martes, 18 de febrero de 2014

¿Son los judíos descendientes de los jázaros?



Escribí un texto, “En defensa del sionismo”, el cual tuvo reacciones muy aireadas. En esa discusión, recurrentemente me encontré con el argumento de que los judíos son apenas una religión, y que no hay justificación para crear un Estado conformado por los miembros de una religión en particular. Quien sostiene un argumento como ése (como hizo un tal José Javier León en sus comentarios), demuestra una supina ignorancia en el tema: a diferencia de los musulmanes, cristianos o santeros, los judíos no son una mera religión. Son también un grupo étnico.
En la fiebre nacionalista que se ha venido formando desde el siglo XIX, cobró fuerza la idea de que a cada nación debe corresponder un Estado. Bajo este esquema, los sionistas reclamaron que, así como en el desmembramiento del imperio británico, a los árabes les correspondía su Estado, a los judíos también les correspondía lo mismo. Y, en vista de que en la fiebre nacionalista pesan muchos los argumentos que se remontan al pasado para definir a las naciones, los sionistas pronto adelantaron la idea de que, con la creación del Estado de Israel, los judíos estaban regresando a su tierra originaria.
Los antisionistas han ideado varios argumentos para negar que los judíos sean una nación, o que en todo caso, procedan originalmente del territorio que conforma el actual Israel. Y, así, si logran probar que los judíos no son descendientes de los israelitas, entonces pretenden demostrar que Israel no tiene derecho a existir.
Una de las formas más curiosas de hacerlo consiste en apelar a la llamada ‘hipótesis de los jázaros’. Según esta teoría, los súbitos del imperio jázaro (en el Asia central), se convirtieron al judaísmo en el siglo VIII, y a partir del siglo XII, durante el colapso de este imperio, hubo grandes migraciones hacia Europa. Estos jázaros convertidos al judaísmo habrían sido los ancestros de los judíos askenazis.
La tesis procede fundamentalmente de Arthur Koestler, un autor dado a investigaciones paranormales. Curiosamente, el mismo Koestler era un judío que, frente a la racialización de los judíos por parte de los nazis y otros antisemitas, quiso adelantar la idea de que los judíos no son un grupo biológico aparte.
Estos antecedentes ya nos colocan en sospecha frente a la rigurosidad de sus tesis. La teoría ha sido evaluada, y el consenso entre historiadores es que la teoría en cuestión no es aceptable. Sí pudo haber algunas conversiones al judaísmo en el imperio jázaro, pero probablemente estuvieron confinadas a miembros de la élite gobernante, y no hubo migraciones masivas a Europa.
Hoy se discute mucho si los judíos son o no una raza, o a lo sumo, un grupo con características biológicas distintivas. Se han hecho estudios genéticos de poblaciones judías, y se ha llegado a dos conclusiones: 1) los judíos sí conservan algún grado de uniformidad genética como grupo; 2) tienen más cercanía genética con otros pueblos del Medio Oriente, que con poblaciones europeas o asiáticas. Esto refuta la tesis de que los judíos son descendientes de los jázaros. Y, si bien no podemos llegar a afirmar que existe una ‘raza judía’, en tanto ningún grupo humano cuenta con la suficiente diferenciación como para ser considerado una raza aparte, sí podemos admitir que los judíos han conservado cierto nivel de cercanía genética entre sus miembros, lo suficiente como para clasificarlos como una población genéticamente diferenciada de otras. Estos datos no impiden que, a lo largo de su historia, ha habido conversiones al judaísmo, y que los judíos han recibido influjo genético de otras poblaciones. Pero, en líneas generales, los judíos han mantenido su pool genético relativamente aislado.
Pero, aun si fuese verdad que los judíos askenazis son descendientes de los jázaros, eso sería irrelevante respecto a las pretensiones del sionismo, por dos motivos. En primer lugar, los askenazis son apenas una porción de los judíos en el mundo. Es verdad que el Estado de Israel fue fundado mayoritariamente por askenazis, pero hoy los sefardistas y misrahis son la mayoría en Israel, y la descendencia de éstos respecto a los israelitas originales no ha sido colocada en duda.
Segundo, mucho más importante aún, la existencia del Estado de Israel no debería justificarse a partir de quiénes son los ancestros de sus actuales habitantes. Lamentablemente, vale admitir, hay muchos grupos sionistas que pretenden fundamentar sus posturas sobre las bases de la religión: alegan que Dios hizo a Abraham una promesa, y que esa promesa se cumple en el Estado de Israel. Y, por supuesto, hay sionistas más afines al nacionalismo tradicional, que alegan que, puesto que sus ancestros vivían en ese territorio, tienen derecho al retorno.
Yo no encuentro esas justificaciones satisfactorias en ningún sentido. Yo defiendo la existencia de Israel, básicamente por los mismos motivos que esgrimió Theodor Herzl (el fundador del sionismo): Israel sería el refugio de los judíos perseguidos, y este país surgió para evitar que a los judíos se les siguiese oprimiendo en otras latitudes. Si los judíos fueran descendientes de los jázaros, eso no cambiaría la cuestión fundamental; a saber, que ellos han sido un pueblo históricamente perseguido, y necesitan un amparo. Del mismo modo, es mayormente irrelevante sostener que no hay continuidad cultural entre un judío askenazi, un sefradí o un falasha. Lo importante es que todos estos grupos son muy vulnerables en sus respectivas zonas de origen, y el lazo que puedan tener con los otros miembros de la sociedad israelí (por muy tenue que sea), es suficiente como para garantizarles la seguridad de su existencia, y así conformar una nación.

viernes, 14 de febrero de 2014

¿Quién escribió el primer evangelio?



          Conversé recientemente en mi programa radial “Ágora” (al fina de este texto está el programa), con Antonio Piñero, un eminente biblista, a propósito de la autoría de los evangelios. Como suelo hacer, traté de asumir la postura de abogado del diablo para estimular respuestas por parte de Piñero. Para ello, pasé revisión a los argumentos en torno a esta cuestión, tanto apologéticos como críticos. Expresaré acá mi opinión respecto a la autoría del primer evangelio.

            La atribución tradicional de este evangelio al apóstol Mateo procede de Papías, un autor cristiano del siglo II, quien da testimonio de que Mateo recogió dichos de Jesús, y los aglutinó originalmente en hebreo (es presumible que Papías en realidad tenía en mente el arameo).
            Yo veo esto problemático por varios motivos. En primer lugar, el primer evangelio no es una mera colección de dichos (como sí lo es, por ejemplo, el evangelio de Tomás). Y, por supuesto, la versión que tenemos está escrita en griego. Se podría alegar que el evangelio actual es una traducción de un manuscrito original en hebreo, pero como bien señalaba Piñero en nuestra conversación, el evangelio no tiene semblanza de haber sido traducido, sino que más bien fue escrito originalmente en griego.
            Los apologetas podrían sugerir que Mateo pudo haber escrito ambas versiones, la hebrea y la griega, y eso explicaría por qué el evangelio tiene semblanza de haber sido escrito directamente en griego. A esto, Piñero objetaba que, de ser así, ¿por qué el evangelio cita al Antiguo testamento en la versión griega de los setenta, y no el texto hebreo original? Yo le señalaba a Piñero que, en el siglo VI, san Jerónimo daba testimonio de haber tenido en sus manos la versión hebrea del primer evangelio, y que en esa versión, Mateo citaba la versión hebrea de las escrituras judías. En el momento de nuestra conversación, Piñero no estaba seguro de que Jerónimo hubiera dicho eso, y que sería necesario corroborar ese dato. Confirmo que, en efecto, en el capítulo 4 de De viris illustribus, Jerónimo sí ofrece ese testimonio.
            Pero, yo no veo el testimonio de Papías o Jerónimo como un argumento muy poderoso. El propio Eusebio, quien recoge el testimonio de Papías sobre la autoría del primer evangelio, dice que éste era un hombre de “entendimiento muy limitado”. Y, francamente, pareciera que Eusebio tenía razón. Pues, por ejemplo, en otro rincón de sus escritos, Papías alegaba que Judas había muerto después de que le estallara la cabeza (una versión que contradice tanto a los evangelios como al libro de Hechos, y es, valga agregar, digna de la ciencia ficción). Papías tiene toda la semblanza de haber sido un hombre ingenuo que se creía cualquier cosa sin tomar la precaución de corroborar. Se ha querido reivindicar a Papías alegando que él era discípulo de Policarpio, y a su vez, éste del apóstol Juan, y que esta cadena en la transmisión garantiza la veracidad de la información. Pero, sólo Ireneo nos ofrece este dato, en vista de lo cual no pareciera ser muy contundente.
            El testimonio de Jerónimo es harina de otro costal, pues no se limita a repetir los rumores (como sí hace Papías), sino a alegar que él mismo tuvo ese evangelio en sus manos. Yo tampoco me fiaría mucho de Jerónimo. El propio Jerónimo era poco riguroso en sus investigaciones, y no era del todo ajeno a las exageraciones. Quizás, Jerónimo sí tuvo en sus manos algún evangelio en hebreo, procedente de los nazareos (como él mismo alega en su testimonio). Pero, no me convence que ése haya tenido el mismo contenido que el actual evangelio de Mateo.
            Hay otros motivos más firmes para dudar. El primer evangelio depende claramente del de Marcos. Hay mucha paráfrasis, pero sabemos que Mateo depende Marcos, y no a la inversa, porque en Mateo hay muchos más añadidos, en vista de lo cual Marcos debió haber sido más temprano. Además, si el autor del primer evangelio es efectivamente el publicano Mateo, un testigo ocular de muchos de los hechos narrados, ¿para qué habría sido necesario parafrasear a un evangelio que, según la misma tradición, no fue compuesto propiamente por un testigo ocular, sino por un seguidor de Pedro?
            Veo, además, muy improbable que un judío oriundo de Palestina (y no de la diáspora, en tanto era publicano) dominara el griego como para escribir un evangelio de esa forma. Josefo, un judío con bastante educación, admitía que le resultaba muy difícil escribir en griego. Tanto más difícil debía resultar a Mateo, que si bien era publicano (y eso habría requerido algún grado de educación), procedía de la Galilea rural y empobrecida.
            He escuchado a muchos apologetas decir que el lenguaje financiero en el primer evangelio aumenta la probabilidad de que su autor haya sido el publicano Mateo. Se hace especial referencia a Mateo 22: 15-22, cuando en esa narrativa, al discutir el asunto del tributo al César, para referirse a la moneda, el evangelio usa la palabra genérica ‘denarion’, y también la específica (y, presumiblemente, más técnica), ‘nomisna’, lo cual refleja un conocimiento de finanzas y la recaudación de impuestos (a diferencia de los otros dos evangelios sinópticos, Marcos y Lucas, quienes sólo usan la palabra ‘denarion’). En la conversación, Piñero me aseguró que, en realidad, es al revés: ‘denarion’ es la palabra específica, y ‘nomisna’ es la palabra genérica.
            El alegato de Piñero me sorprendió un poco, pues contradice frontalmente la traducción que favorecen los apologetas en sus libros. Pero, en todo caso, el hecho de que el autor del primer evangelio utilice las dos palabras (independientemente de cuál sea la genérica y cuál sea la específica) pareciera aumentar la probabilidad de que este autor está familiarizado con el mundo de las finanzas, y eso lo acerca un poco más a ser Mateo, el publicano.
            Con todo, yo no le daría demasiado peso a ese argumento. Sí, quizás el autor del primer evangelio conocía mejor el mundo de las finanzas que los otros evangelistas. Pero, de ahí, a decir que ese autor no es sólo un publicano, sino Mateo, uno de los doce apóstoles, es un trecho largo. Al final, de todos los argumentos, me sigue resultando el de mayor peso aquel que afirma la dependencia del primer evangelio respecto al de Marcos, y a partir de eso, podemos inferir que es de fecha más o menos tardía (como mínimo, después de la caída de Jerusalén en el 70), y por extensión, menos probable que proceda del propio apóstol Mateo.

jueves, 13 de febrero de 2014

¿Puede el Estado corregir las desigualdades naturales?



Uno de los libros más polémicos de finales del siglo XX fue The Bell Curve, de Richard Hernstein y Charles Murray. En ese libro, los autores presentaban evidencia de aplicaciones de pruebas de inteligencia (coeficiente intelectual, CI) a diferentes poblaciones en el mundo. En sus resultados, las poblaciones de origen asiático tenían mayor nivel de inteligencia, seguidos por las poblaciones de raza blanca, y en el fondo, las poblaciones de raza negra. A partir de estos datos, los autores llegaron a la conclusión de que las poblaciones negras están genéticamente programadas para ser menos inteligentes, y que los gobiernos deben tener esto en consideración a la hora de organizar políticas públicas de asistencia social.


El libro ha sido criticado desde muchos frentes, quizás de forma más demoledora por el gran biólogo evolucionista Stephen Jay Gould. En primer lugar, es poco seguro que la inteligencia pueda medirse satisfactoriamente con una prueba como las de coeficiente intelectual. En segundo lugar, es probable que los factores culturales tengan más preponderancia que los factores genéticos en los niveles de inteligencia. Y, en tercer lugar, es dudoso que podamos utilizar a la raza como un concepto antropológicamente consistente, pues la división racial que Hernstein y Murray proponen (y, en realidad, cualquier división racial de la especie humana) es arbitraria.
Estas críticas son muy válidas. No obstante, en torno a la discusión sobre las razas y la inteligencia, siempre es muy fácil incurrir en la falacia ad consequentiam: habitualmente se juzga a una hipótesis, no por su valor de verdad, sino por las consecuencias derivadas de esa hipótesis, en caso de que sea verdadera. Y así, es muy recurrente reprochar a Hernstein y Murray de promover una sociedad racista que oprime a las poblaciones negras. Insisto: aun en el caso de que Hernstein y Murray promuevan una sociedad racista, eso es irrelevante respecto a la veracidad o no de sus alegatos.
Con todo, Murray (Hernstein murió antes de que se publicara el libro) se defendía diciendo que ellos no buscaron conformar una sociedad racista. E, incluso, que su postura podría ser utilizada por la izquierda, no la derecha. Cuando escuché esto por primera vez, me flipé. ¿Cómo diablos puede usar la izquierda un libro que argumenta que hay razas más inteligentes que otras? Pero, cuando contemplé la respuesta de Murray, quedé perplejo.
En su respuesta, Murray acude a John Rawls, un filósofo que si bien no es fácil etiquetarlo como ‘izquierdista’, sí ha sido empleado por izquierdistas para justificar sus políticas redistributivas. A diferencia de muchos izquierdistas, Rawls reconoce que hay una desigualdad natural en muchos ámbitos. Pero, ahí donde los liberales convencionales habrían alegado que esa desigualdad natural justifica la desigualdad social, Rawls era más bien de la idea de que, en tanto la ventaja natural no es merecida (nadie merece haber nacido más inteligente que otros), el Estado debe hacer todo lo posible para corregir esas desigualdades naturales. Rawls no proponía propiamente plena igualdad social, pues eso podría convertirse en una desventaja aún para el que esté en lo más bajo de la jerarquía social, en tanto puede despojar de estímulo a la actividad económica, y a la larga resultar en un empeoramiento de todos. Pero, Rawls sí proponía que el Estado tratase de igualar a sus ciudadanos lo más que pudiese.
No es difícil ver cómo se puede vincular el programa de Rawls con los alegatos de Murray y Hernstein. Si, como ellos alegan, los negros son naturalmente menos inteligentes que los blancos, entonces el Estado estaría en la obligación de tratar de igualar a los negros y a los blancos en la escala social. Pues, no hay propiamente una meritocracia: no hemos elegido nuestros talentos, y lo justo es que el Estado trate de corregir las injusticias de la naturaleza.
Por supuesto, como he dicho, el propio Rawls opinaba que esa igualdad sólo puede llegar a cierto nivel, pues de lo contrario, el sistema productivo se haría inoperativo, y en ese sentido, incluso los menos aventajados también sufrirían. Desde esta perspectiva, si Murray y Hernstein tienen razón, el Estado concebido por Rawls, haría lo posible por mejorar la condición de los negros, pero éstos quedarían en las posiciones más inferiores, pues en tanto no tendrían la capacidad intelectual para ejercer labores de alta responsabilidad, sería necesario para el beneficio colectivo que otros (los blancos) lo hagan. Esto, obviamente, ya no sería tan atractivo a la izquierda.
Pero, en todo caso, el uso que Murray pretendía hacer de Rawls sirve para someter a cuestionamiento algunos puntos de la filosofía rawlsiana. ¿Puede el Estado realmente pretender corregir las desigualdades naturales? Habitualmente, los simpatizantes de libros como The Bell Curve, defienden el punto de vista complementario, según el cual, así como los negros son naturalmente menos inteligentes, son naturalmente superiores en habilidades atléticas. Supongamos que esto es efectivamente así. ¿Debe, entonces, el Comité Olímpico Internacional permitir a los atletas blancos empezar una carrera con algunos metros de ventaja sobre los atletas negros, a fin de igualar las desventajas que la naturaleza ha impuesto? Lo dudo mucho.

Entre los hombres, hay desigualdades naturales de todo tipo (y, vale agregar, no suscribo la interpretación racial de Murray y Hernstein, pero sí suscribo que hay gente con más talentos naturales intelectuales y físicos que otra). Pretender que el Estado pueda corregir esa desigualdad no merecida (y Rawls no deja de tener razón cuando alega que esas ventajas no son merecidas) no es solamente utópico, sino también poderoso. Podemos quejarnos ante Dios por haber creado un mundo tan desigual (y yo, francamente, veo esto como un firme motivo para negar la existencia de Dios), pero lamentablemente, no hay gran cosa que podamos hacer al respecto. Las desigualdades sociales deben seguir reflejando las desigualdades naturales.

domingo, 9 de febrero de 2014

La paranoia antisionista (autor invitado: Daniel Castro Aniyar)



Escribí una breve pieza de opinión sobre el sionismo (acá). Varios comentaristas me irrespetaron en su respuesta con ataques ad hominem (entre ellos, un tal José León lo hizo de forma vehemente; acá), respondí a esos ataques acá.

          León y otros me acusaban de ser parte de una “intelectualidad decadente” y de ser de “derecha”. No escondo que, en la coyuntura venezolana, tengo más simpatía por la derecha que por la izquierda. Pero, esto es irrelevante respecto al sionismo. Hay sionismos de izquierdas, y León ignora (este comentarista parece tener un pésimo nivel de información sobre este complejo tema) que, desde la misma época de Herzl, el sionismo fue un movimiento más de izquierda que de derecha.
          Un sionista de izquierda con quien he hablado estos temas en muchísimas ocasiones, es Daniel Castro Aniyar. Nadie podrá acusar a Daniel de ser parte de una “intelectualidad decadente” de derechas. Daniel ha estado comprometido con luchas indígenas en el reparto de tierras, tuvo una amplia labor como comunicador social en Vive TV y VTV, y en sus clases (tuve la fortuna de ser su estudiante), frecuentemente expresaba opiniones izquierdistas (esto fue motivo de varios desacuerdos por mi parte, pero esto es harina de otro costal). Reproduzco abajo un elocuente texto en el cual Daniel, como autor invitado, desde una postura izquierdista, defiende el sionismo.




La paranoia antisionista.
Dedicado a José Javier León, si él quiere.

Daniel Castro

En Venezuela se dicen alegremente cosas que reciben el aplauso automático. En parte por ello, la verdad termina dependiendo del aplauso y no del rigor del que habla o escribe. Ese no es un fenómeno chavista ni venezolano, pero es, grave, muy grave. Discursos altisonantes se destilan por todas partes, más para probar la hombría revolucionaria que el sentido común y el respeto a las ideas. Esto, de revolucionario, realmente tiene poco.
Particularmente, el tema del antisionismo militante en Venezuela se ha vuelto un despropósito peligroso, que pocas personas informadas se ha atrevido a detener. Se siguen citando ideas de los años 60 y 70 en un contexto que ha cambiado tanto de factores como de motivaciones. Hoy son argumentos disparatados que, en la práctica, en el Medio Oriente como en el resto del mundo, dan piso al asesinato de civiles, las peores amenazas de fanatismo y el riesgo de genocidio. Se oyen en este tema, el mismo tipo de razonamientos sin cálculo, el mismo ruido de tambores que han servido para los dramas humanitarios más horrendos.
Así parece que algunos venezolanos, de mucha ascendencia política,  participan con su cuota de responsabilidad en este problema.
Voy a poner una lista de aseveraciones que son de uso común en el chavismo y que son totalmente falsas, para el tema del Medio Oriente.
1.     “El Estado de Israel es un despojo a las tierras de los palestinos”.
Hay que recordar que en 1948 a los que se llamaban palestinos era a los judíos que pudieron regresar a las que consideran son sus tierras ancestrales, luego de largas centurias en que los otomanos (y luego los jordanos) les prohibieron su entrada a tanto a ellos, como a los cristianos. Los árabes de esa zona eran árabes de Palestina y ésta era una colonia muy grande que ocupa toda la actual Jordania. Por eso también se les llamaban árabes jordanos. Así que la partición de la ONU (que además nunca tuvo efecto) fue entre árabes ashmonitas (de los que desciende la familia real jordana), los demás árabes de palestina y los judíos palestinos (que se llamaban, simplemente “palestinos”). Los judíos sobre los cuales se hizo la partición eran mayoría de la ciudad de Jerusalem y muchos tenían 3 generaciones antes de la II Guerra Mundial. La identidad “palestina” de la que hablamos hoy, no aparecerá hasta con la OLP en los años 70.
Esto por supuesto no quita el derecho a los nativos árabes a sus tierras, pero tampoco quita que fueran estos mismos árabes quienes vendieran buena parte de las tierras del hoy Israel, antes de la creación de este Estado.
2.     “Los judíos, punta de lanza imperial de los EEUU, arrebataron con guerras estas tierras a los árabes”
La verdad es que fueron las nacientes naciones árabes (y no los palestinos, que aun no existían como pueblo que se llamase así) quienes declararon la guerra a los pocos judíos que estaban en los territorios asignados por la ONU. Las grandes guerras fueron en el 48, en el 67 y en 73. En las 3 oportunidades procuraron destruir a todos los judíos y a la nación israelí. En las tres oportunidades los árabes perdieron las guerras, y en las tres oportunidades perdieron tierras. A pesar de que en la del 73 (llamada también Guerra del Yom Quipur) los árabes mataron más de 2 mil israelíes, Israel devolvió todo lo conquistado en esa oportunidad.
La historia, aunque haya matices, no puede ser al revés. Los israelíes, muchas veces sin un solo cañón, se defendieron y obtuvieron tierras fundamentales, como la misma Jerusalem.  En Jerusalem, que no había quedado en manos judías por la partición de la ONU, los jordanos deportaron a todos los judíos y se destruyeron sus sinagogas, incluyendo joyas históricas sefardíes del período inglés. En la guerra del 67 los judíos la recuperaron luego de un ataque furioso de Jordania y Egipto en esa ciudad. Al final de aquel día quedaron en control de Jerusalem casi sin proponérselo. Claro, siendo la ciudad emblemática de su cultura, no la devolvieron.
El proyecto sionista, que no es más que conseguir un Estado para los judíos que estaban en la Palestina inglesa y el mundo, no fue impulsado por los EEUU, sino por los soviéticos ¿Cómo puede decirse que es un proyecto imperial estadounidense?.
Ellos dieron las armas, el apoyo diplomático y dinero para fundar en ese sitio un país socialista. Por eso, los banqueros judíos y los contribuyentes de todos el mundo que compraron tierras para fundar el Estado, se las dieron a comunas socialistas, célebremente llamados kibutz. Hoy son ejemplos de propiedad social y éxito económico en el mundo.
Los soviéticos, en vísperas del 48, mudaron su apoyo a los árabes. Ben Gurión, completamente aislado, consiguió aliados en los EEUU (a pesar de que el establishment político estadounidense se oponía a una apuesta tan inestable como era la Israel de entonces), y de manera sorpresiva, gracias a una diplomacia audaz que incluyó al propio Papa Juan XIII, Israel logró los escaños para ser reconocido como Estado a pocos meses de hacer la alianza con los EEUU.
3.     “Los israelíes son una nación antidemocrática y con apartheid contra los árabes”
Israel es la nación más democrática del Medio oriente, de largo. Sus tribunales son transparentes, sus elecciones son en primer grado, el 80% del stablishment político es laico, incluso muchos de sus políticos religiosos ultra-ordoxos, defienden ese laicisimo y defienden, como ningún país de la zona (y mejor que en mucho países europeos), la igualdad de condiciones a sus ciudadanos de todas las proveniencias: árabes, etíopes, beduinos, drusos, sefardíes, yemenitas, ashknasíes, samaritanos… Los árabes israelíes han perdido derechos por el papel de algunos de sus miembros a favor de la guerra, y hay problemas puntuales que pueden discutirse en otro momento, pero ellos mantienen partidos políticos y puestos en el Parlamento israelí, que no podrían tener del otro lado de la línea verde. A los judíos, por el contrario, les asesinarían en los países árabes, solo por vivir allí, y probablemente también en el Estado palestino por venir.
De hecho, hoy por hoy, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia israelí es árabe.
A pesar de lo que la gente cree, han sido los Arabes saudíes, quataríes, egipcios, entre otros, unos de los mejores aliados de Israel en la zona, sobre todo, en contra de grupos terroristas como Hamas y en contra del avance de un posible avance armamentista nuclear en Irán. El canciller israelí declaró a poco tiempo de estas líneas, que el gobierno estudia la posibilidad de cambiar sus alianzas con los EEUU por otros países árabes y la India. Así que las cosas no son tan simples.
Quiero agregar algo muy importante. Nunca pediré que se tome a un opinador como a alguien peligroso, como leí recientemente que hicieron contra el Prof. Gabriel Andrade cuando hizo un artículo sobre este tema. Pues ese es un impulso totalitarista, no tiene otro adjetivo. Creo que las ideas de alguien sí pueden serlo, pero nunca la persona, nunca por el hecho de opinar.
Me preocupa que tal diferencia, tan fundamental en la práctica de la convivencia humana de todos los tiempos, aun no sepa ser percibida.
Me preocupa mucho.