viernes, 11 de abril de 2014

Comentario sobre la reseña de José Castilla a "La teología ¡vaya timo!"



            José Antonio Castilla Gómez amablemente ha escrito una reseña bastante favorable de mi libro, La teología ¡vaya timo! acá. Me entusiasma saber que, en España, ya empieza a prosperar más la idea de que la teología no debe tener un sitial en el mundo universitario, al menos aquel financiado con recursos públicos. De este lado del charco, no obstante, aún falta mucho más por hacer, y espero que mi libro sirva para dar impulso a la lucha por sacar a la teología de las universidades.

            Quiero aprovechar para aclarar un asunto. Castilla escribe que, en mi libro, yo postulo que la interpretación de la serpiente como Satanás no procede de la Biblia. Quizás, en el libro, no me expresé claramente, y en ese caso, hago acá una fe de errata. Escribí esto en el libro: “En la época en que compuso el Nuevo Testamento, esta era la concepción que se tenía del diablo. Y se empezó a identificar a Satanás con figuras del Antiguo Testamento que, con toda seguridad, los autores judíos no habrían relacionado con el diablo. Así, por ejemplo, la serpiente que indujo al pecado a Adán en el relato del Génesis se interpretó como el mismísmo diablo, a pesar de que quien escribió el Génesis sólo tenía en mente, probablemente, a una serpiente”.
             Aclaro: la idea de que el diablo es la serpiente procede de la Biblia. El libro de Apocalipsis hace explícita esa identificación. (12:9; 20:2). Mi argumento es que, el autor del Génesis seguramente creía que la serpiente es sólo una serpiente; para este autor, ni siquiera existe el concepto del diablo. En cambio, seis siglos después, el autor de Apocalipsis identifica a esa serpiente con el diablo.
            En torno a la discusión que yo elaboro sobre el problema del mal, Castilla hace una objeción muy razonable y común: “¿de dónde surge la necesidad supuestamente racional de que ese Dios sea bueno? Puede que Dios (sea lo que sea) exista y que sea malo (se entienda por esto lo que se quiera entender). La existencia de un ser omnipotente (sea lo que esto sea) no implica atributo moral alguno, ni positivo ni negativo (los griegos estaban convencidos de que Zeus era malo; luego llegaron Hesíodo y Esquilo, con su Zeus justiciero)”.
            En efecto, esto pareciera ser un mero asunto semántico. No es lógicamente imposible que exista un dios omnipotente que no sea bueno. Pero, ya el mismo Epicuro se preguntaba que, si ese ente no es bueno y omnipotente, ¿para qué llamarlo ‘Dios’? En realidad, el asunto no es meramente semántico. Si Dios no es bueno, no amerita rezarle ni encomendarse a Él, ni pedirle bendiciones.
            Castilla también comenta lo siguiente: “Me parece impecable el razonamiento de que, en ausencia de indicios o pruebas, en las discusiones teológicas el único factor que inclina la balanza hacia un disparate A o su opuesto B es el empleo de la violencia, pero no estoy seguro de que el verdadero móvil de semejantes luchas sea la creencia sincera en esos disparates. ¿Es descabellado pensar que esos debates teológicos no constituían más que una comparsa de la lucha por el poder y la riqueza? ¿No se han dado y se dan esos resultados trágicos al margen de la Teología y las religiones? ¿No son éstas sino una manifestación más de la voluntad de poder, que también se da, por ejemplo, en los escépticos?”.
            A esto, yo respondo: ciertamente, mucha violencia religiosa obedece más a juegos del poder y ansias de riquezas, que a verdaderas convicciones teológicas. En el libro, por ejemplo, narro cómo, en el Concilio de Nicea, a Constantino le interesaba la unidad del imperio, no la verdad teológica. Y, así, la persecución de los arrianos tuvo más motivos políticos que de cualquier otra índole. Pero, me temo que sería simplista alegar que la violencia nunca ha tenido genuinas motivaciones  religiosas. Siempre se ha creído, por ejemplo, que las Cruzadas fueron un cínico movimiento para expandir la influencia política del papa y las elites que gobernaban Europa. No dudo de que hubiera sido así, pero por otra parte, el vulgo acudía a aquellas demenciales empresas militares, bajo una genuina convicción de que era necesario liberar los lugares santos, y que la muerte en la batalla se compensaría con una vida eterna en el Paraíso.
            Respecto a la resurrección de Jesús, Castilla opina: “¿Por qué otorgarles credibilidad a sujetos que estaban altamente interesados en transmitir noticias falsas, cuando es evidente que todos nosotros estamos mintiendo a diario y sobre cuestiones que van de lo trascendental a lo más insignificante? Por lo demás, ni siquiera sabemos si los apóstoles verdaderamente estuvieron dispuestos a morir por esas creencias”.
            Yo respondo: es verdad que cabe presumir que los relatos sobre el martirio de los apóstoles fueron muchas veces exagerados. Pero, me parece razonable admitir que, al menos, algunos sí estuvieron dispuestos a ir al martirio. En todo caso, la hipótesis que Castilla (y muchas otras personas inteligentes, vale destacar) propone tiene una cierta resonancia con las teorías de conspiración que hoy tanto deleitan a las masas. Si acaso las historias sobre la resurrección de Jesús están montadas sobre una mentira deliberada, no creo que se haya tratado de un gran complot siniestro. Un primer mentiroso habría dicho algo, y los demás, muy crédulos como resultado de la disonancia cognoscitiva (trataban de darle algún sentido a la muerte de Jesús), cayeron en la trampa. En asuntos como éste, nunca podremos estar seguros, pero yo prefiero inclinarme más por la idea de que no hubo mentira, sino más bien, alguna forma de alucinación original.
            Castilla dice también que él prefiere la teología tradicional, a la teología que se mezcla con ciencia y racionalidad, porque al menos, la primera tiene las cosas más claras. No sé bien qué decir sobre esto, realmente no sé bien cuál es peor. Ciertamente, la teología de antaño es más coherente. Pero, la teología moderna por lo menos hace ella misma una fisura que podría permitir derrumbar todo el edificio de especulaciones. Al final, yo me inclinaría por sostener que la teología tradicional es peor: aun si en la cabeza de los teólogos liberales hay mucha confusión, prefiero a quien alegue que las convulsiones son producto de la epilepsia, y no de las posesiones demoníacas.

miércoles, 9 de abril de 2014

Reseña a "La teología ¡vaya timo!". Autor invitado: José Antonio Castilla Gómez




Ya era hora. Como el propio autor señala en la introducción, la valentía que muchos han mostrado a la hora de atacar a las pseudociencias y supercherías en general ha faltado por sistema cuando se trataba de denunciar los disparates de la Teología. Esa renuencia reside, según creo, en el hecho de que la creencia en Dios y, por ende, los asuntos de la Teología han constituido una parte fundamental de la cultura occidental y en especial de su sistema educativo, sin solución de continuidad hasta nuestros días. Meterse con creencias de nuevo cuño que en nuestra cultura nunca han gozado de prestigio (el reiki, el feng shui, la homeopatía, etc.) o con otras más añejas pero nunca incorporadas a la "oficialidad" (la astrología, las distintas mancias) resulta ser una tarea tolerable y hasta desapercibida, pero atacar a quienes forman parte de aquel sistema sociocultural y de todo su entramado institucional puede equivaler a caer en desgracia. Dicho de otro modo: ridiculizar el horóscopo no importa nadie, pero mofarse de la Biblia o del Papa es una blasfemia.


Una consecuencia inevitable de ese miedo reverencial a ofender las sensibilidades de nuestros parientes, amigos, colegas y jefes creyentes ha sido la absurda idea de que el Conocimiento (la Ciencia) y las creencias (la Teología) pueden convivir pacíficamente si uno y otras se mantienen confinadas en sus límites de actuación, como defendió Stephen Jay Gould. Muy pocos, como Gabriel Andrade, han dictaminado con la contundencia necesaria lo erróneo de ese pensamiento inerte: "Esto es ingenuo en el mejor de los casos; y en el peor, incoherente. Es ingenuo porque es sencillamente falso que la teología se ocupe sólo de lo que está más allá del mundo natural. La teología nos habla de nacimientos, vírgenes, resurrecciones, apocalipsis y regresos de Cristo. Eso concierne a este mundo, no a otro" (pág. 183). Esa idea, que en última instancia parece remontarse a las enseñanzas escolásticas acerca de la fe y la razón, está hoy plenamente en boga, y no poco entre los propios científicos, quienes llevados por la inercia y el ñoño respeto al entramado institucional, se han dejado meter ese vergonzoso gol... de un equipo francamente malo. Otros no lo han hecho por inercia, sino por la sed de preservar la validez de sus creencias. No sé cuál de las dos actitudes es más triste. El libro de Andrade, en medio de este panorama que bascula entre lo rancio y lo esnob, es una bocanada de aire fresco, una mofa en mitad de las risas enlatadas.

Una de las reflexiones más agudas y valiosas del autor (que conocemos por otras publicaciones suyas, entre ellas El posmodernismo ¡vaya timo!) es la que sostiene que la creencia incuestionada en Dios, la fe, supone una defensa del relativismo, en la medida en que, si somos consecuentes, ese mismo acto de fe debe conducirnos a creer en cualquier otra deidad y en general entidad cuya existencia se nos proponga con igual ausencia de pruebas (pág. 21).

No sólo eso. El aspecto puramente expositivo de la obra no se queda atrás. La abundancia de datos históricos referidos a creencias, disputas teológicas, concilios, herejías no sólo nos suscita fruición a quienes amamos esos temas desde la distancia del escéptico que anhela conocer, sino que además nos aporta conocimientos tan curiosos como inestimables, entre ellos, la interesante evolución de la concepción que sobre el Diablo se tuvo desde el Antiguo Testamento hasta después del Nuevo (por ejemplo, la interpretación de la serpiente como Satanás no procede de la Biblia, pág. 156).

No obstante, me gustaría oponer a algunas de las reflexiones y conclusiones del autor sendas objeciones. La primera se refiere al problema del sufrimiento como obstáculo a la creencia en la existencia de Dios (págs. 40 ss). No voy a entrar ahora en la cuestión de si al hablar de justicia, bondad y sufrimiento no estamos incurriendo en el mismo defecto de la Teología cuando se enfrasca en disquisiciones sobre ángeles y demás entes metafísicos, construcciones mentales). Me limitaré a señalar un defecto formal en el razonamiento de partida: asumiendo la existencia de Dios, ¿de dónde surge la necesidad supuestamente racional de que ese Dios sea bueno? Puede que Dios (sea lo que sea) exista y que sea malo (se entienda por esto lo que se quiera entender). La existencia de un ser omnipotente (sea lo que esto sea) no implica atributo moral alguno, ni positivo ni negativo (los griegos estaban convencidos de que Zeus era malo; luego llegaron Hesíodo y Esquilo, con su Zeus justiciero).

La segunda la dirijo a los supuestos resultados trágicos de la Teología (pág. 161), a saber, cazas de brujas, quemas de herejes, inquisición y guerras. Me parece impecable el razonamiento de que, en ausencia de indicios o pruebas, en las discusiones teológicas el único factor que inclina la balanza hacia un disparate A o su opuesto B es el empleo de la violencia, pero no estoy seguro de que el verdadero móvil de semejantes luchas sea la creencia sincera en esos disparates. ¿Es descabellado pensar que esos debates teológicos no constituían más que una comparsa de la lucha por el poder y la riqueza? ¿No se han dado y se dan esos resultados trágicos al margen de la Teología y las religiones? ¿No son éstas sino una manifestación más de la voluntad de poder, que también se da, por ejemplo, en los escépticos?

La tercera incide en el problema de la pretendida resurrección de Jesús (y otros hechos sobrenaturales, págs.84 ss). No creo necesario recurrir a tantas hipótesis que expliquen históricamente el dato aportado por las fuentes bíblicas. Todas son harto improbables, como el propio autor se encarga de señalar. Existe tras cualquier narración inverosímil un móvil bien conocido, cotidiano, común a todos nosotros y no sólo a los mitómanos: la mentira. ¿Por qué otorgarles credibilidad a sujetos que estaban altamente interesados en transmitir noticias falsas, cuando es evidente que todos nosotros estamos mintiendo a diario y sobre cuestiones que van de lo trascendental a lo más insignificante? Por lo demás, ni siquiera sabemos si los apóstoles verdaderamente estuvieron dispuestos a morir por esas creencias.

Y la más importante de todas las objeciones, si bien Andrade en este punto también la deja caer, aunque en mi opinión sin la suficiente contundencia. Si bien parece que la Teología liberal supone un progreso con respecto a la antigua Teología, en la medida en que se aleja del estudio de ángeles, demonios y demás entidades sobrenaturales, y hace un mayor uso de la racionalidad, prescindiendo de lecturas literales de la Biblia y de conceptos tradicionales como Dios o infierno (págs. 180 ss), tengo serias dudas de que esta Teología New Age (Dios es amor) sea de algún modo preferible a la tradicional (Dios te condena al infierno). Al menos ésta se mostró abiertamente como lo que es, sin complejos, sin dobleces, y siempre, dentro de su demencial sistema de creencias, ha sido consecuente en su fidelidad a la Biblia o la autoridad (sí, con las contradicciones que queramos denunciar). En cambio, los modernos teólogos son como gorrones que, tomando de la Ciencia sólo lo que les interesa, lo aplican a las creencias, yendo de racionales, cuando su discurso resulta, además de absurdo e irracional como siempre, claramente anticientífico y, por si eso fuera poco, falaz, confuso, la nada.


José Antonio Castilla Gómez
Madrid, España.
sphakteria@yahoo.es