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lunes, 4 de junio de 2018

Jinnah en el cine y en la vida real


            En la opinión pública internacional (inevitablemente influida por Estados Unidos), Alemania Occidental era la buena, Alemania Oriental era la mala; Corea del Sur es la buena, Corea del Norte es la mala. Cuando se trata del subcontinente indio, esa misma opinión pública internacional suele considerar que India es la buena y Pakistán es el malo, aunque no siempre fue así. Por décadas, Pakistán fue aliado de los norteamericanos contra los soviéticos, mientras que la India levantaba sospechas por su coquetería con el socialismo. Pero, las cosas han cambiado, y ahora la opinión pública internacional ve a la India como el país que tiene un buen porvenir, mientras que Pakistán es el país de terroristas descontrolados.
            Esta dualidad (India buena vs. Pakistán malo) también se extiende a sus héroes nacionales. Gandhi, el padre de la India, es un héroe mundial. Jinnah, el padre de Pakistán, o bien es un simple desconocido, o bien es visto como un tipo intransigente y ambicioso. En 1982 Richard Attenborough rindió homenaje al Mahatma en su elogiada película, Gandhi. Los pakistaníes tuvieron que esperar a 1998 para que se hiciera una película sobre su héroe. Jamiel Dehlavi realizó así Jinnah, pero la película tuvo toda clase de problemas en su distribución, y nunca llegó a las salas de cine.


            La película de Attenborough es una biografía más o menos convencional, que muestra los episodios más importantes de la vida de Gandhi. Dehvali, en cambio, optó por introducir elementos fantasiosos: Jinnah muere, y en su Juicio Final (extrañamente, el juicio no tiene un aspecto religioso), el fantasma de Jinnah visita episodios de su vida pasada, tratándose de justificar; algo así como Scrooge en El cántico de navidad.
            A mí particularmente no me agradan estos recursos fantasiosos cuando se trata de evaluar sucesos históricos importantes. Pero, en Jinnah, no están mal. Pues, el recurso fantasioso del Juicio Final da la oportunidad a Dehlavi para explorar debates históricos que, en una narrativa cinematográfica convencional, sería difícil de hacer. A lo largo de la película, a Jinnah se le cuestionan varias de sus decisiones, pero el fantasma elocuentemente se defiende explicando por qué hizo lo que hizo.
            Una cosa es clara: Jinnah no es culpable del desastre en que se ha convertido Pakistán. A pesar de que no se representa en la película, es sabido que Jinnah comía cerdo y bebía. No era un musulmán fanático. De hecho, en una memorable escena de la película, Jinnah confronta a unos integristas que le reprochan el querer dar derechos a las mujeres y a las minorías religiosas.
Pero, a pesar de no tener gran entusiasmo religioso, Jinnah estaba preocupado por la posibilidad de que, en una India independiente, los musulmanes serían una minoría perseguida. En otra escena muy bien lograda, Jinnah dice que los propios musulmanes fueron invasores de la India, pero que a diferencia de los británicos, no tienen un país al cual regresar. Jinnah supo anticipar que los musulmanes serían ciudadanos de segunda en la India.
El tiempo le dio la razón. De hecho, en una escena muy curiosa, el fantasma de Gandhi muestra al fantasma de Jinnah los tristes acontecimientos de la destrucción de la mezquita de Ayodyha, en 1992, y cómo esto dio paso a un muy agresivo nacionalismo hindú que amenaza seriamente a los musulmanes que se quedaron en la India. Gandhi incluso le recuerda a Jinnah que fue un fanático hindú quien mató al Mahatma, precisamente porque consideró que Gandhi había traicionado a la India al ser demasiado condescendiente con los musulmanes.
Gandhi ingenuamente creía que hindúes y musulmanes podrían vivir en paz en un mismo país, ignorando siglos de animadversión entre las dos comunidades. Jinnah fue más realista. En una escena, Jinnah se preocupa de que los musulmanes en la India sean como los judíos de Europa justo antes del Holocausto.
Es curioso que el personaje de Jinnah diga esto (ignoro si Jinnah realmente comparó a los musulmanes de la India con los judíos de Europa). Pues, cabría esperar que, en su comparación con los judíos, Jinnah y los pakistanís tendrían más simpatía por Israel, un Estado que, lo mismo que Pakistán, se formó para proteger a una minoría religiosa perseguida. En 1948, Pakistán se negó a reconocer a Israel como Estado (Jinnah murió algunos meses después).
Quizás podría admitirse que, en 1948, a Israel se le dio más territorio del que le correspondía, mientras que en 1947, a Pakistán se le despojó de muchos territorios que le correspondían, notablemente Cachemira. La película no es especialmente enfática sobre este punto, pero deja entrever que hubo una suerte de conspiración (o al menos, incompetencia) fraguada entre Nehru y el virrey británico de India, Lord Mountbatten, en la cual los encantos de la esposa de Mountbatten tuvieron algo que ver.
La escena final de la película es muy emotiva, aunque de dudosa plausibilidad. El fantasma de Jinnah visita a los migrantes musulmanes que van de la India a Pakistán, y contempla el sufrimiento al que han sido sometidos como consecuencia de los ataques de hordas hindús. Jinnah se entristece ante esto, pero los migrantes le aseguran que su decisión ha sido la correcta, pues a partir de ahora, tendrán una patria que los proteja. Tras eso, enérgicamente lanzan proclamas nacionalistas a favor de Pakistán.
Digo que esta escena es de dudosa plausibilidad, porque a pesar de que es indiscutible que los musulmanes de la India son ciudadanos de segunda, no es del todo claro que los musulmanes que emigraron de India a Pakistán, tengan mejores vidas. Podemos discutir algunas cosas sobre la vida de Jinnah, pero es justo admitir que fue un hombre equilibrado. Tras su muerte, Pakistán fue de mal en peor, con una serie de golpes militares y dictaduras que desembocaron en una sociedad infestada por grupos yijadistas que ejercen notable influencia sobre los gobiernos.
Jinnah siempre tuvo la voluntad de que en Pakistán no ocurriese lo que él temía que ocurriría en la India. Lamentablemente, no tuvo éxito. Pakistán persigue a sus minorías religiosas muchísimo más que lo que sucede en la India. Por fortuna, quedan en Pakistán voces sensatas que quieren rescatar el legado moderado y secularista de Jinnah, y Dehlavi (el director de Jinnah) ciertamente forma parte de esas voces. Queda por ver si estas voces serán suficientemente influyentes.

martes, 6 de febrero de 2018

Marx frente a Bolívar

    Desde que Hugo Chávez repentinamente proclamó que era marxista en 2009 (a decir verdad, no fue tan repentino, pues ya se le veía en sus costuras populistas), sus seguidores intelectuales trataron de hacer malabares para excusar el breve escrito de Marx, Bolívar y Ponte, en el cual el Libertador sale mal parado. Con ese texto, los chavistas, que supuestamente son bolivarianos y marxistas a la vez, están arrinconados, y tienen que decidirse por uno o por otro.
    Por lo general, al menos cuando se trata del choque entre Marx y el Libertador, eligen a Bolívar. En esto, hay mucho de política identitaria. Los chavistas no consideran propiamente los argumentos de Marx, sino que de antemano, deciden que Marx estaba equivocado sobre Bolívar, sencillamente porque entre un europeo y un americano, siempre hay que elegir al americano.  Bolívar podrá haber sido un déspota, pero es nuestro. Así opera la típica mentalidad nacionalista, y los chavistas no escapan a esto.



    Dicho esto, cabe admitir que en su escrito, Marx fue bastante injusto con Bolívar. Los chavistas, con su eterno chantaje victimista propio del Tercer Mundo, saltan a decir que Marx se dejó arrastrar por el racismo (siempre es fácil acusar a un alemán de ser racista), y ésa es la razón por la cual Marx despreciaba al venezolano. Pero, no hay nada en el escrito de Marx que sugiera una inspiración racista. En ningún momento Marx dice que los vicios y defectos de Bolívar se deban a sus características biológicas.
    De hecho, más bien en su escrito, Marx sale en defensa de los negros, y acusa a Bolívar de ser racista. Discutiendo la suerte de Santander y Padilla, Marx enuncia algo que resulta bastante obvio: Bolívar perdonó al primero pero ordenó fusilar al segundo, porque Santander era blanco y Padilla negro. Los chavistas, en vez de chantajear acusando a Marx de ser racista, deberían admitir que si bien el Libertador pudo haber sido muy cariñoso con la negra Hipólita, al final, siempre tuvo temor a la pardocracia, y se dejó arrastrar por prejuicios racistas en los fusilamientos de Padilla y Piar.
    En fin, Marx no fue racista contra Bolívar, pero sí muy injusto. En líneas generales, su breve biografía del Libertador enuncia los datos concretos de forma correcta, pero los presenta muy tendenciosamente. Marx no cambia la información histórica, pero sí la interpreta muy caprichosamente. Marx se empeña en presentar a un Bolívar sumamente cobarde (lo llama el “Napoléon de las retiradas”), traicionero, vanidoso, y enfermo de poder.
    La acusación de cobardía no ha lugar. Todos cuanto le conocieron, unánimemente admitieron la valentía de Bolívar. La audacia de atacar Bogotá cruzando los Andes desde los llanos venezolanos, fue propia de un suicida militar. Pero, tal operación rindió frutos. Bolívar fue un hombre con muchos defectos, pero ciertamente la cobardía no fue uno de ellos. Marx acusa a Bolívar de haber perdido Puerto Cabello por su cobardía, pero en realidad, no fue así.: un soldado traidor colaboró con los prisioneros realistas para que éstos salieran y se amotinaran, y viendo perdida la plaza, Bolívar tuvo que huir.
    Pero, francamente, la valentía suele ser una cualidad sobrevaluada en muchos personajes históricos. ¿De qué sirve un hombre valiente, al servicio de la injuria y la destrucción? Muchos en la oposición venezolana acusan a Chávez de haber sido cobarde, porque supuestamente, estuvo escondido en la retaguardia el 4 de febrero de 1992, mientras los jovencitos soldados morían en el frente como carne de cañón. No sabemos si eso fue realmente así, pero en todo caso, aun si Chávez hubiese estado al frente en aquella intentona golpista, ¿eso lo habría absuelto frente al tribunal de la Historia? De ningún modo. Aun si hubiera sido un hombre muy valiente, Chávez merece todo nuestro reproche, por haber destruido a Venezuela.
    En fin, las acusaciones de traición y vanidad en contra de Bolívar sí tienen más sustento. Marx menciona la forma en que Bolívar entregó Miranda a Monteverde. En efecto, este episodio arroja una gran sombra sobre las virtudes de Bolívar. Tampoco se puede negar el carácter vanidoso de Bolívar, y su gusto por las pompas (como la entrada triunfal a Caracas en 1812, la cual Marx cita como evidencia de la vanidad del Libertador).
    Y, seguramente el alegato más justo de Marx en contra de Bolívar, es reprocharle su ambición y ansias de poder. En efecto, tal como Marx se lo reprocha, Bolívar escribió una constitución tremendamente autoritaria para Bolivia, la cual quiso imponer en Colombia, pero que afortunadamente, los partidarios de Santander no se lo permitieron.
    Con todo, Marx no dejó de ser hipócrita en este aspecto. Pues, fue él mismo quien se entusiasmó por la dictadura del proletariado. Si bien no podemos reprochar a Marx los abusos de las brutales dictaduras de Lenin, Stalin, Mao o Fidel, no deja de ser cierto que el filósofo alemán, en su empeño de destruir los regímenes liberales europeos, sí sentó las bases para los regímenes totalitarios del siglo XX. Marx nunca propuso explícitamente suprimir libertades civiles básicas, pero sí propuso abolir la propiedad privada. ¿Cómo puede lograrse tal acometido, si no es convirtiendo al Estado en un monstruo?
    En fin, es curioso que Marx, un tipo que destacó por su capacidad analítica, se limitó en su escrito a criticar a Bolívar concentrándose en aspectos puntuales de sus acciones militares, pero no desarrolló una crítica de las ideas del Libertador. Pues, Bolívar era un típico representante del liberalismo económico que Marx tanto repudiaba.


    Los chavistas quieren presentar a Bolívar como una suerte de proto-socialista que defiende el socialismo agrario y las restricciones al comercio; nada más lejos de la realidad. Como todos los otros criollos que se unieron a su rebelión, Bolívar inició su gesta, no tanto por motivos de nacionalismo (aunque, cabe admitir, hubo algo de eso), sino porque España no permitía el libre comercio de las colonias entre sí, y con Inglaterra. Bolívar, fiel seguidor de Montesquieu en lo económico (no tanto en lo político, pues como he mencionado, coqueteó mucho con tendencias autoritarias), depositaba su confianza en el libre comercio con aranceles y regulaciones económicas muy reducidas. Más aún, si bien tomó pasos hacia el igualitarismo (aboliendo la esclavitud y derogando el tributo de los indios), habría quedado horrorizado con un sistema que pretende abolir las clases sociales e imponer la igualdad a rajatabla.
    Al final, las ideas liberales de Bolívar han resultado ser mucho más benevolentes y productivas que las ideas comunistas de Marx. Pero, eso no impide que en sus reproches al venezolano, el alemán tuviera razón en algunas cosas. Con todo, la crítica de Marx es bastante decepcionante, pues en su escrito, no menciona el aspecto más sombrío de toda la vida de Bolívar: su Decreto de guerra a muerte, y la decisión de ejecutar a más de dos mil prisioneros españoles (la mayoría civiles que no habían participado en la contienda militar) en La Guaira, en febrero de 1814. Bolívar no fue cobarde, pero sí fue un criminal de guerra. Marx lo debió haber juzgado así; lamentablemente, no lo hizo.


jueves, 7 de diciembre de 2017

Robert Houdin y el poscolonialismo



            El conservadurismo francés siempre ha querido presentar en sus libros de historia, una versión dulcificada de la presencia colonial francesa en Argelia. Lamentablemente, no pueden tapar el sol con un dedo. Basta ver una película como La batalla de Argel, para formarse una idea de las barbaridades que se cometieron en Argelia durante el período de dominio francés. En 1830, el gobernador local otomano agitó su plumero en la cara del embajador francés, y los franceses tomaron aquel minúsculo insulto como excusa para lanzar una masiva invasión que ocupó el país por más de un siglo.
            Las cosas, pues, deben contarse como ocurrieron, por más que los conservadores y nacionalistas franceses se molesten. Pero, al contar las cosas como ocurren, también los críticos del colonialismo se molestan. Pues, a partir de la segunda mitad del siglo XX, han surgido académicos que, obsesionados en su cruzada en contra del legado del colonialismo, se han empeñado en decir que todo lo del colonialismo fue malo, y que hay que resistir a él a toda costa. Eso, lamentablemente, es también una memez. No todo lo del colonialismo fue malo, y es hora de que la izquierda lo admita.

            Consideremos, por ejemplo, el caso de Robert Houdin. Houdin era un ilusionista francés que hizo fama en su nativa Francia con sus asombrosos espectáculos. En el siglo XX, el gran Houdini tomó su nombre en homenaje a este mago francés. Tras una fructífera carrera, Houdin se retiró de la vida pública, pero en 1856, el gobierno francés le pidió que fuera a Argelia en una misión especial.
            Por aquella época, los franceses no habían dominado por completo a Argelia, y aún había peligros de revueltas. El sentimiento popular anticolonialista orbitaba en torno a los morabitos, una especie de místicos islámicos populares que, como los faquires de la India, asombraban a la gente con sus prodigios. El gobierno francés pidió a Houdin que investigara estos prodigios, e hiciera cosas similares ante las audiencias árabes, para convencerlos de que la magia francesa era más poderosa.
            Houdin, en efecto, observó algunos de los trucos de los morabitos, y los hizo ante algunas audiencias de árabes. Pero, también hizo espectáculos con sus propios trucos que eran aún más asombrosos que los de los marabutos. Quizás el más famoso fue el truco de la bala: alguien le dispararía con una bala marcada, y él sacaría esa bala de su boca. Los árabes quedaban asombrados, y ante tales prodigios, decidían renunciar a seguir a los morabitos, y rendían lealtad a las autoridades francesas.
            Houdin pudo haber hecho lo mismo que los morabitos, y pudo haber convencido a los árabes de que los franceses tenían poderes sobrenaturales. Pero, no hizo tal cosa. Houdin no reveló sus trucos, pero sencillamente dijo a los árabes que lo que él hacía era mero ilusionismo, y que los morabitos hacían lo mismo. La magia no existe. Así pues, como el gran Houdini del siglo XX, el Houdin original del siglo XIX era un racionalista a ultranza.
            ¿Era Houdin un colonialista? Por supuesto que sí. Su campaña de racionalismo estuvo al servicio del poder imperial. ¿Merece reproche? De ningún modo. Los gurús de la izquierda poscolonial se obsesionan con decir que todo lo del colonialismo es reprochable, pero se equivocan. Houdin hizo una gran labor en favor del progreso. Erradicó muchas supersticiones en el populacho árabe, y sentó las bases del pensamiento científico en un país culturalmente muy atrasado. Duélale a quien le duela, lo cierto es que los poderes imperiales llevaron las bases de la racionalidad, la ciencia y el laicismo, a países que vivían en un mundo supersticioso e irracional. Está bien lamentarse por los crímenes del colonialismo y el saqueo de las riquezas del Tercer Mundo, pero no está mal desenmascarar los trucos y fraudes de morabitos y faquires.
            Insólitamente, varias figuras de la izquierda poscolonial reprochan los intentos racionalistas por educar a las masas supersticiosas. En India, por ejemplo, hay muchos grupos racionalistas que van a las aldeas, realizan trucos de ilusionismo, y luego explican a las audiencias que los faquires no tienen verdaderos poderes mágicos. Autores como Ashis Nandy (un académico muy querido por la izquierda poscolonial) reprochan a estos grupos racionalistas, pues en su opinión, los racionalistas indios son representantes de una mentalidad colonial británica que sabotea la tradición hindú.
            En América Latina, hay también patéticos autores que, como Nandy, se oponen al progreso y el racionalismo, todo en nombre de la lucha contra el colonialismo. Enrique Dussel, Walter Mignolo y Boaventura de Sousa Santos, por ejemplo, se empeñan en proteger supuestos “saberes ancestrales” indígenas que, en el fondo, no son más que trucos muy parecidos a los de los faquires y los morabitos. Como en África y Asia, la historia del colonialismo en América fue brutal. Pero, es una memez oponerse al racionalismo, por el mero hecho de que lo trajeron los europeos. En honor a gente como Houdin, los latinoamericanos deberíamos continuar la cruzada racionalista, y acabar con el misticismo y las supersticiones que, lamentablemente, persisten en nuestros países.