domingo, 21 de agosto de 2011

El Estado confesional en Venezuela


No puedo dejar de simpatizar con los jóvenes españoles que se oponen a la visita del Papa a Madrid. Ciertamente, Benedicto XVI merece los honores de una visita de Estado. Pero, la presencia del Papa a España es mucho más que una visita de Estado. Hay una justificación para que el Estado español gaste recursos en una visita oficial, pero no hay justificación para que, con los impuestos de los españoles, se promueva una visita abiertamente promotora del catolicismo.

Quizás una visita como ésta atraiga muchos peregrinos, y eso contribuya a la industria del turismo. Pero, la lucha de los españoles no es propiamente el gasto público, sino un asunto de mayor peso ideológico: la defensa del Estado laico. Desde los días de la revolución norteamericana en el siglo XVIII, los forjadores de las democracias modernas han comprendido que una democracia no puede funcionar óptimamente si el Estado no está separado de las instituciones religiosas. Así pues, los españoles que se oponen a la visita del Papa buscan la defensa de la democracia.

Los venezolanos deberíamos emular a los jóvenes españoles y protestar por la violación a la laicidad del Estado en nuestro país. Supuestamente, somos un Estado laico; al menos así está estipulado en nuestras leyes. Pero, la realidad de hecho es muy distinta.

Ciertamente, las religiones tradicionales en Venezuela no logran ejercer una gran influencia política, y el Estado, en apariencia, no promueve ninguna religión. Probablemente debamos esto a Antonio Guzmán Blanco, un valiente (aunque, autoritario) estadista que en el siglo XIX se atrevió a imponer una barrera entre el Estado y la Iglesia Católica. El legado de Antonio Guzmán Blanco persiste: hoy, ni católicos, ni protestantes, ni judíos ni musulmanes ni santeros ni marialionceros logran favorecer sus respectivas religiones mediante el ejercicio de la política.

Pero, hay en Venezuela una nueva religión que quizás no aparezca en los manuales o atlas mundiales de estudios de la religión, pero que urge reconocer: la religión bolivariana. Es asunto debatido cuál es la definición exacta de ‘religión’, pero me parece que la relación que muchos venezolanos tienen con Bolívar merece el calificativo de ‘religiosa’. Bolívar se ha convertido en la figura sobrehumana protegida por un velo frente al cuestionamiento.

Ya tres eminentes historiadores venezolanos, Elías Pinto, Germán Carrera y el difunto Manuel Caballero, han advertido respecto a cuán extendido está el culto a Bolívar en nuestro país. Y, este culto, a diferencia del culto a María Lionza o la devoción a la Virgen de Coromoto, sí cuenta con el aval estatal. El Estado venezolano es el principal promotor de la veneración icónica en plazas y avenidas. Pero, no sólo eso: también es el principal promotor de la distorsión historiográfica al impulsar una figura mitologizada del Libertador.

El endiosamiento de Bolívar procede del mismo Guzmán Blanco, y no es reciente en la historia de Venezuela. Es irónico que Guzmán Blanco fue el encargado de separar a la religión católica del Estado, pero a la vez fue el pionero del culto estatal a Bolívar. No obstante, el gobierno de Hugo Chávez ha llevado el culto a Bolívar a su paroxismo, pues se ha atrevido a hacer algo que los anteriores gobernantes nunca habían hecho: convirtió a Venezuela en un Estado confesional.

Venezuela es oficialmente la ‘República Bolivariana de Venezuela’. Del mismo modo que el nombre ‘República Islámica de Irán’ implica que la religión oficial de ese país es el Islam, el nombre de nuestro país implica que la ideología política oficial de Venezuela es el bolivarianismo. Y, así como es un abuso para las minorías religiosas en Irán, el hecho de que el Estado no sea laico, sino confesional, también es un abuso para las minorías políticas en Venezuela, que el Estado sea oficialmente bolivariano. Del mismo modo en que un judío o un cristiano no tiene plena representación en el Estado confesional iraní, un no bolivariano no tiene plena representación en el Estado confesional venezolano.

La laicidad del Estado no implica exclusivamente que el Estado no tenga una religión oficial. También implica que el Estado no tenga una ideología política oficial. Por ello, que nuestro país se llame ‘República Bolivariana de Venezuela’ es una seria ofensa a la laicidad del Estado que tanto han defendido los forjadores de la democracia.

Los españoles se quejan de que sus impuestos sean destinados a la visita del Papa y la promoción del catolicismo. Pero, al menos, el Estado español sigue siendo de iure lacio. En cambio, Venezuela es un Estado confesional, a pesar de que supuestamente se declara laico. Y, peor aún, nuestros barriles de petróleo y nuestros impuestos son destinados a la promoción de la religión civil bolivariana. Venezolanos, ¡seguid el ejemplo que Madrid dio! ¡No al Estado confesional, sea en asuntos religiosos o políticos!

lunes, 15 de agosto de 2011

Una incoherencia de David Hume




David Hume es uno de mis filósofos preferidos. Es emblemático del tipo de filosofía que yo valoro, y es uno de los máximos representantes de la Ilustración, el movimiento intelectual que, según estimo, estamos en urgente necesidad de rescatar. Además de ser un monumento a la racionalidad y el progreso, Hume era un hombre sumamente afable. No en vano, en varios de los concursos en los cuales he participado, he usado el pseudónimo ‘Deivid Jium’, como claro homenaje a este gigante del siglo XVIII.

Pero, en fechas recientes, he estado preparándome para posiblemente escribir un libro sobre el problema del libre albedrío, y he encontrado en Hume una incoherencia sobre la cual deseo advertir. Hume es uno de los más emblemáticos representantes de la postura compatibilista respecto al libre albedrío. Según esta postura, el libre albedrío es compatible con el determinismo. Así, en opinión de los compatibilistas, seguramente, desde los inicios del universo, yo estaba determinado a escribir estas líneas, y al menos con estas leyes de la física, no hay un escenario alterno en el que yo pude haber hecho otra cosa. Con todo, la ausencia de un escenario alterno no me despoja de libertad. Aun si yo estaba determinado a escribir estas líneas, yo soy libre de hacerlo. Pues, opinan Hume y los compatibilistas, debemos entender ‘libertad’, no como la capacidad de poder haber hecho otra cosa, sino como la ausencia de un agente coercitivo que me impida hacer lo que yo quiero hacer. Puesto que el escribir estas líneas procede de mi propio deseo, puedo considerar que esa acción es libre, aun si está ya determinada.

Incluso, argumenta Hume, el mismo hecho de que la acción esté determinada es lo que permite que sea libre. Si la acción de escribir estas líneas no está determinada, entonces procede del azar. Pero, el azar no nos ofrece libertad; si el hecho de escribir estas líneas es meramente azaroso, no puedo considerar esta acción propiamente libre, sino esclava del mismo azar. Así, para poder considerar verdaderamente una acción libre, ésta debe proceder del deseo de quien la ejecuta, y ese deseo debe estar determinado.

Esta argumentación ha resultado muy persuasiva, y es un elegante intento por reafirmar la existencia del libre albedrío frente al determinismo que, según parece, rige el funcionamiento causal del mundo. Pero, sorprende un poco que el mismo Hume sea uno de los máximos exponentes del compatibilismo. Los compatibilistas opinan que el mundo está determinado, pero a la vez somos libres. Con todo, en otros rincones de su obra, Hume da la impresión de querer argumentar que el mundo no está determinado.

Hume es célebre, ante todo, por negar la causalidad. A partir de las limitaciones del conocimiento inductivo, Hume advierte que nunca podemos asegurar que estamos en presencia de una relación de causalidad. Tenemos el hábito de apreciar que, cada vez que sucede un evento, le sucede otro. Pero, advierte Hume, nunca podremos estar seguros de que esto siempre será así. Siempre existe la posibilidad de que estemos frente a un evento desconocido que altere las relaciones que nosotros creemos que son causales.

Ahora bien, si Hume niega la causalidad, entonces está negando el determinismo; a saber, la doctrina que postula que todos los eventos tienen una causa. Su negación de la causalidad no se inclina propiamente hacia el indeterminismo (la doctrina según la cual algunos fenómenos son espontáneos y no tienen causas), sino hacia la postura que postula que no estamos en posición de saber si el mundo está determinado o no.

Esto invita a una reflexión interesante: ¿cómo sabemos si el determinismo es verdadero? Quienes defienden el determinismo postulan que la experiencia diaria nos invita a suponer que el mundo sí está determinado. Observamos una regularidad en el mundo: cada vez que repetimos un experimento bajo más o menos las mismas condiciones, obtenemos los mismos resultados. Pero, Hume agudamente advierte que, el hecho de que el sol haya salido todas las mañanas durante millones de años no nos garantiza que el sol saldrá nuevamente mañana. Pues bien, quizás lo mismo ocurra con los fenómenos que observamos y tienen apariencia de regularidad: el hecho de que siempre haya la misma secuencia de eventos no implica que esta secuencia continuará.

En ocasiones, los científicos se han encontrados con anomalías y eventos inesperados. Los deterministas suponen que esto ocurre sencillamente porque ha intervenido alguna variable hasta ahora desconocida que altera la expectativa inicial. Pero, si esto es así, entonces el determinismo se convierte en una postura irrefutable. Pues, cada vez que se señale algún ejemplo de algún fenómeno que coloque en entredicho la regularidad causal a la que estamos acostumbrados, el determinista alegará que eso es debido, no propiamente al indeterminismo del mundo, sino a nuestra ignorancia de las leyes del universo.

Así pues, en algún rincón de su obra, Hume ofrece una ardua defensa de la compatibilidad entre el libre albedrío y el determinismo. Pero, en muchos otros rincones de su obra, Hume ofrece buenas razones, no para defender el indeterminismo propiamente, sino para alegar que, sencillamente nunca podremos estar seguros de que el universo está determinado, pues para eso, sería necesario un conocimiento exhaustivo que no tenemos.

Esta dualidad de Hume es a todas luces incoherente: por una parte acepta el determinismo, pero por otra parte lo niega. Pero, es una incoherencia productiva. Pues, invita a pensar que el determinismo es una postura metafísica que nunca podrá demostrarse. Con todo, el mismo Hume advertía que existen motivos pragmáticos para asumir que la causalidad sí existe (nos volveríamos locos si prescindimos de la expectativa de la causalidad). Y, en este sentido, los científicos pueden seguir el ejemplo de Hume: asumir que el mundo está determinado (e incluso, que ello no elimina el libre albedrío), pero a la vez, admitir que esto es una asunción metafísica que no puede ser comprobada.

jueves, 11 de agosto de 2011

El desmadre de la física cuántica


No sin vergüenza debo admitir que jamás estudié un curso de física, pues mi bachillerato fue supuestamente ‘humanista’, y me lamento de ello. Pero, en fechas más recientes, mi preocupación por el problema filosófico del determinismo y el libre albedrío me ha obligado a leer algunos textos divulgativos sobre física (aunado a una exhortación de Víctor Luque). Antes de empezar a leer estos libros, por doquier escuchaba a gente que yo sospechaba que son charlatanes, hablar sobre la física cuántica, y derivar conclusiones que me resultaban escandalosas, pero que debido a mi ignorancia en el tema, no estaba en posición de evaluar. Algunos me decían que la física cuántica nos despoja de todo tipo de certezas en el mundo (incluida la certeza de, por ejemplo, que los ángulos de un triangulo suman dos rectos); otros me decían que la física cuántica confirma que una persona puede estar en dos lugares al mismo tiempo (algo similar al alegato del gurú Sai Baba respecto a sí mismo).

A medida que he ido progresando en la lectura de textos divulgativos sobre la física cuántica, me doy cuenta de que estos alegatos son interpretaciones groseramente erróneas de los hallazgos científicos. La física cuántica no despoja de certezas al conocimiento, sólo postula, en continuidad con el principio de incertidumbre de Heisenberg, que no puede conocerse a la vez la posición y el movimiento de un objeto dado, y que eso implica que, a nivel subatómico (y vale destacar que esto aplica sólo a la escala subatómica), el mundo no está regido por leyes causales deterministas, en función de lo cual, no podemos hacer predicciones certeras sobre el comportamiento de las partículas. Este hallazgo científico está muy lejos de despojar certezas respecto a las verdades de la lógica y la matemática.

Asimismo, la supuesta capacidad de algunas personas de estar en dos lugares al mismo tiempo en realidad es una malinterpretación del hecho de que, antes de la observación de las partículas, éstas existen en un estado de superposición, a saber, teóricamente existen en dos estados a la vez antes del colapso propiciado por la observación. Pero, de nuevo, esto aplica a las partículas subatómicas, no a los objetos de mayor escala. Sai Baba sigue siendo un charlatán, y la gente que cree que alguien puede estar en dos lugares a la vez es terriblemente ingenua.

Esto me ha ido permitiendo comprender que la errónea interpretación de la física cuántica se ha venido a convertir en un desmadre que propicia las más burdas creencias pseudocientíficas y fantasiosas en gente ignorante que desea impresionar con su verborrea.

Pero, quizás el desmadre mayor de la interpretación errónea de la física cuántica ha sido el alegato según el cual, nosotros construimos mentalmente el mundo y, por así decirlo, tenemos la oportunidad de controlarlo a plenitud. La física cuántica postula que, antes de la observación de los fenómenos éstos existen en un estado de superposición. Ahora bien, cuando estas partículas se observan, el mismo hecho de observarlos propicia que las partículas colapsen, y abandonen el estado de superposición y asuman definitivamente sólo uno de los estados. Así pues, en cierto sentido, el observador incide sobre la posición que las partículas asumirán. No se trata de que el observador tenga algún poder místico para transformar la realidad con su sola mirada, sino que las propiedades de la luz, la cual debe ser empleada por observador, hacen que las partículas asuman una nueva posición.

Pero, de nuevo, esto ha sido malinterpretado por los gurús cuánticos. En el siglo XVIII, el filósofo George Berkeley defendía la postura según la cual, existir es percibido. Esto implica que el mundo exterior no existe; las cosas existen sólo como representación que nuestra mente hace de ellas. Así, la teoría de Berkeley, hoy llamada ‘idealismo’, parece implicar que está en nuestro poder decidir cómo es el mundo, pues éste no es más que una idea que está en nuestras mentes, y no existe como cosa real ‘allá afuera’. Pues bien, algunos gurús cuánticos parecen opinar que la física cuántica confirma una hipótesis parecida a la de Berkeley: supuestamente, el hecho de que la observación altera la conducta de las partículas implica que nosotros tenemos la capacidad de construir el mundo a nuestro antojo mental.

Bajo esta hipótesis, si nos concentramos mentalmente en no enfermarnos, no nos enfermaremos. Si tenemos pensamientos positivos, llamaremos a la fortuna, y seremos ricos. Si pensamos en un mundo hermoso, no habrá catástrofes naturales. Y, así sucesivamente. Todo radica, por así decirlo, en nuestras mentes. Y, supuestamente, así como la física cuántica enseña que el observador tiene el poder de configurar la realidad con su observación, el sujeto tiene el poder de configurar el mundo con su pensamiento. Por supuesto, vale advertir que esto no es lo que postula la física cuántica. No se trata de que el observador tenga un poder mental para hacer cambiar las cosas y manejar el mundo a su antojo. Se trata simplemente de que la dinámica de la observación propicia el colapso de la onda de la partícula.

Hace algunos años, Alan Sokal denunciaba cómo los gurús postmodernistas extrapolan conceptos de las ciencias naturales, y los aplican ilícitamente a otros fenómenos (por ejemplo, algunas feministas dicen que la termodinámica es machista porque degrada a los fluidos). Pues bien, me parece que algo similar ocurre con el desmadre de la física cuántica: se extrapolan conceptos propios de los fenómenos subatómicos, y con ello se pretenden legitimar teorías fantásticas imbuidas de misticismo.

Quizás parte de esta lamentable tendencia sea debida a la imprecisión del lenguaje ordinario del cual se vale la ciencia. Tanto la física cuántica como la economía, por ejemplo, hablan de ‘colapsos’, pero sabemos que se tratan de dos asuntos radicalmente distintos. Y, así, quizás en un futuro será relativamente fácil para un economista aplicar disparatadamente los conceptos de la física cuántica para sostener que la economía colapsa cuando los economistas la estudian, y que por ende, la economía es una disciplina plagada de incertidumbre. Por ello, me parece que no debemos dejar de lado la pretensión de varios filósofos analíticos de la primera mitad del siglo XX, de acercarse (al menos en la ciencia), a un lenguaje ideal de corte matemático, precisamente para evitar el desmadre y abuso de los conceptos científicos en otras esferas.