lunes, 27 de febrero de 2017

La conspiración del Holocausto

Theodor Herzl organizó el primer congreso sionista en 1897. Su movimiento fue ganando terreno en las siguientes décadas, pero el evento histórico que realmente hizo concretar la creación del Estado de Israel, fue el Holocausto. Al final de la Segunda Guerra Mundial, cientos de miles de judíos europeos quedaban a la deriva, y empezaron a surgir grandes olas migratorias hacia Palestina. Eso aceleró la decisión de la naciente Organización de las Naciones Unidas, de declarar la creación del Estado de Israel en 1948.
            Desde la década de 1970, ha habido grupos que alegan que el Holocausto nunca ocurrió. Según ellos, hay una conspiración judía internacional para hacer creer que los nazis asesinaron a seis millones de judíos en campos de exterminio. El propósito de esa conspiración fue, en un primer momento, chantajear al mundo para que se creara de una vez por todas el Estado de Israel. Y, desde entonces, se ha mantenido el mito del Holocausto, para seguir chantajeando, y asegurarse de que los judíos mantengan una posición de poder, así como cobrar compensaciones a Alemania.

            Estos negadores del Holocausto se suelen basar en algunos errores que los historiadores convencionales han cometido. Por ejemplo, por muchos años, los historiadores alegaron que había un campo de exterminio en Dachau; hoy, se ha revisado ese dato, y se admite que en Dachau no hubo campo de exterminio. También corrió por muchos años el rumor de que los nazis hacían jabón con la grasa de las víctimas judías (seguramente este rumor fue iniciado por los propios nazis para atormentar psicológicamente a los prisioneros), y muchos historiadores le dieron crédito a esta historia; hoy se considera falsa. Y, quizás lo más notorio de todo: la placa conmemorativa del campo de Auschwitz decía que ahí se habían ejecutado a cuatro millones de personas; luego se modificó para decir que sólo había muerto millón y medio.
            Los negadores del Holocausto dicen que, si se han modificado esos alegatos, entonces debería modificarse toda la historia convencional sobre el Holocausto. Eso es una forma errónea de pensar. Cada alegato debe estudiarse por separado, y el hecho de que haya habido algún error sobre un tema circunstancial, no implica que la totalidad del hecho histórico sea falsa.
En fin, cualquier persona sensata reconoce los horrores del nazismo. En vista de eso, los negadores del Holocausto admiten que hubo atrocidades nazis. Pero, según ellos, en toda guerra hay atrocidades, y las de los nazis no fueron más crueles que las de los aliados. Los negadores del Holocausto admiten que los nazis mataron a muchos judíos, pero insisten en que no hubo exterminios en cámaras de gas. Y, según ellos, el verdadero número de judíos asesinados es muy inferior al que se propone: no pasarían del medio millón.
            No hay una orden expresa firmada por Hitler para concretar el exterminio. Sin esa orden, dicen los negadores, no es posible sostener la veracidad del Holocausto. Pero, eso supondría ignorar el enorme cuerpo de evidencia complementaria que permite concluir que sí hubo un genocidio: fotografías, testimonios, registros, estructuras (cámaras de gas, crematorios), etc. Y, si bien no hay una orden expresa firmada por Hitler, sí hay registros de muchos discursos en los que Hitler lanza amenazas de exterminio, además de documentos nazis que mencionan órdenes de dar tratamiento especial a los judíos (una sugerencia para exterminarlos).
            David Irving (quien empezó siendo un historiador serio, pero luego se convirtió en un conspiranoico antisemita) ha defendido insistentemente la idea de que nunca hubo cámaras de gas. Según él, esas cámaras servían el propósito de desinfectar a los prisioneros, y las fotografías de muertos y personas desnutridas, en realidad muestran a prisioneros con gripe tifoidea. Nada de eso coincide con los testimonios de cientos de personas según los cuales, ellos mismos, se encargaron de llevar a los prisioneros a las cámaras de gas, y luego, quemar los cuerpos en los crematorios.
Además, la hipótesis de Irving tampoco coincide con el hecho de que los nazis llevaron a los campos grandes cantidades de Zyklon B, un gas que se utiliza para matar gente. En 1988, el conspiranoico neonazi Ernst Zundel contrató a Fred Leuchter, un técnico en ejecuciones, para estudiar los componentes químicos del Zyklon B. Leuchter concluyó que el Zyklon B no tiene la capacidad de perpetrar matanzas como las del Holocausto. Con eso, muchos conspiranoicos querían confirmar su teoría de que el Holocausto es un fraude inventado por los judíos. Pero, el informe que presentó Leuchter estuvo lleno de errores, y luego se hizo muy evidente que él no contaba con la experticia para hacer el estudio que se le pidió.
            Irving también alega que, en Auschwitz, no hay evidencia de agujeros en las estructuras de los techos de las cámaras de gas. Sin esos agujeros, ¿cómo, entonces, se administraba el gas para matar a los prisioneros? Irving popularizó su tesis con el eslogan, no holes, no Holocaust (sin agujeros, no hay Holocausto). Pero, sí hay evidencia de esos agujeros. Vale mantener presente que, justo antes de que los soviéticos liberaran Auschwitz en 1945, los nazis destruyeron las estructuras, tratando de borrar cualquier evidencia de sus atrocidades. Pero, gracias al análisis de fotografías, se ha comprobado que esos agujeros sí existían. Además, tanto los guardias como los sobrevivientes han ofrecido testimonio sobre la existencia de los agujeros. Y, se han hecho estudios forenses en las ruinas de las estructuras originales, y hay evidencia que indica que esos agujeros sí estaban.
            Ciertamente los aliados cometieron atrocidades, pero de ningún modo éstas son moralmente comparables con la magnitud del Holocausto. Los negadores tratan de empequeñecer las cifras, pero los historiadores han empleado métodos de cuantificación muy rigurosos para llegar a la conclusión de que, en total, hubo alrededor de seis millones de víctimas. Ésa es básicamente la diferencia entre la población judía europea antes de la Segunda Guerra Mundial, y la que quedó después. Los negadores del Holocausto dicen que, en realidad, esos seis millones de judíos emigraron a otros países (especialmente Rusia y EE.UU) que ya tenían muchos judíos. Es difícil creer esto. ¿Nadie notaría la llegada de seis millones de inmigrantes? Es mucho más razonable pensar (utilizando, como siempre, la navaja de Occam) que esos seis millones murieron en los campos de exterminio, tal como lo sugiere el enorme cuerpo de evidencia.
            Está fuera de toda duda razonable, pues, que el Holocausto sí ocurrió. Pero, eso no impide que algunos judíos (y, vale destacar, sólo una minoría de judíos), sí participen en una conspiración para fraudulentamente sacar provecho al Holocausto. Norman Finkelstein, un judío hijo de víctimas en el Holocausto, escribió un famoso libro, La industria del Holocausto, el cual examina esta cuestión.
            En Hollywood y las universidades norteamericanas, denuncia Finkelstein, hay una obsesión con el Holocausto. No está mal recordar a las víctimas y denunciar esa monstruosidad, pero el problema es que, la excesiva concentración en el Holocausto, hace olvidar muchas otras tragedias de tiempos recientes. ¿Alguien recuerda el genocidio congolés perpetrado por el imperialismo belga? ¿Hay alguna película sobre ese acontecimiento tan lamentable?
Hay judíos que quieren mantener el monopolio del sufrimiento a toda costa, al punto de que niegan otros genocidios, tal como los neonazis hacen con el Holocausto. Por ejemplo, el ministro israelí Shimon Peres en repetidas ocasiones negó el genocidio armenio a manos del imperio otomano. En la medida en que se mantiene el Holocausto como el único genocidio importante de la historia de la humanidad, se saca más provecho.
A tal punto se ha vuelto provechoso el Holocausto, que ha habido autores que han inventado crónicas sobre sus supuestas experiencias en campos de concentración, a fin de vender más libros y tener reconocimientos literarios. Por ejemplo, un tal Benjamin Wilkomirski hizo fama con Fragmentos, una crónica sobre su infancia durante el Holocausto. Resultó ser que, en verdad, él se llamaba Bruno Grossjean, no era judío, y no estuvo en ningún campo de concentración.
El renombrado Eli Wiesel sí estuvo en un campo de concentración, pero hay sospecha de que muchas de las historias contadas en sus libros son falsas. Wiesel amedrentaba a todo aquel que sometiese a escrutinio algunos testimonios sobre el Holocausto (algunos de los cuales resultaron ser falsos, como por ejemplo, las historias sobre el jabón hecho con las víctimas). También Wiesel utilizaba su influencia para silenciar a quien mencionase otros genocidios del siglo XX, en especial, el genocidio armenio.
Pero, quizás el provecho más fraudulento que se le ha sacado al Holocausto, está en el cobro de compensaciones. Finkelstein documenta cómo el número de supuestos sobrevivientes se multiplicó en los años siguientes al Holocausto. Las organizaciones judías encargadas de cobrar estas compensaciones a Alemania son corruptas, y no distribuyen debidamente los fondos a los verdaderos sobrevivientes.
Hubo bancos suizos en los cuales se depositaron riquezas de judíos que terminaron siendo víctimas del Holocausto, y que nunca se devolvieron. A finales del pasado siglo, los bancos suizos accedieron a compensar a los descendientes de esas víctimas. Pero, muy pronto, auditores independientes corroboraron que los montos que exigían las organizaciones judías eran grotescamente superiores a lo que realmente debían los bancos.
No hubo ninguna conspiración judía para inventar el Holocausto, a fin de justificar la creación del Estado de Israel. A diferencia de lo que opinan muchos antisemitas en el mundo árabe, es sensato admitir que Israel sí tiene derecho a existir, y es enteramente reprochable el llamado de grupos como Hamas, a la destrucción de Israel como nación.

Pero, lamentablemente, con el paso de los años, Israel se ha convertido en un agresor. Algunos conspiranoicos dicen que, desde el principio, Israel ha tenido la pretensión de expandirse desde el Nilo hasta el Éufrates (pues ésa es la extensión de tierra que Dios promete a los israelitas en la Biblia; cfr. Génesis 15:18) y que las dos líneas azules en su bandera representan esos ríos. Esto no es creíble. Pero, sí es un hecho indiscutible que, desde la guerra de 1967, Israel ha ocupado los territorios palestinos (en 2004 los israelíes se retiraron de Gaza, pero se ha mantenido un bloqueo), y que mantiene una agresiva política de expansión de asentamientos en Cisjordania. Eso está contra toda regla del derecho internacional, pero los colonos en Cisjordania frecuentemente invocan el Holocausto como chantaje para tratar de justificar su agresión.

sábado, 25 de febrero de 2017

La conspiranoia antisemita en Argentina

En el mundo hispano, Juan Tusquets fue quien más procuró popularizar Los protocolos de los sabios de Sion (el texto antisemita que atribuye a los judíos toda clase de perversidades políticas), pues preparó una edición en lengua castellana. Esto contribuyó a que, en España, Franco se obsesionara con la supuesta conspiración judeomasónica. Pero a decir verdad, en España nunca se ofrecieron detalles concretos sobre qué tramaban los judíos. En cambio, al otro lado del Atlántico, en Argentina, Los protocolos de los sabios de Sion sí dieron pie a una teoría conspiranoica más concreta, la del Plan Andinia.
             En 1894, la prensa francesa había acusado a un oficial judío, Alfred Dreyfus, de haber vendido secretos militares a los alemanes. Dreyfus fue procesado y encarcelado. Pero, pronto se hizo evidente que la acusación contra Dreyfus era injusta, y que sus acusadores se habían dejado atrapar por la conspiranoia antisemita. Puesto que varios intelectuales salieron en defensa de Dreyfus, en la opinión pública francesa creció aún más la conspiranoia, pues se alegaba que los judíos estaban confabulados con los progresistas para destruir a Francia. Al final, hubo un nuevo juicio en 1896, que volvió a condenar a Dreyfus, pero el presidente francés intervino y emitió un perdón oficial.

            El caso de Dreyfus generó gran conmoción en toda Europa, pues colocaba en evidencia la vulnerabilidad de los judíos. Preocupado por esta cuestión, en ese ínterin, un judío suizo, Theodor Herzl, organizó un proyecto de reubicar a los judíos del mundo en un nuevo Estado en el cual fueran mayoría. Nació así el sionismo. Los sionistas al final propusieron establecerse en Palestina, y eso eventualmente dio pie a las guerras con los árabes, en el conflicto que perdura hasta hoy.
            Pero, originalmente, Herzl había contemplado la idea de que los sionistas pudieran comprar tierras en la Patagonia, para establecer ahí comunidades agrarias, y quizás, conformar un futuro Estado judío. Si bien hubo algunas migraciones de judíos a Argentina, el proyecto de Herzl en Argentina nunca se concretó, y una vez que los sionistas se concentraron en migrar a Palestina, se abandonó la idea.
            En Argentina, no obstante, circulaba Los protocolos de los sabios de Sion, y varios gobiernos autoritarios y dictatoriales siempre coquetearon con simpatías nazis. En 1971, el conspiranoico Walter Beveraggi publicó un panfleto detallando el Plan Andinia, el supuesto complot vigente de los judíos para apoderarse de la Patagonia, y anexarla a Israel. Las dictaduras militares argentinas se obsesionaron con ese tema, y persiguieron a varios judíos argentinos por colaborar con el supuesto Plan Andinia. El periodista judío Jacobo Timerman fue sometido a sesiones de tortura, durante las cuales, se le preguntó muchas veces sobre el Plan Andinia. El plan en cuestión sólo existía en la mente conspiranoica de los torturadores.
            El antisemitismo en Argentina dio pie a otras teorías de conspiración, en las que aparece un hijo de Timerman, Héctor Timerman. En 1994, hubo un ataque terrorista en Buenos Aires, en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA); el saldo fue más de ochenta muertos y centenares de heridos. A medida que las investigaciones progresaban, todo indicaba que funcionarios iraníes estaban detrás de aquello. Desde los días de la revolución islámica, ha habido en Irán una obsesión antisemita, y el gobierno ha organizado varios ataques a objetivos judíos en el mundo.
            Aparentemente, el gobierno de Carlos Ménem había iniciado un proyecto de cooperación nuclear con Irán, pero ante la presión de EE.UU., se canceló el proyecto. Los iraníes decidieron responder, atacando un objetivo argentino, y además, judío; se mataban así dos pájaros de un tiro.
            En las investigaciones del caso hubo mucha corrupción en Argentina. Según parece, el propio Ménem fue cómplice, si no del ataque propiamente, al menos sí de la protección de algunos argentinos que participaron en el complot. De acuerdo a esta teoría, Ménem había tenido relaciones con los iraníes desde mucho antes de llegar a la presidencia, e hizo todo lo posible por protegerlos en la investigación posterior al ataque terrorista, a cambio de una cuantiosa compensación monetaria en su cuenta personal.
            Irán no cooperaba con la justicia argentina, y se negaba a entregar a los acusados. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, a través de Héctor Timerman, cambió de estrategia. Kirchner buscó una conciliación con Irán, llegando al siguiente acuerdo: los investigadores argentinos irían a Irán a interrogar a los sospechosos. El acuerdo fue muy impopular en el pueblo argentino, pero se mantuvo.
            El fiscal Alberto Nisman (un judío) investigó este acuerdo, y llegó a la conclusión de que Kirchner había hecho esa maniobra, para sacar beneficios comerciales con Irán y estrechar una nueva alianza política con ese país, traicionando a los familiares de las víctimas del ataque a la AMIA. El acuerdo, según Nisman, ya de antemano establecía secretamente que se exculparía a los iraníes acusados.

Nisman se proponía consignar las pruebas de su investigación, pero apareció muerto con un tiro en la cabeza el 18 de enero de 2015. Aparentemente, fue un suicidio. La propia Cristina Kirchner dijo que Nisman se había suicidado, en un remordimiento de conciencia por haber inventado una falsa teoría de conspiración. La mayoría de los argentinos piensan que la propia Kirchner ordenó su muerte.
            Pronto se hizo muy evidente que Nisman no se suicidó. En su mano no había restos de pólvora (lo que cabría esperar cuando alguien dispara un arma). Kirchner a toda prisa cambió su versión sobre la muerte de Nisman, y ahora decía que el fiscal efectivamente fue asesinado. Pero, según Kirchner, fue asesinado por los opositores a ella, para desprestigiarla. Los defensores de Kirchner dicen que los autores del asesinato de Nisman fueron la CIA y el Mossad: una alianza entre norteamericanos e israelíes para aplastar a un gobierno de izquierda.

            El caso Nisman es muy escabroso, y yo no me atrevería a dar un veredicto final, pues seguramente, con un acontecimiento tan reciente, hay muchas cosas que aún no sabemos. Pero, el historial de antisemitismo en la política argentina, el cambio de versiones de Kirchner respecto a la muerte del fiscal, y la constante intención del gobierno de Kirchner de acercarse a Irán, son fuertes indicios de que, como mínimo, deberíamos sospechar de la expresidenta argentina.

viernes, 24 de febrero de 2017

El fraude de "Los protocolos de los sabios de Sion"

En nuestros días, la mayor teoría conspiranoica sobre los judíos se suele basar en un libro de inicios del siglo XX, que se sigue imprimiendo en varios países, pero en especial, en el mundo árabe: Los protocolos de los sabios de Sion. El libro consta de las actas de un congreso de judíos que, según parece, se reunió secretamente a finales del siglo XIX. Esos judíos son los sabios de Sion; es decir, los representantes más poderosos de los judíos en todo el mundo. Sion es la montaña en Jerusalén donde, según la Biblia, Abraham se disponía a sacrificar a Isaac.
            En esa reunión, los sabios de Sion proponen un plan para dominar el mundo, a través de artimañas que, desde entonces, los conspiranoicos le han atribuido a los judíos. El libro consta de veinticuatro protocolos, pues supuestamente, hubo veinticuatro reuniones. Las cosas que los sabios de Sion proponen no son muy concretas; son más bien principios generalizados, pero imbuidos de mucho cinismo y frío cálculo perverso.

            Los sabios proponen infiltrar con su gente a las grandes organizaciones del mundo, para poder dominarlas tras las sombras. Es necesario apoderarse silenciosamente de los medios de comunicación, de forma tal que se puedan crear matrices de opinión. Para ello, se autoriza el pago de sobornos. También hay que sembrar discordias entre distintos grupos religiosos, nacionales y étnicos; si eso implica generar guerras, pues que así sea. Conviene sembrar la inmoralidad, el irrespeto a cualquier forma de autoridad, y destruir la institución de la familia. Hay que alentar revoluciones. Es necesario colocar altos impuestos, para que los propietarios protesten y se sientan despojados.
La intención de todo esto es generar un clima de zozobra, de forma tal que la población, desesperada ante el caos, acceda a que se presente como gobernante un “descendiente de la casa de David” (es decir, un judío), que aparezca como salvador. Una vez en el poder, este gobernante judíos mantendrá la paz mundial, pero utilizando técnicas invasivas de control y vigilancia.
            Los sabios de Sion también proponen alentar el pensamiento crítico, el materialismo y el racionalismo, a fin de destruir las religiones, y eventualmente, prohibir la vida religiosa. Ante el vacío moral que dejen las religiones, los sabios de Sion podrán rellenarlo con su poder. Para poder controlar a las masas, es necesario alentar a la población a que vigile y delate a sus vecinos. Los masones son buenos aliados en este propósito, pues a través de sus logias, se puede tener más influencia sobre los borregos.  
            Cabría esperar que, en un congreso, sean varios los que participen. Con todo, Los protocolos de los sabios de Sion es más bien como un discurso que una persona pronuncia, y en él, va enunciando todos los perversos pasos que tiene en mente para destruir el orden actual, y suplantarlo con una tiranía que pretende apoderarse del mundo.
            Una y otra vez se ha demostrado que este libro es un fraude, pero los conspiranoicos tercamente se empeñan en creer que son las actas de una reunión real, y que a lo largo del siglo XX, los judíos han cumplido a cabalidad su plan original.
            En los primeros años del siglo XX, Rusia era un hervidero de revolución. El zar Nicolás II encarnaba toda la tradición antisemita rusa de épocas anteriores. En la segunda mitad del siglo XIX, había habido varios pogromos (violentísimos ataques a comunidades judías), y en vista de que hubo un judío involucrado en el asesinato del zar Alejandro II en 1885, el poder zarista tenía una gran desconfianza con los judíos. Rusia, un país empobrecido, atrasado y opresor de su propia población, era un caldo de cultivo de revolucionarios de todo tipo.
            Pero, aun conservando las rancias estructuras políticas, Nicolás II tenía alguna disposición a hacer algunas reformas, y así, escuchaba los consejos de Sergei Witte, un moderado reformador liberal que se planteaba una parcial modernización de Rusia. En el gobierno zarista había muchas personas reaccionarias que resentían la influencia de Witte y su programa de reformas liberales, y así, concibieron un plan para acabar con su influencia política.
            El plan sería producir un falso documento en el cual, los judíos, supuestamente, planificaban la conquista del mundo. La intención no era propiamente alentar a las masas a atacar a los judíos en pogromos (como sí se había hecho muchas veces en el siglo XIX), sino más bien, persuadir al zar Nicolás II de que corría un enorme peligro si seguía escuchando a Witte.    
En 1897, Pyotr Rachkovski, el jefe de la policía secreta rusa, ordenó a uno de sus agentes en Francia a producir el documento en cuestión. El encargado de la redacción del texto fue Matvei Golovinski. No fue muy creativo; Golovinski tomó dos textos que ya existían, modificó ligeramente algunas cosas, y produjo así Los protocolos de los sabios de Sion, posiblemente en 1902. El primero de los textos en los que se basó Golovinski fue la novela Biarritz, de Hermann Goedsche, un autor alemán antisemita. En esa novela, hay un capítulo que narra cómo los representantes de las doce tribus de Israel (aparentemente Goedsche no sabía que las tribus del norte ya habían desaparecido con la deportación asiria) se reúnen en un cementerio en Praga cada cien años, para planificar la conquista del mundo, e invocar a Satanás para comunicarle sus planes.
El otro texto en el cual se basó Golovinski fue el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, del periodista francés Maurice Joly. Este texto, que se remonta a 1864, era una sátira política que Joly compuso en contra de Napoleón III, atribuyendo al nuevo emperador francés todos los trucos sucios de los que se vale un gobernante para mantenerse en el poder. Joly no atribuyó nada a los judíos, pero Golovinski tomó muchos pasajes de la obra de Joly, e introdujo menciones a los judíos, de forma tal que diera la impresión de que el texto procedía de los supuestos sabios de Sion.
Al principio, Los protocolos de los sabios de Sion circularon discretamente en la sociedad rusa. Aquella movida estaba muy bien calculada: la idea era crear la sensación de que ese perverso documento se había filtrado, pues los judíos habrían querido mantenerlo secretamente. Eventualmente, Sergius Nilius, un místico ruso que tenía cierta influencia en la corte de Nicolás II, hizo llegar el texto al zar.       
            El zar se alarmó. Paranoico ante lo que tramaban los judíos, Nicolás II dio difusión al texto, denunciando el perverso plan de los sabios de Sion, quienes estaban en alianza con los masones. Empezó así el mito de la conspiración judeomasónica que tanto obsesionó a Franco. En 1905, hubo una primera revolución en Rusia (no tuvo éxito en derrocar al zar), y frente a aquellos acontecimientos, Nicolás II se convenció aún más de la amenaza que representaban los judíos. A su juicio, todo lo que los sabios de Sion habían tramado, se estaba empezando a cumplir en la revuelta de 1905.
            Pero, en la propia Rusia había también un sano escepticismo. ¿Realmente los conspiradores generarían un texto así de burdo, que en realidad, no propone cosas concretas? Un reformador en la corte del zar, Pyotr Stolypin, ordenó una investigación sobre los Protocolos de los sabios de Sion, y concluyó firmemente que todo se tratada de un fraude. Nicolás II aceptó el dictamen de Stolypin, y sensatamente, se retractó. Pero, era demasiado tarde. Si bien la histeria colectiva en torno a los sabios de Sion menguó, en los sectores más reaccionarios de la sociedad rusa quedó la idea de que los judíos tramaban algo perverso.
            Cuando en 1917 estalló la revolución bolchevique, y se dio inicio a la guerra civil rusa, nuevamente apareció la conspiranoia en torno a Los protocolos de los sabios de Sion. En las mentes conspiranoicas, aquel caos era producto de una componenda de bolcheviques y judíos, y empezó así un nuevo mito, el de la conspiración judeobolchevique. Según esta teoría conspiranoica, los judíos no eran realmente revolucionarios, sino cínicos banqueros que financiaron a los bolcheviques con su mensaje revolucionario, para en realidad, finalmente hacerse con el poder en Rusia. El hecho de que algunos bolcheviques eran efectivamente judíos (en especial, Trotsky), reafirmaba las convicciones conspiranoicas.
            Los reaccionarios perdieron aquella guerra civil, y muchos emigraron como refugiados a Europa y EE.UU. Llevaron consigo su teoría conspiranoica sobre Los protocolos de los sabios de Sion. En los años posteriores a la revolución rusa, se tradujo el texto a varias lenguas, y hubo múltiples ediciones. Hitler era un firme creyente en su autenticidad, y explícitamente mencionó el libro en su infame autobiografía, Mi lucha. Cuando llegó al poder, se encargó de que el libro se enseñase en las escuelas. Buena parte del odio antisemita de Hitler estaba basado en Los protocolos de los sabios de Sion. Su decisión de acabar con los judíos del mundo en parte se debía a su creencia de que él debía actuar, antes de que los judíos conquistasen el mundo, tal como se lo habían propuesto hacer los sabios de Sion en su perversa reunión.
Además, Hitler estaba convencido, como muchos otros conspiranoicos alemanes de aquel momento, de que Alemania había sido traicionada en la Primera Guerra Mundial por los judíos. Es cierto que, en aquella guerra, las tropas enemigas nunca entraron en el territorio alemán; pero en realidad, Alemania no contaba con la capacidad militar o económica de seguir en la contienda. Con todo, casi de inmediato, surgió en Alemania la leyenda conspiranoica de la puñalada en la espalda, según la cual, los judíos alentaron la rendición alemana, a pesar de que se estaba ganando la guerra. Eso es históricamente falso. También Hitler pensaba que los judíos habían preparado el Tratado de Versalles, el cual imponía condiciones muy severas a Alemania como nación vencida en la guerra. De nuevo, no hay ningún dato histórico que sustente estas teorías. Pero, la circulación de Los protocolos de los sabios de Sion parecía afirmar la convicción de que los judíos sí habían planificado todas esas cosas.    
            En EE.UU., Los protocolos de los sabios de Sion tuvieron también una difusión especial. Henry Ford, el famoso empresario y diseñador de automóviles, creó un periódico, el Dearborn independent. En el libro, se publicaban constantemente artículos antisemitas, y eventualmente, Ford fue publicando Los protocolos de los sabios de Sion en fragmentos. Luego, hizo una edición con un considerable número de ejemplares, y Ford se encargó de entregar gratuitamente un volumen a todo aquel que comprase sus automóviles.
            Ha habido muchas investigaciones periodísticas y documentales que demuestran la falsedad del libro. En Suiza, en 1933, hubo un juicio legal que dictaminó que Los protocolos de los sabios de Sion no son auténticos. Eso no ha impedido que hoy siga siendo un libro muy popular. En los países árabes, se sigue asumiendo su veracidad. Nasser, el dictador egipcio, continuamente hacía referencia a ellos, y en su país, hace algunos años hubo una serie televisiva dramatizando las reuniones de los sabios de Sion.
            En Occidente, los conspiranoicos tratan de ser un poco más racionales. Ellos admiten que Los protocolos de los sabios de Sion no son realmente las actas de un congreso judío secreto a inicios del siglo XX. Pero, tal como el conspiranoico racista David Duke explica, un texto no necesita ser literalmente verdadero, para expresar cosas más profundas. Duke dice que Romeo y Julieta, por ejemplo, no es una obra que represente a personajes reales, pero con todo, expresa importantes conceptos de amor. Pues bien, según Duke y otros conspiranoicos, Los protocolos de los sabios de Sion son falsos en el sentido de que nunca hubo una reunión secreta de judíos tal como se describe en el libro; pero no son falsos en todo sentido, pues sí existe una elite internacional judía que está haciendo cumplir muchas de las acciones propuestas en el libro. De hecho, cuando se hizo muy evidente que Los protocolos de los sabios de Sion no eran reales, Henry Ford pidió disculpas a los judíos, pero siguió insistiendo en que ellos planificaban la dominación del mundo.

            Más colorida es la teoría conspiranoica de David Icke. Según él, Los protocolos de los sabios de Sion son obra de algún judío que deliberadamente la plagió de textos anteriores, buscando desprestigiar a todo aquel que criticase a los judíos. Así pues, el texto en cuestión ciertamente es un fraude, pero es también una táctica deliberada para hacer creer que no existe un complot judío. La mente conspiranoica se vuelve un espiral, y da giros para crear dobles o triples teorías conspiranoicas.
            Los protocolos de los sabios de Sion están tan desprestigiados entre gente con talla intelectual, que ya ningún conspiranoico con algún rango académico se propone citarlos. Pero, hay formas más sutiles de repetir las mismas teorías conspiranoicas, manteniendo el decoro intelectual. Es lo que hacen aquellos que, desde las aulas universitarias, denuncian la supuesta amenaza del marxismo cultural.
            Marx, no cabe negarlo, quiso revolucionar a Europa. Pero, su preocupación era básicamente económica (y bastante comprensible en su contexto): aspiraba a una sociedad con menores niveles de desigualdad económica. En el siglo XX, surgió un grupo de intelectuales que formaron la llamada Escuela de Frankfurt, originaria de Alemania, pero que eventualmente se estableció en EEUU con mucha influencia. Ellos decían que para que la revolución marxista triunfase, había también que modificar algunas instituciones culturales sobre las cuales reposa el capitalismo; especialmente aquellas instituciones que alientan el consumismo (la publicidad, la educación, etc.) y restringen la sexualidad.
            Los conspiranoicos alegan que todo intento de transformación social y cultural, sea en instituciones como la familia (el matrimonio entre homosexuales, el aborto, la fertilización in vitro) o la educación (el laicismo en las escuelas, las pedagogías que relajen un poco la jerarquía profesoral), en realidad forma parte de un complot mundial para destruir a la civilización cristiana occidental. Según estos conspiranoicos, la Escuela de Frankfurt no constaba sencillamente de académicos que analizaban problemas sociales y ofrecían alternativas (muchas de las cuales, cabe admitir, eran tontas); era más bien un club de gente que odiaba a Occidente, y delinearon un plan deliberado para destruirlo, infiltrándose en esferas de influencia cultural (el cine, las universidades, las iglesias, etc.). El conspiranoico noruego Anders Breivik perpetró una matanza indiscriminada de inocentes en 2011, alegando que el marxismo cultural se proponía la destrucción de Europa.
            Los fundadores, y muchos representantes de esa Escuela de Frankfurt, eran en su mayoría judíos (Adorno, Horkheimer, Marcuse). Y así, algunos conspiranoicos repiten el mismo tema de siempre: el marxismo cultural es un complot judío para conquistar el mundo.
Kevin MacDonald es un conspiranoico que es profesor en una buena universidad norteamericana, escribe libros aparentemente serios, y tiene algún respeto académico. Él es quien más se ha encargado de decir que, desde el principio, los judíos tenían la intención de dominar el ámbito intelectual norteamericano, y utilizar esta plataforma para asegurar su poder. En opinión de MacDonald, la Escuela de Frankfurt, pues, no es el inocente club académico de discusión e investigación que aparenta ser. Los judíos vinieron a entender que, para dominar el mundo, no era tan importante apoderarse de la banca; el control de las universidades y la influencia cultural a través de sus teorías marxistas, sería la gran jugada para dominar el mundo.

Más aún, en la teoría de MacDonald, desde muy temprano, los judíos se plantearon esa estrategia de dominio, al aplicar entre ellos un programa de eugenesia. La eugenesia es el intento por preservar los mejores genes en una población. Según MacDonald, desde la propia antigüedad, los judíos se negaron a mezclarse con otras poblaciones, y en el seno de su propia población, se aseguraron de que los menos inteligentes no se reprodujeran. Así, fueron reteniendo una mayor proporción de genes para la inteligencia, y eventualmente, eso hizo que fueran el grupo étnico más inteligente del planeta. Con esa inteligencia producto de la eugenesia, nos dominan. A Golovinski no se le ocurrió incluir eso en Los protocolos de los sabios de Sion (es una idea demasiado sofisticada), pero a decir verdad, el alegato de MacDonald tiene el mismo calibre conspiranoico y antisemita.

lunes, 20 de febrero de 2017

La obsesión conspiranoica con los Rothschild

            En la Edad Media, a los judíos se les trató de degradar de muchas formas. En Alemania, fueron muy populares los judensau, imágenes de cerdos amamantando judíos. La imagen buscaba ser especialmente ofensiva, pues en la religión judía, el cerdo es un animal impuro. Hoy es raro ya encontrar este tipo de cosas entre los conspiranoicos antisemitas, aunque ocasionalmente, se encuentran personas simplonas que creen que, en efecto, los judíos tienen algunos rasgos porcinos.
            En nuestra época, no obstante, persiste un estereotipo antisemita medieval muy poderoso: los judíos son avaros que controlan y manipulan las finanzas. En la Edad Media, los gremios no aceptaban a los judíos como miembros. En la sociedad feudal medieval, la actividad más prestigiosa estaba asociada a la guerra, la agricultura y la artesanía, y en ninguna de ellas, los judíos tenían representación.

            Frente a esta discriminación, los judíos tuvieron que acudir al desempeño de labores que, por motivos religiosos, los cristianos no querían hacer. Así, se desempeñaron como banqueros. La Iglesia prohibía la usura. En principio, el judaísmo también prohíbe la usura, pero los judíos medievales favorecieron una lectura flexible de sus escrituras en este aspecto, y así, terminaron desempeñándose como prestamistas y banqueros.
            Esta circunstancia histórica permitió a algunos judíos crecer en poder monetario, aunque nunca propiamente en poder político, pues en la sociedad medieval precapitalista, tener mucho dinero no era garantía de tener poder político. A medida que los judíos se hacían acreedores, y muchos cristianos sus deudores, surgió el estereotipo del judío avaro e inescrupuloso que no trabaja y no produce nada, pero que se enriquece con la especulación financiera y la explotación de la gente honesta. Hay muchos ejemplos literarios de esto, pero quizás el más famoso es el personaje Shylock, en El mercader de Venecia, de Shakespeare, un judío tan avaro que, si no le pagan su deuda, está dispuesta a cobrar así sea la propia carne del cuerpo de su deudor.
            A medida que la revolución industrial avanzaba y el capitalismo se expandía, muchos anticapitalistas en Europa dirigían su mirada crítica contra los judíos. El propio Karl Marx, quien era descendiente de judíos, escribió un famoso libro, La cuestión judía, en el cual criticaba a los judíos de ser especuladores y enriquecerse a expensas del trabajo de los demás.
            A decir verdad, los judíos nunca fueron un poder financiero dominante en Europa. En casi todas las ciudades europeas, los judíos vivían arrinconados en los guetos, sin mucha posibilidad de prosperar económicamente. Pero, sí es cierto que en el siglo XIX, una familia judía originalmente empobrecida, alcanzó niveles impresionantes de riqueza: los Rothschild. En sus teorías, los conspiranoicos se deleitan con esta familia.
            El primer Rothschild de fama fue Mayer, oriundo de un barrio empobrecido de Frankfurt. Meyer hizo amistad con un noble, el landgrave Guillermo, a quien le ofrecía servicios de contabilidad. Según los conspiranoicos, en vista de que los ejércitos de Napoleón se acercaban, Guillermo dio a Mayer toda su fortuna, a fin de que la resguardara, enviándosela a uno de sus hijos en Londres (Mayer había enviado a sus hijos a establecerse en varias capitales europeas). Esto es falso. Guillermo sólo dio a Mayer unos documentos importantes, pero sin valor económico.
            Con todo, sí es cierto que los Rothschild cultivaron una fortuna, a partir del cobro de comisiones que ganaban por la administración de los fondos de Guillermo. Según otra teoría conspiranoica muy difundida, los Rothschild hicieron su gran fortuna con una gran manipulación financiera. En Londres, habían invertido en los bonos de la guerra del ejército británico que se enfrentaba a Napoleón. Supuestamente, el propio Nathan Rothschild (hijo de Mayer) estuvo presente en la batalla de Waterloo, y al conocer su resultado, viajó a toda prisa a Londres. Ahí, antes de que llegaran las noticias oficiales de lo ocurrido en Waterloo, vendió sus bonos, con la expectativa de hacerle creer a los otros brokers de la bolsa de Londres, que esos bonos se devaluarían. En efecto, los otros brokers vendieron sus bonos a un precio muy barato, y Nathan inmediatamente los compró. Cuando llegaron las noticias de Waterloo, esos precios se revalorizaron, y así, los Rothschild consiguieron la enorme fortuna que persiste hasta hoy.
            Esta historia es una verdad a medias. La historia se remonta a un panfleto propagandístico antisemita de 1846, de muy escasa credibilidad. Es cierto que Rothschild tuvo un conocimiento anticipado del resultado de Waterloo debido a la comunicación con algún mensajero privado, y compró bonos que luego se revalorizaron tremendamente. Pero, es falso que él mismo estuviera en Waterloo; también es falso que él vendiera sus bonos para hacer creer a los otros brokers que los ejércitos británicos habían sido derrotados.
            Los conspiranoicos alegan que los Rothschild han financiado todas las guerras desde Napoleón, tanto a los perdedores como a los ganadores. La teoría es contradictoria: ¿no dicen los propios conspiranoicos que los Rothschild consiguieron su fortuna después de la batalla de Waterloo (la última de Napoleón)?
            Ciertamente, los Rothschild participaron en prácticas que hoy, sobre todo en la izquierda, mucha gente consideraría moralmente repugnantes. Pero, los Rothschild fueron apenas una entre muchas familias que, en el siglo XIX, forjaron el capitalismo, en ausencia de regulaciones estatales. Es cierto que, en algún momento, llegaron a ser la familia más rica de Europa. Pero, ya para la Primera Guerra Mundial, los Rothschild habían dejado de ser la dinastía de magnates que habían sido en décadas previas. Y, además, para mediados del siglo XX, los Rothschild ya habían dejado de ser una familia propiamente unificada, pues había cientos de descendientes dispersos en actividades laborales de muy diversa índole.
            Algunos conspiranoicos acusan a los Rothschild de haber financiado el ascenso de Hitler. Nunca queda claro qué ganarían los Rothschild con haber financiado el ascenso de un dictador que confiscó las propiedades de los propios Rothschild en Austria, y que éstos nunca lograron recuperar. En fechas más recientes, se ha dicho que el abuelo de Hitler era un Rothschild, y de ahí viene el interés de los magnates judíos en financiar al dictador. Algunos historiadores serios han planteado la posibilidad de que Hitler sí tuviera algún ancestro judío, pero no los Rothschild. El padre de Adolf Hitler, Alois, era un hijo ilegítimo. Y, en vista de que, por encima de él, no se conoce su línea genealógica, eso permite a los conspiranoicos especular sobre el supuesto parentesco con los Rothschild. No hay absolutamente ninguna evidencia que respalde este alegato.
También los conspiranoicos acusan a los Rothschild de haber financiado el sionismo y la creación del Estado de Israel. De nuevo, no hay evidencia de esto. Más bien, el propio padre fundador del sionismo, Theodor Herzl, era un socialista que no mostraba muchas simpatías por los Rothschild y sus enormes riquezas. Y, los Rothschild nunca fueron especialmente religiosos, ni tampoco eran muy celosos de su identidad étnica judía. Varios de los descendientes de los Rothschild se casaron con cristianas, y casi ninguno tuvo interés en el sionismo.
A Nathan Rotschild se le atribuye una frase que los conspiranoicos se toman muy en serio: “No me importa cuál títere se coloque en el trono de Inglaterra para gobernar el imperio donde el sol nunca se pone. Quien controle la oferta monetaria de Gran Bretaña controla el imperio británico, y yo controlo la oferta monetaria británica”. A partir de eso, los conspiranoicos alegan que los Rothschild controlan la banca internacional, y ellos son quienes realmente gobiernan el mundo tras las sombras del poder. Ellos son los que deciden las tasas de interés y el tamaño de la masa monetaria en casi todos los países del mundo, y con eso, nos controlan. Desde el siglo XIX, ha habido caricaturas de algún Rothschild (o de algún judío no especificado) como un pulpo, cuyos tentáculos cubren el globo terráqueo.
Lo cierto es que Nathan Rothschild nunca pronunció esa frase. La frase en cuestión es una distorsión malintencionada de un comentario mucho más moderado y parco que aparentemente hizo Rothschild: “dadme el control de la oferta monetaria de un país, y no me importará quién haga las leyes”. En realidad, ni siquiera es seguro que Rothschild pronunciara esa frase, pues es una cita indirecta de alguien que, supuestamente, se la escuchó decir.
Ciertamente, al considerar las proporciones, los judíos tienen más representación en el poder financiero que otros grupos étnicos o religiosos. Pero, eso está muy lejos de cómo presentan las cosas los conspiranoicos. Casi todos los países del mundo tienen bancos centrales nacionalizados, cuyas decisiones (entre ellas, el tamaño de la masa monetaria), a la larga, son tomadas por los propios gobiernos. En algunos países, los banqueros privados pueden formar parte del comité que toma decisiones respecto a los bancos centrales. Los Rothschild han participado en algunos de estos comités, pero nunca mayoritariamente.

Los Rothschild hicieron fortuna en Europa el siglo XIX. El fundador de la dinastía, Mayer, se aseguró de que sus hijos se establecieran en varias ciudades europeas. Pero, los Rothschild nunca se establecieron en EE.UU. A medida que el poder financiero internacional giró hacia EE.UU., los Rothschild fueron perdiendo poder monetario, y hoy son un clan privilegiado, pero de ningún modo están al nivel de Bill Gates o Carlos Slim.

La revista Forbes, que suele publicar listas de las personas más ricas del mundo, sólo ha incluido ocasionalmente a algún Rothschild. Como es de esperar, frente a esto, algún conspiranoico siempre saca el argumento ad hoc: los Rothschild están en componenda con Forbes para que no hagan pública su fortuna. Así, una vez más, para el conspiranoico, la ausencia de evidencia es evidencia en sí misma. Lo cierto es que, si no fuera por el hecho de que son judíos, seguramente los conspiranoicos no se fijaran en los Rothschild, pues dejaron de ser influyentes hace mucho tiempo ya. La obsesión conspiranoica con esta familia en buena medida no es más que una continuidad de los estereotipos antisemitas que se han cultivado desde la Edad Media.

domingo, 19 de febrero de 2017

La logia P2 y sus conspiraciones

En medio de tanta teoría conspiranoica sobre los masones, ¿es posible separar el trigo de la paja? ¿Habrá alguna conspiración masónica que sí sea real? Sí; pero sólo a medias.
            La masonería italiana creó una logia en 1877, bajo el título de Propaganda Due, o como suele llamársele, P2. La logia funcionó como cualquier otra, pero resultó inevitable que, estando alojada en Italia, hacia la década de 1970 se involucrase en actividades fraudulentas asociadas al crimen organizado, uno de los grandes males de la nación italiana.
            La masonería siempre ha promovido el cultivo de virtudes cívicas, y así, los cabecillas de la masonería italiana empezaron a ver con preocupación la asociación de P2 con actividades criminales. Licio Gelli, un mafioso, logró convertirse en el gran maestre de esa logia, y empezó a organizarla más como una pandilla de delincuentes, y menos como el club democrático que suelen ser las logias. Gelli no estaba interesado en las relaciones democráticas típicas de la masonería, y dirigía su logia como un gángster, a quienes los demás miembros tenían que rendirle pleitesía.

            En 1976, la autoridad central de la masonería italiana, el Gran Oriente de Italia, suprimió P2. Pero, Gelli seguía reuniéndose con los miembros de su logia, usando los ritos típicos de la masonería. Y así, aun si esa agrupación había dejado de contar con el aval del resto de los masones, se hacía llamar a sí misma masónica, y la opinión pública así la percibía. Los medios de comunicación vinculaban a la masonería con todas las actividades escabrosas que P2 hacía, a pesar de que, vale insistir, desde 1976, el Gran Oriente de Italia había retirado su afiliación a ese grupo.
            Bajo la conducción de Gelli, P2 hizo negocios con la mafia y con el Vaticano. Uno de sus secuaces, Roberto Calvi, estuvo involucrado en el Banco Ambrosiano, con conexiones con el Banco Vaticano. El banco en cuestión sirvió para el lavado de dinero de muchos mafiosos, y participaba también en operaciones riesgosas. Al final, colapsó. Calvi huyó de Italia, pero en 1982 apareció colgado muerto bajo un puente en Londres, con ladrillos en sus bolsillos. Esta macabra circunstancia levantó el rumor de que la masonería lo había asesinado, por la revelación de algún secreto ritual. A pesar de que el crimen generó mucha especulación sobre intrigas, y los detectives tardaron en resolverlo, se determinó que los responsables de la muerte de Calvi fueron personajes de la mafia italiana. Obviamente, ante el fiasco del Banco Ambriosano, Calvi tenía deudas pendientes con algunos de sus compañeros en el mundo criminal. Pero, en vez de admitir que se trataba de un crimen relacionado con la mafia, la prensa volvía a la antigua obsesión con los masones y sus secretos.
            P2 también tramaba una conspiración para hacerse con el poder en Italia. Recurrentemente se ha acusado a la masonería de sembrar la cizaña para hacer revoluciones que, como la francesa, van contra los poderes tradicionales. En ese sentido, en la mente conspiranoica, los masones tradicionalmente han estado más asociados a la izquierda, que a la derecha. Pero, el complot de P2 era de extrema derecha: la larga lista de conspiradores constaba de personajes prominentes de la derecha y la extrema derecha italiana (entre ellos Silvio Berlusconi), y su plan de acción, tal como aparecía detallado en documentos que se encontraron ras una redada policial, contemplaba medidas fascistas.

            Al final, el escándalo se destapó y el gobierno italiano de turno colapsó (pues, aparentemente, estaba masivamente infiltrado por miembros de P2) . Aquello era un grupo de conspiradores fascistas que usurparon el nombre y los ritos de la masonería, aun cuando el resto de los masones en Italia habían condenado duramente las actividades criminales de P2, y los habían expulsado de la masonería. La conspiración de P2, pues, no era verdaderamente masónica. Pero, tras casi tres siglos de teorías conspiranoicas, es difícil lavar la reputación de la masonería frente a la opinión pública.

La masonería en las revoluciones francesa e hispanoamericana

           Algunos conspiranoicos insisten en que la revolución francesa fue un plan preconcebido y orquestado por la masonería, y que sin ella, no se hubiese derramado tanta sangre. No cabe negarlo: algunas importantes figuras de la revolución francesa, eran masones. El revolucionario que dirigió la turba hacia la Bastilla en 1789, Camille Desmoulins, era un masón. El que asumió el liderazgo de aquellos primeros movimientos revolucionarios, el marqués de Lafayette, había sido iniciado en la logia Nueve Hermanas, de la masonería francesa.
            Y, a medida que la revolución se hacía más sangrienta, fueron cobrando protagonismo aún otros personajes que también eran masones. Jean Paul Marat, el periodista que desde su apartamento (no salía a la calle porque sufría una enfermedad en la piel) escribía editoriales incendiarios que alentaban a la salvaje persecución de la disidencia, era masón. Un aristócrata convertido en revolucionario, el duque Luis Felipe de Orleans, condujo decididamente a la opinión pública a favor de la ejecución de su propio primo, el rey Luis XVI; Luis Felipe era también masón (aunque luego renunció a la masonería).

            Desde 1793, empezó aquello que vino a llamarse el reinado de terror, con ejecuciones diarias de supuestos contrarrevolucionarios en Francia. Estas ejecuciones se hacían con la guillotina, una nueva máquina que supuestamente aliviaría el dolor de los ejecutados. El inventor de la guillotina era Joseph Ignace Guillotin, también masón. Incluso la canción revolucionaria por antonomasia, La marsellesa (que se convertiría en el himno nacional francés hasta nuestros días), fue compuesta por un masón, Rouget de Lisle.
            Pero, los conspiranoicos se equivocan en decir que la revolución francesa fue un complot masónico. Alegar que aquellos eventos ocurrieron sólo porque un pequeño grupo de conspiradores los alentó, es trivializar el profundo clima de insatisfacción social que se vivía en la Francia del siglo XVIII. La revolución francesa tuvo excesos, y corrió mucha sangre innecesariamente. Pero, fue un auténtico movimiento popular, producto de siglos de opresión; de ningún modo se necesitaba la incitación de una sociedad secreta que, además, si bien fue simpatizante de las ideas ilustradas, fue bastante defensora del status quo, y trató lo más que pudo de mantenerse al margen de la política.
            Sí, algunos de los líderes de la revolución francesa fueron masones. ¿Y? Eso de ningún modo implica que la masonería tuvo un macabro plan para sembrar el caos en Francia. Algunos pedófilos son curas católicos. ¿Implica eso que la Iglesia tiene un plan preconcebido para pervertir sexualmente a la humanidad? Por supuesto que no. Del mismo modo, el hecho de que algunos revolucionarios sedientos de sangre fueran masones no implica que la masonería era la encargada de promover el terror. Robespierre, la figura más asociada con los abusos de la revolución francesa, no era masón.
            Además, en la masonería había mucha gente contrarrevolucionaria. Uno de los más furibundos opositores intelectuales a la revolución francesa, el reaccionario Joseph de Maistre, era masón (por lo demás, resulta extraño que Maistre, un tipo más papista que el Papa, se hiciera masón, teniendo en cuenta que ya desde 1738, Clemente XII había prohibido a los católicos pertenecer a logias).
La masonería tuvo representación en los verdugos durante el reinado del terror, pero también tuvo representación en las víctimas.  Si bien la masonería defendía principios democráticos en el interior de sus logias, era básicamente una asociación de aristócratas. Aquellos aristócratas que querían unirse a la revolución, renunciaron a la masonería, precisamente porque había una asociación entre aristocracia y masonería; Luis Felipe (el mismo que incitó la ejecución de Luis XVI) fue uno de ellos. Cuesta mucho creer que los masones planificaron con mucha anticipación la revolución francesa, si este movimiento desembocó en la muerte de muchos masones aristócratas. La masonería tenía mucho que perder.
Con Napoleón, los conspiranoicos siguieron insistiendo en que la masonería movía los hilos del poder en Francia. Napoleón no fue masón, pero sí lo fueron algunos de sus más cercanos colaboradores: sus hermanos José, Luis, Luciano y Jerónimo (todos ellos fungieron como reyes impuestos por Napoleón en varios países europeos), así como su cuñado Murat (uno de sus más fieles mariscales). De nuevo, los conspiranoicos ven algunos puntos, y se apresuran a conectarlos. La mera circunstancia de que en el bonapartismo hubiera masones no es evidencia de que la masonería controlaba a Napoleón. Es como acusar al vegetarianismo de estar tras el III Reich, por el mero hecho de que Hitler era vegetariano. La mayor némesis de Napoleón, el duque de Wellington, fue masón. Pero, en su empeño de pintar un mundo blanco y negro, de masones vs. antimasones, los conspiranoicos prefieren colocar a Wellington debajo de la alfombra.
También se atribuye a la masonería estar tras el colapso del imperio español en América, que en buena medida empezó con la invasión napoleónica a España. De nuevo, los conspiranoicos exageran. Sí, es cierto, hubo una logia masónica, la Lautaro, que se fundó en Cádiz en 1812, se trasladó a América, y a ella pertenecieron varios promotores de la independencia hispanoamericana, tales como Miranda, O’Higgins, San Martín, Sucre y Bolívar. ¿Es eso evidencia de un complot masónico? De nuevo, no. Hubo realistas masones, como por ejemplo, el general Morillo, que combatió contra Bolívar duramente en Venezuela. Si, como dicen los conspiranoicos, un masón antepone la fidelidad a la masonería por encima de cualquier otra cosa, entonces Bolívar nunca hubiese traicionado a Miranda, pero con todo, Bolívar sí terminó entregando a Miranda a los españoles. Y además, cuando Bolívar se convirtió en dictador de Colombia en 1828, una de sus primeras órdenes fue suprimir las sociedades secretas. ¿Haría tal cosa una persona cuya principal motivación es defender a la masonería?
Pero, en todo caso, aun suponiendo que el colapso del imperio español sí fue obra de la masonería, ¿dónde está lo objetable? ¿Acaso no es elogiable oponerse al imperialismo? Los nacionalistas españoles de inspiración franquista, en su obsesión contra la masonería, la acusan de haber sembrado la cizaña en América para separarse de la Madre Patria. Pero eso es trivializar las terribles condiciones de opresión que existían en el imperio español. No fue necesaria la intervención de la masonería para que los americanos, hastiados del absolutismo y el colonialismo mercantilista, se rebelaran contra la monarquía. Como en la revolución francesa, cabe admitir que hubo atrocidades, y corrió más sangre de lo necesario. Pero, reducir la independencia americana a un simple complot masón, es ignorar tres siglos de abusos coloniales.
Sí, las banderas nacionales de Cuba y Puerto Rico incorporan símbolos masones, porque quien las diseñó, Narciso López, era masón. A diferencia de lo que se dice sobre el sello de EE.UU. en el billete de dólar, para esto sí hay más pruebas. ¿Y qué? ¿El hecho de que la bandera cubana tenga un diseño masón implica que Cuba nunca debió independizarse? ¿Acaso que Narciso López formase parte de la masonería esconde el hecho de que en Cuba había esclavitud y el imperio español llevó a cabo una atroz campaña militar de represión en la isla, a cargo del general Valeriano Weyler? ¿No merecían los cubanos la independencia ante semejantes atropellos?

En fin, como complemento de sus delirios sobre la revolución francesa, Napoleón, y la debilidad de España, los conspiranoicos siguen sosteniendo que, en el escenario internacional, España es subordinada de Francia, debido a la influencia masónica. Supuestamente, desde Napoleón, los políticos franceses han usado la masonería para controlar a otros países. Este alegato conspiranoico se formula especialmente en relación a África: según una nueva teoría conspiranoica, Francia renunció a sus colonias en el llamado continente negro, pero se aseguró de que los nuevos jefes de Estado se iniciaran en la masonería, y así, pudieran ser controlados por el lobby masónico francés que silenciosamente exporta su republicanismo laicista.

Ciertamente podemos acusar a Francia de tener prácticas neocoloniales en África. Pero, ¿dónde está lo objetable en el republicanismo y el laicismo? Y, más aún, ¿qué evidencia hay para alegar que los líderes africanos son títeres de la masonería francesa? Ninguna. La conspiranoia de Augustin Barruel, y sus alegatos sobre la continuidad de los templarios en la masonería, es hoy a todas luces risible. Pero, lamentablemente, hoy persisten comentaristas que, con un barniz de seriedad, formulan nuevas versiones de sus teorías conspiranoicas. Como las del jesuita conspiranoico del siglo XVIII, estas teorías no tienen ningún asidero. Pero, tristemente, mucha gente las sigue creyendo. Urge cultivar el pensamiento crítico para refutarlas.

Los masones y la revolución norteamericana

En las logias masónicas está prohibido hablar de religión o política (excepto en una rama francesa más reciente). Pero, eso no ha impedido que los detractores de la masonería la acusen de promover cultos paganos o satánicos. Pues bien, lo mismo ocurre con la política: en la imaginación conspiranoica, los masones han estado de varias revoluciones en la historia moderna.
Se ha acusado a los masones de haber orquestado la revolución norteamericana. En vista de que esta revolución resultó bastante exitosa, y hoy los historiadores la juzgan muy positivamente, los masones norteamericanos quisieron aprovechar aquella circunstancia histórica para anotarse un triunfo, y así, los propios masones han contribuido al mito de que la revolución norteamericana fue obra de la masonería. Pero, la verdad histórica es que hubo masones tanto en el lado independentista como en el lado monárquico, y la masonería como tal tuvo poco que ver con el desarrollo de esa revolución.

Es cierto que varios de los llamados padres fundadores de EE.UU. fueron masones. De los cincuenta y seis firmantes de la Declaración de independencia de los EE.UU., se sabe con seguridad que ocho fueron masones, y veinticuatro más también pudieron haberlo sido. El jefe militar de los ejércitos revolucionarios, George Washington, fue masón y alcanzó el grado de maestro. Benjamin Franklin, otro ilustre de la revolución norteamericana, también fue masón.
Es una exageración decir que aquel movimiento estuvo controlado por la masonería. Ciertamente, los ideales democráticos que motivaron a la revolución norteamericana, estaban presentes en las reuniones en las logias. Cuando se entra en una logia, las jerarquías convencionales de la sociedad desaparecen, y el aristócrata se sienta junto al comunero. Pero, la masonería fue apenas una de muchísimas otras influencias en un proceso tan complejo como la revolución norteamericana. El rey Jorge III se quejó de que aquella revolución fue lanzada por presbiterianos, no por masones.
Se ha querido asociar la masonería con uno de los eventos más importantes de la revolución norteamericana, la fiesta del té en Boston. En vista del abusivo impuesto a la importación al te que imponía la corona británica, en 1773 un grupo de colonos disfrazados de indios subieron a los barcos anclados en Boston, y tiraron al mar el té almacenado. Aquello fue eventualmente un detonante de la revolución norteamericana. Según la leyenda, esos hombres eran todos masones, pues antes de ir al muelle de Boston, habían estado en una taberna que albergaba a la logia masónica de Saint Andrew. Pero, lo cierto es que esa misma taberna también albergaba las reuniones de los Hijos de la Libertad, una organización revolucionaria que nada tenía que ver con la masonería. Es mucho más probable que los iniciadores de la fiesta del té formaran parte de esa organización revolucionaria.
Los revolucionarios norteamericanos crearon una nueva nación, que como cualquier otra, requirió símbolos. Los conspiranoicos se deleitan con supuestas pistas masónicas en los símbolos nacionales norteamericanos. Así, frecuentemente se dice que el escudo nacional en el reverso del billete de un dólar, es prueba de que la masonería controló la revolución norteamericana.
El escudo consta de una pirámide no finalizada, de trece niveles. Y, encima de ella, un triángulo con un ojo adentro. Debajo, está la inscripción Novus Ordo Seclorum. El ojo encerrado en un objeto (llamado a veces el ojo de la providencia) ciertamente es un símbolo a veces empleado por la masonería. Representa al Gran Arquitecto del Universo, que todo lo ve y siempre vigila nuestra conducta. Pero, de ningún se trata de un símbolo de origen masón. El símbolo en cuestión ya existía en el Renacimiento, mucho antes de que surgiera la masonería especulativa. El uso del triángulo es más bien de origen cristiano, en tanto representa a la Trinidad.
La pirámide representa la fortaleza de la nueva nación, y no está finalizada, porque representa lo que aún queda por construir en EE.UU. Tiene trece niveles porque representa las trece colonias norteamericanas originales que se rebelaron contra la corona británica. No tiene ningún simbolismo especialmente asociado con la masonería.
La inscripción Novus Ordo Seclorum quiere decir Nuevo orden de los siglos (una frase inspirada en un pasaje de Virgilio), es decir, una nueva etapa histórica a partir de la revolución. Algunos conspiranoicos quieren atribuir a la masonería estar detrás de aquello que ellos llaman el Nuevo orden mundial (supuestamente, un régimen internacional controlado por una élite), y así, creen que la inscripción en el escudo nacional estadounidense los delata. Desgraciadamente, esos conspiranoicos no saben traducir una frase latina muy básica.   
 En todo caso, la comisión que se organizó para diseñar el escudo norteamericano, estuvo conformada por Benjamin Franklin, Thomas Jefferson, John Adams y Pierre Du Simitiere. De los cuatro, el único masón era Franklin. Y, Franklin propuso como escudo una imagen del paso de los israelitas por el Mar Rojo, y el faraón ahogándose. Obviamente, su diseño no fue seleccionado. Los diseños que sí fueron seleccionados, pues, vienen de gente que no estaba en la masonería.
Los conspiranoicos no desaprovechan la ocasión de la revolución norteamericana, para una vez más, acusar a los masones de ser un culto satánico. Según una teoría conspiranoica muy difundida, el patrón arquitectónico de las principales avenidas de la ciudad de Washington, están en forma de pentagrama invertido, y éste es un símbolo satánico por excelencia. El gobierno norteamericano, pues, es diabólico.
Ciertamente, ese patrón arquitectónico existe; pero tras ello no hay ninguna conspiración masónica satánica. El modelo arquitectónico de Washington obedeció a las condiciones topográficas del terreno donde se construyó la ciudad. El revolucionario que más activamente promovió ese diseño, Thomas Jefferson, no era masón. Además, el pentagrama invertido no es originalmente un símbolo satánico. La asociación entre el satanismo y este símbolo es reciente: si bien data de círculos ocultistas de finales del siglo XIX (más de cien años después de la revolución norteamericana), fue popularizado por el satanista Anton LaVey en la década de 1970 (y, vale añadir, el movimiento de LaVey no era propiamente un culto a Satanás como principio del mal, sino más bien, un mero símbolo de autosuficiencia). Los padres fundadores de EE.UU. jamás hubieran tenido noción de las connotaciones satánicas del pentagrama invertido.

En todo caso, aun suponiendo que algún arquitecto logró introducir ocultamente un diseño satánico a la ciudad de Washington, ¿cuál es la relevancia actual de eso?, ¿acaso esa extraña circunstancia probaría que el gobierno norteamericano actual rinde culto al diablo? Podemos denunciar a viva voz todos los abusos que el Tío Sam ha cometido, pero, ¿qué necesidad hay de inventar una teoría conspiranoica que, a la larga, termina por desprestigiar a los propios críticos del gobierno norteamericano?

Los conspiranoicos también acusan a los masones de estar detrás del diseño de uno de los monumentos más emblemáticos de Washington, el obelisco. Vale recordar que una de las más persistentes acusaciones lanzadas contra los masones es su supuesto origen en los cultos de Egipto, algo que algunos propios masones, como Albert Pike, se encargaron también de propagar. En tanto el obelisco es un símbolo de origen egipcio, resultó inevitable que los conspiranoicos dijeran que el obelisco de Washington es obra de la masonería y sus prácticas de ocultismo. Tonterías. El obelisco está en Washington, sencillamente porque, en el siglo XIX, en Europa y América había una fascinación con todo lo que fuese egipcio, especialmente a partir del descubrimiento de la piedra Rosetta en 1804 (los planos del obelisco en Washington se diseñaron en 1836).