miércoles, 28 de noviembre de 2012

Tíbet y el imperialismo: la incoherencia de Michael Parenti



Uno de los motivos de mayor hipocresía de la izquierda mundial es su postura frente a los movimientos secesionistas. Los izquierdistas suelen apoyar las secesiones de Cataluña, el País Vasco, Puerto Rico u Osetia del Sur, pero repudian la secesión de Chechenia, Kosovo o Santa Cruz. Todo depende, según parece, de quién es la nación que sufre la secesión. Si se trata de un país occidental insertado en el mercado global (como España o EE.UU), se justifica la secesión; si se trata de un país ajeno al Occidente industrializado (como Bolivia, Rusia o Serbia), entonces se repudia la secesión.
            Probablemente el caso más emblemático de esta disparidad es la postura izquierdista en torno al Tíbet. La vasta mayoría de los intelectuales izquierdistas repudian el movimiento secesionista tibetano, presumiblemente porque China es (al menos nominalmente) un país comunista. Mi postura en torno a los movimientos secesionistas está en sintonía con las doctrinas plebiscitarias que apelan a la autodeterminación: si un colectivo mayoritariamente desea la secesión, y hay garantías de que las minorías serán respetadas, entonces debe concederse la secesión. Por ello, mi simpatía está con los tibetanos.
            Pero, mi simpatía por los secesionistas tibetanos no me impide considerar algunos argumentos poderosos en su contra, procedentes de intelectuales izquierdistas. Y, el autor Michael Parenti, un peluche de la izquierda norteamericana, ofrece varios. En un ensayo que tuvo mucha difusión, “El feudalismo amistoso” (acá), Parenti denuncia las terribles condiciones de feudalismo que habían prevalecido en el Tíbet desde hace siglos hasta 1959, la fecha de la invasión china. La propiedad de la tierra estaba dividida entre una selecta aristocracia que se aprovechan de la protección religiosa para convencer a los explotados de que su condición miserable se debe al karma. Los campesinos estaban sometidos a abusos de todo tipo (muchas veces abusos sexuales, procedentes de monjes que no tienen nada de célibes). Las condiciones sociales del Tíbet eran muy similares a las de la Edad Media europea: una clase ociosa recluida en palacios y monasterios, y una abrumadora mayoría de vasallos que trabaja en ínfimas condiciones para mantener a sus amos. Si bien ha habido algunas modificaciones ideológicas, el Dalai Lama y su selecto grupo sigue defendiendo esta visión feudal de la sociedad, amparada por las protecciones de lo sagrado.
            La invasión china, advierte Parenti, ha modificado sustantivamente las condiciones de explotación en el Tíbet. Los chinos han promovido reformas agrarias, han despojado de poder religioso a los lamas que se aprovechan de él para legitimar la opresión, han vigilado que los niños en los monasterios tengan la opción de renunciar a la vida religiosa, así como se ha prevenido que sufran abusos sexuales y de otro tipo.
           Parenti reconoce que la invasión china ha traído sus propios males. El grupo étnico Han (mayoritario en China) ha colonizado masivamente la región, y los ciudadanos de origen tibetano han pasado a ser ciudadanos de segunda; la cultura tibetana es severamente despreciada en la enseñanza pública, y la libertad de culto está amenazada. Pero, Parenti deja entrever que, en balance, la invasión china ha sido más positiva que negativa, pues aun con estos abusos, los chinos han logrado destruir el antiguo régimen feudal por un sistema encaminado hacia la modernidad. Con todo, Parenti conserva la preocupación de que, a medida que China da un vuelco hacia el capitalismo, mucho de los males de este sistema se trasladen al Tíbet y, quizás, al final, Tíbet bajo los chinos sea incluso peor que el Tíbet feudal.
            Comparto casi todo lo que sostiene Parenti. Es indiscutible que el Tíbet de antaño era gobernado por un sistema feudal, y que la invasión china, en balance, ha traído más consecuencias positivas que negativas para esa región. Yo no comparto la alarma de Parenti respecto al vuelco capitalista de China (creo que más bien esto podría resultar una experiencia positiva, siempre y cuando haya límites y regulaciones), pero en todo caso, dudo que el sistema capitalista chino sea menos preferible que el sistema feudal tibetano. Con todo, yo insisto sobre el respeto a la autodeterminación, y si los tibetanos desean ser independientes, debe respetarse ese deseo, aun si la presencia china ha sido una fuerza positiva de modernización.
            Ahora bien, termina por ser irónico que, desde hace varios años, el mismo Parenti haya emergido como uno de los máximos críticos del imperialismo. Escribió un pequeño pero influyente libro, Against Empire (“Contra el imperio”), en el cual somete a crítica, no sólo la experiencia histórica del imperialismo, sino la ideología que lo sostiene. Y, uno de los principales objetivos de ataque en su libro es la ideología imperialista de la ‘carga del hombre blanco’, a saber, la supuesta misión civilizadora que las grandes potencias europeas se abrogaron, como excusa para dominar a los países del Tercer Mundo.
            Como corolario de sus críticas a la misión civilizadora del imperialismo europeo, Parenti critica severamente la llamada ‘teoría de la modernización’, según la cual, para que los pueblos del Tercer Mundo puedan enrumbarse hacia el desarrollo y mejorar sus condiciones de vida, deben importar tecnologías e instituciones modernas procedentes de las potencias ya modernizadas. A juicio de Parenti, esta teoría de la modernización no es más que el brazo intelectual de la justificación del imperialismo. Las teorías del subdesarrollo, opina Parenti, son un mito colonialista que legitima la depredación.
            Pero, ¿no cae en cuenta el mismo Parenti que su denuncia del feudalismo tibetano, y su apología de la modernización china en ese país forman parte precisamente de la ideología que él tanto reprocha? Los chinos se han abrogado una misión civilizadora, y así, bajo su ideología, están llevando los beneficios de la organización social moderna a una región subdesarrollada y atrasada (en otro lugar he escrito sobre la misión civilizadora china en el Tíbet; acá). Las mismas condiciones feudales que existieron en el Tíbet antes de la invasión china, existían en la India antes de la llegada del colonialismo británico (como bien observó Marx), o en el Perú y México antes de la llegada de los conquistadores españoles. Si estamos dispuestos a defender parcialmente la invasión china bajo la excusa de que llevaron instituciones modernas a un pueblo atrasado, entonces debemos también defender parcialmente a las potencias europeas que, indiscutiblemente, erradicaron (o al menos moderaron) muchas formas de esclavitud y feudalismo en América, Asia y África.
            Es curiosa la forma en que, por ejemplo, en Against Empire, Parenti denuncia el mito del “nativo perezoso”. A su juicio, los pueblos del Tercer Mundo nunca han sido perezosos; más bien han sido representados así por los poderes coloniales como una manera de degradarlos moralmente. Pero, insólitamente, al escribir sobre los lamas del Tíbet, alega que son personas que se acostumbraron a disfrutar riquezas sin trabajar. Según parece, los nativos no son perezosos, excepto los lamas del Tíbet.
            La incoherencia de Parenti es emblemática de la relación de la izquierda frente al imperialismo. La izquierda clásica, aquella de Marx y Engels, no vio estrictamente con malos ojos el imperialismo (pero, no por ello no denunció los abusos colonialistas), precisamente porque supo apreciar casos como los del Tíbet: el imperialismo de las potencias puede ser una fuerza benéfica para erradicar los obstáculos que se presentan frente a la modernización del hoy llamado ‘Tercer Mundo’. Pero, a partir del siglo XX, los movimientos de decolonización no sólo se limitaron a denunciar los abusos de las potencias coloniales, sino que también criticaron la misma ideología de la misión civilizadora y la modernización. A partir de entonces, empezaron a elogiarse sociedades atrasadas, y a rechazar la influencia cultural europea.
            Pues bien, si la izquierda pretende recuperarse de su declive tras el fracaso soviético, debe retomar el camino original de Marx y Engels, y apreciar que es urgente la asimilación de las instituciones modernas, muchas de las cuales fueron expandidas por las potencias coloniales. La izquierda debe reconocer, como hace Parenti, que la presencia china en el Tíbet ha sido más positiva que negativa en la medida en que ha puesto fin al feudalismo en ese país, aun a pesar de los innegables abusos que ha cometido el poder chino en esa región. Pero, esa misma izquierda debe reconocer también, como no lo hace Parenti, que la mayor parte de los pueblos de África, Asia y América previo al contacto con los europeos, vivían en condiciones deplorables y que el colonialismo, aun con sus innegables crímenes, constituyó una mejora para muchísimos países del Tercer Mundo, en la medida en que se expandieron por el mundo entero las instituciones básicas de la modernidad.
            En su reproche del feudalismo tibetano, Parenti es especialmente crítico del mito del Shangri-La, el lugar imaginado por el novelista británico James Hilton. Este novelista imaginaba un reino en algún lugar del Himalaya, donde la gente tenía una vida idílica. Parenti correctamente denuncia que este mito romántico no es más que una sublimación fantasiosa del feudalismo tibetano, del cual hasta el día de hoy se valen muchos defensores de la secesión tibetana para promover su causa.
Pues bien, precisamente, un fenómeno muy parecido ocurre en buena parte de la izquierda latinoamericana. Así como Hilton imaginaba el Shangri-LaI, santos patrones de la izquierda latinoamericana, como José Carlos Mariátegui, han imaginado un paraíso socialista inca precolombino en Siete ensayos sobre la realidad peruana, oportunamente refutado por el historiador Louis Boudin. Y, así como el mito del Shangri-La se ha empleado para rechazar la modernidad que han llevado los chinos al Tíbet, las fantasías de Mariátegui se han empleado para rechazar las instituciones modernas que las potencias europeas aportaron al continente americano. El feudalismo y otras formas premodernas de explotación, sean tibetanas o precolombinas, deben desaparecer. Ojalá la izquierda termine de entender esto, y sea más consistente en sus reproche. 

martes, 27 de noviembre de 2012

Segunda respuesta de José Antonio Alfaro

Escribí una reseña de Los productos naturales ¡vaya timo! (acá); José Antonio Alfaro ofreció una respuesta a esa reseña (acá); luego yo escribí una réplica (acá), y ahora Alfaro ofrece una contrarréplica, la cual reproduzco a continuación.


En primer lugar, me alegro mucho de comprobar que en lo que respecta a las organizaciones ecologistas, en realidad, en la mayor parte de los postulados, tú y yo estamos de acuerdo. Pero en cuanto a Mulet, a pesar de tus sospechas (“Yo no me opongo a los grupos ecologistas per se -y sospecho que Mulet tampoco-“), tanto en su libro como en su blog no hay más que críticas despiadadas y poco fundamentadas al ecologismo en general. Por ejemplo, en su blog suele hablar de Ecologistas en Acción (confederación de 300 grupos ecologistas españoles) en lugar del grupo ecologista al que va dirigida su crítica. Aun en el caso de que la crítica fuera fundada, debería hablar del grupo ecologista en concreto y no de todos los ecologistas. Es como si tachamos a la Universidad de anticientífica porque en algunos centros se imparten cursos de pseudociencias como la homeopatía o la medicina holística. Pero más vale no elucubrar sobre lo que puede pasar por la cabeza de Mulet; si quiere, que lo diga él, mientras tanto habremos de referirnos a sus escritos.

Cuando escribes: “…comparto la preocupación maltusiana por el crecimiento demográfico. Pero, la respuesta no es matar de hambre a la gente para detener el crecimiento”. ¿Quién ha hablado de matar de hambre a la gente? Yo no.
“Por eso, la solución no es acabar con los transgénicos, sino distribuir condones y ofrecer educación sexual”. Yo tampoco he dicho que haya que acabar con los transgénicos para solucionar el problema de la sobrepoblación; yo soy contrario a la actual industria de los transgénicos por otras razones. Aparte de estos malentendidos, veo que también aquí compartimos la opinión de que hay que poner límite al crecimiento demográfico con métodos civilizados.

Hablas de “…la premisa del crecimiento de suma cero…” y dices que la ganancia de un hombre no tiene por qué implicar la pérdida de otro. Supongo que te refieres a ganancia económica, pues luego te refieres al crecimiento económico. En otros tipos de crecimiento estoy de acuerdo contigo: crecimiento intelectual, moral, de calidad de vida… En estos tipos de crecimiento podemos crecer todos muchísimo y la ganancia de un hombre no tiene por qué implicar la pérdida de otro. Pero el crecimiento económico no se comporta del mismo modo. Para empezar hay que incluir otro sumando: el resto del mundo que nos rodea (básicamente, naturaleza y recursos). Yo veo así la ecuación:

Mundo desarrollado con enormes ganancias económicas
+
Mundo en vías de desarrollo con moderadas ganancias económicas
+
Mundo subdesarrollado sin ganancias ni pérdidas, pues no pueden perder más
+
El resto del mundo al margen del hombre, con enormes y continuadas pérdidas
=
0

Según mi ecuación, la ganancia económica de una parte de la humanidad supone el mantenimiento en la miseria de otra parte y la esquilmación de la naturaleza y de los recursos del planeta. Hace unos decenios aproximadamente la cuarta parte de la humanidad pasaba serias necesidades. En la actualidad esa proporción ha disminuido porque ha aumentado la población mundial que tiene resueltas sus necesidades básicas, pero en términos absolutos, siguen existiendo esos cerca de mil millones de personas que carecen de lo esencial, a pesar de los esfuerzos de la ONU para erradicar el hambre del mundo. Y este cambio ¿cómo ha influido en el resto del planeta? De un modo muy negativo: cambio climático, deforestación, agotamiento de los recursos pesqueros, pérdida de hábitats naturales, contaminación, extinción en masa de especies (similar a otras extinciones en masa ocurridas a lo largo de la historia geológica, como ha comprobado el paleobiólogo John Alroy), etc.

Dices: “No es atractivo para una organización occidental movilizar toneladas de comida para los hambrientos de Etiopía. Las hermanitas de la caridad existen, pero son minoría en el mundo, y quienes tienen el poder de lograr las cosas, no suelen ser estas monjitas. En cambio, sí es muy atractivo generar biotecnología y vendérsela a los campesinos del Tercer Mundo”. Las multinacionales agroquímicas, desde luego que no son hermanitas de la caridad, por eso, los transgénicos que producen no están pensados para ser vendidos en el tercer mundo. ¿Con qué dinero podría un campesino del tercer mundo comprar las semillas transgénicas y los pesticidas necesarios para cultivarlas? Eso no quiere decir que no se puedan cultivar en esos países, ya que grandes compañías con gran influencia (principalmente económica sobre los dirigentes de esos países, que no son precisamente ejemplo de honestidad) consiguen fácilmente concesiones, terrenos a deforestar, registros de tierras echando a quienes las ocupan, etc. Lo que necesitan los campesinos del tercer mundo es que les dejen cultivar EN PAZ sus pequeños campos, con las variedades de semillas que tienen adaptadas a su clima, que se les facilite la educación a sus hijos, que se les proporcionen los medios necesarios para mejorar su calidad de vida (acceso al agua, sanidad, cultura, etc.) y, puntualmente, cuando surja un problema concreto, que se les ayude. Lo que no necesitan: guerras económicas (todas son económicas, patrocinadas por los poderes económicos de occidente), ser desplazados de sus tierras, ser empleados en condiciones de semiesclavitud, etc. Los transgénicos no van a sacar de la miseria al tercer mundo; en todo caso, lo contrario.

Los transgénicos forman parte del juego de desviar parte de la producción de alimentos básicos a la producción de biodiésel y a la alimentación de animales de granja. Y esto tiene efectos a miles de kilómetros de distancia (como en el enlace que puse sobre Goldman Sachs), ya que la economía globalizada implica que el aumento de precios en una parte del mundo afecte también al otro extremo del globo.

Dices que yo estoy dispuesto a emplear la selección artificial pero no la tecnología de modificación genética. Una vez más, yo no he expresado tal idea en mi comentario. Lo puedes comprobar si lo relees más detenidamente. Yo lo que expresé es que estoy en contra de las multinacionales agroquímicas (las cuales han apostado por los transgénicos como medio de perpetuar su suculento negocio), pero sobre todo, lo que critico en mi comentario son los argumentos falaces que Mulet utiliza en su libro y en su blog para convencer de que los transgénicos son la panacea que va a solucionar los problemas de alimentación y de medio ambiente en el planeta. Como ejemplo del incremento en el uso de pesticidas por parte de los transgénicos, me remito al artículo del investigador Charles M Benbrook (http://www.enveurope.com/content/pdf/2190-4715-24-24.pdf). Como ejemplo de la peligrosidad del uso de pesticidas, me remito a datos de la Organización Mundial de la Salud publicados en numerosos medios: entre aproximadamente 100.000 y 200.000 muertes al año por pesticidas.

Los transgénicos no tienen mayor productividad y no son más rentables si no es en condiciones de monocultivo de grandes extensiones. Estas condiciones conllevan una disminución de los indicadores ambientales, como se indica en el artículo de Hodgson et al. (http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/j.1461-0248.2010.01528.x/abstract). Y aun en el caso de que tuviesen una mínima mayor productividad, los efectos de los agroquímicos que utilizan resultan nefastos para el medio y también para las personas (hago notar aquí que hablo de los efectos negativos para la salud de los agroquímicos que se utilizan y no de los transgénicos en sí, si bien, dejo abierto el campo de discusión de si es perjudicial para la salud el hecho de comer un transgénico que incorpora una toxina en su composición para combatir cierta plaga).

Con respecto a las omisiones del libro y del blog de Mulet, no creo que sean fruto de su carácter divulgativo, sino más bien de una estrategia para convencer de lo indemostrable: omite que los cultivos convencionales utilizan estiércol; omite las conclusiones de la EFSA en el asunto de las muertes de Alemania; omite los numerosos casos de contaminación de productos alimenticios que no tienen que ver con la agricultura ecológica, pero saca a la luz casos similares de productos ecológicos, aunque su contaminación no haya sido causada por las prácticas específicas de ésta (por ejemplo, huevos con dioxinas); omite los peligros de la producción industrial de pesticidas y agroquímicos, las substancias de desecho y el gasto energético; etc. Cuando un escrito adolece de estos defectos, se convierte en un panfleto.

Dices “…por ahora es inevitable tratar con pesticidas…” Discrepo. Es posible no utilizar ningún pesticida en muchos cultivos ecológicos. Es posible utilizar una cantidad mínima de pesticidas autorizados y escasamente dañinos en el resto de cultivos ecológicos. Pero quizás más importante, es posible reducir enormemente la utilización de pesticidas en los cultivos convencionales, sin reducir su productividad, utilizando técnicas de lo que se denomina “agricultura integrada”, simplemente utilizando técnicas agronómicas efectivas y una vigilancia y control sensato de las posibles plagas.

En cuanto a Rudyard Kipling, escribió “La carga del hombre blanco” a finales del siglo XIX. Han pasado más de 100 años desde entonces, ha habido enormes avances tecnológicos y ¿en qué estado continúa estando el tercer mundo? No parece que esa pesada carga del hombre blanco haya dado sus frutos, excepto para sus bolsillos. Y, en este sentido, los transgénicos sólo son más de lo mismo: colonialismo alimentario. Dices “…muchas potencias occidentales mejoraron las condiciones de vida de los colonizados”. Sobre eso habría mucho que discutir. Digamos, que cambiaron sus condiciones de vida ¿a mejor o a peor? Ése es otro tema de discusión que no tiene que ver con los transgénicos.

Dices: “Si, por vía del incentivo de las patentes, los científicos generan más productos que, a la larga, resuelven el problema del hambre, bienvenido sea”. Resulta que las multinacionales no están interesadas en que sus científicos generen productos que no van a poder vender a personas que no tienen dinero para comprarlos. Pero, por otra parte, productos generados en centros estatales de investigación están siendo patentados por esas mismas multinacionales que han colaborado de alguna manera en su desarrollo (de esto sabe mucho Mulet, ya que este caso se da en su trabajo), con lo que productos como semillas más resistentes a condiciones ambientales rigurosas, que podrían donarse como ayuda al desarrollo en países pobres, quedan secuestradas por las multinacionales que, como hemos quedado más arriba, no son hermanitas de la caridad. ¿De qué modo, pues, los transgénicos van a ayudar a resolver el problema del hambre en el mundo?

Y para acabar, ya que he nombrado el trabajo de Mulet, daré algunos datos. No pretendo que estos datos sirvan para demostrar ninguna argumentación, pero sí para intentar comprender el por qué de su libro y de lo que yo considero sus falacias. Mulet no es imparcial, ya que investiga con transgénicos y colabora con multinacionales del sector. Esto se puede comprobar navegando por el siguiente enlace: http://www.ibmcp.upv.es/index.php?id_grp=47 (ver especialmente el listado de patentes en la página de publicaciones).

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Respuesta a José Antonio Alfaro



Escribí una reseña a Los productos naturales ¡vaya timo!, de J.M. Mulet (acá). José Antonio Alfaro escribió una respuesta a esa reseña (acá). Ahora, yo ofrezco una réplica a esa respuesta. Intentaré hacer, como los escolásticos, una respuesta a cada párrafo relevante escrito por mi contraparte.

Alfaro escribe: “…te indicaré que creo que en tu artículo cometes el mismo error que Mulet comete en su libro: tomar a una parte específica como representante de una totalidad muy diversa. En el caso de las organizaciones ecologistas, no sólo están los pocos que queman campos de maíz transgénicos, o que se oponen a todo tipo de avance científico, o los “izquierdoides” verdes de salón. También están los que apoyan las energías renovables (no creo que se les pueda tachar de pro-pre-modernistas); los que limpian vertidos de crudo; los que mantienen centros de recuperación de fauna; los que presentan alegaciones fundamentadas en los procedimientos administrativos, gracias a las cuales conservamos mucho de nuestro patrimonio natural… los que se juegan la vida en una lancha neumática para impedir la sobreexplotación de los océanos; los que reforestan, conservan y recuperan hábitats; etc. Pero claro, Mulet sólo habla de los “malos”, tomándolos como los representantes de todos los ecologistas.
 Yo respondo: Mulet es bastante claro en el libro cuando expresa su admiración por las actividades que grupos como Greenpeace hacían en el pasado, como por ejemplo, sabotear a los barcos que cazan ballenas. El problema, advierte Mulet, es que, de repente, a estos grupos les dejó de preocupar asuntos relevantes, y se empezaron a obsesionar con los transgénicos. No creo que Mulet desprecie a todos los grupos ecologistas, y ciertamente yo tampoco. Sólo desprecia a aquellos que, en arrebato irracional, se oponen al desarrollo de los transgénicos, acudiendo a argumentos falaces. Sospecho, incluso, que Mulet estaría dispuesto a debatir, siempre y cuando se haga con información veraz, y no mitos urbanos como atribuir el suicidio de campesinos indios al uso de los transgénicos. El mismo Mulet, por ejemplo, me ha confesado personalmente que, aun si está en desacuerdo con el activista Jeremy Rifkin, éste tiene alegatos interesantes que merecen ser discutidos, aun si es para rebatirlos.



Alfaro escribe: “En cuanto a las preocupaciones de los ecologistas ¿te parece pijo preocuparse por el calentamiento global? Acepto que hay pijos aprovechados, como Al Gore, que se han subido al carro de la denuncia del calentamiento global para sacar beneficio, pero no se les puede negar el mérito a las organizaciones ecologistas y a las no ecologistas que desde hace tiempo están llamando la atención sobre los peligros de este hecho, incluso cuando las grandes multinacionales energéticas pagaban gran cantidad de dinero para desinformar y desacreditar”.
Yo respondo: hay preocupaciones ecologistas que obviamente no son pijas. Pero, existe una tendencia creciente de que, los jóvenes de veinte años que atacan a los transgénicos, no lo hacen en realidad porque conozcan sobre el tema (dudo que conozcan quiénes fueron Watson y Crick, por ejemplo), sino sencillamente porque es cool. Y, son pijos, precisamente porque esta gente no ha estado de cerca en el Tercer Mundo. Es muy fácil querer consumir productos naturales en la afluencia europea.    


Alfaro escribe: “¿Te parece pijo defender un aprovechamiento sostenible de los océanos y de los bosques y no esquilmarlos como sucede actualmente en gran parte del planeta?”
Yo respondo: no veo de qué forma los transgénicos impiden el aprovechamiento sostenible de los océanos. Yo no me opongo a los grupos ecologistas per se (y sospecho que Mulet tampoco); me opongo a quienes argumentan contra los transgénicos sin una base firme.



Alfaro escribe: “¿Te parece pijo defender el patrimonio natural frente a la especulación del gran capital? ¿Te parece pijo llamar la atención sobre el hecho de que en pocos decenios más de crecimiento descontrolado, este planeta no va a ser capaz de albergar a su población de manera digna (especialmente pensando que unos pocos acaparan y abusan de los medios que el planeta ofrece)?”
Yo respondo: comparto la preocupación maltusiana por el crecimiento demográfico. Pero, la respuesta no es matar de hambre a la gente para detener el crecimiento. La respuesta es detener la reproducción, con métodos anticonceptivos. Si bien el propio Malthus advertía que la sobrepoblación traería guerras y hambrunas, opinaba que la respuesta más humanitaria sería, precisamente para prevenir esas catástrofes, la continencia. Yo no creo en la posibilidad de la continencia, pero sí en la posibilidad anticonceptiva. Por eso, la solución no es acabar con los transgénicos, sino distribuir condones y ofrecer educación sexual.

Alfaro escribe: De hecho, una parte muy importante de la población mundial ya no vive de manera digna. Y aunque Mulet venga ahora a salvar el planeta con sus transgénicos, el maíz y la soja transgénicos que se producen en el mundo, controlados por las grandes multinacionales del sector, no sirven para alimentar a esta población, sino que van a producir biodiésel para que los privilegiados continuemos utilizando nuestros magníficos vehículos a nuestro antojo y van a engordar cerdos, vacas y pollos para que éstos nos engorden a su vez también a los privilegiados. ¿Quién es, pues, más pijo, el ecologista preocupado o el consumidor indolente?
Yo respondo: sólo si se opera bajo la premisa del crecimiento de suma cero (la ganancia de un hombre es cosustancial a la pérdida de otro), Alfaro tendrá razón en esto. Pero, es una premisa errónea: el crecimiento económico histórico demuestra que es posible que un hombre gane, sin hacer perder a otro. El hecho de que los transgénicos se empleen para generar más combustibles no impide que también se empleen para alimentar a la gente. No veo problema en que el gordo se haga más gordo, siempre y cuando el flaco engorde también. Y, me parece, el transgénico tiene la posibilidad de engordar a todos.

Alfaro escribe: El problema actual no es de producción, sino de distribución; el problema futuro sí será además un problema de producción, pero por mucha producción que se supone que generen los transgénicos, no será suficiente para alimentar a una humanidad en continuo crecimiento.
Yo respondo: ése es el argumento del eminente economista Amartya Sen, pero no me convence. Estoy de acuerdo en que hoy se produce suficiente comida para todo el mundo. Pero, de eso no se sigue que la solución sea renunciar a los transgénicos. En mi casa, hay suficiente comida para alimentar a todos. Pero, de eso no se sigue que mi hermano, desempleado, no esté en la necesidad de salir a buscar trabajo para producir más. Creo, en todo caso, que es mucho más viable potenciar la producción agrícola en el Tercer Mundo, que intentar trasladar la comida a zonas hambrientas. En la primera opción, hay mucho incentivo; en la segunda, poco incentivo. Las mejores decisiones políticas se toman a partir de un óptimo conocimiento de la naturaleza humana. Y, sabemos que el incentivo económico es fundamental. No es atractivo para una organización occidental movilizar toneladas de comida para los hambrientos de Etiopía. Las hermanitas de la caridad existen, pero son minoría en el mundo, y quienes tienen el poder de lograr las cosas, no suelen ser estas monjitas. En cambio, sí es muy atractivo generar biotecnología y vendérsela a los campesinos del Tercer Mundo. Con este atractivo, se dará una relación simbiótica: las corporaciones harán grandes ganancias, pero a la vez, las poblaciones del Tercer Mundo mejorarán significativamente sus índices nutricionales. Fue ésta una lección de la Revolución Verde de la década de los sesenta.

Alfaro escribe: un alimento natural es aquél de elaboración sin técnicas industriales sofisticadas y sin aditivos innecesarios. Ésto es lo que yo considero un alimento natural; es mi definición personal, no es exacta y la mayoría de las personas tendrán otras definiciones, pero que no se apartarán mucho de la mía. Lo que Mulet considera un alimento natural, aparte de que no existe ninguno de esas características, es una insensatez alejada del sentido común y echa por tierra una buena parte del argumentario de su libro.
Yo respondo: por ahora, dejemos de lado las precisiones semánticas (no por ello dejan de ser relevantes), y consideremos algo elemental: si Alfaro está dispuesto a emplear la selección artificial (como lo hicieron los primeros agricultores hace diez mil años) y alterar el curso de la selección natural, ¿por qué no está dispuesto a continuar esa alteración, y trasladar un gen de una especie a otra? No veo por qué la selección artificial sí es aceptable, pero la tecnología de modificación genética no lo es.

Alfaro escribe: Si se ha de poner la etiqueta que propones “¡Peligro, riesgo de E. Coli!”, habría que ponerla en casi todos los productos alimenticios, no sólo en los de agricultura ecológica. Gabriel, no puedo estar más de acuerdo contigo cuando escribes “La falta moral no es sólo la mentira, sino también la omisión”. Estoy de acuerdo en cuanto al etiquetado de los productos transgénicos, pero también porque precisamente la estrategia de la omisión es la que utiliza Mulet abundantemente en su libro para convencer al profano de su “verdad”.
Yo respondo: el asunto de los etiquetados me resulta bastante sencillo: o todo, o nada. Si etiquetamos, etiquetemos todo. Si no, no etiquetemos nada. De lo contrario, estaríamos en presencia de una tremenda injusticia, una competencia desleal. Obviamente, en un libro de divulgación, no pueden atenderse todos los detalles de este debate, y siempre habrá alguna omisión. Pero, me parece que Mulet es bastante efectivo en desmontar los grandes mitos que hay en torno a los transgénicos.  

Alfaro escribe: “Ventajas de los transgénicos: permiten alimentar a más gente. ¡Falso! Alimentan a vehículos con biodiesel y a granjas intensivas para sobrealimentar al mundo desarrollado a base de carnaza (¡ojo! yo no soy vegetariano, pero la alimentación de occidente tampoco sigue la famosa pirámide de la alimentación que estudian nuestros hijos en el colegio)”.
Yo respondo: ¿y qué importa si también se alimentan los vehículos con biodiesel? Muchas tecnologías han surgido para satisfacer los deseos de los más poderosos, pero eventualmente, éstas bajan a las masas para satisfacer sus necesidades. Me parece que, nuevamente, Alfaro opera bajo la premisa de que, cuando alguien se hace rico, otra persona se hace pobre, y hay crecimiento de suma cero. A eso, opongo el hecho de que, históricamente, ha habido crecimiento en el mundo, y que aun si el rico se ha hecho más rico, el pobre no se ha hecho más pobre.

Alfaro escribe: “Ventajas de los transgénicos: destruyen menos el medio ambiente. ¡Falso! La productividad de los cultivos transgénicos es sólo levemente superior a la de los cultivos convencionales… hasta que aparecen resistencias por parte de las plagas y malas hierbas, entonces se igualan. La utilización de una variedad transgénica resistente a los lepidópteros no evita tener que tratar con pesticidas contra otros tipos de plagas y enfermedades. La utilización de una variedad transgénica resistente a un herbicida total, como el glifosato, permite tratar con este dañino herbicida indiscriminadamente”.
Yo respondo: Dudo de que la producción transgénica sea sólo levemente superior, pero habrá que verificar ese dato, y admito que, a diferencia de Alfaro, no procedo de la agronomía. Pero, precisamente, si por ahora es inevitable tratar con pesticidas, es urgente seguir diseñando nuevos organismos para evitar que en un futuro, se sigan empleando los pesticidas. La alternativa a los accidentes automovilísticos no es regresar al caballo; es más bien diseñar automóviles más seguros.


Alfaro escribe: ¿Rudyard Kipling se refería a los transgénicos cuando escribió lo de “…llenar la boca del hambre, y hacer que cese la enfermedad”? Lo dudo mucho.
Yo respondo: Kipling obviamente no vivió la época de los transgénicos. Pero, esta frase, procedente de su célebre La carga del hombre blanco, sí exalta la idea de que los avances de la civilización occidental pueden constituir una mejora para los pueblos del Tercer Mundo. Y, en ese sentido, los transgénicos entrarían en la categoría de avances de la civilización occidental. Kipling ha sido justamente criticado por su ideología imperialista. Pero, me parece que, en esa ideología, hay algún asidero: sin negar los abusos colonialistas, muchas potencias occidentales mejoraron las condiciones de vida de los colonizados. Pues bien, quizás hoy Monsanto es la nueva potencia colonial, y se vale de muchas tácticas inmorales que, en el pasado, emplearon los grandes imperios. Pero, como Kipling, yo insisto: aun con todo esto, el Tercer Mundo tiene el potencial de mejorar sus condiciones de vida con la tecnología que ofrece Occidente.

Alfaro escribe: “en resumen, yo no estoy en contra de la investigación con OMG (transgénicos), ni incluso de su posible utilización si queda meridianamente e independientemente demostrado que no suponen un peligro para el medio ambiente y sí mejoras para la humanidad”.
Yo respondo: la carga de la prueba reposa sobre quien acusa. Los investigadores de OMG no deben probar nada propiamente. Si no se demuestra que los transgénicos son perjudiciales, entonces podemos asumir que no suponen un riesgo. Y, hasta ahora, no ha habido evidencia que permita suponer que los transgénicos hacen daño al ambiente o a la salud.

Alfaro escribe: “de lo que estoy en contra es del modelo de concepción de la agricultura como un negocio al margen de la ética, y esto es precisamente la actual industria multinacional de la agricultura que ha apostado por los OMG, principalmente porque son productos patentables o garantizan la utilización de los agroquímicos que las propias multinacionales venden”.
Yo respondo: mi concepción de la ética se inscribe en la tradición utilitarista de J.S. Mill y Jeremy Bentham, aquella que busca generar el máximo de felicidad para el mayor número de personas posibles. Pues bien, bajo esta concepción, los transgénicos me parecen una alternativa eficaz para alcanzar esta felicidad masiva. Si, por vía del incentivo de las patentes, los científicos generan más productos que, a la larga, resuelven el problema del hambre, bienvenido sea.

Respuesta de José Antonio Alfaro a mi reseña de "Los productos naturales ¡vaya timo!"




Gentilmente José Antonio Alfaro ha escrito una respuesta a mi reseña de Los productos naturales ¡vaya timo!, de JM Mulet (acá la reseña). La reproduzco abajo.

Estimado Gabriel. He leído con gran interés algunos de tus artículos sobre temática humanística y social y, aunque al contrario que tú, mi formación es más bien técnica y ello motiva que en ocasiones me pierda en la maraña de escuelas, corrientes filosóficas y pensadores que citas, he disfrutado de tus textos y comparto la mayor parte de tus opiniones.

Con respecto al libro de Mulet, éste está orientado a un público general, profano en temas técnicos, desconocedor de la agronomía y poco inmerso en las discusiones científicas sobre ecología, sanidad alimentaria, organismos modificados genéticamente (OMG), etc. Esto no sería malo, siempre que el fin del libro fuera divulgar e informar imparcialmente. Entiendo que ése es tu perfil de lector del libro, según lo que cuentas en el primer párrafo de tu reseña, y quizás por eso asumes con buena fe como verdaderas las afirmaciones que Mulet hace en su libro. En mi opinión, la mayoría de las afirmaciones de Mulet relacionadas con lo ecológico y con los transgénicos se basan en datos parciales, o sacados de contexto, cuando no son absolutamente falsas y tendenciosas. El fin de tal actitud: desvirtuar el sentido de lo que todos consideramos más o menos natural, desprestigiar a todo lo que suene a ecológico y hacer apología de no sólo lo que es su trabajo, la investigación con OMG (lo cual puede ser hasta loable), sino también de la industria de los transgénicos tal y como actualmente está planteada. En resumen, creo que el libro de Mulet es un panfleto y te haré una serie de comentarios para intentar demostrarlo.

Antes de ello, te indicaré que creo que en tu artículo cometes el mismo error que Mulet comete en su libro: tomar a una parte específica como representante de una totalidad muy diversa. En el caso de las organizaciones ecologistas, no sólo están los pocos que queman campos de maíz transgénicos, o que se oponen a todo tipo de avance científico, o los “izquierdoides” verdes de salón. También están los que apoyan las energías renovables (no creo que se les pueda tachar de pro-pre-modernistas); los que limpian vertidos de crudo; los que mantienen centros de recuperación de fauna; los que presentan alegaciones fundamentadas en los procedimientos administrativos, gracias a las cuales conservamos mucho de nuestro patrimonio natural (ya sé, aunque no sea natural sensu stricto, porque no hay nada completamente natural); los que se juegan la vida en una lancha neumática para impedir la sobreexplotación de los océanos; los que reforestan, conservan y recuperan hábitats; etc. Pero claro, Mulet sólo habla de los “malos”, tomándolos como los representantes de todos los ecologistas. También da a entender que todas las organizaciones ecologistas se nutren de subvenciones para atacar a las instituciones que las subvencionan: ¡Falso! Ni todas las organizaciones ecologistas reciben subvenciones (¿y qué si lo hacen?), ni defender la naturaleza es atacar a las instituciones.

En cuanto a las preocupaciones de los ecologistas ¿te parece pijo preocuparse por el calentamiento global? Acepto que hay pijos aprovechados, como Al Gore, que se han subido al carro de la denuncia del calentamiento global para sacar beneficio, pero no se les puede negar el mérito a las organizaciones ecologistas y a las no ecologistas que desde hace tiempo están llamando la atención sobre los peligros de este hecho, incluso cuando las grandes multinacionales energéticas pagaban gran cantidad de dinero para desinformar y desacreditar. ¿Te parece pijo defender un aprovechamiento sostenible de los océanos y de los bosques y no esquilmarlos como sucede actualmente en gran parte del planeta?  ¿Te parece pijo defender el patrimonio natural frente a la especulación del gran capital? ¿Te parece pijo llamar la atención sobre el hecho de que en pocos decenios más de crecimiento descontrolado, este planeta no va a ser capaz de albergar a su población de manera digna (especialmente pensando que unos pocos acaparan y abusan de los medios que el planeta ofrece)? De hecho, una parte muy importante de la población mundial ya no vive de manera digna. Y aunque Mulet venga ahora a salvar el planeta con sus transgénicos, el maíz y la soja transgénicos que se producen en el mundo, controlados por las grandes multinacionales del sector, no sirven para alimentar a esta población, sino que van a producir biodiésel para que los privilegiados continuemos utilizando nuestros magníficos vehículos a nuestro antojo y van a engordar cerdos, vacas y pollos para que éstos nos engorden a su vez también a los privilegiados. ¿Quién es, pues, más pijo, el ecologista preocupado o el consumidor indolente? El problema actual no es de producción, sino de distribución; el problema futuro sí será además un problema de producción, pero por mucha producción que se supone que generen los transgénicos, no será suficiente para alimentar a una humanidad en continuo crecimiento.

Con respecto a lo “natural”, no sé de dónde se saca Mulet la peregrina idea, que tú también asumes, de que lo “natural” es aquéllo en lo que no ha influido la mano del hombre. Bajo esta definición, que no es una de las que da el Diccionario de la Lengua Española, no habría en la superficie del planeta prácticamente nada natural, puesto que hasta los lugares más recónditos de la Tierra se ven afectados por una atmósfera modificada por la acción humana. Mulet utiliza la clásica falacia de argumentar contra algo exagerado, distinto de lo que se pretende desmentir. En el polo opuesto estaría la consideración de que, puesto que el Homo sapiens es producto y forma parte de la naturaleza, todo lo que él hace sería natural, es decir, no existiría nada no natural. Ni una cosa, ni otra. En el campo de la alimentación, todos tenemos una idea más o menos clara de lo que es natural, aunque haya diferentes concepciones y baremos, y no hace falta que venga Mulet a contarnos paparruchadas que no vienen a cuento acerca de la agricultura del Neolítico. Un alimento natural es aquél de elaboración sin técnicas industriales sofisticadas y sin aditivos innecesarios. Ésto es lo que yo considero un alimento natural; es mi definición personal, no es exacta y la mayoría de las personas tendrán otras definiciones, pero que no se apartarán mucho de la mía. Lo que Mulet considera un alimento natural, aparte de que no existe ninguno de esas características, es una insensatez alejada del sentido común y echa por tierra una buena parte del argumentario de su libro.

A diferencia de lo natural, lo que sí está bastante definido, aunque con leves diferencias según los diferentes ámbitos políticos del planeta, es la agricultura ecológica, también denominada biológica u orgánica. Me llama la atención, Gabriel, que no hayas citado el tema de la agricultura ecológica en tu reseña, ya que es uno de los principales objetivos de ataque del libro. En el primer capítulo, dedicado a ello, Mulet lanza una serie de ataques a la agricultura ecológica, basados en una serie de supuestos datos puntuales sin referenciar y de afirmaciones que son medias verdades. Voy a poner un solo ejemplo que tú citas de refilón en tu reseña: Mulet dice que los productos ecológicos son menos seguros porque para la fertilización de los cultivos se utiliza estiércol (llega a decir que comer estos productos es como “comer caca”). Siendo cierto que en la producción ecológica se utiliza estiércol, además de otros tipos de compuestos orgánicos (compost, residuos de cosechas, etc.), lo que Mulet se calla es que el resto de cultivos que se realizan sobre suelo, ya sean convencionales o transgénicos, también aportan materia orgánica en forma de estiércol o de otros compuestos orgánicos, puesto que la existencia de un complejo húmico en el suelo es fundamental para la absorción de elementos minoritarios necesarios para el desarrollo de las plantas. Para “ilustrar” el asunto, Mulet da un par de ejemplos puntuales separados en el tiempo, de dudosa procedencia y, una vez publicado su libro, no deja de citar continuamente en su blog, en entrevistas, en la publicidad de su libro, en discusiones, el caso de las 49 muertes de Alemania en 2010 por E. coli, atribuyéndolas a la agricultura ecológica, en contra de lo concluido en los informes de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), los cuales, en ningún momento apuntan hacia las prácticas de la agricultura ecológica como las responsables de dicha contaminación. Si se ha de poner la etiqueta que propones “¡Peligro, riesgo de E. Coli!”, habría que ponerla en casi todos los productos alimenticios, no sólo en los de agricultura ecológica.

Gabriel, no puedo estar más de acuerdo contigo cuando escribes “La falta moral no es sólo la mentira, sino también la omisión”. Estoy de acuerdo en cuanto al etiquetado de los productos transgénicos, pero también porque precisamente la estrategia de la omisión es la que utiliza Mulet abundantemente en su libro para convencer al profano de su “verdad”.

Con respecto a los transgénicos:
 
- Ventajas de los transgénicos: permiten alimentar a más gente. ¡Falso! Alimentan a vehículos con biodiesel y a granjas intensivas para sobrealimentar al mundo desarrollado a base de carnaza (¡ojo! yo no soy vegetariano, pero la alimentación de occidente tampoco sigue la famosa pirámide de la alimentación que estudian nuestros hijos en el colegio).

- Ventajas de los transgénicos: destruyen menos el medio ambiente. ¡Falso! La productividad de los cultivos transgénicos es sólo levemente superior a la de los cultivos convencionales… hasta que aparecen resistencias por parte de las plagas y malas hierbas, entonces se igualan. La utilización de una variedad transgénica resistente a los lepidópteros no evita tener que tratar con pesticidas contra otros tipos de plagas y enfermedades. La utilización de una variedad transgénica resistente a un herbicida total, como el glifosato, permite tratar con este dañino herbicida indiscriminadamente.

- Mulet rebate sólo lo que es fácil rebatir: “el órden natural de las cosas”, “las leyes naturales” y otros pseudoargumentos generales, más o menos esotéricos.

- ¿Rudyard Kipling se refería a los transgénicos cuando escribió lo de “…llenar la boca del hambre, y hacer que cese la enfermedad”? Lo dudo mucho.

En resumen, yo no estoy en contra de la investigación con OMG (transgénicos), ni incluso de su posible utilización si queda meridianamente e independientemente demostrado que no suponen un peligro para el medio ambiente y sí mejoras para la humanidad. De lo que estoy en contra es del modelo de concepción de la agricultura como un negocio al margen de la ética, y esto es precisamente la actual industria multinacional de la agricultura que ha apostado por los OMG, principalmente porque son productos patentables o garantizan la utilización de los agroquímicos que las propias multinacionales venden.

Podría seguir comentando durante páginas, pero creo que ha quedado suficientemente clara mi crítica. Tan sólo quiero poner unos enlaces interesantes que pueden aportar más luz sobre el tema:

Informe final de la EFSA sobre el asunto E. coli de Alemania (en inglés):

Sobre el hambre en el mundo:

Una extensa crítica hecha al libro por alguien que no es profano:

Sobre la agricultura ecológica:

Un saludo.
José Antonio Alfaro.