domingo, 31 de julio de 2016

Héroes y villanos de "The People vs. O.J. Simpson"

            En el cine y la televisión, ¿se cuenta mejor una historia real, dramatizándola, o a través de un documental? Generalmente, en estos casos, me he inclinado más por el documental. Y, respecto a la historia de O.J. Simpson y su juicio, un reciente documental, O.J. Simpson: Made in America (lo reseño acá), es magistral. Pero, a la vez que salió en la televisión norteamericana ese documental, se transmitió una serie de diez episodios, The People vs. O.J. Simpson. Debo decir ahora que he quedado indeciso respecto a cuál es mejor. Ambos son geniales.
            The People vs. O.J. Simpson basada en el libro The Run of His Life, de Jeffrey Toobin, narra en detalle los acontecimientos del juicio a Simpson. Para quienes seguimos en vivo aquellos acontecimientos, la serie evoca recuerdos muy vívidos, pues la forma en que recrea las cosas es muy apegada a la veracidad. Los escenarios son muy fieles, lo mismo que las actuaciones. Esta serie contó con grandes nombres consagrados del cine y la televisión en EE.UU. Hay, es verdad, actores más próximos que otros a sus personajes. Quizás el actor que menos se acercó al personaje fue el simpático Cuba Gooding Jr., quien interpreta al propio Simpson. Pero, las interpretaciones de Marcia Clark, Johnny Cochran y Chris Darden, a cargo de Sarah Paulson, Courtney Vance, y Sterling Brown, respectivamente, son geniales.

            El espectador se lleva la impresión de que el gran monstruo de la serie, es Robert Shapiro, interpretado por John Travolta. En la serie, Shapiro jamás está convencido de la inocencia de Simpson. Y, en varias ocasiones, intenta convencer a sus colegas de que Simpson se declare culpable, para llegar a un acuerdo con la fiscalía. Esto es muy distinto, por ejemplo, de la actitud de Robert Kardashan (interpretado por David Schwimmer), quien aun si no está convencido de la inocencia de Simpson, decide acompañarlo hasta el final, no sin quedar atormentado por ello.
La serie tiene muchas escenas privadas, de forma tal que no sabemos si en realidad las cosas ocurrieron así a puertas cerradas. Pero, la forma en que Travolta (quien tiene alguna facilidad para hacer roles de villanos) interpreta a Shapiro hace que éste aparezca como un personaje sumamente despreciable. El juicio de O.J. Simpson se hizo infame por la forma tan manipuladora y chantajista en que la defensa introdujo el elemento racial. Al final del caso, Shapiro denunció a su colega, Johnny Cochran, por haber exacerbado los ánimos raciales para sacar provecho a su situación. No obstante, en la serie se presenta inequívocamente que el artífice de la idea de usar el chantaje racial, fue desde un inicio el propio Shapiro. Cuando yo seguí en vivo el juicio en 1995, Shapiro no me resultaba despreciable; si he de guiarme por la serie, en cambio, Shapiro es de la peor calaña.
Por otra parte, el personaje que en 1995 sí me pareció un monstruo, aparece en la serie bajo una luz mucho más amigable. Se trata de Cochran. Él fue el encargado de manipular y chantajear, apelando a su supuesta vocación de defensor de los derechos de los negros, para en realidad, favorecer sus propios intereses políticos y monetarios. La serie presenta muchos de los momentos en los que Cochran acude al chantaje racial: cuando compara a Mark Fuhrman (el detective que encontró la mayor parte de la evidencia incriminatoria) con Hitler, cuando dice que sugerir que los negros norteamericanos hablan con un acento particular es racista, etc. En la serie también se muestra cómo, insólitamente, Cochran sugirió que el asesinato de Nicole Brown y Ron Goldman estuvo a cargo de pandillas colombianas (algo para lo cual no había ninguna prueba); este hombre estaba muy dispuesto a defender a minorías étnicas cuando se trataba de los negros norteamericanos, pero no escatimaba en estigmatizar a otras minorías (en este caso, inmigrantes colombianos), con tal de salvar el pellejo de su cliente.
La serie también muestra el lado más misógino de Cochran, cuando humilla a Marcia Clark y sus dificultades para cuidar a sus hijos, así como su doble vida matrimonial. Pero, a pesar de todo esto, la serie se esmera en presentar a Cochran como un héroe que, aun con sus fallas, merece elogios. Courtney Vance, con gran habilidad actoral, se encarga de hacer de Cochran un líder negro carismático, alguien así como Martin Luther King. A mí no me convence. En aquel entonces pensaba, y hoy lo sigo haciendo, que Cochran es emblemático de la tragedia negra norteamericana. Sí, en EE.UU. hubo racismo, y hoy lo sigue habiendo; pero a la vez, hay pillos que se aprovechan del racismo para chantajear. Está en sus intereses que siga habiendo segregación, pues si los negros se terminaran integrando satisfactoriamente al resto de la sociedad, se les acabaría el negocio. Cochran era uno de esos pillos.
Sorprendentemente, la gran heroína de la serie es Marcia Clark. En 1995, recuerdo, la percepción del pueblo norteamericano es que se trataba de una mujer estirada, amargada y arrogante. A los negros, no le agradaba, precisamente porque representaba al rígido sistema norteamericano que tanto los ha aplastado. Y, si bien los blancos la toleraban un poco más, al final, la terminaron odiando, pues le echaron la culpa de haber llevado mal el caso, y haber permitido que Simpson saliera libre.
Pero, la serie se esmera en presentarla como una mujer muy capaz, de gran temple, carismática en el ámbito privado, y que debe enfrentar muchos ataques misóginos, pero que al final, mantiene su compostura. La serie sugiere que Marcia Clark cometió un solo error: haber permitido a Mark Fuhrman testificar en contra de Simpson. Su colega (en la serie, se sugiere un posible romance que nunca se concreta), el negro Chris Darden, le advierte que no utilice a Fuhrman como testigo, porque su pasado racista puede afectar las facultades deliberativas del jurado, mayoritariamente negro. Pero Clark se empeña en convocar a Fuhrman como testigo, confiando en que el jurado será racional, que considerará la evidencia, y que no se dejará llevar por el arraigo emocional del posible racismo de un policía.

La serie muestra cómo Chris Darden, en cambio, en tanto negro, conocía mejor cómo responderían los jurados de su propio grupo étnico. En una discusión en el juicio, Darden solicita al juez Ito que no permita que el jurado escuche testimonios sobre el uso de la palabra nigger (muy despectiva) por parte de Fuhrman, porque eso activará tanta emocionalidad en el jurado, que no le permitirá considerar racionalmente la evidencia. Cochran se opone, diciendo que es racista asumir que los negros no tienen capacidades racionales.

Al contemplar esa escena, yo habría dado la razón a Cochran: los negros son tan racionales como cualquier otro grupo étnico. Y, en principio, no habría culpado a Marcia Clark por confiar en el raciocinio de los jurados negros. Pero, creo que, lamentablemente, al final, los acontecimientos dieron la razón a Darden. El jurado mayoritariamente negro, aun con una montaña de evidencia inculpando a Simpson, optó por liberarlo, dejándose llevar por la emocionalidad racial que Cochran supo explotar. No hay diferencias significativas entre los cerebros de los negros y los cerebros de los blancos; ambos grupos tienen la misma capacidad biológica para la racionalidad. Pero, sí me temo que la experiencia histórica de racismo EE.UU., así como el chantaje racial de tipejos como Cochran, hacen que, en casos como el de O.J. Simpson, los negros son más vulnerables a la emocionalidad y el entendimiento nublado. Marcia Clark, en parte queriendo evitar que la acusaran de racista, terminó pagando caro su error. Debió haber escuchado al negro Darden.

Darwin, la moral, Peter Singer y Dios

            En el 2009, el bicentenario de Darwin, publiqué un libro, El darwinismo y la religión. El libro defiende la teoría de la evolución, pero a la vez, señala las enormes dificultades que hay para conciliarla con las creencias religiosas. Yo anticipaba que los lectores religiosos serían quienes más objetaran las tesis del libro.
            Pero, insólitamente, la mayor crítica vino de gente de izquierda. Me acusaban a mí, simpatizante de Darwin, de promover el darwinismo social. Darwin, decían esos críticos, fue el responsable de promover una visión del mundo en la cual los fuertes dominan a los débiles, abría paso al capitalismo más feroz, etc.

            En el libro, yo anticipé algunas de estas críticas, y traté de aclarar que el verdadero promotor del llamado “darwinismo social” no fue Darwin, sino su contemporáneo Hebert Spencer. Y, también intenté aclarar que, con el conocimiento que tenemos de la teoría de la evolución, podemos admitir que, en la conducta humana, hay mucho espacio para el altruismo.
            Un famoso filósofo, Peter Singer, defendió esta postura en un pequeño pero influyente libro, Una izquierda darwiniana. Ante el fracaso de los regímenes comunistas en el siglo XX, Singer se plantea rescatar los ideales altruistas de la izquierda, pero de un modo más realista. En vez de aspirar megalómanamente al “hombre nuevo” que propuso el Che Guevara, los izquierdistas deberían reconocer los límites de la naturaleza humana, y a partir de eso, tratar de construir iniciativas y estímulos para alcanzar un mundo mejor. Darwin, nos recuerda Singer, es quien mejor nos ofrece un retrato de esa naturaleza humana.
            Así pues, los humanos somos, en efecto, egoístas. Pero, como bien han señalado los darwinistas, en función de ese egoísmo, los humanos también podemos exhibir conductas altruistas. Al buscar ventajas reproductivas, comprendemos que, al cooperar con los demás, también nosotros salimos beneficiados. Y, en ese sentido, Singer postula que la izquierda debería propiciar situaciones en las que el interés colectivo coincida con el interés individual. El conocimiento de las teorías de Darwin facilitaría mucho más esta labor.
            Las posturas de Singer me parecen razonables, pero sólo hasta cierto punto. En efecto, a partir de nuestra naturaleza humana podemos ser altruistas. Pero, queda mucho en nuestra naturaleza que contradicen los postulados éticos que el mismo Singer se ha encargado de promover en sus libros.
Por ejemplo, Singer continuamente ha dicho que tenemos la obligación ética de extender nuestras obras de caridad a gente que está más allá de nuestro entorno familiar o de amigos. Él es un entusiasta promotor de la ayuda humanitaria a gente en lejanos países. Esto es muy ajeno a la naturaleza humana. Ciertamente, nosotros tenemos genes que codifican el altruismo, pero dirigido a aquellos que comparten una alta proporción de nuestros genes (es decir, nuestros parientes), o a aquellos que están lo suficientemente próximos a nosotros, y de quienes podemos tener expectativa que el altruismo será recíproco. No está en nuestros genes buscar ayudar a un niñito hambriento en África, pues él, ni es nuestro pariente, ni vendrá a socorrernos en caso de que lo necesitemos.
Frente a esto, Singer advierte enfáticamente en su libro que debemos evitar la llamada “falacia naturalista”. Darwin se encargó de describir el mundo, pero no de prescribirlo. Y así, aun si Singer invita a emplear las teorías de Darwin para comprender cómo es la naturaleza humana, insiste en que no debemos emplearlas para prescribir cómo debe ser la acción humana. El deber ser no viene de la ciencia, dice Singer, sino de la ética.
Y es en este punto, donde yo siempre he tenido alguna dificultad. Según esta postura de Singer, ni Darwin, ni ningún científico, puede decirnos cómo debe ser  nuestra conducta. Pero entonces, si la ciencia no es suficiente, ¿de dónde viene la ética? Si queremos evitar la falacia naturalista, no sería suficiente con decir que la ética viene de la evolución. Pues, si bien la evolución nos ha hecho altruistas en algunas circunstancias, también ha promovido una naturaleza que es claramente contraria a los dictámenes morales. Tiene que haber algo más. Singer se plantea esta cuestión, pero sorprendentemente la despacha rápidamente. Él dice que no es importante plantearse esa cuestión, porque le parece demasiado obvio que debemos hacer el bien.

A mí no me convence ese argumento. Singer, que ha hecho su carrera filosófica planteando posturas chocantes porque van en contra de muchas intuiciones morales, ahora recurre a una intuición básica para decir que, sencillamente, tenemos la obligación de hacer el bien, y ya está (no hay que complicarse demasiado buscando el origen de esa obligación). A mí esto me parece inconsistente. Yo sí creo que queda por responder esa gran interrogante, ¿de dónde viene la ética?
Si la ciencia no es suficiente para explicar esos orígenes, entonces, ¿cuál alternativa tenemos? Para mucha gente, la respuesta tradicional ha sido Dios. La existencia de Dios explicaría por qué, aun si no está en nuestros genes, debemos hacer esto o aquello. Y, a partir de la existencia de valores morales objetivos, algunos filósofos han querido demostrar la existencia de Dios. En mi libro, yo sometí a crítica esta postura. Pues, en efecto, el llamado “argumento moral” para la existencia de Dios, presenta varios problemas.

Pero, desde que escribí ese libro en el 2009, he sentido bastante inseguridad en ese punto. Muchos argumentos a favor de la existencia de Dios son notoriamente deficientes. Pero, yo tengo dificultad en refutar satisfactoriamente el argumento moral. Pues, una visión enteramente materialista del mundo, me temo, no es suficiente para explicar el origen de la ética. No pretendo llegar a la máxima dostoyevskiana de “si Dios no existe, todo está permitido”. Pero, reconozco que las teorías de Darwin no son suficientes para explicar por qué debo hacer esto o aquello. Hace falta algo más. ¿Qué es ese añadido? No lo sé, aún lo busco.

martes, 26 de julio de 2016

Ancient Egytpians and Race

There has been an intense (and sometimes bitter) polemic about what the race of ancient Egyptians may have been. This debate concerns philosophy, to the extent that part of the dispute is also about where the origins of philosophical activity lay.
Historian Martin Bernal defended the controversial claim that ancient Greeks stole arts and philosophy from the ancient Egyptians, and the latter were originally black Africans. Thus, the founding fathers of philosophy were not the (presumably white) Greek presocratics, but rather, black Africans. This claim drew attention from proponents of Afrocentrism. Afrocentrics propose black racial superiority, and they considered that Bernal’s hypothesis enforced their views.
Bernal’s theses, however, have been severely criticized, most notably by Mary Lefkowitz. She has detected a considerable number of methodological mistakes and erroneous assumptions. Although the debate is far from settled regarding the race of ancient Egyptians, the consensus has inclined in Lefkowitz’ favor. Ancient Egyptians were not blond blue-eyed peoples, but neither were they black Africans.

Ironically, this type of discussion would have been very alien to ancient Egyptians themselves; and in fact, it is a typical example of how contemporary preoccupations are sometimes projected upon the past. Ancient Egyptians were largely unconcerned about racial differences. It is true that some Egyptian art evidences marked racial differences with regards to the neighboring Nubians. But, by and large, Egyptians assimilated Nubians well, and although slavery was practiced in Ancient Egypt, it never assumed a racial dimension.

lunes, 25 de julio de 2016

Sólo algunas vidas negras importan

            La semana pasada hubo una escalada de violencia en Sudán del Sur, la nación más joven del mundo. Se enfrentan dos tribus de esa región: los dinka y los nuer (a los que hemos estudiado algo de antropología, estas dos tribus nos recordarán los famosos estudios de Godfrey Liendhradt y E.E. Evans-Pritchard, respectivamente). Ciertamente, muchos de estos conflictos en África son debidos a la forma tan brutal en que los poderes coloniales europeos, desde la infame conferencia de Berlín en el siglo XIX, se repartieron el continente, y trazaron fronteras nacionales que no correspondían con las fronteras tribales.
            Pero, no debemos caer en el chantaje, como suele hacer la izquierda, de culpar de todo al hombre blanco. Sí, los colonialistas acudieron al “divide y vencerás” para dominar mejor. Pero, la ausencia de un espíritu cosmopolita en África, el total desinterés por saber qué hay más allá de sus fronteras, y el irracionalismo tribal, han tenido mucha más responsabilidad en la violencia que azota a ese continente. Antes de la llegada del hombre blanco, ya muchas tribus africanas se estaban matando entre sí, y la actual violencia, es en buena medida una continuidad de ese pasado tan lamentable.
            Mucho se habla de la forma en que los grandes poderes del mundo, asociados a la derecha, manipulan los medios de comunicación. Los progres continuamente nos hablan de las perversidades de Rupert Murdoch, Fox News, CNN, y tantos otros, a la vez que citan el libro clásico sobre la manipulación mediática, Los guardianes de la libertad, de Chomsky.

            Vale. Pero, sería un gravísimo error creer que la derecha es la única en manipular mediáticamente. La izquierda también se presta a este juego perverso. Y, cuando se trata de negros que sufren violencia, los grupos izquierdistas se encargan de presionar para haya una cobertura mediática muy selectiva, de forma tal que se ajuste a sus intereses.
            En EE.UU., ha surgido el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras son importantes), que pretende denunciar la supuesta campaña sistemática de brutalidad policial en contra de los negros. No cabe duda de que, en ese país, la brutalidad policial existe (aunque, por supuesto, es muchísimo menor al compararse con la dura represión por parte de regímenes que la izquierda suele idealizar, como Venezuela). Es un poco más dudoso, no obstante, que esa brutalidad tenga el componente racial que se le atribuye en los medios. Las estadísticas no son claras: los reportes informan que la policía en EE.UU. mata más blancos que negros, pero con todo, los negros siguen siendo víctimas en desproporción al tamaño de su población. Por otra parte, en tanto los negros tienen más incidencia en actividades delincuenciales, hay también más exposición a la brutalidad policial.
            Pero, aun si, en efecto, el racismo en la policía norteamericana existiese como se presenta en los medios, lo cierto es que, estadísticamente hablando, es un problema muy pequeño para los propios negros norteamericanos. El grueso de la violencia que sufren los negros norteamericanos no viene de policías racistas o del ya casi inexistente Ku Klux Klan, sino de los propios negros que se matan entre sí.
            Hay muchas causas de esto. El racismo institucional que persistió hasta hace escasas décadas, ha marginado a un grueso sector de la población negra, y eso ha propiciado mayores tasas de criminalidad en esas comunidades. Pero, esa no es la única causa. En el seno de la comunidad negra norteamericana, hay una enorme disfuncionalidad, en parte propiciada por la actitud indulgente de muchos de sus líderes, quienes se empeñan en culpar al hombre blanco de absolutamente todos sus males, y no se atreven a formular una autocrítica.
            El movimiento Black Lives Matter, es uno de esos colectivos que alienta esa actitud irresponsable. Este grupo se empeña en resaltar mediáticamente aquellas víctimas negras que mueren a manos de policías blancos, pero no tienen el menor interés en dar atención mediática al enorme número de negros que mueren a manos de otros negros. Para estos grupos auspiciados por la izquierda, lo importante es presentar en la televisión a un blanco matando a un negro, aun si estadísticamente eso es mucho más improbable que el caso de un negro matando a un blanco (como, en efecto, ocurre en EE.UU.), o más aún, un negro matando a otro negro.
            Y, a escala internacional, esta manipulación mediática. ¿Cuántos muertos van ya en la crisis humanitaria de Sudán del Sur? Decenas de miles. ¿A quién le importa? A nadie. Ciertamente, a los progres de Black Lives Matter, la tragedia de Sudán del Sur les viene sin cuidado; me atrevería a decir que incluso, muy probablemente no saben que existe ese país. Ésos son negros matándose entre sí, en un lejano lugar. Aparentemente, no hay ningún blanco metido en aquello, y por ende, no interesa.
A decir verdad, para estos progres, only some black lives matter (sólo algunas vidas negras son importantes); a saber, las vidas negras que sirven para catapultar sus intereses políticos y comerciales. Beyonce canta en el Super Bowl en contra de la brutalidad policial de EE.UU., y el mundo entero se pega al televisor a escuchar el mensaje aparentemente progresista de la cantante negra norteamericana. Con su sensual cadera, Beyonce hace olvidar al mundo que en Sudán del Sur, Congo, y otros países del África, sí hay gente sufriendo un verdadero genocidio.

Pero, el atreverse a decir que los negros de Norteamérica, aun con la brutalidad policial, tienen una vida mucho más acomodada que mucha gente en el Tercer Mundo (muchos de quienes, dicho sea de paso, tienen la piel blanca), no es conveniente. Pues, EE.UU. se ha conformado como la sede de aquello que ha venido a llamarse las “olimpíadas de la opresión”: el que alegue con más alta voz ser víctima, gana. Y, en ese perverso deporte, sólo se puede ser campeón, si se manipula mediáticamente para formar la impresión de que sólo ellos sufren acoso, y quienes los acosan tienen la piel blanca.

lunes, 18 de julio de 2016

O.J. Simpson y la tragedia norteamericana

Una de las escenas más famosas de la literatura universal ocurre cuando uno de los personajes de Proust, al saborear una magdalena, evoca recuerdos de su infancia y adolescencia. A mí me ocurre así con todo lo que tenga que ver con el juicio de O.J. Simpson. Era yo adolescente, y vivía en el estado de Michigan, durante el infame juicio. Mi madre y yo veíamos juntos el desarrollo de los acontecimientos del juicio todas las noches. Aquellos años de adolescencia marcaron mucho mi vida, y por eso, sospecho que algún mecanismo psicológico me hace sentir mucha atracción por el caso de O.J. Simpson, aún veinte años después.
            Recientemente ha salido un documental de más de siete horas, O.J. Simpson: Made in America (dirigido por Ezra Edelman), que narra aquellos acontecimientos. Para quien no hubiera seguido desde los inicios los pormenores del juicio, el documental será aburrido. Pero, para los geeks del caso, como yo, el documental es un deleite. Desde que Simpson fue declarado inocente, yo he mantenido firmes convicciones al respecto: creo que él sí mató a su esposa, y que salió libre por una burda táctica de manipulación racial por parte de sus abogados. Pero, el documental ha servido para cambiar de opinión en algunas cosas, y en otras, para reforzar aún más lo que yo anteriormente pensaba.

            Yo no sabía quién era O.J. Simpson antes del caso. La imagen que siempre tuve de él fue la de un tipo frío sentado en la corte, protegido por un equipo de abogados inescrupulosos. Pero, las primeras horas del documental son muy eficientes en mostrar a Simpson en su faceta más encantadora. Y, en mi caso, fue difícil resistir al encanto: el tipo, sin lugar a dudas, se prestaba a ser popular. Eso permite entender mucho mejor cómo el jurado, mayoritariamente negro, aún con una montaña de evidencia en contra de Simpson, optó por absolverlo.
            Pero, el documental también muestra a un Simpson desinteresado en las luchas sociales de los negros. Y, hasta el momento de su detención, los activistas negros de derechos sociales en EE.UU. repudiaban a Simpson como un traidor, por haberse casado con una blanca, y por no estar comprometido con “su gente”. En esto, yo siento simpatía por Simpson. En EE.UU., hay la expectativa de que el color de piel dicte cómo debe comportarse cada quien. Es curioso que un país que se ufana de ser el campeón del individualismo, está muy lejos de serlo en términos raciales: el individuo no tiene la libertad de decidir su vida independientemente de su color de piel; a la larga, siempre tiene que encajar en lo que su colectivo racial le imponga. Simpson se atrevió a retar eso. Toda su vida estuvo desinteresado en su identidad racial. Eso no es ninguna traición a nadie. Yo suscribo aquella opinión de Renan, según la cual, el hombre no se debe a ninguna nación o raza; el hombre se debe a sí mismo. Simpson reclamaba su derecho a ser individuo (el documental reseña cómo él mismo decía, “Yo no soy negro, soy O.J.”), y yo lo aplaudo por ello.
            Pero, cuando Simpson fue imputado en Los Angeles, apenas unos años después de la paliza a Rodney King, repentinamente, dejó de ser un traidor para los negros. Se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles. Simpson, el mismo que era despreciado por los activistas de derechos civiles, era ahora alabado por sus antiguos críticos. Simpson pasaba ahora a ser el caballito de batalla en contra del racismo en la policía de Los Angeles; en realidad, pasaba a ser algo de mucha más envergadura: Simpson se convertía en un arma de los negros, para vengarse de los blancos por tantos siglos de humillación. No importaba si el tipo era o no culpable; lo importante era sencillamente que el sistema dominado por blancos, liberara a un negro.
            El documental revela detalles sobre la forma tan perversa en que los abogados de Simpson resolvieron convertir a su cliente en un ícono de la lucha por los derechos civiles. Por ejemplo, en casa de Simpson, había retratos de él con mucha gente blanca, y casi con ningún negro. Cuando el jurado fue a visitar la casa de Simpson, sus abogados se encargaron de quitar esos retratos, y colocaron fotos de Simpson con gente negra. Así, los jurados, mayoritariamente negros, empezarían a ver a Simpson como un hombre comprometido con su propio pueblo.
            Otro ejemplo de manipulación racial (bastante tragicómico) referido en el documental, son las corbatas del abogado de Simpson, Johnny Cochran. Cuando hablaba al jurado, Cochran usaba corbatas alusivas a África. De nuevo, era un modo muy agresivo de convertir a Simpson en una suerte de símbolo del pueblo negro.
            Los propios fiscales acusadores de Simpson también tuvieron que ceder ante el chantaje, y ellos mismos incurrieron en la manipulación racial. Incorporaron a su equipo a Chris Darden, un negro. Obviamente, buscaban convencer al jurado de que aquel juicio no se trataba de negros contra blancos, y que era posible que un negro pensase que Simpson era culpable, de forma tal que culparlo no sería ninguna traición al pueblo negro.
            El documental revela cómo este Darden, fastidiado ante el hecho de que lo incorporaron al equipo sólo por ser negro, tomó una decisión fatídica. Darden se sentía un segundón, y quiso buscar protagonismo, al insistir (aun en contra del criterio de sus compañeros) en que Simpson se pusiera los guantes que usó el asesino de su esposa. Insólitamente, los guantes no encajaron.
            Al final, en el cierre de sus argumentos, el mayor manipulador racial, Cochran, pronunció ante el jurado la infame frase: “If the gloves don’t fit, you must acquit” (si los guantes no encajan, deben absolver). La frase, en inglés, rima. Cochran la calculó muy bien para convencer a un jurado, no sobre la base de argumentos racionales, sino sobre la base de frasecitas pegajosas, más afines a la publicidad, que a un tribunal.
            Cochran fue desde un principio el artífice de la manipulación racial, y en el mismo cierre de los argumentos, llegó a decir que Mark Fuhrman, uno de los policías del caso (quien en alguna ocasión utilizó epítetos raciales), era un monstruo como Hitler. De nuevo, la manipulación racial fue a lo bestia.
            El documental entrevista a dos mujeres negras que formaban parte del jurado. Impactan bastante al espectador. En el filme, aparecen personajes de toda índole. Pero, con toda seguridad, esas dos mujeres son las más simplonas, manipulables y estúpidas. No es difícil entender cómo pudieron ceder ante el chantaje racial y la manipulación de Cochran y su equipo.
Hasta el día de hoy, el pueblo negro norteamericano sigue opinando abrumadoramente que Simpson es inocente. Edelman, que es hijo de una mujer considerada negra (y por ende, en EE.UU. tradicionalmente se le consideraría negro), entiende muy bien la forma en que los propios líderes negros perdieron su seriedad al asumir a Simpson como un héroe.
Pero, Edelman no se limita a presentar cómo el sistema judicial norteamericano se corrompió para liberar a un asesino, solamente por su color de piel. Cuando fue absuelto, Simpson empezó a llevar una vida descarrilada. Aquella faceta de hombre carismático de negocios se esfumó, y se convirtió en un payaso mediático. En 2008, estuvo involucrado en un pequeñísimo incidente con armas de fuego, del que nadie salió ileso. La policía lo detuvo, y una juez lo condenó severamente a más de diez años de prisión. Hasta el día de hoy, Simpson sigue preso.
Del mismo modo en que, en su primer juicio, Simpson fue declarado inocente por el mero hecho de ser negro; ahora, Simpson era castigado desproporcionadamente por una falta insignificante. El segundo juicio fue prácticamente una revancha del primero. A través de varios de sus entrevistados, Edelman elocuentemente deja entrever que eso fue igualmente una gran injusticia.
Ezra Edelman, el director del filme, merece elogios por donde se le mire. La edición del documental es magistral. Si bien no asume una postura definitiva, es evidente que Edelman se inclina bastante más hacia la idea de que Simpson era culpable. El subtítulo de su documental es muy apropiado: Made in America (hecho en EE.UU.). La película no es tanto una crónica sobre el auge y caída de un personaje trágico como Simpson; es mucho más una crítica de los excesos de la sociedad norteamericana: su sistema de jurado en los tribunales que concede demasiado poder a gente muy manipulable, el dominio de la sociedad del espectáculo y sus circos mediáticos, la manipulación racial de los líderes negros, etc.

Pero, sobre todo en las primeras horas del documental, Edelman también critica duramente a la sociedad norteamericana por su racismo en las décadas previas al juicio de Simpson. Ese racismo, inevitablemente, fue lo que condujo a que los inescrupulosos abogados de Simpson manipularon al jurado, y lograran la absolución de un hombre a todas luces culpable. Y, a su vez, toda esta tragedia colocó en evidencia que las heridas del pasado en EE.UU. no se han sanado, y que sigue siendo una sociedad tristemente dividida por tensiones raciales.

jueves, 14 de julio de 2016

¡Feliz día de la Bastilla!, pero con sentido crítico

Ante el avance de la vorágine del relativismo cultural, la culpa del hombre blanco, y el continuo reproche a Occidente, no viene mal recordar la trascendencia de la revolución francesa. En el siglo XVIII, fuera de Occidente, nadie tenía ni la más remota intención de levantarse frente al despotismo, secularizar la sociedad, o enfrentarse a las monarquías absolutistas. Por ello, hoy 14 de julio, deseo a todos un feliz día de la toma de la Bastilla, y exhorto a sentir orgullo de nuestra civilización.
            Con todo, esta celebración siempre me ha parecido muy desdichada. En el mismo año de 1789, los revolucionarios proclamaron los derechos del hombre. Esa ocasión no se celebra como día de fiesta nacional. Lo que se celebra el 14 de julio, en cambio, es la mentalidad de hordas.

            La Bastilla era la prisión en la cual se encontraban los presos políticos, y era un símbolo de la tiranía del antiguo régimen. Visto en retrospectiva, podemos celebrar que el pueblo, asqueado del viejo orden feudal, destruyera aquella cárcel. Pero, estas cosas no suelen ocurrir limpiamente. El mismo 14 de julio de 1789, las hordas que destruyeron la Bastilla, arremetieron contra guardias y funcionarios, y colocaron sus cabezas en piquetes, en éxtasis de celebración. En total, entre enfrentamientos, aquel festín de violencia dejó más de noventa muertos.
            Aquello debió haber sido un presagio de lo que estaba por venir en los años siguientes, pero poca gente lo alcanzó a ver. Edmund Burke, el gran filósofo anglo-irlandés, sí lo vio con mucha claridad. Él también detestaba el viejo régimen de las monarquías absolutistas, y propuso reformas. Cuando los colonos norteamericanos se rebelaron contra el imperialismo británico en la revolución de 1776, él los apoyó.
Pero, Burke comprendió que no todas las revoluciones son harinas del mismo costal. La revolución francesa empezó con mal pie, y Burke advirtió que las cosas se pondrían aún peor. Se estaba yendo con demasiada prisa, y eso propiciaba que, con el afán de cambiar las cosas repentinamente, no hubiera control de ningún tipo. Al final, las masas serían encargadas de gobernar. Esto podría parecer un paraíso de democracia participativa, pero en realidad, cuando las masas tienen poder ilimitado, hay mucho peligro. En efecto, tal como profetizó Burke, aquello desembocó en el caos del reinado de terror de Robespierre, cuando las muchedumbres decidían si se mataba o no a alguien.
            Francia lleva ya más de doscientos años en estas celebraciones de un evento fundacional que trajo consigo momentos terribles. Pero, nunca es tarde para rectificar, y entender que los arrebatos irracionales de las masas, aun si es en contra de tiranías, no suelen llevar a cosas buenas.

Los propios franceses ahora se empiezan a lamentar de que su vecina, la Gran Bretaña, los haya abandonado en el proyecto de unión continental. Pero, el Brexit fue precisamente un ejemplo de democracia participativa demasiado cercana a la mentalidad de hordas; una ocasión en la que se permitió a las masas decidir irracionalmente. Francia podría celebrar muchas cosas positivas de su revolución, pero al enaltecer una ocasión en la que hubo cabezas en piquetes, se termina dando aval a aquellos que creen erróneamente que la voz del pueblo es la voz de Dios a toda costa.

jueves, 7 de julio de 2016

Muhammad Ali, Messi, la recluta y los impuestos

            Recientemente murió uno de los más grandes atletas de toda la historia, Muhammad Ali. Lo recordaremos, no solamente por lo que hizo dentro del ring. Se enfrentó a una sociedad racista, y con mucho tesón, superó muchos obstáculos. Su mayor lucha fue haberse negado ir como soldado a Vietnam. Tal como él mismo proclamaba: ¿por qué el hombre negro, debe luchar contra el hombre amarillo, para beneficio del hombre blanco?
            En la opinión pública, la percepción era que el reclamo de Ali era sensato, porque la guerra de Vietnam era tremendamente injusta. Pero, bien podríamos llevar el asunto aún más lejos: aun si esa guerra fuera justa, ¿habría legitimidad en tratar de reclutar forzosamente a alguien? ¿Son los objetivos militares del Estado más importantes que los derechos individuales?

            Algunos filósofos, los libertarios, han dicho que la recluta, sea o no para guerras justas,  es una forma de esclavitud. Pues, el Estado se apropia injustamente de la labor del individuo. Aun si hay una compensación en forma de pago, y aun si el recluta es enviado a una guerra justa, el hecho de que ese individuo no da su consentimiento, supone una relación entre un amo (el Estado), y el esclavo (el recluta). Bajo este razonamiento, alguien como Muhammad Ali no sólo era descendiente de esclavos; él mismo seguía siendo esclavo, al ser forzado a ir a luchar en Vietnam.
            Ahora bien, este mismo razonamiento podría aplicarse a Leonel Messi, otro gran atleta, recientemente también condenado a cárcel. Messi ha sido condenado, no por evadir la recluta, sino por evadir impuestos. En la opinión pública, hay una enorme diferencia entre evadir impuestos para ayudar a los pobres, y evadir la recluta para ir a matar gente inocente.
            Pero, a efectos de la filosofía libertaria, no son tan distintos. Tanto la recluta como el cobro de impuestos, dicen algunos libertarios (basándose en la obra de Robert Nozick), es una forma de esclavitud. El Estado se apropia forzosamente del trabajo de los demás, bien sea directamente (como en el caso de la recluta), o indirectamente (como en el caso de los impuestos), a través del despojo de las propiedades legítimamente adquiridas con el esfuerzo propio.
Es irrelevante si esa esclavitud se emplea con fines nobles. Aun si la guerra de Vietnam fuera justa, Muhammad Ali habría seguido siendo un esclavo. Aun si los faraones, en vez de construir pirámides, hubiesen construido hospitales y escuelas para el pueblo, los obreros que trabajan contra su voluntad habrían seguido siendo esclavos. Y, por extensión, aún si los impuestos se utilizan para beneficio del colectivo, su cobro sigue siendo una forma de esclavitud, en tanto son forzados; la misma palabra lo dice, se imponen.

            Todo esto, por supuesto, está abierto al debate. Pocos filósofos han quedado convencidos con el argumento de Nozick, según el cual, el cobro de impuestos es una forma de esclavitud. A nivel intuitivo, me inclino a simpatizar con ellos; la postura de Nozick me parece extrema y peligrosa. Pero francamente, aún no he encontrado una refutación formal realmente contundente del argumento de Nozick. Más aún, deberíamos caer en cuenta que necesitamos ser más consistentes. Si expresamos repudio por cualquier forma de reclutamiento forzoso, debemos apreciar que los motivos por los cuales nos oponemos a ello, probablemente servirían también para oponernos al cobro de impuestos. Es necesario cobrar impuestos, pero debemos tratar de encontrar una justificación filosófica más satisfactoria. Y, cuando la encontremos, habrá que asumir la incómoda conclusión que esa misma justificación también permitiría el reclutamiento forzoso.