jueves, 15 de febrero de 2018

Carlos III fue un buen rey, pero no tanto



Madrid es una delicia, y una de las visitas obligadas en esa ciudad es la hermosísima Puerta de Alcalá, la cual he contemplado muchas veces. Esa zona de Madrid, con el Parque del Retiro, y la Cibeles en las adyacencias, da al visitante un aire de frescura y modernidad, típico del esplendor dieciochesco. Sus grandes avenidas contrastan mucho con otra zona más antigua de Madrid, el llamado “Madrid de los Austrias”, con callejuelas de aspecto más lúgubre.
            En buena medida, esos dos estilos arquitectónicos representan bien las dos dinastías monárquicas de España. Los Austrias fueron más retrógradas, los Borbones, más ilustrados. Felipe II (un Austria) fue el fanático religioso español por antonomasia. Carlos III (un Borbón, quien construyó la Cibeles y la Puerta de Alcalá, y cuyo nombre ha quedado ahí estampado), en cambio, fue un rey de avanzada.


            España no ha destacado por tener buenos reyes, pero unánimemente se considera a Carlos III como un rey bueno. Los Austrias, con su fanatismo, sus absurdas guerras, y su pésima administración, llevaron a España a la decadencia. Carlos III hizo lo posible por detener esa decadencia, y reformar al país. Lo logró en buena medida. No fue un hombre especialmente brillante, pero sí supo rodearse de buenos consejeros. Todos estos consejeros, imbuidos del espíritu ilustrado del siglo XVIII, iniciaron a España en el sendero de la modernidad.
            Así, durante el reinado de Carlos III, se hicieron cosas muy modernas. Se fomentaron las artes y las ciencias. Se establecieron auditorías para combatir la corrupción en la administración pública. Se abrió espacio a una mayor participación de la sociedad civil. Se iniciaron muchas obras públicas (emblemáticamente, la Puerta de Alcalá), al punto de que a Carlos III se le conoce como “El rey alcalde”.
            Incluso, se redujo el poder de la Iglesia (algo inusitado en la muy católica España), en especial, el de los jesuitas. Es posible que los propios jesuitas estuvieran involucrados en un motín para tumbar a Carlos III. Esta rebelión, conocida como el “motín de Esquilache”, no prosperó, pero eventualmente, hizo que el rey decretase la expulsión de los jesuitas de los territorios españoles. Carlos III no fue propiamente un anticlerical, pero sí está claro que sus consejeros, hijos de la Ilustración, sabiamente le advirtieron que era necesario limitar el poder del clero.
            Así pues, al contemplar la Puerta de Alcalá, no puedo sino admirar a su constructor. Pero, como suele ocurrir, las cosas son más complejas. Un español tiene muy legítimas razones para simpatizar con Carlos III. No tanto, nosotros los americanos. Un gobernante puede ser muy bueno con su pueblo, pero muy déspota en política internacional.
            Y me temo que Carlos III pudo haber sido un rey muy ilustrado, pero cuando se trató de las relaciones de España con América, fue el mayor rey opresor, muy por encima de los ineptos y fanáticos religiosos que le antecedieron en la dinastía de los Austrias.
Los Austrias habían auspiciado la brutal conquista de América, destruyendo a sangre y fuego las bases de las sociedades indígenas (que, dicho sea de paso, eran también muy despóticas). Pero, una vez que se había logrado este acometido, los Austrias incorporaron a las Indias como reinos, y procuraron asimilar al imperio a los blancos americanos (previa limpieza de sangre, por supuesto) como ciudadanos en igualdad de condiciones con los nacidos en la Península. Los indios ya conquistados, fueron sometidos a diversos regímenes de semiesclavitud, pero una vez que rindieran sus tributos, podían mantener cierta autonomía en su administración.
Los Austrias fueron la dinastía del fanatismo religioso y la decadencia, pero siempre respetaron los fueros. Seguramente esa descentralización hizo a la administración pública más corrupta e ineficiente, pero al menos, se entendía la necesidad del consenso en el gobierno de los súbditos. Los Borbones llegaron a cambiar aquello. Así, Felipe V (el padre de Carlos III), el primer Borbón, derogó la autonomía catalana, y lógicamente, Cataluña apoyó al archiduque Carlos en la guerra de sucesión que llevó a Felipe al trono. Hasta el día de hoy, los catalanes lamentan el triunfo de Felipe en aquella contienda.
Carlos III se propuso centralizar el poder y fortalecer el Estado aún más. En sus reformas de la administración pública para hacerla más eficiente, se aseguró de que muchas competencias se concentraran en dependencias rigurosamente controladas desde Madrid. Eso, a la larga, tuvo consecuencias muy negativas en América. Carlos III ciertamente financió las artes y las ciencias; pero en buena medida, lo logró con un aparato fiscal y burocrático que extraía más eficientemente los recursos de América. Más aún, el mismo entusiasmo por la ciencia hizo que empezaran a aparecer teorías que pretendían dar un barniz científico a la supuesta inferioridad de los americanos en función del clima y de la degeneración biológica.
Carlos III fue muy ilustrado en limitar el poder de los jesuitas. Pero, en aquella coyuntura, los jesuitas representaban un poder autonómico en América, y la orden estaba conformada en su mayoría por americanos. El vacío que dejaron los jesuitas americanos era ahora rellenado por peninsulares que rendían cuentas directamente al rey. Los administradores coloniales en América ya no eran gentes nacidas en la propia América, sino burócratas de origen peninsular. Los americanos eran ahora ciudadanos de segunda, tanto en las Indias como en la Península.
Los reinos americanos que conformaban las Españas bajo los Austrias, se empezaban a convertir en colonias. El título de Felipe II era “Rey de las Españas y las Indias”. El de Carlos III era “Rey de España y emperador de América”. España extraía recursos de América, ya no con el saqueo ocasional como en la época de los Austrias, sino con un método más sutil pero más sistemático: la imposición de restricciones de comercio a los americanos. Los americanos sólo podían comerciar con España. Ese monopolio se hacía muy ventajoso para España, de forma tal que con estas reformas, la extracción de recursos se hizo aún más intensa que en épocas anteriores. Los Austrias desperdiciaron el oro que recibieron de América, en vanidades y guerras absurdas. Carlos III, en cambio, usó ese oro más eficientemente para el beneficio de la propia España. Pero, el buen rey lo hacía en detrimento de las colonias americanas, las cuales tenían más beneficios durante la época de los Austrias.

La Ilustración ha sido muchas veces criticada por su respaldo ideológico al imperialismo francés y británico, y su contribución a la idea de la misión civilizadora como justificación de muchos atropellos. Muchas de estas críticas son exageradas, pero me temo que, en el caso de Carlos III, efectivamente su “despotismo ilustrado” fue para América más de lo primero y menos de lo segundo. Carlos III fue un rey ilustrado, pero precisamente por ello, no pudo escapar a la mentalidad colonialista que siempre caracterizó a los representantes de la Ilustración.
Los nacionalismos hispanoamericanos quieren contarnos la mentira, según la cual, las guerras que empezaron en 1810 fueron entre España y los países americanos. Fueron en realidad guerras civiles entre americanos que querían seguir siendo súbitos del rey, y americanos que ya no querían serlo. La opción independentista de ninguna manera fue unánime, y precisamente eso hizo que esas guerras fueran tan cruentas.
Eso es señal de que la emancipación pudo haberse evitado.  Ciertamente el Estado español necesitaba modernizarse. Pero los Borbones, y en especial Carlos III, pudieron haber conservado de los Austrias su mayor respeto autonómico a las Indias, y su mayor estima como reinos integrados a la Corona, en vez de decididamente convertirlas en colonias. Guste o no a los nacionalistas hispanoamericanos, la independencia trajo muchos males a Hispanoamérica, y la fragmentó de tal forma que se volvió presa fácil del nuevo imperio, EE.UU. El sueño de Bolívar de conformar una Hispanoamérica unida, nunca tuvo muchas posibilidades de realizarse. La continuidad de la unión con España, en cambio, sí hubiera contribuido más a esa integración. Lamentablemente, las reformas de Carlos III propiciaron la ruptura, y hoy sufrimos sus consecuencias.

martes, 6 de febrero de 2018

Marx frente a Bolívar

    Desde que Hugo Chávez repentinamente proclamó que era marxista en 2009 (a decir verdad, no fue tan repentino, pues ya se le veía en sus costuras populistas), sus seguidores intelectuales trataron de hacer malabares para excusar el breve escrito de Marx, Bolívar y Ponte, en el cual el Libertador sale mal parado. Con ese texto, los chavistas, que supuestamente son bolivarianos y marxistas a la vez, están arrinconados, y tienen que decidirse por uno o por otro.
    Por lo general, al menos cuando se trata del choque entre Marx y el Libertador, eligen a Bolívar. En esto, hay mucho de política identitaria. Los chavistas no consideran propiamente los argumentos de Marx, sino que de antemano, deciden que Marx estaba equivocado sobre Bolívar, sencillamente porque entre un europeo y un americano, siempre hay que elegir al americano.  Bolívar podrá haber sido un déspota, pero es nuestro. Así opera la típica mentalidad nacionalista, y los chavistas no escapan a esto.



    Dicho esto, cabe admitir que en su escrito, Marx fue bastante injusto con Bolívar. Los chavistas, con su eterno chantaje victimista propio del Tercer Mundo, saltan a decir que Marx se dejó arrastrar por el racismo (siempre es fácil acusar a un alemán de ser racista), y ésa es la razón por la cual Marx despreciaba al venezolano. Pero, no hay nada en el escrito de Marx que sugiera una inspiración racista. En ningún momento Marx dice que los vicios y defectos de Bolívar se deban a sus características biológicas.
    De hecho, más bien en su escrito, Marx sale en defensa de los negros, y acusa a Bolívar de ser racista. Discutiendo la suerte de Santander y Padilla, Marx enuncia algo que resulta bastante obvio: Bolívar perdonó al primero pero ordenó fusilar al segundo, porque Santander era blanco y Padilla negro. Los chavistas, en vez de chantajear acusando a Marx de ser racista, deberían admitir que si bien el Libertador pudo haber sido muy cariñoso con la negra Hipólita, al final, siempre tuvo temor a la pardocracia, y se dejó arrastrar por prejuicios racistas en los fusilamientos de Padilla y Piar.
    En fin, Marx no fue racista contra Bolívar, pero sí muy injusto. En líneas generales, su breve biografía del Libertador enuncia los datos concretos de forma correcta, pero los presenta muy tendenciosamente. Marx no cambia la información histórica, pero sí la interpreta muy caprichosamente. Marx se empeña en presentar a un Bolívar sumamente cobarde (lo llama el “Napoléon de las retiradas”), traicionero, vanidoso, y enfermo de poder.
    La acusación de cobardía no ha lugar. Todos cuanto le conocieron, unánimemente admitieron la valentía de Bolívar. La audacia de atacar Bogotá cruzando los Andes desde los llanos venezolanos, fue propia de un suicida militar. Pero, tal operación rindió frutos. Bolívar fue un hombre con muchos defectos, pero ciertamente la cobardía no fue uno de ellos. Marx acusa a Bolívar de haber perdido Puerto Cabello por su cobardía, pero en realidad, no fue así.: un soldado traidor colaboró con los prisioneros realistas para que éstos salieran y se amotinaran, y viendo perdida la plaza, Bolívar tuvo que huir.
    Pero, francamente, la valentía suele ser una cualidad sobrevaluada en muchos personajes históricos. ¿De qué sirve un hombre valiente, al servicio de la injuria y la destrucción? Muchos en la oposición venezolana acusan a Chávez de haber sido cobarde, porque supuestamente, estuvo escondido en la retaguardia el 4 de febrero de 1992, mientras los jovencitos soldados morían en el frente como carne de cañón. No sabemos si eso fue realmente así, pero en todo caso, aun si Chávez hubiese estado al frente en aquella intentona golpista, ¿eso lo habría absuelto frente al tribunal de la Historia? De ningún modo. Aun si hubiera sido un hombre muy valiente, Chávez merece todo nuestro reproche, por haber destruido a Venezuela.
    En fin, las acusaciones de traición y vanidad en contra de Bolívar sí tienen más sustento. Marx menciona la forma en que Bolívar entregó Miranda a Monteverde. En efecto, este episodio arroja una gran sombra sobre las virtudes de Bolívar. Tampoco se puede negar el carácter vanidoso de Bolívar, y su gusto por las pompas (como la entrada triunfal a Caracas en 1812, la cual Marx cita como evidencia de la vanidad del Libertador).
    Y, seguramente el alegato más justo de Marx en contra de Bolívar, es reprocharle su ambición y ansias de poder. En efecto, tal como Marx se lo reprocha, Bolívar escribió una constitución tremendamente autoritaria para Bolivia, la cual quiso imponer en Colombia, pero que afortunadamente, los partidarios de Santander no se lo permitieron.
    Con todo, Marx no dejó de ser hipócrita en este aspecto. Pues, fue él mismo quien se entusiasmó por la dictadura del proletariado. Si bien no podemos reprochar a Marx los abusos de las brutales dictaduras de Lenin, Stalin, Mao o Fidel, no deja de ser cierto que el filósofo alemán, en su empeño de destruir los regímenes liberales europeos, sí sentó las bases para los regímenes totalitarios del siglo XX. Marx nunca propuso explícitamente suprimir libertades civiles básicas, pero sí propuso abolir la propiedad privada. ¿Cómo puede lograrse tal acometido, si no es convirtiendo al Estado en un monstruo?
    En fin, es curioso que Marx, un tipo que destacó por su capacidad analítica, se limitó en su escrito a criticar a Bolívar concentrándose en aspectos puntuales de sus acciones militares, pero no desarrolló una crítica de las ideas del Libertador. Pues, Bolívar era un típico representante del liberalismo económico que Marx tanto repudiaba.


    Los chavistas quieren presentar a Bolívar como una suerte de proto-socialista que defiende el socialismo agrario y las restricciones al comercio; nada más lejos de la realidad. Como todos los otros criollos que se unieron a su rebelión, Bolívar inició su gesta, no tanto por motivos de nacionalismo (aunque, cabe admitir, hubo algo de eso), sino porque España no permitía el libre comercio de las colonias entre sí, y con Inglaterra. Bolívar, fiel seguidor de Montesquieu en lo económico (no tanto en lo político, pues como he mencionado, coqueteó mucho con tendencias autoritarias), depositaba su confianza en el libre comercio con aranceles y regulaciones económicas muy reducidas. Más aún, si bien tomó pasos hacia el igualitarismo (aboliendo la esclavitud y derogando el tributo de los indios), habría quedado horrorizado con un sistema que pretende abolir las clases sociales e imponer la igualdad a rajatabla.
    Al final, las ideas liberales de Bolívar han resultado ser mucho más benevolentes y productivas que las ideas comunistas de Marx. Pero, eso no impide que en sus reproches al venezolano, el alemán tuviera razón en algunas cosas. Con todo, la crítica de Marx es bastante decepcionante, pues en su escrito, no menciona el aspecto más sombrío de toda la vida de Bolívar: su Decreto de guerra a muerte, y la decisión de ejecutar a más de dos mil prisioneros españoles (la mayoría civiles que no habían participado en la contienda militar) en La Guaira, en febrero de 1814. Bolívar no fue cobarde, pero sí fue un criminal de guerra. Marx lo debió haber juzgado así; lamentablemente, no lo hizo.


jueves, 1 de febrero de 2018

La leyenda negra sobre Simón Bolívar


Es indiscutible que en Colombia y Venezuela hay un culto a Bolívar, y que eso resulta muy perjudicial para ambas naciones. Una de las grandes reformas culturales que nuestros pueblos necesitan es, precisamente, bajar del pedestal a Bolívar.
Pero, para bajar del pedestal a Bolívar, es necesario hacerlo con sentido crítico. Pintar un cuadro en el que se representa a Bolívar como un transexual que se masturba con la silla del caballo (así consta en la infame obra del pintor chileno Juan Dávila), puede ser gracioso e iconoclasta, pero no refleja al Bolívar real.
Del mismo modo, presentar a Bolívar como un monstruo que se enfrenta a unos heroicos españoles, no contribuye positivamente al fin del culto a Bolívar. Este tipo de representación es propia de los nacionalistas españoles (no casualmente asociados al franquismo y al Partido Popular) que ven en Bolívar a un traidor. Una representación como ésa por parte de los derechistas españoles (no quisiera llamarlos fachas) no hace más que exacerbar el patrioterismo de los colombianos y venezolanos, quienes se aferran a la imagen de Bolívar ante lo que ellos perciben como insolencia neocolonial española.

Una muestra de esta distorsión es un reciente programa en la televisión española, moderado por José Javier Esparza y con Pol Victoria como invitado. En el programa, Esparza y Victoria comentan lo que ya es sabido: en Venezuela y Colombia hay un culto a Bolívar, y la guerra de independencia no fue tanto un conflicto entre colonizados y colonizadores, sino más bien una guerra civil entre partidarios de la continuidad y partidarios de la secesión. Esos datos son indiscutibles.
Pero, al insistir en que se trataba de una guerra civil, Esparza y Victoria empiezan a contar medias verdades. Dicen que los territorios en América eran provincias de España. Eso es falso. Con las reformas borbónicas, los territorios de América pasaban a ser colonias de España (con la dinastía de los Austria eran reinos), con prohibición de comercio libre (se imponía el sistema mercantilista que sólo permitía el comercio con la metrópolis), e incluso, con prohibición de que los nacidos en América pudieran ocupar altos cargos en la administración pública de los propios territorios americanos.
Esparza dice también que en la guerra todos eran españoles, porque la Constitución de Cádiz no distinguía entre españoles de ambos hemisferios. Lo que Esparza no menciona es que las mismas Cortes de Cádiz impusieron el criterio según el cual los americanos con sangre africana no tendrían la misma proporción de representatividad en las Cortes, y en ese sentido, a pesar de tener mucha más población que España, América tenía menos representantes en las Cortes. Precisamente por esto Bolívar y los otros próceres se negaron a llegar a un acuerdo con las Cortes, pues si bien suponía una mejora respecto al absolutismo y el típico colonialismo, seguía presentando a los americanos como ciudadanos de segunda. Y en todo caso, infamemente, el propio Fernando VII derogó la propia Constitución de Cádiz en su regreso al trono, bajo los gritos populares de ¡Vivan las cadenas!
Luego Esparza y Victoria se extienden sobre el Decreto de Guerra a Muerte y los crímenes de guerra cometidos por Bolívar. Y con eso, cargan las tintas. Es indiscutible que Bolívar cometió atrocidades, pero no es cierto que, como sugiere Esparza, le dio pleno cumplimiento a la amenaza contenida en el Decreto de Guerra a Muerte. Ni Esparza ni Victoria comentan que, ante las atrocidades de parte y parte durante la contienda (Monteverde y Boves, ambos españoles, habían sido mucho más crueles que Bolívar), el Libertador procuró llegar a un acuerdo de humanización de la guerra con Morillo. Dicho sea de paso, Morillo nunca dejó de admirar a Bolívar.
Victoria se esfuerza en presentar a Morillo como un general que fue “forzado a ejecutar prisioneros”, pero nunca extrajudicialmente. Esto es falso. Si bien Morillo no fue el sanguinario que sí fueron Monteverde y Boves, aun así cometió atrocidades ejecutando a civiles a mansalva, como por ejemplo, durante el asedio a Cartagena. Y en todo caso, es difícil entender cómo Morillo “se vio obligado” a matar gente, pero Bolívar lo hizo por gusto. Victoria señala que Morillo llegó ofreciendo reconciliación de parte del rey de España. Esto es extremadamente difícil de creer. Fernando VII fue infame por sus brutales persecuciones a liberales en la propia Península Ibérica; mucho menos iba a estar dispuesto a perdonar a los rebeldes de la lejana América. Con todo, sí es cierto que, en Maragarita, Morillo amnistió al independentista Arismendi, y la jugada le salió cara, pues una vez que Morillo abandonó la isla, Arismendi ejecutó a los soldados españoles que quedaban en Margarita. Precisamente por esta mala experiencia, Morillo no tendría ya compasión en su empresa militar, y no ofrecería perdón a nadie.
Victoria dice también que la mano inglesa estuvo metida en la gesta independentista de Bolívar, y en ese sentido, deja entrever que era algo así como un títere del imperialismo británico. De nuevo, esto es cargar las tintas. Es cierto que hubo una legión británica de mercenarios, y que en la Carta de Jamaica, Bolívar ofreció Nicaragua a Inglaterra. Pero, suponer que no hubo motivos legítimos para alzarse contra la opresión colonial española (como parecen hacer Esparza y Victoria), es un despropósito. En todo caso, el aporte inglés a la gesta independentista no fue muy significativo. Sin el descontento popular producto del mal gobierno español, y sin el efectivo liderazgo de próceres como Bolívar, la independencia nunca se hubiera logrado. 
Victoria alega que los indios y negros no participaron en la contienda contra España, y que de hecho, más bien militaron en los ejércitos del Rey. Nuevamente, esto es una media verdad. Es cierto que al principio, fue una revuelta exclusivamente criolla. Y precisamente por la exclusión a los indios y negros en el nuevo gobierno criollo, caudillos realistas como Boves lograron unirlos a sus filas. Pero, Bolívar alcanzó a ver esto, y hábilmente incorporó a indios y negros en sus ejércitos, ofreciéndoles incluso la abolición de la esclavitud. No cumplió del todo esa promesa, pero sí tomó los primeros pasos. Sin la incorporación de negros e indios a sus ejércitos, jamás pudiera haber vencido a los ejércitos realistas.
Victoria acusa a Bolívar de ser un resentido porque sus ancestros no consiguieron títulos nobiliarios. Es cierto que a la familia de Bolívar se les negó esos títulos, porque no pudieron demostrar su pureza de sangre. Esto es indicativo de lo racista y opresivo que era el sistema colonial español. Pero, Victoria especula muy irresponsablemente al pretender conocer las motivaciones psicológicas de Bolívar. No estamos en posición de saber si Bolívar tenía o no oculto un resentimiento. El asunto de los títulos nobiliarios nunca aparece en sus cartas personales, y no pareció ser un tema relevante en su vida. Y en todo caso, atribuir la gesta de independencia a esa única motivación, es de nuevo desconocer todas las condiciones sociales que impulsaban revueltas como la de Bolívar o San Martín.