te digo, hay personas que son caritativas, sin esperar nada a cambio. Tú misma, Belén, eres caritativa con tu hermana Victoria, sin necesariamente esperar que ella te devuelva el favor. Pero, ahí está la clave: el altruismo no recíproco ocurre mucho más entre parientes. Si te sacrificas por un extraño, y ese extraño nunca te devuelve el favor, entonces eso te coloca en una desventaja para pasar tus genes a la siguiente generación. Pero, si te sacrificas por un pariente y ese pariente nunca te devuelve el favor, eso todavía puede seguir siendo una ventaja para pasar tus genes a la siguiente generación.
Pues al sacrificarte por un pariente, puede ser que tú misma no pases tus genes a la siguiente generación. Pero, tu pariente sí lo hará. Tu pariente comparte contigo muchos genes, de forma tal que, en cierto sentido, tu pariente se encargará de transmitir tus propios genes. Así pues, los genes que determinan ser altruista hacia los parientes siguen presentes en la siguiente generación.
Los psicólogos han corroborado esto en muchas ocasiones. Por regla general, cuanto más cercana sea una persona en una relación de parentesco, más altruista somos hacia ella. Seguramente tú serás más altruista hacia tu hermana Victoria, que hacia tu primo Joaquín. Pero, a la vez, tú serás más altruista hacia Joaquín, que hacia cualquier otro chico de tu colegio, que no sea parte de tu familia.
Incluso, esta diferencia se nota en el trato a los hijastros. ¿Recuerdas la historia de la Cenicienta? La madrastra trataba muy mal a la pobre Cenicienta. Pues bien, no es muy común que los padrastros maltraten a los hijastros. Pero, sigue siendo cierto que un niño tiene muchas más probabilidades de ser maltratado si vive con su padrastro, que si vive con su padre biológico. En otros animales, esto ocurre a lo bestia. Por ejemplo, cuando un león conforma un harén y toma a varias leonas, mata a las crías que no son suyas, y se encarga de cuidar a las que sí son suyas. Desde un punto de vista genético, tiene sentido. El león elimina a quienes no llevan sus genes, y favorece a quienes sí llevan sus genes.
Así pues, Belén, los genes que llevamos son aquellos que permitieron a nuestros ancestros, o bien sobrevivir, o bien pasar esos propios genes a la siguiente generación. Y, en ese sentido, muchas de nuestras conductas sexuales tienen también firmes bases genéticas.
¿Por qué me gustan las mujeres con nalgas protuberantes? No creo que haya sido porque mis padres me llevaron al Museo del Prado a ver Las tres gracias (una pintura de Rubens, que muestra a tres mujeres con sendas nalgas) cuando era niño. Seguramente tengo genes que condicionan mi gusto por las nalgonas. Las mujeres nalgonas suelen ser más fértiles que las mujeres con el culo como una tabla lisa. Así, quien tuviera genes para el gusto por la nalgona y se apareara con ella, tendría más hijos que quien tuviera genes para el gusto por el culo como una tabla lisa. Naturalmente, pues, los genes para el gusto por las nalgonas se transmiten más, y eso hace que hoy los hombres tengamos esos genes.
La mayoría de los rasgos en las mujeres que los hombres encontramos muy sexy, tienen una relación con la fertilidad: labios rojos e hinchados, cabello radiante, senos levantados, cintura proporcionalmente más pequeña que la cadera, etc. Nuestro gusto por todo eso tiene una base genética, por el mismo mecanismo que te acabo de explicar. Por supuesto, cuando una mujer se coloca labial, eso no hace que aumente su fertilidad. Pero, nuestro cerebro, al ver el labio más rojo de lo normal, interpreta que la mujer está en período fértil, y eso hace que inconscientemente sintamos atracción por ella.
Hay hombres más promiscuos que otros. Pero, por regla general, los hombres tienen una inclinación a desear tener sexo con más de una mujer. De nuevo, piensa en la sabana africana. El hombre con genes que codifican gusto por una sola mujer, tuvo menos hijos que el hombre con genes que codifican el gusto por varias mujeres a la vez. El promiscuo, al tener sexo con más mujeres, tiene más hijos, y de ese modo, los genes de la promiscuidad se transmiten más fácilmente a la siguiente generación.
Pero, lo mismo no aplica a las mujeres. Las mujeres más promiscuas no necesariamente pasan sus genes más fácilmente. Pues, una vez que queda embarazada, una mujer no podrá tener hijos adicionales si copula con varios hombres más. Pero, en vista de que la promiscuidad no resulta ventajosa para pasar genes a la siguiente generación, quizás hay otras formas de hacerlo. En vez de tener genes para la promiscuidad, las mujeres tienen genes para ser más selectivas a la hora de elegir compañeros sexuales.
Puesto que el hombre tiene un período de fertilidad más prolongado, la mujer no busca tanto en el hombre señas de juventud y fertilidad (como sí lo hace el hombre al seleccionar a la mujer), sino más bien, señas de prestigio y poder económico. Pues, con crías vulnerables, como las humanas, se necesitan más recursos. Así, la mujer está dispuesta a aparearse, pero exige al hombre que provea recursos; de esa manera, esos recursos servirán para proteger a las crías, y así, éstas tendrán más chance de sobrevivir, permitiendo a la mujer divulgar más sus genes.
Es por eso común ver a hombres mayores y adinerados, con mujeres bellas y jóvenes. El hombre se siente más atraído por los signos de fertilidad, y éstos tienen una íntima relación con la juventud y lo que consideramos bello en una mujer. La mujer, en cambio, se siente más atraída por el poder y los recursos acumulados.
También es cierto que los hombres tienen más genes para ser celosos. El hombre nunca puede estar completamente seguro si, al esperar un hijo, es realmente suyo. Siempre es posible que la mujer le haya sido infiel. Por eso, los hombres celosos pasan sus genes con más frecuencia que los no celosos. Al ser posesivo con la mujer, el hombre celoso se asegura de que ella sólo tiene sexo con él, y el hijo que esperan realmente lleve sus genes. Al hombre no le interesa tanto la fidelidad romántica. Lo que realmente le hiere es la infidelidad sexual, pues a fin de cuentas, eso es lo que perjudica sus posibilidades de pasar sus genes.
La mujer, en cambio, siempre puede estar segura de que el hijo que espera es suyo. Por esa razón, el ser celosa no es tan ventajoso para pasar sus genes. Con todo, las mujeres pueden sentir celos, pero de otro tipo. Recuerda que la mujer se fija especialmente en un hombre que sea capaz de ofrecer recursos, porque los necesita para proteger a su cría. Y, sus celos precisamente tienen que ver con esto. La mujer no se molesta tanto cuando el hombre tiene sexo con otras mujeres. Pero, sí se altera mucho más cuando se entera de que el hombre tiene un apego romántico con otra mujer, pues a la larga, ese apego romántico implica una pérdida de recursos.
En muchos casos, la violencia doméstica está asociada con los celos. ¿Por qué es más común que el hombre dé palizas a la mujer, y no al contrario? Quizás los hombres sean más intrínsecamente violentos. Pero, también tiene mucho que ver el hecho de que el hombre es más celoso. La mayor parte de las veces, el maltrato surge como consecuencia de que el hombre sospecha (por lo general, sin evidencia) que la mujer le es infiel. Y, si el hombre sospecha de algún amante en particular, hay también riesgo de que intente agredirlo.
Estas cosas pueden parecerte muy exageradas. Quizás pienses que todo esto describe a Otelo (ya sabes, la famosa obra teatral de Shakespeare sobre un moro que se obsesiona con los celos, y termina matando a su esposa), pero no a la vida real. Pero, lamentablemente, estas cosas son más frecuentes de lo que puedes creer. Unos psicólogos, Martin Daly y Margo Wilson, escribieron un famoso libro sobre las estadísticas de asesinatos. Ellos descubrieron que los crímenes por celos son muchísimos más comunes que otros tipos de asesinatos.
Y, también es cierto, Belén, que los hombres tienen alguna propensión a violar mujeres. Hay algunos psicólogos que opinan que la violación en realidad no tiene nada que ver con el sexo. Según estos psicólogos, cuando un hombre viola a una mujer, lo hace porque quiere ejercer poder; su intención es humillar a la mujer, más que tener sexo propiamente. Quizás sea así en algunos casos. Pero, a mí me parece más razonable lo que dicen otros psicólogos: la violación sí tiene que ver con el sexo, y de hecho, los hombres llevamos genes de violadores. Piensa en ello: la violación es una forma de propagar genes.
Lamentablemente, algunas personas creen que los psicólogos que defienden esta teoría sobre la violación, en el fondo están justificando al violador, e incluso culpando a la propia víctima. No es así. La violación es terrible, y nunca la mujer es responsable de semejante suplicio. Pero, a mí sí me parece, que es importante conocer esta información para protegerse mejor frente a los violadores. Si, a la larga, la motivación de la violación es el sexo, entonces las mujeres que están en mayor riesgo de ser violadas son las más jóvenes, y aquellas que exhiban mayores rasgos de fertilidad. Jamás podría yo decir que una mujer merece su propia violación, por ir en minifalda. Pero, yo sí te diría, Belén, que con muchachos extraños, algunas vestimentas podrían colocarte en mayor riesgo. Usa esta información para cuidarte.
En fin, la violación no es la única forma de propagar genes. Quizás, a la larga, el ser caballeroso da más resultados, y se puede tener más sexo de esa forma. Por eso, seguramente los hombres también llevamos genes para ser dandis. Pero, parece bastante probable que cuando un hombre no consigue mujeres por la vía caballerosa, se activan más sus genes de violador, y esto a la larga lo vuelve más violento.

Te decía que seguramente los hombres llevamos genes de promiscuidad. Pero, a la vez, tenemos genes para ser celosos. Eso hace que queramos tener varias mujeres, pero no queremos que esas mujeres estén con otros hombres. Como comprenderás, esto a la larga genera problemas. Por cada mujer adicional que tenga un hombre, otro hombre se queda sin pareja. Y recuerda, Belén, que al quedarse sin pareja, ese hombre se vuelve más violento.
Es por ello que, por regla general, las sociedades que practican la poliginia (es decir, que un hombre se pueda casar con varias mujeres) terminan siendo más violentas. Y así, si bien los genes para la promiscuidad pudieron ser ventajosos, también resultaban desventajosos, pues hacía que los hombres se terminaran peleando entre sí. Por eso, si bien los hombres tenemos cierta inclinación hacia la promiscuidad, en líneas generales, nuestros genes nos condicionan más a formar relaciones de monogamia (es decir, con una sola mujer).
Hay otro motivo por el cual seguramente también tenemos una inclinación genética a la monogamia. A diferencia de otros animales, para nosotros los humanos, tener un bebé es muy difícil. Ya lo verás cuando seas madre. Los bebés humanos son muy vulnerables. Y así, requieren de la atención, no solamente de la madre, sino también del padre. Si el padre tiene muchas mujeres, no puede atender suficientemente bien a los bebés. El ser polígamo puede ser una ventaja para tener muchos hijos, pero no es tan ventajoso para asegurarse de que esos hijos sobrevivan.
Por supuesto, esto no se cumple estrictamente. Ya sabes que hay mucha gente que, como dirían en mi pueblo, echa una canita al aire. Pero, estos deslices son más bien ocasionales. Lo que sí es más común, es que el hombre, a pesar de tener un instinto que favorece a la monogamia, se termina aburriendo, y quiere otra mujer. Pero, recuerda que es difícil tener varias mujeres a la vez. A la larga, termina abandonando a la primera mujer, y toma a otra, para formar una nueva relación monógama. Los psicólogos llaman a eso monogamia serial, y yo te diría que es la condición más natural de la especie humana. Por eso yo me sorprendo tanto cuando me entero de que algún amigo se ha divorciado y se ha vuelto a casar.
Te he descrito varias conductas que tienen base genética. Pero, no son camisas de fuerza. Recuerda que la conducta humana probablemente se conforma como una combinación de los genes y el ambiente. Y, tampoco asumas que estás bajo la obligación de comportarte como tus genes te condicionan. Mucha gente se rebela contra sus genes, y no pasa nada. Si, en vez de tener un solo novio, quieres tener tres, eso es cosa tuya. Sólo te comento qué tipo de conductas son más probables en la especie humana. Tú decidirás qué hacer con esa información, y vivir como mejor te plazca. Por mi parte, siempre y cuando no hagas daño a otras personas, yo no te juzgaré.
Además, Belén, también debo advertirte que no todos los psicólogos están convencidos de estas teorías sobre los genes y sus influencias en nuestras conductas. A decir verdad, todo esto es más especulación, que verdadera ciencia. En otras cartas, te he comentado sobre varios experimentos en la historia de la psicología. Cuando se trata de estas teorías, no hay verdaderos experimentos. Yo no te diría que estas teorías son como los disparates de Freud. Las teorías sobre los genes y la conducta tienen sentido. Pero, aún faltan comprobaciones más firmes.
Deberías acompañar a Ramona en estos momentos. Un famoso psicólogo, Alfred Adler, decía que los hermanos menores terminan sintiéndose inferiores. Yo no sé si esto es verdad, pero el hecho es que Ramona es la menor de tres hermanas. Así, además de su posible sentimiento de inferioridad por ser la menor, puede ser que también tenga sentimientos encontrados al enterarse de que es adoptada y que, encima, tuvo una hermana gemela a quien no había conocido. Si quieres, piénsalo incluso en los términos del altruismo recíproco sobre lo cual te he escrito en esta carta: apoya a Ramona hoy, porque así, seguramente ella te apoyará cuando tú también tengas revoltijos emocionales. Se despide, tu amigo Gabriel.