El
pasado 8 de septiembre se celebraron 486 años de la fundación de Maracaibo. Vi
a un historiador (presumo que es un chavista) salir en la televisión, diciendo
que no había nada que celebrar. Y, para ello, usó la retórica de siempre: Alfonso
Alfínger fue un asesino, los españoles llegaron a saquear (en este caso al
pueblo indígena añú, habitantes de las riberas del lago de Maracaibo), y no
deberíamos estar celebrando ningún genocidio.
No le
falta razón, pero por supuesto, el mundo está repleto de ciudades que fueron
fundadas con asesinatos (Rómulo mató a su hermano Remo para fundar la ciudad
eterna), y si hemos de oponernos a la celebración de la fundación de Maracaibo por
sus orígenes violentos, debemos hacerlo también con muchas otras ciudades.
Pero, insisto, es razonable la queja del historiador.
Ahora
bien, quedé sorprendido de que ese mismo historiador dijera que, en vez de
celebrar la fundación de Maracaibo, el 6 de septiembre debimos celebrar por
todo lo alto los doscientos años de la redacción de la Carta de Jamaica, de Bolívar. Pues, según comentaba el historiador,
esa carta es un documento fundacional del anticolonialismo. Y, allí donde
Alfínger saqueaba a pueblos indígenas, en el documento de Bolívar hay mucho de
reivindicación de los oprimidos indígenas; Bolívar habría sido un
proto-indigenista.
Todo
esto, por supuesto, es una verdad a medias. La Carta de Jamaica expresa el malestar de los criollos frente al
despotismo imperial español, pero no podríamos decir que es un documento fundacional
del anticolonialismo. Más bien, es en buena medida un arrebato (con un tremendo
tono de resentimiento) en contra de un imperio, el español. Pero, es también
una exhortación a que los demás imperios (especialmente el británico) se
involucren en la lucha de independencia en Venezuela y los otros países
hispanoamericanos, de forma tal que es una invitación indirecta para que las otras
potencias europeas expandan su poderío económico e influencia en toda nuestra
región.
Bolívar
incluso expresa el deseo de que EE.UU. intervenga militarmente, lamentándose de
que aún no lo han hecho: “No
sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del Norte, se han mantenido
inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y
por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los
siglos antiguos y modernos”.
Las deplorables intervenciones militares de los gringos en los asuntos internos
de su ‘patio trasero’ empezaron a ocurrir décadas después, tras el
establecimiento de la doctrina Monroe. Pero, hasta cierto punto podemos pensar
en Bolívar como un precursor de la apertura de las élites criollas a las
guerras del Tío Sam en nuestra región. No hay en Bolívar ningún grito de “Yankee, go home!”; más bien se habría
deleitado con un Rambo que le patease el trasero a la deplorada España en las
selvas sudamericanas (al modo en que Rambo pelea junto a los muyajadines
afganos para expulsar a los soviéticos).
Es
también una verdad a medias que Bolívar haya sido un precursor del indigenismo.
A nivel retórico, sí, ciertamente Bolívar se valió extensamente de la imagen
del indio oprimido para justificar su gesta independentista. En su invento
nacionalista especialmente delineado en la Carta
de Jamaica, Bolívar quiso hacer creer que la guerra de independencia era
algo así como una venganza por los crímenes de los conquistadores, aunque, por
supuesto, el Libertador jamás señaló lo obvio: que él y sus generales eran
descendientes de los conquistadores opresores, y no de los indios oprimidos.
Washington, por ejemplo, nunca justificó la revolución de 1776 como una
venganza en contra del tratamiento que los ingleses dieron a los indios;
Bolívar fue más hábil, y sí supo rendir pleitesía a la causa indigenista para
aglutinar más ejércitos de población parda e india.
Pero,
hasta ahí. Bolívar no se propuso mucho más en la causa indigenista. En
principio, yo veo esto de forma bastante positiva. Los indigenistas de hoy,
impregnados de relativismo cultural, quieren hacernos creer que los pueblos
indígenas no están en un nivel menor de civilización, que debemos respetar sus
culturas a toda costa, etc. Bolívar no se comió ese cuento. Bolívar estaba
impregnado de las glorias de la civilización occidental, y sabía muy bien que
Occidente es superior a las otras culturas en muchos aspectos. Hoy los
indigenistas resisten los intentos por occidentalizar a los nativos y exhortan
a que se preservan las costumbres indígenas cueste lo que cueste, pero Bolívar
afortunadamente simpatizaba con el proyecto civilizatorio, tal como él mismo lo
describe en la Carta de Jamaica: “La
Nueva Granada se unirá con Venezuela… los salvajes [wayúu] que la habitan
serían civilizados”.
No
obstante, Bolívar llevó más lejos esto, a un extremo con el cual yo no puedo
simpatizar. Una cosa es postular que Occidente es una civilización superior y
que no es una catástrofe que los pueblos indígenas se occidentalicen, y otra
muy distinta es emitir juicios generalizados degradantes que rayan en el
racismo, como lo hizo Bolívar. Mientras que en sus discursos y cartas a
personajes no muy íntimos (como a Henry Cullen, el receptor de la Carta de Jamaica), Bolívar rendía pleitesía
retórica a los indígenas; en cartas enviadas a amigos más íntimos, como
Santander, decía cosas como éstas: “los indios son todos truchimanes, todos
ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio moral que los
guíe”.
En la
práctica, Bolívar extendió la opresión de los indios, y no es ninguna
exageración decir que los indios fueron mejor tratados por el régimen colonial
español que por los independentistas criollos. Perú es un país que siente
bastante resentimiento en contra de Bolívar, y con justa razón. San Martín
había implantado varias reformas en ese país: liberación del tributo indígena,
y abolición de la esclavitud. San Martín y Bolívar tuvieron una célebre reunión
para concretar los esfuerzos militares en la liberación de Perú, pero no
lograron nada, presumiblemente por la arrogancia de Bolívar. San Martín se
retiró, y a Bolívar le tocó la gloria de liberar Perú. Pero, una vez que
definitivamente derrotó a los españoles, tuvo la intención de reestablecer la esclavitud y los
tributos adicionales de los indios. Bolívar había promovido la abolición de la
esclavitud en 1819 en el Congreso de Angostura, porque ésta era una condición que el presidente haitiano
Pieton le había exigido, a cambio de su apoyo militar. Pero, cuando ya Bolívar
no necesitaba de los abolicionistas, parece que se dejó llevar por sus verdaderas
convicciones esclavistas. O, quizás Bolívar tenía el muy razonable temor de que la liberación inmediata de los esclavos desembocaría en lo que él llamó una 'pardocracia', y la sangrienta historia de Haití (en la cual no quedaron blancos vivos tras la revuelta de esclavos) se repitiera. El hecho cierto, no obstante, es que el Bolívar indigenista es un personaje mitológico.
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