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martes, 24 de octubre de 2017

Carta a Belén sobre los zombis y los lavados de cerebro



Querida Belén:

Estoy muy emocionado por el Halloween, y espero verte en la fiesta de disfraces. Como seguramente sabes, el Halloween tiene muchos detractores. Hay quien dice que en esa festividad, se invoca a Satanás y espíritus malignos. A mí eso no me mortifica, pues yo no creo en espíritus, ni buenos ni malos.
También hay quien dice que el Halloween está bien para adultos, pero los niños no deberían participar de estas cosas, porque las imágenes son demasiado aterradoras. En principio, esto podría ser razonable. Ciertamente un disfraz de un asesino con dientes ensangrentados, podría perturbar a un niño pequeño. Pero, algunos psicólogos más bien opinan lo contrario: si los padres acompañan a los niños en estas festividades, los peques más bien van sobreponiendo sus temores e inseguridades naturales, y eso va construyendo confianza en ellos mismos. Te diré que, cuando he visitado casas embrujadas, he quedado sorprendido ante el hecho de que yo me asusto muchísimo más que los jovencitos.

En fin, ya he seleccionado el disfraz que llevaré a la fiesta. Seré un zombi. Honestamente, no me convence mucho la idea de ser un zombi, porque anticipo que muchos otros invitados también se disfrazarán de zombis. Los zombis están de moda, con todas esas series televisivas que han hecho popular la trama sobre un misterioso evento apocalíptico que hace que los muertos vivientes deambulen por la Tierra.
Pero, si bien disfruto esas series televisivas, a mí me cautivan más las películas hollywoodenses sobre zombis, de la década de 1930. En esos filmes, los zombis eran distintos a los que se presentan hoy. Eran de un país específico: Haití. Y, la gente se convertía en zombi, no por un misterioso evento apocalíptico, sino porque los brujos haitianos, los bokor, lanzaban hechizos y hacían que sus víctimas parecieran medio muertos, medio vivos. Estos personajes deambulaban, en un estado mental muy extraño: lograban tener actividades motoras básicas, pero no parecían estar en control de sí mismos, y actuaban bajo las órdenes de algún amo que los controlaba.
Ya sabes que Hollywood es muy sensacionalista. Pero, sí es cierto que en el folclore haitiano hay una larga tradición de creencias sobre zombis embrujados. Según estas creencias, los bokor lanzan su hechizo, y una víctima aparentemente muere. A la persona la entierran. Entonces, uno o dos días después, el bokor desentierra a la víctima, y ésta revive, aunque nunca recupera la consciencia completamente. Más bien, deambula como un autómata, sin personalidad propia, y obedece órdenes. La víctima se convierte en esclavo del bokor.
La mayoría de los haitianos creen esto, prácticamente al pie de la letra. Pero, los psicólogos nunca han podido corroborar si tales cosas en verdad suceden. Con todo, hubo un caso que sí captó la atención de los científicos. Se trataba de un hombre llamado Clairvius Narcisse. En 1962, Narcisse aparentemente murió, y fue enterrado. Dieciocho años después, Narcisse apareció en su aldea. Contó que un bokor lo desenterró, le administró unas drogas, y lo convirtió en su esclavo. Durante ese tiempo, se sentía como si estuviera en un sueño, sin control de sí mismo, obedeciendo las órdenes que le daba su amo. Al cabo de dos años, Narcisse logró escapar, y siguió deambulando por dieciséis años más.
Un antropólogo, Wade Davis, se interesó en este caso, y fue a Haití a investigar. Davis llegó a la conclusión de que a Narcisse le administraron un polvo con tetrodotoxina, un químico que se encuentra en el pez globo (el mismo que algunos japoneses osados comen, arriesgando su vida). La tetrodotoxina ataca el sistema nervioso, y apenas una pequeña dosis, es capaz de matar (como de hecho, puede ocurrir cuando se consume el pez globo). Pero, en dosis muy precisas, puede paralizar el cuerpo, al punto de que puede hacer creer que la persona está muerta, cuando en realidad, está sólo paralizada, y se le puede revivir.
No sabemos bien si la tetrodotoxina fue la causante de la extraña desaparición de Narcisse. De hecho, no sabemos bien si la persona que fue enterrada era realmente Narcisse. Pero, queda abierta la posibilidad de que la tetrodotoxina sí cause la impresión de que una persona esté muerta, cuando en realidad, no lo está, y que afecte al sistema nervioso, de tal modo que parezca un zombi.
Hay también algunos microbios que, quizás, en un futuro pudieran atacar nuestro sistema nervioso, y convertirnos en zombis. Hasta ahora, nosotros los humanos no sufrimos esto, pero otros animales sí. Por ejemplo, hay un microbio, el Toxoplasma gondii, que se reproduce en el intestino de los gatos. Para llegar al intestino del gato, este parásito hace que, al encontrarse dentro de un ratón, su sistema nervioso se altere, de forma tal que el ratón no huya ante el peligro del gato. En cierto sentido, el ratón infectado con Toxoplasma gondii se convierte en un zombi, sin control de sí mismo. El ratón deambula sin un objetivo determinado, pierde el temor ante el gato, y permite que éste se lo coma. Así, el parásito que ataca el sistema nervioso del ratón, pasa al intestino del gato, y ahí se reproduce.
No existe aún un parásito que nos convierta en zombis desprovistos de voluntad propia, pero no estaría descartado que estos parásitos muten, y en un futuro, afecten nuestro sistema nervioso convirtiéndonos en algo parecido a los zombis.
Desde hace varias décadas, algunos psicólogos se han preocupado mucho ante la posibilidad de que, aun sin microbios, algunas personas se puedan convertir en zombis. O, mejor dicho, no exactamente en zombis, pero sí en autómatas que actúan bajo las órdenes de otros, renuncian a sus propias convicciones y creencias, y quedan desprovistos de su vida mental autónoma. A esa posibilidad, se le llama lavado de cerebro.
Cuando los comunistas llegaron al poder en China, se propusieron reeducar a los disidentes de su sistema político. Los enviaban a prisiones, y ahí, los sometían a torturas. Ellos tenían la intención de modificar la ideología de sus víctimas. Supongo que esos comunistas chinos creían firmemente en aquel viejo refrán, la letra con sangre entra: dando palos a los pobres disidentes, de repente se convertirían en comunistas convencidos. El objetivo de esos torturadores era la frase en mandarín xi nao, que se puede traducir literalmente como lavar el cerebro.
En la guerra de Corea, el ejército chino se enfrentó al ejército norteamericano. Los chinos capturaron a varios soldados norteamericanos, y aparentemente, los sometieron a las mismas técnicas de tortura que aplicaban a los disidentes. Insólitamente, algunos de estos prisioneros confesaron crímenes que ellos claramente no cometieron, e incluso algunos defendían las bondades del comunismo.
En EE.UU., muchos psicólogos se empezaron a preocupar ante la posibilidad de que, en efecto, los chinos fueran capaces de lavar el cerebro de sus prisioneros. Se manejaba la idea de que, con algunas técnicas de tortura muy específicas, se podría quebrar a un prisionero, al punto de que cambiase radicalmente su forma de pensar, y aceptase con plena convicción las creencias del torturador.
 Tras estudiar a algunos soldados americanos que habían sido prisioneros en China, un psicólogo, Robert Jay Lifton, identificó el método que usaban los chinos para lavar cerebros. Primero, es necesario quebrar la identidad de la víctima, continuamente maltratándola e insistiendo en que ella no es quien cree ser. Luego, hay que bombardear a la víctima con sentimientos de culpa, haciéndola sentir mal por algo que supuestamente han hecho. También hay que aislar a la persona de amigos o camaradas. Es necesario acosar a la víctima constantemente, al punto de hacerla llorar o tener convulsiones. Pero, perversamente, justo cuando la víctima empieza a desarrollar esta crisis, el torturador le ofrece un gesto de cariño. Inmediatamente después, el torturador, aprovechando su posición como benefactor por el pequeño gesto, exhorta a la víctima a confesar alguna culpa, así como el abandono de las antiguas ideas. Como parte del arrepentimiento, el torturador invita a la víctima a asumir un nuevo conjunto de ideas. Finalmente, se exige que la víctima haga una declaración formal de lealtad a las nuevas ideas.
A decir verdad, los chinos no lograron gran cosa. Ciertamente, ante este tipo de acosos, y frente a la amenaza de maltratos, los prisioneros cantaban alabanzas a Mao Tse Tung y el comunismo. Pero, pronto se hizo evidente que, una vez que el maltrato cesaba y la amenaza ya no estaba presente, la víctima renunciaba a continuar con las proclamas que le obligaban a hacer, y exponía sus verdaderas creencias. El supuesto lavado de cerebro, si acaso ocurría, tenía un efecto muy breve y muy limitado. Bajo la amenaza del palo, la víctima ciertamente decía lo que el torturador quería oír. Pero, el torturador no tenía realmente el poder de cambiar la mente de la persona.
Con todo, en EE.UU. había mucha paranoia al respecto. Recuerda, Belén, que esto era a mediados del siglo XX, en plena Guerra Fría, cuando los norteamericanos y los soviéticos pensaban constantemente en la posibilidad de enfrentarse directamente en una guerra. Por aquella época, apareció una película, El candidato de Manchuria (originalmente se tradujo como El mensajero del miedo), que narraba la historia de un soldado norteamericano capturado en Corea, y sometido por los chinos a torturas y técnicas de lavado de cerebral. En la película, la intención del lavado de cerebro no era tanto hacer que el soldado hiciera proclamas comunistas, sino que obedeciera a un amo que le ordenara cometer asesinatos políticos. Cuando el pobre soldado, con el cerebro lavado, cometiera el asesinato, no recordaría lo sucedido, y obedecería al amo sin rechistar. Sería algo así como un zombi; pero, en vez de administrársele tetrodotoxina, se lograría su zombificación con puras técnicas de tortura psicológica.
No te negaré que la película es buena y entretenida (y además, el protagonista es el siempre encantador Frank Sinatra). Pero, es pura fantasía. Te insisto, no hay forma de forzosamente cambiar las convicciones de alguien, mucho menos de convertirla en un asesino zombificado. Quizás en un futuro se puedan implantar chips en el cerebro para controlar la mente de las personas, y manejarlas como si fueran robots. Pero, por ahora, tales tecnologías no existen. No está mal disfrutar la ciencia ficción, pero sí está mal confundir la ciencia ficción con la realidad.
Por supuesto, hay muchas formas de intentar persuadir. De eso trata la educación, la propaganda y el adoctrinamiento. Pero, eso es distinto de lo que tradicionalmente se entiende por lavado de cerebro. En el adoctrinamiento, te bombardean con información (por lo general falsa), pero al final, tú conservas el poder de decidir si la crees o no. El lavado de cerebro es algo más. Cuando intentan lavarte el cerebro, pretenden que tú aceptes una creencia, aún en contra de tu voluntad. En el lavado de cerebro, tu voluntad queda eliminada, y te conviertes en algo así como un zombi, sin control de ti misma, y a merced de las órdenes de un amo. Tal cosa no existe.
Lamentablemente, en EE.UU., muchas personas se tomaron muy en serio El candidato de Manchuria, y la amenaza de que los comunistas podrían lavar el cerebro de los norteamericanos. Irónicamente, ya desde antes de El candidato de Manchuria, el propio gobierno norteamericano se propuso hacer algo parecido a lo que intentaban hacer los chinos. En vista de los informes sobre los soldados norteamericanos capturados en Corea, la CIA (la agencia de espionaje norteamericana) procuró desarrollar su propio programa de lavado de cerebro.
Ese programa, que vino a conocerse como MK-Ultra, consistía en administrar drogas (especialmente el LSD), con la esperanza de que quien la consumiera, se convirtiera en un borrego que obedeciera órdenes sin rechistar, y posiblemente, actuara sin recordar sus actos. La CIA hizo estos experimentos sobre muchas personas. Algunos de los propios espías accedieron a consumir LSD como parte del experimento, pero la mayoría de las veces, se administraba la droga a indeseables sociales (prostitutas, prisioneros, etc.), muchas veces sin que siquiera ellos se percataran.
Como comprenderás, Belén, aquello fue una monstruosidad, y cuando años después, el pueblo norteamericano supo lo que su gobierno hacía, hubo mucha indignación. La CIA decidió desistir del proyecto. Los de la CIA no son hermanitas de la caridad. Si ellos descontinuaron el proyecto MK-Ultra, no fue tanto por la indignación del pueblo, sino sencillamente, porque se dieron cuenta de que no es posible lavar el cerebro, y no valía la pena seguir invirtiendo recursos en un proyecto que no daba resultados.
Con todo, ya sabes que los conspiranoicos abundan, y hay personas que creen que los MK-Ultra todavía existen. Cada vez que en EE.UU. ocurre una extraña matanza (y, lamentablemente, esto se hace cada vez más común), estos conspiranoicos saltan a decir que los asesinos son Mk-Ultras, borregos cuyos cerebros han sido lavados por la CIA, para seguir órdenes mecánicamente, y cometer asesinatos sin recordar nada. Tonterías.
Un hecho que mortificó mucho a los norteamericanos, fue el suicidio colectivo de más de 900 personas en Guyana, en 1978. Estos suicidas eran miembros de una secta religiosa, bajo el liderazgo de un carismático líder, el pastor Jim Jones. En aquella ocasión, se decía que quizás Jones era un agente de la CIA, y que había lavado el cerebro a esas 900 personas, pues si no, ¿cómo podría explicarse que tanta gente decidiera acabar con sus propias vidas?
Desde entonces, en varios países, han proliferado muchas sectas religiosas. Esas sectas suelen estar conformadas por gente aparentemente normal que, repentinamente, corta comunicación con sus seres queridos, y se entrega por completo a las órdenes del líder de la secta. Esto abrió paso a nuevas teorías conspiranoicas. Se decía que las sectas usaban los métodos chinos de tortura psicológica (los mismos que Lifton decía que se usaban con los prisioneros norteamericanos en Corea), y así, lavaban el cerebro de sus miembros. Los familiares de los miembros de las sectas no comprendían cómo su ser querido, repentinamente cortara toda comunicación con ellos. Obviamente, pensaban ellos, les habían lavado el cerebro.
En vista de aquello, surgieron personajes que prometían revertir el daño que el supuesto lavado de cerebro hacía a los miembros de las sectas. Estos personajes, conocidos como deprogramadores, proponían raptar a los miembros de las sectas, y someterlos a las mismas técnicas de lavado de cerebro, pero con la intención de regresarlos a su estado mental inicial antes de que entraran en las sectas.
Las sectas ciertamente tienen creencias muy extrañas, y también es cierto que alientan a sus miembros a separarse de sus familias. Pero, ¿no es esto lo que hace una orden monástica cuando le pide al monje que abandone a su familia para irse a vivir al monasterio, y además, le exige que profese que María tuvo un hijo aún siendo virgen, y que ese hijo luego murió y resucitó al tercer día? Nadie acusa a los franciscanos, benedictinos o dominicos, de lavar el cerebro a los monjes, a pesar de sus extrañas creencias y su vida reclusa. Los jóvenes que entran en los monasterios, lo hacen por cuenta propia, y mantienen el control de sus propias convicciones.
Pues bien, lo mismo puede decirse de las sectas. Quien entra y se mantiene en una secta, lo hace por voluntad propia, por muy extraño que parezca. En las sectas no se intenta ningún lavado de cerebro, pues desde un primer momento, sus miembros quieren estar ahí. Es desconsolador, pero quienes se suicidaron en Guyana, tomaron esa decisión por cuenta propia, y no hubo un amo que ejerciera un control mental sobre ellos. Si acaso, los que realmente sí intentaban lavar el cerebro (e insisto, nunca lo lograron) eran los deprogramadores, quienes intentaban cambiar forzosamente la mente de las personas, sin contar con su aprobación.
Si la idea del lavado de cerebro se toma demasiado en serio, existe el peligro de que algún criminal la aproveche para, ante un juez, alegar que sus acciones ocurrieron como consecuencia de que otra persona le lavó el cerebro. De hecho, hubo un famoso caso así en EE.UU. Una jovencita millonaria, Patty Hearst, en 1974 fue secuestrada por una guerrilla urbana de extrema izquierda. Según parece, a Hearst la mantuvieron en un clóset por algunas semanas.
Desde el cautiverio, Hearst hizo proclamas a favor de la guerrilla que la tenía secuestrada. Esto no parecía tan extraño, pues era presumible que sus captores la obligaban a decir esas cosas. Pero, insólitamente, Hearst también participó con sus captores en robos violentos de bancos, y aun teniendo varias oportunidades clarísimas para escapar durante esos atracos, no lo hizo. La policía finalmente atrapó a Hearst. En su juicio, alegó que ella no era responsable de los crímenes, pues durante su cautiverio, la guerrilla le había lavado el cerebro. Supuestamente, mientras robaba los bancos, ella actuaba como una autómata, sin estar en control de sí misma. Esa teoría no convenció a los jurados, y la declararon culpable. Pero, gracias a su influencia como millonaria, recibió un perdón presidencial.
Hasta el día de hoy, Patty Hearst sigue defendiendo la teoría de que a ella le lavaron el cerebro. Pero, muy pocos psicólogos se toman eso en serio. Hearst claramente decidió participar en los atracos por cuenta propia. La pudieron haber torturado, pero ante la posibilidad de escapar, no lo hizo. Bajo la amenaza del palo, ciertamente harás lo que tu torturador te exija. Pero, insisto, es falso que, sin la amenaza, un torturador tenga la capacidad de controlarte al punto de que quedes despojada de tu libre albedrío, y cometas actos que son radicalmente contrarios a tu personalidad. Patty Hearst robó bancos, no porque le lavaron el cerebro, sino sencillamente porque le atrajo la idea.

Con todo, puede haber casos en los que la relación entre el secuestrador y el secuestrado se vuelva extraña. En 1973, un ladrón entró a robar un banco en Estocolmo, y mantuvo secuestradas a seis personas. Estas personas vinieron a sentir un apego emocional hacia él, y desde entonces, algunos psicólogos llaman a este extraño fenómeno el síndrome de Estocolmo. Pero, no todos los psicólogos están convencidos de que tal cosa en realidad existe. De hecho, el síndrome de Estocolmo no está incluido en la lista de enfermedades mentales que los psiquiatras atienden.
Ciertamente, en ocasiones, las víctimas se identifican con sus agresores. Pero, esto es distinto a un lavado de cerebro. Las víctimas pueden sentir aprecio por el agresor, pero eso no implica que se convierten en autómatas controladas por el agresor. La respuesta de apego al agresor puede ser más bien una forma de protegerse frente a la situación estresante del secuestro, y eso, a la larga, incrementa la probabilidad de que la situación se resuelva menos traumáticamente. Quizás Patty Hearst sufrió el síndrome de Estocolmo, pero eso quiere decir que cuando robó bancos, lo hizo contra su propia voluntad. El secuestro puedo haberla condicionado a sentir más simpatía por los secuestradores, pero ella no era su títere. Los jurados hicieron bien en entender esto.
No obstante, casi todos los sistemas judiciales del mundo entienden que, en algunas ocasiones, algunas personas cometen crímenes, sin realmente ser culpable de ellos. En muchos países, existe la posibilidad de que una persona acusada de un crimen, alegue insania mental. Esto se remonta a un famoso caso del siglo XIX, el de Daniel M’Naghten. Éste era un hombre que sufría esquizofrenia (¿la recuerdas?, es la enfermedad mental con alucinaciones, delirios, etc.), y creía que el Primer Ministro de Gran Bretaña quería matarlo. En su delirio, M’Naghten se anticipó e intentó matar al Primer Ministro, pero terminó matando a uno de los secretarios. En el juicio, quedó claro que M’Nagthen no estaba cuerdo, y se le declaró inocente.
En rigor, un acusado debe ser evaluado por un psiquiatra para constatar que está mentalmente apto para asistir a un juicio. Pero, aun en el caso de que sí lo esté, podría demostrarse que, en el momento del crimen, el acusado no conservaba su sanidad mental. En esos casos, también podría ser declarado inocente, aún si, en el momento del juicio, está mentalmente sano.
 Hay básicamente dos escenarios que permitirían declarar la insania mental durante el momento de un crimen. Primero, puede ser que el acusado no comprendiera el acto que realizó. M’Naghten obviamente no sabía que matar al Primer Ministro estaba mal, pues en sus delirios, había perdido la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo. Pero, puede ser también que el acusado, aun sabiendo lo que hacía, no podía resistir el impulso de cometer ese acto.
En principio, todo esto parece muy razonable. Decidir si una persona comprendía o no sus actos, quizás no sea tan difícil. Pero, decidir si pudo o no resistir el impulso aun comprendido el acto, sí es muchísimo más difícil. De hecho, Belén, yo te diría que este tema es uno de los más difíciles de toda la psicología. ¿Somos realmente libres de decidir nuestras acciones? Yo tengo muchas dudas al respecto. La naturaleza humana está condicionada por los genes y por las experiencias del ambiente. En ambos casos, pareciera que estamos determinados por causas previas, de forma tal que no tiene mucho sentido hablar de libre albedrío, o al menos no en el sentido tradicional (es decir, como la capacidad de haber hecho algo distinto a lo que se hizo). Pero, al mismo tiempo, me resulta repugnante soltar a un asesino, sencillamente porque dice: “Su señoría, soy inocente, porque mis genes y mis experiencias previas me determinaron causalmente a matar”.
Debo confesarte que este tema muchas veces me quita el sueño. Y, me resulta perturbador, porque en esta carta te he dicho varias veces que los lavados de cerebro no existen propiamente, y que aun con todas las torturas que alguien puede recibir, conserva su libre albedrío respecto a sus actos y creencias. Pero, al mismo tiempo, te digo que quizás ninguno de nosotros sea libre, pues la conducta humana (como cualquier otro fenómeno) obedece a relaciones causales. Los psicólogos tradicionalmente no han dedicado mucha atención a esta extraña paradoja, pero los filósofos sí.
Por ahora, no te propongo que te rompas el coco pensando en esto. Olvidemos este tema tan complejo, y disfrutemos la fiesta de Halloween de esta noche. Espero ser el único disfrazado de zombi, pero si hay otros, ¿qué le voy a hacer? Se despide, tu amigo Gabriel.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Star Wars, la contracultura y el vitalismo

            Esta semana fue el estreno mundial de la séptima entrega de la saga de Star Wars, The Force Awakens. Aún no he podido ver la película, pero en vista de la efervescencia que está generando, aprovecharé para hacer algún comentario.
            Originalmente, en la década de 1970, Star Wars tuvo un aire no conformista y contracultural. Hans Solo es el renegado que no acepta ser tragado por el sistema. Pero, una vez que Reagan asimiló el imperio a la URSS en sus discursos, y la saga se convirtió en una gigantesca franquicia de consumo masivo, los rebeldes antisistema que en algún momento se sintieron atraídos por la estética de Star Wars, la empezaron a repudiar.

Éste es un fenómeno típico en la contracultura, tal como lo han reseñado Andre Potter y Joseph Heath en su muy elocuente libro, Rebelarse vende. Según lo analizan estos autores, al principio, surge una contracultura en torno a algunos símbolos. Pero, cuando esta contracultura crece y esos símbolos empiezan a convertirse en parte del mainstream, la contracultura se transforma y repudia aquello que antes abrazó. Así, en sus inicios, el esnobismo contracultural coqueteaba con Star Wars. Hoy, los nuevos esnobs se enorgullecen de no haber visto nunca Star Wars.
            Al margen de esto, las críticas que se suelen hacer a Star Wars no son muy justas, o en todo caso, deberíamos ser más consistentes y aplicar esas mismas críticas a otros fenómenos. Se critica que Star Wars conduce como borregos a sus consumidores. Vale. Pero, esto aplica al fútbol, la visita del Papa, el mitin del Partido Comunista, y un amplísimo espectro de fenómenos de masas. Y, en todo caso, ¿dónde está, exactamente, lo objetable en que algo sea masivo?
            Se dice que Star Wars incentiva el conformismo ante el sistema. No lo veo así. Star Wars cuenta la historia de unos rebeldes que, precisamente, se rebelan ante un sistema opresor. Pero, en todo caso, ¿por qué ha de ser nocivo que alguien se conforme con un sistema que no es verdaderamente opresivo? Los más aficionados a la saga de Star Wars suelen ser ciudadanos del Primer Mundo que, francamente, no lo están pasando tan mal. Si yo viera a niñitos africanos desnutridos, disfrazados de Darth Vader en una cola para ver la película, ahí sí podría admitir que esto es un fenómeno de alienación a lo bestia. Pero, no veo tal cosa.
            Se critica a Star Wars la simpleza de sus historias, y sobre todo, su maniqueísmo. Esta crítica tiene más sustento. Pero, como siempre reconoció George Lucas, su creación es en buena medida una amalgama de mitologías de muy diversa índole. En muchos de estos mitos, están presentes la simpleza de la trama y el maniqueísmo. La princesa que espera pasivamente a ser rescatada por el gran macho, molestará a las feministas, pero antes de obsesionarse en contra de Star Wars, estas feministas deberían reprochar a la enorme lista de leyendas que explotan este tema. La lucha entre absolutamente buenos y absolutamente malos molestará a psicólogos y sociólogos que saben que, en realidad, el mundo es mucho más complejo; pero antes de reprochar a Star Wars, estos psicólogos y sociólogos deberían someter a crítica los grandes sistemas religiosos que, desde el zoroastrianismo (pasando por las grandes religiones monoteístas de hoy), han concebido el mundo como un enfrentamiento entre el bien absoluto y el mal absoluto.
            Así pues, muchas de estas críticas me parecen tonterías. Pero, sí hay una crítica sobre la cual yo haría bastante énfasis. Se trata de la promoción del vitalismo. A lo largo de la saga de Star Wars, los personajes hablan de una misteriosa “fuerza”, aparentemente, una suerte de energía que radica en todos los seres vivos, y que permite que se logren grandes hazañas (estas hazañas pueden ser inmorales, si se pasa al “lado oscuro”). Muchas de estas hazañas pueden ser paranormales, como por ejemplo, mover objetos con la mente, predecir el futuro o comunicarse telepáticamente.
            En realidad, esto es una idea muy vieja. Los chinos hablan del chi, los hindúes del prana, los cristianos de la “gracia”, Bergson del “elan vital”, y así, un largo etcétera. Todas esas cosas son básicamente lo mismo: una misteriosa fuerza que no es percibida, pero que se presume que existe, y que da vitalidad a los organismos. La ciencia, por supuesto, no acepta nada de esto. La ciencia explica el mundo de forma mecanicista y materialista, a partir de hechos percibidos y unidos en secuencias causales. Decir que existe una “fuerza” (a no ser que se hable en términos metafóricos) sin ofrecer ninguna prueba es algo del mismo calibre que decir que tengo al lado a un elefante invisible.
            A simple vista, estas ideas son inofensivas. Pero, en realidad, pueden ser peligrosas. Muchas terapias medicinales alternativas se basan en el vitalismo. Colocando clavos en el cuerpo, supuestamente, se puede drenar el chi, con la esperanza de que eso corrija el desbalance de energía que produce enfermedades. Tonterías. A lo sumo, estas terapias pueden tener un efecto placebo. No está mal acudir al placebo, pero sobredimensionar su efectividad puede ser muy peligroso, especialmente si se asume como reemplazo de terapias que sí son verdaderamente efectivas.

            Ver cosas fantasiosas en una película no es perjudicial en sí mismo. Que la gente vea filmes sobre alfombras que vuelan, animales que hablan, o pistolas que disparan rayos, no los hace más crédulos. Pero, la forma en que Star Wars presenta el vitalismo es mucho más insidiosa, y me temo que sí logra influir en que mucha gente termine aceptando el vitalismo.
Cuando se ve a un bicho como Chewbacca hacer su aullido, el espectador sabe muy bien que todo eso es una fantasía. Pero, cuando ese mismo espectador ve a unos personajes que aparentemente sienten la presencia de una misteriosa fuerza etérea, y esa fuerza los conduce a hacer grandes hazañas, ahí ya el espectador no está tan seguro de que eso es una fantasía. Empieza a creer más en ese concepto. Al final, puede terminar creyendo que sólo con sus pensamientos es capaz de transformar la realidad, al punto de lograr las hazañas paranormales que defiende la New Age. A pesar de todo su aparataje técnico y futurista, en realidad, Star Wars es una saga que defiende algunas cosas muy premodernas, y que entorpecen la marcha de la humanidad hacia el progreso. 

domingo, 11 de enero de 2015

"Orígenes", una película que promueve la pseudociencia



            La ciencia ficción suele atraer a gente con mentalidad científica. Quizás ésa sea la diferencia principal entre este género y la fantasía. En la fantasía hay orcos, hadas y monstruos. En la ciencia ficción hay robots, alienígenas y sociedades distópicas. A diferencia de la fantasía, que sencillamente presenta imágenes sin considerar su plausibilidad, la ciencia ficción sí debe evaluar la plausibilidad científica de los escenarios que presenta. Y, precisamente, para poder hacer este análisis, se necesita una familiaridad con las reglas del método científico.
 
            Con todo, hay películas de fantasía que se presentan como si fueran de ciencia ficción. Orígenes es una de ellas. Narra la historia de un científico que estudia la evolución del ojo, y se enamora de una modelo con inclinación al misticismo. Tras una fase de romance, la pareja empieza a tener discusiones debido a sus diferentes maneras de entender el mundo (él racional, ella mística), y en medio de una de estas discusiones, ella muere trágicamente en un ascensor.
En sus estudios del ojo humano, el científico, junto a otros colegas, ha recopilado una base de datos de ojos humanos de la población mundial, y descubre que en India, una niña tiene exactamente los mismos ojos que su novia difunta. El científico viaja a la India a corroborar esto, y si bien no tiene absoluta seguridad en ello, varias circunstancias le hacen pensar que la niña es una reencarnación de su novia.
            En apariencia, la película pertenece al género de ciencia ficción. Hay mucho despliegue visual de tecnologías, y sus personajes son científicos que exploran nuevas tecnologías (como, por ejemplo, una base de datos que compara todos los ojos de la población mundial). Pero, al final, es más fantasía, pues confirma la existencia de la reencarnación, sin rigurosamente someter esto a examen científico.
            Cuando está en India, el protagonista tiene una conversación con una maestra, y ésta le dice que el Dalai Lama una vez dijo que, si aparecía evidencia científica en contra del budismo, él abandonaría su religión. La maestra le dice esto, para retar al científico que acepte que, si encuentra evidencia de reencarnación, él debe renunciar a su cosmovisión, y aceptar a la reencarnación como un hecho.
            Pero, ¿cuál es la evidencia que el protagonista encuentra? Aparte de la identidad de los ojos, el científico hace un breve examen a la niña. Le presenta una serie de imágenes, y la niña tiene que escoger una (de cada tres) imagen que estuvo asociada con la difunta novia del protagonista. Al final, la niña acierta en algunas pruebas, pero se equivoca en otras. Pero, en la escena cumbre de la película, la niña muestra una gran fobia a los ascensores, y esto queda sugerido como si fuera la prueba definitiva de que, en efecto, se trata de un caso de reencarnación.
            Todo esto es muy poco consistente con el método científico. De hecho, en el pasado ya ha habido intentos pseudocientíficos de encontrar evidencia a favor de la reencarnación, de forma bastante parecida a como se presenta en la película. El intento más famoso procede del psiquiatra Ian Stevenson. Éste viajó por la India recopilando historia de niños que supuestamente recordaban vidas pasadas, y suministró exámenes parecidos a los de la película. Además, Stevenson buscó niños que exhibieran marcas de nacimiento que, supuestamente, gente en el pasado también exhibía (algo bastante parecido al concepto de la identidad de ojos, explorado en la película), y a partir de eso, concluyó que se trataba de casos de reencarnación.
            Pero, con mucha justicia, las investigaciones de Stevenson fueron vapuleadas por los científicos. Stevenson no era lo suficientemente riguroso, y sobre la base de meras anécdotas, o de una simple coincidencia en una marca de nacimiento, no se puede concluir que se está frente a casos de reencarnación. De hecho, había altas probabilidades de que los informantes de Stevenson le tomaran el pelo (posiblemente para ganar el dinero que Stevenson ofrecía), y en sus exámenes, Stevenson no fue lo suficientemente cuidadoso como para evitar que otras variables interfirieran en los resultados.
            Algo similar ocurre en la película. El examen que se aplica a la niña es muy apresurado, y ni siquiera arroja resultados contundentes. El protagonista debió haber controlado el examen con otras variables para asegurarse de que no hubiera trampa, o sencillamente, que la tasa de acierto no obedeciera a otras variables. Hay muchas cosas que pudieron explicar por qué la niña respondió de esa manera: pudo haber sido inducida inconscientemente por el propio científico (algo similar a lo que ocurría con el famoso caso de Hans, un caballo que supuestamente era un genio de las matemáticas), o las imágenes pudieron no haber estado distribuidas de forma verdaderamente aleatoria. Hay muchas posibilidades, ninguna de las cuales se controlan en la película. 

La identidad de los ojos tampoco nos diría gran cosa. Si hoy una persona nace con exactamente la misma huella dactilar que otra persona ya difunta, no concluiríamos que se trata de reencarnación. De hecho, muchos científicos advierten que nuestras huellas no necesitan ser singulares; otra gente puede tenerlas (acá).   
            El gran Carl Sagan nos recordaba: los alegatos extraordinarios requieren evidencia extraordinaria. La reencarnación es un alegato sumamente extraordinario. Para poder tomarla en serio, debe ofrecerse evidencia sumamente extraordinaria: un caso aislado procedente de un examen poco riguroso con una niña en la India, no es suficiente. Al final, si bien Orígenes es una película entretenida, con buenas actuaciones y buena cinematografía, contribuye a la desinformación y al cultivo de la pseudociencia. Los aficionados de la verdadera ciencia ficción, deberían reprocharla duramente.