Los
populistas latinoamericanos del siglo XXI (Castro, Chávez, Correa, Morales), a
la manera típica del nacionalismo, inventan cosas sobre nuestro pasado histórico.
Uno de esos mitos nacionalistas es la idea de que las guerras de independencia en
Hispanoamérica fueron disputas anticoloniales afines a las luchas anticoloniales
de los países africanos y asiáticos. En ese imaginario, las guerras de
independencia consistieron en la expulsión de los invasores españoles por parte
de los invadidos.
A decir
verdad, este mito se remonta al propio Bolívar. En varios de sus discursos y
cartas (especialmente en la Carta de
Jamaica), Bolívar alegaba que la guerra que él dirigía era una suerte de
revancha por lo que los españoles habían hecho tres siglos antes en la
conquista de América. Así, Bolívar se presentó a sí mismo como el líder de los
nativos conquistados.
La
realidad histórica es distinta. En los países africanos y asiáticos, en efecto,
las luchas por la independencia fueron lideradas por los nativos de esos
países, en contra de los administradores europeos y sus descendientes también
nacidos en esos países. En la rebelión mau mau de Kenia, por ejemplo, no hubo
blancos. Pero, en América fue distinto. La independencia no fue promovida por
los descendientes de los nativos oprimidos, sino por los propios blancos.
Bolívar alegaba que su lucha era una venganza en contra de España por lo que
los conquistadores habían hecho hacía tres siglos, pero Bolívar convenientemente
no señaló lo obvio: que él era descendiente y heredero de los invasores, no de
los invadidos.
En las
colonias africanas y asiáticas, los blancos aun nacidos en esos países, se
seguían sintiendo connacionales de las metrópolis. Los pies negros nacidos en
Argelia eran ultranacionalistas franceses, y los británicos nacidos en la India
(como Kipling) sentían profundamente a la Gran Bretaña como su patria (quizás
la excepción fueron los blancos rhodesianos, con Ian Smith a la cabeza, quien
luchó por la independencia de Rhodesia). ¿Por qué fue distinto con los criollos
de América? ¿Cómo, aun siendo descendientes de los conquistadores, se empezaron
a sentir conquistados?
En su
célebre libro Comunidades imaginadas,
el historiador Benedict Anderson ofrece algunas respuestas. Desde un principio,
España impuso un monopolio comercial a las colonias americanas, y les impedía
comerciar entre ellas. A partir de la dinastía borbónica, España centralizó la
administración imperial mucho más, y quiso controlar más férreamente los
asuntos coloniales, asegurándose de que sus administradores fueran nacidos en
la Península, y no en las colonias. Además, empezó a prosperar la idea de que,
de algún modo extraño, el suelo y el clima influyen sobre el carácter, de forma
tal que los blancos nacidos en América se degeneraban, y debían estar en
posición inferior respecto a los peninsulares. En 1812, las Cortes de Cádiz
trataron de corregir esto, asegurando ciudadanía española a los americanos,
pero era ya demasiado tarde.
Frecuentemente,
asociamos las identidades nacionales basadas en distinciones lingüísticas.
Pero, Anderson nos recuerda que esto no es necesariamente así, y que de hecho,
el nacionalismo empezó en América antes que en Europa, y no obedeció a
distinciones lingüísticas. Los criollos hablaban la misma lengua y mantenían
una cultura muy similar a la de los peninsulares. Pero, su situación hizo
crecer en ellos una nueva idea nacional: los criollos, al compartir entre sí el
malestar por su condición inferior frente a los peninsulares, constituirían una
nación aparte.
Fue así
como los criollos, para marcar su distancia respecto a España, empezaron a
inventar que ellos formaban parte una misma comunidad nacional con los negros e
indios (un alto porcentaje de los cuales, especialmente los indios, no hablaban
castellano). Fue así como los criollos se empezaron a ver a sí mismos como
oprimidos e invadidos, connacionales de los indios y negros, a pesar de que en
realidad eran descendientes de los opresores e invasores.
Pero,
por supuesto, estos mitos nacionalistas se mantuvieron sólo a nivel retórico.
En la práctica, los criollos siguieron tan separados de los negros e indios
como lo habían estado en los siglos anteriores. Y, al principio, los propios
negros e indios no se creyeron el mito nacionalista. De hecho, la mayoría de los
negros e indios temió que, si los criollos arrebataban el poder a los
peninsulares, las cosas empeorarían para ellos (negros e indios), pues la les Corona
garantizaba algunos derechos y ejercía un poder más débil desde la Península
(dada la distancia), mientras que si los criollos gobernaban, podían endurecer
su dominio. Por ése y otros motivos, Boves logró incorporar los pardos a sus
ejércitos.
Las
sospechas de los negros e indios tenían bastante asidero. A finales del siglo
XVIII, por ejemplo, la Corona emitió decretos garantizando algunos derechos a
los esclavos, pero los amos criollos se resintieron por ello; en parte, ese
resentimiento años después estimuló el deseo de independencia. Y, Benedict Anderson
señala que Bolívar y los otros promotores de la independencia emprendieron su
proyecto, en buena medida porque tenían un gran temor a que en Venezuela y
otros países hispanoamericanos ocurriera lo mismo que había ocurrido en Haití:
en esa nación, los negros se rebelaron y no dejaron vivo a ningún blanco, fuera
nacido en Francia o en Haití. Para evitar esta catástrofe, Bolívar estimó
necesario que los criollos tomaran las riendas del poder, para asegurarse de
que tal rebelión nunca ocurriera, pues temía que, desde la Península, las autoridades
españolas no podrían reprimirla eficientemente.
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