lunes, 29 de diciembre de 2014

"Oh my God!": una crítica bollywoodense muy escueta de la religión



            Suele pensarse en la India como un país místico, lleno de rituales extraños, sacerdotes, ascetas, y violencia religiosa. He estado en ese país, y efectivamente, esta imagen tiene una base firme. Pero, a la vez, hay una tradición racionalista en la India, y si bien las críticas a la religión en la India vinieron más desde afuera (gracias al ímpetu racionalista de los británicos), hay también en la India una tradición autóctona racionalista antiquísima, la más emblemática de ellas, la filosofía carvaka.
            Por lo general, el cine bollywoodense no es muy crítico con la religión (más bien, es muy complaciente con ella, al punto de que en la última década del siglo pasado, la emisión de una serie televisada de la épica Mahabharata auspició el creciente nacionalismo hindú que eventualmente llevó al poder al partido BNP). Oh my God! (¡Oh mi Dios!) pretende romper con esto, e intenta ser una sátira que ataca a la religión.

            La película, que fue taquillera en India en 2012, narra la historia de Kaji, un comerciante ateo asqueado por la forma en que el pueblo se deja manipular por los sacerdotes (principalmente del hinduismo, pero también clérigos musulmanes y cristianos), y en función de eso, continuamente blasfema. Un día, ocurre un terremoto de baja intensidad, pero su tienda es destruida, y sus allegados interpretan esto como un castigo divino. El protagonista acude a la compañía de seguros, pero el agente le informa que la póliza no contempla “actos de Dios”, a saber, tragedias propiciadas por la naturaleza.
            Indignado por esta situación, Kanji acude a las cortes a demandar a Dios y las religiones. Si su tragedia es un “acto de Dios”, entonces los sacerdotes deben compensarlo. Pues, por muchos años él ha hecho donativos a los templos, y es injusto que Dios le pague de esa forma. Y, si los clérigos aceptan que esta tragedia no procede de Dios, entonces tácitamente estarían aceptando su inexistencia. Así pues, en estilo bollywoodense (con su típico colorido, sentimentalismo, actuaciones a veces mediocres, e inevitables canciones y bailes), la película retrata el enfrentamiento jurídico (pero, en realidad, pretende ser un diálogo filosófico) entre un ateo y los clérigos.
            Si bien en la jerga del mundo de los seguros, los “actos de Dios” sí se contemplan (es una metáfora para referirse a tragedias naturales), la idea de que alguien demande a Dios (¡y que una corte lo acepte!) es ridícula. Pero, como premisa para retratar una dialéctica entre ateos y creyentes en un drama jurídico, este artificio es interesante.
            La película tiene diálogos interesantes, en los cuales, el protagonista ateo siempre sale ganando debido a su integridad e inteligencia. Los clérigos son corruptos (¡y vaya que no han faltado en la India!, basta pensar en dos recientes: Sai Baba y Osho), y explotan a los fieles mercantilizando la religión.
            Pero, si bien el filme tiene varias escenas meritorias, al final termina decepcionando (y yo diría que lo hace de forma escandalosa). Hacia la mitad de la película, aparece Krishna haciendo piruetas en una motocicleta (en una suerte de deus ex machina prematura), y se hace amigo de Kanji, a pesar de que éste no lo reconoce como tal (una clara emulación del Baghavad Gita, en el cual Krishna se disfraza de conductor del carruaje de guerra).
            Kanji sufre un ataque cardíaco, pasa un mes en coma, y Krishna milagrosamente lo salva. En una escena que recuerda la epifanía de Krishna en el Baghavad Gita, el dios finalmente se revela como tal, y ante semejante prodigio, Kanji renuncia a su ateísmo. Pero, Krishna felicita a Kanji por su sinceridad y su esfuerzo por denunciar la corrupción de los clérigos, y lo exhorta a proclamar un mensaje religioso de espiritualidad.
            Digo que la película decepciona, porque acude al cliché de que lo objetable en la religión no es propiamente la irracionalidad de las creencias, sino la mercantilización y el aprovechamiento de los sacerdotes. Oh my God! pretende lanzar algo así como una reforma protestante en la India: purificar la religión prescindiendo de sacerdotes y del culto a ídolos, pero manteniendo intactas las doctrinas elementales del hinduismo. Si bien Krishna felicita a Kanji por todo lo que ha hecho, lo invita a leer el Baghavad Gita, informándole que en ese libro encontrará todas las respuestas a sus inquietudes; con esto, implícitamente le indica que, si bien la religión actual está corrompida, es posible aún recurrir a la religión pulcra en los textos sagrados.
            Yo encuentro este mensaje deplorable. Lo objetable de la religión no es sólo que un sacerdote corrupto extraiga dinero en el culto a Krishna. ¡También es objetable enseñar que existe un dios de piel azul que toca la flauta! Pues, si bien yo acepto que la religión puede cumplir una beneficiosa función social (en contra de lo que sostienen muchos ateos contemporáneos), me parece que sigue siendo dañina en la medida en que invita a abandonar la racionalidad para creer cosas absurdas.
            Se trata de la misma crítica que hago a los protestantes, y a todos aquellos que están dispuestos a criticar al clero, pero no al dogma. Sí, estuvo muy bien que Lutero denunciara la hipocresía de los obispos (quienes exigían el celibato, ¡pero ellos mismos iban a burdeles!), la venta de indulgencias, etc. Pero, Lutero debió haber ido más allá. También debió  denunciar la irracionalidad de creer que una virgen parió a un niño; que este niño es una persona diferente, pero a la vez de la misma esencia que su padre, etc.
            Si bien Oh my God! hace un tenue esfuerzo por plantarse frente al creciente nacionalismo hindú, termina dejándose atrapar por la superficialidad y el buenrollismo típicos de Bollywood. Aún estaremos a la espera de que surja una película mucho más cercana a las ideas de la escuela carvaka, cuyos filósofos sometieron a crítica a las escrituras sagradas del hinduismo, la doctrina de la reencarnación, y el ascetismo.

sábado, 27 de diciembre de 2014

La suerte estuvo echada desde el Big Bang... ¿debemos deprimirnos?



            El determinismo postula que, desde el Big Bang, se dio inicio a una secuencia de eventos que inevitablemente ha conducido al estado actual de las cosas, incluyendo el hecho de que yo escriba estas líneas. Las cosas no pudieron ser distintas a como han sido, pues hay una secuencia inflexible de causas y consecuencias.
            Esta doctrina me parece la más razonable, y la más cónsona con una visión científica del mundo. Si no fuese verdadero el determinismo, entonces no podríamos formular leyes científicas, pues no podríamos tener la expectativa de que, cada vez que ocurra suceso A, le seguirá suceso B. Hay, es verdad, una posible excepción en los fenómenos cuánticos, pero aun se discute si realmente éstos son indeterminados (Einstein pensaba que no), y en todo caso, ocurren sólo a nivel subatómico.

            Ahora bien, comprensiblemente, el determinismo genera terror en mucha gente (en alguna ocasión la doctrina del determinismo me ha quitado el sueño), pues parece imposibilitar nuestro libre albedrío. Si no hay posibilidad de hacer algo distinto a lo que hemos hecho, ¿cómo podemos considerarnos libres? Y, hay además, una implicación existencialista: si ya la suerte estuvo echada desde el inicio, ¿qué sentido tiene vivir? ¿Qué emoción o placer puede haber en mi vida, si ésta ya fue decretada hace millones y millones de años? Y, además, ¿qué justicia puede haber en el mundo, si ya todo estuvo decidido desde un inicio?
            Es una pregunta muy dura. Pero, el filósofo Daniel Dennett trata de darle la vuelta a este asunto, con uno de sus muchos escenarios imaginarios que buscan activar nuestras intuiciones para colocar a prueba nuestras convicciones filosóficas. Las loterías, nos recuerda Dennett, venden primero los billetes, y luego hacen el sorteo. Pero, ¿qué ocurriría si se hiciera al revés?: hacer primero el sorteo, mantener el ganador en secreto, vender los billetes, y luego, desvelar el billete ganador.
            ¿Sería una lotería como ésa menos justa? Dennett admite que este tipo de lotería no es común, pero que el común de la gente no opinaría que sea injusta. El hecho de que la suerte estuvo echada desde el inicio no la hace menos justa, ni siquiera menos emocionante, que una lotería normal. Del mismo modo, sugiere Dennett, el hecho de que la suerte estuvo echada desde el Big Bang no hace a la vida menos justa o interesante.
            Seguramente hay réplicas y contrarréplicas a este argumento, pero de antemano, vale la pena considerarlo, como respaldo de la postura compatibilista, aquella que afirma tanto el determinismo como la existencia del libre albedrío.  

En materia sexual, prefiero a las egoístas que a las altruistas: a propósito de Ayn Rand



            Hace algunos días, tuve relación sexual con mi esposa, y ella me preguntó: “¿Qué tal estuvo?”. Yo respondí: “Estuvo muy bien, gracias por todo”. Inmediatamente me reprochó: “¿acaso esto es un servicio? ¿Crees que yo hago esto por obligación? ¿Acaso no gozo yo también?”.
Con estas palabras, se me vino a la mente una famosa entrevista que Ayn Rand concedió al periodista Mike Wallace. En aquella ocasión, Rand y Wallace discutían sobre el egoísmo. Rand, por supuesto, apreciaba al egoísmo como una virtud, y sufrió muchos reproches por ello. Pero, en su explicación, Rand daba a entender que un acto que beneficia a alguien es más valioso cuando la persona que hace el acto también extrae una ganancia. Contrario a lo que suelen enseñar las religiones y las ideologías colectivistas como el comunismo, el altruismo incondicional y desinteresado puede ser más bien problemático.

Rand decía a Wallace: “¿Qué significaría tener un amor por encima del interés propio? Significaría, por ejemplo, que un esposo le diría a su esposa, que si él fuera moral según la moral convencional, que me estaría casando contigo para complacerte, pero que no tengo interés en ello, pero que soy tan poco egoísta, que me estaría casando contigo sólo por tu propio bien. ¿A alguna mujer le gustaría eso?”.
A mí ciertamente no me gustaría que mi esposa me dijera, “no quiero tener sexo contigo, pero sólo porque te amo, me entregaré a ti como sacrificio, aún si no tengo ganas”. No, gracias, si es así, prefiero ir al baño, masturbarme, e imaginarme a una mujer que tiene sexo conmigo, no como un sacrificio altruista, sino porque ella realmente lo desea. En materia de sexo, prefiero a una mujer egoísta que altruista.
Ahora bien, si esto aplica al sexo, ¿por qué no ha de aplicar a muchos otros aspectos de la vida? Si el egoísmo en el sexo puede ser una virtud, ¿por qué no puede serlo también en la economía o la política?
Ayn Rand ha sido vapuleada por muchísima gente, al punto de ser calificada como una psicópata, por su supuesta falta de empatía frente al dolor ajeno. Pero, a mí me parece que esta caracterización es muy injusta. Hasta donde alcanzo a entender sus escritos, Rand no es insensible al dolor ajeno, pero sí hace énfasis en que el servicio altruista desinteresado es inmoral, y que es preferible un servicio en el cual el ejecutor del servicio satisface su interés propio.
El sexo es más placentero cuando la contraparte también lo disfruta. Deberíamos aprender de la sexualidad, y tratar de organizar el mundo de forma tal que, en vez de invitarnos a sacrificarnos por la patria y no recibir nada en interés propio, facilitemos incentivos de forma tal que, en la satisfacción del interés de los demás, también satisfagamos el interés propio.


  

"La vida de Brian" reúne lo mejor de la izquierda y la derecha



            Las ideologías políticas suelen dividirse en dos: izquierda y derecha. Y, en esta división, es habitual que se presenten paquetes completos: la derecha simpatiza con el capitalismo y la hegemonía imperial norteamericana y los valores religiosos tradicionales; la izquierda simpatiza con el comunismo, los movimientos de liberación del Tercer Mundo, y suele ser muy crítica con la religión.
            Por supuesto, esta bifurcación de las ideologías políticas es demasiado simplista, pero en el entendimiento popular de la gente, cala bien. Yo, en cambio, la lamento mucho. Pues, lamentablemente, eso hace que yo no encaje bien en ninguna ideología política, y por ende, no sea bien recibido por casi ningún partido político. Yo simpatizo con el capitalismo y con algunos aspectos de la hegemonía imperial norteamericana, pero a la vez comparto las críticas que se suelen hacer a la religión. Obviamente, una postura como ésta no agrada ni a la derecha ni a la izquierda. Ni el Opus Dei ni el Partido Comunista me darán la bienvenida.

            Pero, en el cine, ha habido algunos intentos por romper esta bifurcación tan simplista. La película que mejor lo logra, me parece, es La vida de Brian, de los Monty Pyhton. La vida de Brian es una parodia de la vida de Jesús. Narra la historia de Brian, un judío que, casi por pura casualidad, se convierte en una figura mesiánica, y muere crucificado.
            En su momento, la película causó escándalo, pues aparentemente hirió sensibilidades religiosas. Francamente, la película no tiene contenido blasfemo, pero aún así, sectores religiosos del Reino Unido se molestaron. Previsiblemente, se acusó a La vida de Brian de ser propaganda izquierdista, pues en aquel momento (1979), aún se vivía en la Guerra Fría, y la URSS era un Estado oficialmente ateo.
            La vida de Brian efectivamente tiene contenidos típicamente asociados con la izquierda. Se critica el celo religioso de los judíos al cumplir normas tan idiotas como no pronunciar el nombre de Yahvé, sentir ansias por acudir a lapidaciones. También se critica el optimismo inadecuado de la religión (muy a la manera del Cándido de Voltaire). Y, por encima de todo, se critica el contenido mesiánico e irracional de las religiones abrahámicas: Brian suplica a sus seguidores que no sean corderos de rebaño y que piensen autónomamente, pero cuanto más hace esta súplica, más se convierte en una figura mesiánica. Todo esto es una crítica a la religión que viene muy bien a la izquierda, y muy mal a la derecha.
            Pero, los izquierdistas no deberían emocionarse demasiado con La vida de Brian. Pues, para ellos hay críticas también. La película ridiculiza las posturas de pureza ideológica de los movimientos guerrilleros. En una conversación entre insurgentes, un guerrillero continuamente interrumpe exigiendo que se hable con género inclusivo (y luego, trata de convencer a sus camaradas de que el género es totalmente una construcción social), para no ofender a las feministas. El líder de la célula guerrillera trata de usar género inclusivo, pero al final, es tan tedioso, que ya se le olvida de qué trata su conversación.
            Otra escena que ofenderá a las sensibilidades izquierdistas ocurre cuando el líder de una célula guerrillera judía, en un intento por despertar el odio contra los romanos, pregunta retóricamente “¿Qué han hecho los romanos por nosotros?”. A lo cual, sus propios guerrilleros responden: acueductos, sanidad, seguridad, vino, carreteras. Obviamente, los Monty Python se hacen eco del argumento según el cual no todo lo del imperialismo fue (o sigue siendo) malo. Esto ha de encolerizar a muchos progres.
            Por último, otra escena que no ha de ser muy agradable para muchos izquierdistas ocurre cuando Brian se encuentra con un ex leproso que ha sido curado por Jesús. El ex leproso pide limosna a Brian, y se queja de que Jesús lo haya curado, pues ahora, ya no tendrá minusvalías para seguir dependiendo de los demás. Obviamente, es una crítica, si no al Estado de bienestar, al menos sí a la idea de que los pobres son pobres porque los ricos los explotan, y no debido a que ellos mismos merecen su pobreza por pereza e indisciplina.
            Al final, para mis gustos políticos, La vida de Brian reúne lo mejor de ambos mundos. Es una dura crítica contra la religión. Pero, a la vez, es una crítica contra muchos aspectos de la ideología socialista. Y, por ello, opino que La vida de Brian es una delicia, una de mis películas favoritas. Lo único desagradable del filme, es una escena en la cual Brian cae de un edificio y es rescatado por una nave espacial (¡en pleno siglo I!). Es uno de esos momentos que inspiran la frase anglófona, what the fuck! Pero, supongo que no hay obras de arte perfectas (en parte, quizás, ése fue el motivo por el cual Miguel Ángel dañó la rodilla de su estatua Moisés), y este momento de imperfección es perdonable.