Cada vez
que Venezuela tiene un impasse diplomático con Colombia (como el que
recientemente hemos vivido con el cierre de la frontera), los fanáticos
chavistas desempolvan etiquetas extemporáneas para insultar a los gobernantes
colombianos. Chávez se apropió de la figura de Bolívar, y así, en esa
mitopraxis que el Comandante supo explotar muy bien, atribuía a sus adversarios
colombianos ser los sucesores de Santander. De ese modo, en el maniqueísmo de
los fanáticos chavistas, el gobierno venezolano es el bueno, y por eso, es
bolivariano; el gobierno colombiano es el malo, y por eso, es santanderiano.
Bolívar es la libertad, Santander es la opresión.
Esas
etiquetas en realidad no dicen gran cosa. ¿Qué es, exactamente, un bolivariano
o un santanderiano? No está claro. Ni Bolívar ni Santander tuvieron
convicciones ideológicas muy definidas, y su confrontación fue más una rencilla
personal que un enfrentamiento entre ideologías políticas.
El término “santanderiano”
es usado despectivamente por los chavistas, sólo porque Santander se enfrentó
al dios Bolívar. La mitología bolivariana ha querido satanizar la figura de
Santander, pero un poco de revisionismo vendría bien. Ni Bolívar fue tan bueno,
ni Santander fue tan malo.
Cuando se creó la república de Colombia, se
nombró a Bolívar presidente y a Santander vicepresidente. Bolívar
marchó a Perú a organizar una campaña militar en contra de las tropas realistas
que quedaban en el continente. Para apoyar la campaña militar en Perú, Santander
impuso una recluta en toda la Gran Colombia. Los venezolanos ya estaban
descontentos con ser gobernados desde la lejana Bogotá, y además, resentían que
la Gran Colombia se conformara sin el consentimiento de los venezolanos en el
Congreso de Cúcuta en 1821, pues en aquel momento, ningún representante venezolano
pudo asistir, en tanto Venezuela aún era territorio dominado por los realistas. La
recluta que se impuso desde Bogotá generó aún más descontento entre los
venezolanos, y así, Páez (el jefe civil y militar de Venezuela) se declaró en rebeldía
en 1826, y empezó a amenazar con declarar la secesión de Venezuela.
Santander convocó a
Páez a Bogotá para ser juzgado, pero Páez desobedeció. Ante esta crisis, el
propio Bolívar regresó a Venezuela, medió con Páez, y lo ratificó en su cargo. Santander se
sintió traicionado, pues pensó que Bolívar no debió haber accedido a la
restitución de Páez, y a partir de ese momento, empezó una rivalidad personal
entre Bolívar y Santander.
La crisis quedó
temporalmente resuelta, pero aparecieron nuevas amenazas de secesión en Ecuador
y Venezuela. Bolívar opinaba que esa crisis era el producto de aquello a lo que
él siempre se opuso: el federalismo. Y, así, trató de resolver la crisis
imponiendo con constitución bastante autocrática (con presidencia vitalicia y
hereditaria) que él mismo había redactado para Bolivia. Bolívar trató de que
esa constitución se aprobara en la Convención de Ocaña en 1828, pero no hubo
consenso. Los partidarios de Santander se opusieron a esa constitución
propuesta por Bolívar. Con todo, Bolívar asumió poderes dictatoriales, y abolió
la vicepresidencia de Santander.
Ese mismo año, se
organizó un complot para asesinar a Bolívar en Bogotá, pero el plan fracasó. Se
acusó a Santander de ser el principal instigador, pero nunca se presentaron pruebas, y no hubo un debido proceso jurídico.
Se condenó a muerte a Santander, pero Bolívar le conmutó la pena y lo envió al
exilio.
En la mitología
bolivariana, Santander es el gran vil traidor; Bolívar es la víctima que, con
todo, noblemente lo perdona. Pero, vale insistir, la culpabilidad de Santander nunca fue probada. Y, vale
replantearse varias cosas respecto a aquellos sucesos. Si bien Santander es
reprochable por imponer una recluta a los venezolanos y concentrar el poder en
los neogranadinos, hizo esto para
satisfacer las exigencias del propio Bolívar en su campaña militar en Perú.
Bolívar fue un
autócrata que dio un autogolpe tras el fracaso de la Convención de Ocaña;
Santander se opuso. Bolívar era el dictador, Santander era el demócrata. En la
Convención de Ocaña, en torno a Bolívar se conformó un ala centralista y
militarista; hoy se considera a Bolívar el pionero de los conservadores en
Colombia (de cuya estirpe han surgido Santos y Uribe). El ala que se conformó
en torno a Santander fue más bien federalista y civilista, y hoy se considera a
Santander el pionero de los liberales en Colombia (de cuya estirpe surgió Gaitán
y parte de los grupos subversivos que luego conformarían la guerrilla).
A Santander se le
proclamó como el “hombre de las leyes”, y a él se asoció la imagen de un hombre
que colocaba en su escritorio un libro de leyes encima de la espada. A
Bolívar, en cambio, siempre se le celebró su militarismo, hasta el día de hoy: “La
espada de Bolívar [camina] por la América Latina”. Seguramente hay mucho de
mito y propaganda en esta imagen del Santander legalista y civilista. Pero, si
se trata de usar imágenes, es mucho más virtuoso enaltecer a un hombre apegado
a las leyes y que rechaza poderes dictatoriales, por encima de un gorila
militarista que asume poderes a lo bestia. Los chavistas prefieren satanizar al
demócrata civilista, y rendir culto al dictador militarista; ellos mismos
colocan al descubierto su propia ideología.
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