lunes, 29 de junio de 2015

¿Debe prohibirse la bandera confederada?



Algunos episodios recientes de violencia racial en EE.UU. han hecho aparecer en esa sociedad un viejo debate: ¿debe prohibirse la bandera confederada? Esta bandera es ondeada comúnmente en regiones del sur de EE.UU. (los estados esclavistas que se separaron de la Unión en la guerra civil norteamericana), pero ofende a muchos ciudadanos, especialmente los negros.
Lo elemental acá, me parece, es la libertad de expresión. Es básicamente el mismo dilema respecto a la esvástica, Mein Kempf¸ y otros símbolos nazis en Europa. Quizás, en las primeras décadas tras la Segunda Guerra Mundial, y el proceso de denazificación, fue necesario prohibir la exhibición de esos símbolos. Pero, ya ha pasado el tiempo, y el momento ha llegado para permitir esos símbolos, así como la negación del holocausto. Para ello, podemos esgrimir los mismos argumentos que John Stuart Mill empleaba a favor de la libertad de expresión: si la verdad está de nuestro lado, permitamos a los que están en error exponer sus símbolos y argumentos, y así, ellos mismos serán vencidos en el debate. Si no les damos esa oportunidad, no serán realmente vencidos, e incluso, cabrá la sospecha de que quizás sí tengan razón.

Esto tiene aún más justificación con el caso de la bandera confederada, un símbolo de hace siglo y medio (frente a apenas el medio siglo de los nazis). Se reprocha a la bandera confederada por ser representación de la esclavitud y la supremacía racial. Esto es una media verdad. La bandera confederada nunca se asumió como símbolo del racismo o la esclavitud, sino sólo como el símbolo nacional de un país que era esclavista, como tantos otros países esclavistas que ha habido en la historia. Es un símbolo nacionalista, que representa la cultura sureña de EE.UU., la cual es muchísimo más extensa que su mera defensa de la esclavitud. La esclavitud ha sido una institución universal en la historia de la humanidad, y si hemos de expurgar los símbolos de personas o gobiernos que alguna vez fueron esclavistas, entonces tendríamos que prohibir una enorme lista.
La media luna, la cruz y la estrella de David, por sólo mencionar los símbolos religiosos, tendrían que ser expurgados, pues las tres religiones monoteístas han defendido la esclavitud en algún momento. Si seguimos esta lógica, tendríamos que prohibir los bustos de Aristóteles, pues éste fue el principal defensor intelectual de la esclavitud desde la antigüedad. Del mismo modo en que podemos exhibir los símbolos del Islam, el cristianismo y el judaísmo, sin necesidad de vincularlos con la esclavitud, ¿por qué no puede hacerse lo mismo con la bandera confederada?
Pero, incluso, la alternativa a la bandera confederada, la actual bandera norteamericana (una versión de la cual, se ondeó en la guerra civil en los ejércitos de la Unión), no es tampoco ningún símbolo de progresismo. Así como los estados del sur defendían la continuidad de la esclavitud, Lincoln y los estados del norte defendían la deportación masiva de los antiguos esclavos negros, y la colonización de Liberia (desplazando a los nativos de aquel país). Si se asume que la bandera confederada es un símbolo de odio, ¿por qué no se asume que la bandera de la Unión también lo es?
Cuando el Norte ganó la guerra, impuso un severo régimen de opresión en el Sur. Lo ocupó militarmente, y adelantó una serie de leyes represivas. No se trataba ya de defender a la población de esclavos negros liberados, sino de castigar a la población blanca. Así, por ejemplo, la decimocuarta enmienda de la Constitución concedía ciudadanía a todos los ciudadanos (independientemente de su raza), y con esto, se eliminaba la discriminación racial. Pero, esa misma enmienda estipulaba que, quien hubiera participado en una rebelión, no tenía derecho al voto. Con esto, se aseguraba que la generación entera que luchó a favor de la Confederación en la guerra civil, quedase inhabilitada como electores, lo cual abrió paso para que una casta de políticos agresivos procedentes del norte (conocidos como los carpetbaggers), aprovecharan y se establecieran en el Sur depredando recursos y mano de obra.
A decir verdad, Lincoln pretendió una reconciliación con el Sur. Pero, sus sucesores republicanos no estaban interesados en esa reconciliación, y así, promovieron esa serie de medidas punitivas. Esa falta de cuidado propició que, cuando finalmente las tropas del Norte se retiraron una década después, la sociedad blanca sureña quedase aún más resentida. En parte, esto explica la aparición del Ku Klux Klan, y una vez que los blancos se hicieran nuevamente con el poder local, la formulación de las leyes segregacionistas de Jim Crow.

La supresión de la bandera confederada es una medida torpe. Si en efecto hay una escalada de tensiones raciales en EE.UU. (y yo francamente dudo de que sea tan grave como algunos medios quieren presentarlo), suprimir el reducto de la antigua sociedad sureña generará aún más resentimiento entre algunos blancos, y potencialmente, más violencia. En la sociedad multiculturalista, continuamente se nos dice que sería una torpeza pretender combatir el yijadismo prohibiendo el Corán. ¿Por qué cuesta tanto aplicar el mismo principio a la bandera confederada?

sábado, 27 de junio de 2015

El CNE y las cuotas electorales para las mujeres



            Después de que la Mesa de Unidad Democrática (MUD) en Venezuela celebrara sus primarias, pero antes de que lo mismo hiciera el partido de gobierno (el PSUV), el Consejo Nacional Electoral decretó que las listas de votación que inscriben los partidos políticos deben incluir al menos 40% de representación femenina. Con esto, las primarias de la MUD quedan invalidadas, y debe plantearse, o bien realizarlas nuevamente, o inscribir candidatos sin aprobación popular.
            Esto es a todas luces una jugarreta del gobierno. Con esto, queda demostrado que el CNE no es un ente verdaderamente autónomo, sino que esperó a que la MUD realizara sus elecciones, para implementar esta medida que perjudica a la MUD, pero no al PSUV. Hay una obvia coordinación entre el CNE y el PSUV: entre ellos comparten información que no extienden a la MUD.
 
            Previsiblemente, mucha gente reprocha esta medida. Pero, se reprocha básicamente su extemporaneidad, y no el contenido del decreto. A su juicio, está mal haber anunciado tarde la exigencia de que 40% de los candidatos sean mujeres, pero no está mal un sistema de cuotas electorales.
            Por mi parte, yo sí me opongo a un sistema de cuotas electorales. Venezuela se ha ufanado de tener un sistema electoral ampliamente democrático. En una plena democracia, rige el principio de universalidad: cada persona vale un voto. Si, bajo ese sistema, la mayoría decide elegir abrumadoramente hombres en la asamblea, lo democrático es respetar esa decisión popular. Un sistema de cuotas pretende colocar freno a la decisión de las mayorías.
            Muchas veces, las mayorías se equivocan eligiendo a populistas que manipulan al pueblo. Antaño, muchos países  pretendían remediar esto colocando freno al electorado. Así, por ejemplo, se exigía que, tanto para elegir como para ser electo, se cumplieran requisitos como saber leer y escribir, o tener propiedades. Con estas medidas se pretendía que llegaran al poder gente con un mínimo criterio político. En otras palabras, había cuotas electorales para las personas técnicamente preparadas, pues se corría el riesgo de que, en un voto verdaderamente popular, no llegasen, debido a que el populacho no simpatizaría con ellos.
            Este sistema de requisitos electorales ha sido justamente criticado como anti-democrático. Pero, hemos de caer en cuenta de que las cuotas electorales, sean basadas en el género o en grupos étnicos, obedecen básicamente al mismo principio. Es una forma de privilegio que atenta en contra de la universalidad del voto. El pueblo elige a una persona, pero otra, en virtud de sus genitales o color de piel, resulta ganadora, aun con la minoría de votos.
            El gobierno de Venezuela lleva años criticando al sistema electoral norteamericano, debido a que no es directo, sino que median los colegios electorales. En efecto, los padres fundadores de EE.UU. idearon un sistema electoral de voto indirecto que sirviese como amortiguador frente a una hipotética mayoría que se desquiciara eligiendo a un gobierno tiránico en contra de minorías. Esto puede hacer que resulten electos candidatos sin haber ganado el voto electoral, como ocurrió con el triunfo de Bush en 2000.
            La triste ironía es que, ahora, el gobierno venezolano promueve algo muy parecido al sistema de elección indirecta norteamericano. Ya no es el pueblo quien elige directamente a sus diputados para la asamblea. Ahora, hay un paso previo, un filtro que hace que el voto sea menos directo: antes de que el pueblo decida directamente, el CNE impone la cuota de género, y esto abre la posibilidad de que sea electo un candidaro, aún sin haber ganado el voto popular.
            Más aún, este sistema de cuotas electorales, es una variante de la llamada “acción afirmativa”, un sistema de discriminación que procede, nuevamente, de los propios EE.UU. La acción afirmativa es objetable por varios motivos, pero su principal problema es que destruye a la meritocracia: las posiciones no son asignadas en función del mérito individual, sino en función de un sistema de representación demográfica. Bajo este esquema, la excelencia ya no se usa como criterio para el establecimiento de jerarquías; ahora media también la pertenencia a un género o grupo étnico. El anti-americanismo ha crecido mucho en Venezuela durante los últimos años, pero irónicamente, cada vez copiamos más las cosas malas de los gringos.

jueves, 25 de junio de 2015

El sufrimiento animal y la violencia entre humanos



He escuchado hasta la saciedad el argumento según el cual, el maltrato a los animales es objetable, no solamente por motivos deontológicos (es decir, porque es un mal en sí mismo), sino también por motivos consecuencialistas: supuestamente, el maltrato animal contribuye a que el abusador termine maltratando a otros seres humanos. Son harto conocidas las historias sobre asesinos en series que, en su infancia, metieron a gatos en el horno (el psiquiatra J.M. MacDonald trató de formalizar estos alegatos en sus teorías sobre las conductas de la infancia que desembocan en psicopatías criminales).


El argumento parece de sentido común. El victimario se entrena con la violencia que ejerce contra animales, y al final, la termina proyectando contra la gente que está a su alrededor. Pero, como tantas otras discusiones sobre cualquier forma de entretenimiento violento, cabe también el contra-argumento: los espectáculos violentos pueden servir más bien de catarsis para drenar la violencia, y así evitar que desemboque en otros seres humanos reales. Esto aplica al boxeo, a los videojuegos, a las películas, y a tantas otras manifestaciones de violencia.
            Si esta teoría de la catarsis es verdadera, entonces cabe preguntarse si la híper sensibilidad por los animales no es más bien una forma de represión que, a la manera psicoanalítica, en vez de drenar la violencia, la reprime, y propicia que, inevitablemente, esa violencia reprimida termine por dirigirse a otros seres humanos.
Hace unos años, El Chigüire bipolar (una agencia venezolana de falsas noticias sarcásticas, al estilo de El mundo today, o The Onion), sacó este titular: “Indigente se disfraza de perro callejero para que sifrina [una chica pija, una burguesita] de ONG lo adopte”. El chigüire bipolar refleja muy bien escenas que yo he visto muchas veces en varios países: gente adinerada que tiene una obsesión con rescatar animales abandonados, pero que castiga con brutal indiferencia el sufrimiento de otros seres humanos. Una de estas chicas está dispuesta a dedicar horas a sacar garrapatas a un perro de la calle, pero es incapaz de ir a un barrio a jugar con niños pobres una tarde para hacerlos felices.
Hay un cierto tufo aburguesado en la hipersensibilidad por los animales. No deseo entrar en el terreno de las conspiranoias marxistas, de forma tal que no postularé que el movimiento por los derechos de animales es un invento ideológico burgués para evitar reformas sociales. Pero, sí deseo postular esto: la hipersensibilidad por los animales puede en ocasiones tener una relación inversa con la empatía con otros seres humanos. Es posible que el exceso de empatía con los animales desconecte a la gente frente a los sentimientos de otras personas. Quizás no sea tan casual que uno de los primeros gobiernos europeos en prohibir la experimentación con los animales, fue la Alemania nazi (la cual, como en el caso del infame Mengele, más bien promovió la experimentación con humanos).
Si esto es así (y, por supuesto, sólo adelanto una hipótesis que de ninguna manera está probada), entonces cabe postular como explicación lo que ya he sugerido más arriba: la ausencia de canalización de la violencia en muchos defensores de animales puede hacer que esta violencia eventualmente salga a flote en sus relaciones con otros seres humanos, al menos en la forma de indiferencia ante su sufrimiento. Resulta tentador pensar en el amor que Hitler tenía a Blondi, su pastor alemán. Esto, por supuesto, puede ser una burda falacia de asociación (Hitler también usaba bigote, pero no por ello los bigotudos son asesinos); pero quizás cabe explorar si una persona hípersensible con los animales puede insensibilizarse frente al dolor humano.

Hay varias teorías antropológicas sobre el sacrificio animal, pero una que ha resultado bastante popular entre los entendidos (formulada por antropólogos como René Girard, Walter Burkertt, Victor Turner y E.E. Evans-Pritchard, entre otros) es que, en efecto, el sacrificio puede cumplir una función canalizadora de la violencia. Y, de esa manera, el maltrato animal, en vez de alimentar la violencia entre seres humanos, puede más bien contenerla.
Hay algunos indicios de que esta teoría puede tener algún grado de verdad. Son mucho más comunes las trifulcas en espectáculos y deportes que no son tan violentos (como, por ejemplo, el fútbol), que en espectáculos violentos como las corridas de toro, las peleas de gallo, o el boxeo. El hecho de que una peña futbolística suele hacer destrozos al terminar el partido, pero que rara vez ocurre así con las peñas taurinas al terminar la corrida, puede ser indicativo de que los hooligans no han drenado lo suficiente su violencia en el espectáculo, pero en cambio, los taurinos sí lo han hecho.
No pretendo que esto sirva como justificación de las corridas de toros. Los argumentos anti-taurinos son más deontológicos que consecuencialistas: las corridas de toros son moralmente objetables porque los animales sufren, independientemente de las consecuencias. Pero, alguna versión del utilitarismo sí permite el maltrato animal, siempre y cuando se saque mayor provecho de eso, en correspondencia con el cálculo de felicidad que suelen defender los utilitaristas. Algunos utilitaristas, por ejemplo, están dispuestos a tolerar la experimentación médica con los animales, pues si bien reconocen que los animales sufren con esto, conceden que las consecuencias derivadas en beneficio de la humanidad son aún mayores.
Si se llegase a demostrar que los espectáculos de maltrato animal sirven para canalizar la violencia de un colectivo, habrá que evaluar si, a la manera de la experimentación animal, las corridas de toros y peleas de gallo, en balance, tienen consecuencias más positivas que negativas. Y, en ese caso, habría que considerar permitir la continuidad de la tauromaquia.
Frente a esto, podríamos asumir razonablemente una postura deontológica: independientemente de cuáles sean sus consecuencias, maltratar a los animales está mal, y nada lo puede justificar. Pero, si estamos dispuestos a asumir esa postura deontológica, entonces debemos hacerlo desde un principio, y así, estamos obligados a no invocar como argumento en contra de los espectáculos violentos, la idea de que el maltrato animal conduce al maltrato de otras personas.

martes, 23 de junio de 2015

¿Por qué una mujer blanca querría ser negra?



El reciente caso de Rachel Dolezal, la mujer blanca norteamericana que fingió por muchos años ser negra, ha dejado a mucha gente perpleja. ¿Por qué una mujer, que procede de una acomodada posición social, fingiría ser miembro de un grupo étnico oprimido?
A mí, en cambio, no me dejó tan perplejo, por una razón muy sencilla: los negros norteamericanos no están tan oprimidos como se cree, y de hecho, si se hacen algunas manipulaciones (como las hizo Dolezal), se le puede sacar mucha ventaja a ser negro.

Hay en EE.UU. un enorme sentimiento de culpa entre los blancos. Esto contribuyó significativamente a la elección de Obama: el electorado blanco quería quitarse de sus hombros el legado histórico de la esclavitud y las leyes de segregación racial. Pero, hay mucho más: desde hace algunas décadas, se han adelantado programas de acción afirmativa que discriminan a favor de los negros en varias áreas de la vida social, pero en particular, en el sector académico. No extraña que Dolezal hiciera carrera en el mundo universitario: evidentemente, supo sacar provecho a su condición de negra.
Y, también hay una mística del negro. Los blancos norteamericanos han tenido una fascinación estética con la cultura de los negros, desde Elvis Presley hasta Eminem. Ser negro es cool, sexualmente atractivo, etc. Por supuesto, entre los propios negros, los más atractivos son los menos oscuros, pero insisto, al público norteamericano en general, siente fascinación por los individuos que son clasificados como “negros”, pero que no tengan la piel tan oscura. Sospecho que ésa es la clave del éxito de Beyoncé, y sospecho que es uno de los motivos que condujeron a Dolezal a broncearse, hacerse un afro, y asumir la identidad negra.
De forma tal que, sí, es cierto que hay algunos policías blancos que ejercen violencia policial contra negros (yo, francamente, no veo esto como racismo; lo veo sencillamente como brutalidad, pero no contra un grupo racial específico, pues hay plenitud de casos de víctimas blancas de brutalidad policial, y además, el número de negros que asesina a blancos en EE.UU., es mucho mayor que el número de blancos que asesina a negros). Los primeros cristianos fueron enviados a los leones en el circo. Pero, hoy cualquier historiador sensato advertiría que la persecución de cristianos en los primeros siglos no fue tan intensa, y que operó más bien un complejo de mártir y victimismo. Algo similar sucede con los negros de EE.UU.
En todo caso, Dolezal no es la primera persona que, de forma fraudulenta, alega ser parte de un grupo oprimido. Tania Head, por ejemplo, fue una española que alegó haber sido víctima de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York; luego se descubrió que todo aquello fue falso.
Esto ha sido mucho más frecuente con los judíos. Ha habido plenitud de gente que ha inventado crónicas como víctimas del Holocausto. Norman Finkelstein célebremente las denunció en su vehemente libro La industria del holocausto. Hoy, no sólo da prestigio académico y social ser judío (y descender de víctimas del holocausto), sino que, financieramente, ha sido provechoso para algunos (muchos de los cuales no son descendientes reales de víctimas del Holocausto, como denuncia Finkelstein), debido a las compensaciones que se pagan. Pues bien, así como existe una industria del Holocausto, en EE.UU. empieza a aparecer una industria del victimismo racial. Eso explica por qué muchos líderes negros norteamericanos exageran en sus discursos la intensidad de la opresión.
Alegar ser víctima, entonces, tiene hoy muchos privilegios en Occidente. Nadie quisiera ser parte de un colectivo de víctimas en China o en Arabia Saudita, pero sí es una opción muy rentable en Occidente. ¿A qué se debe eso? ¿Por qué prospera el victimismo en nuestra civilización? Los filósofos Friederich Nietzsche y René Girard atribuyen este fenómeno a la religión cristiana: mientras que muchas religiones tienen valores marciales, el cristianismo fue la principal religión en enfatizar la compasión por las víctimas. A juicio de Nietzsche, esto es una degradación; en cambio, a juicio de Girard, esto es prueba de que el cristianismo es una religión divinamente inspirada.
En esta disputa entre Nietzsche y Girard, yo simpatizo más con el segundo. Estoy dispuesto a reconocer que, allí donde muchas religiones celebran la violencia y se colocan del lado de los agresores, el cristianismo ofreció un aspecto muy positivo en su simpatía por las víctimas (aunque eso no implica que el cristianismo sea una religión divinamente inspirada, y además, opino que Girard pinta con colores muy rosa al cristianismo).
Pero, puedo también conceder a Nietzsche que la defensa de las víctimas puede desvirtuarse a tal nivel, que cultiva el victimismo. El haber sido víctima de injusticias en el pasado puede hoy convertirse en una ventaja para los descendientes de aquellas víctimas. Así, todos queremos ser víctimas. Y eso permite entender mucho mejor la decisión de Rachel Dolezal.