Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de agosto de 2016

Diderot y las monjas

            Mis hijas van a un colegio de monjas. Yo, por supuesto, llevo años tratando de refutar las creencias católicas. ¿Es esto una incoherencia de mi parte? Hasta cierto punto, sí lo es. Pero, el hecho de que a mí me parezcan irracionales muchas creencias católicas, no me impide reconocer que las monjas (o al menos, las que educan a mi hija), hacen una buena labor educativa. Ya me encargaré yo de explicar a mis hijas en casa, que los dogmas católicos son absurdos. Y, puesto que la educación pública venezolana es pésima, pienso que mi obligación como padre es aceptar la buena educación de las monjas, y hacer lo que yo pueda por dirimir el adoctrinamiento religioso.
            En líneas generales, estoy bastante contento. Pero, soy consciente de que las experiencias educativas con las monjas no han sido universalmente positivas. En el pasado, la educación que promovían era notoriamente sádica. La literatura gótica explotó mucho la imagen del convento y el monasterio (sobre todo el monasterio español) como un lugar tenebroso, lleno de depravaciones y torturas. Esto era propaganda anglo-protestante, pero sólo medianamente. Siempre ha habido monjas sádicas.

            Diderot hizo un retrato nada halagador de los conventos en La religiosa, quizás su libro más famoso. En esa novela, Susana, una joven, es obligada por su familia a entrar en un convento. La joven es producto de un adulterio, y su madre, para tratar de menguar la culpa, se empeña en enviarla lejos con las monjas. Susana nunca está convencida de su vocación. Al principio, se encuentra con una superiora bastante comprensiva, quien le asegura que, al convento, nadie va contra su voluntad. Susana, en efecto, voluntariamente rechaza los votos, pero por diversas circunstancias, su familia la presiona nuevamente para que vuelva al convento.
            La superiora amigable ha muerto, y ahora, la nueva superiora es terrible. Susana quiere escapar del convento, pero en tanto ahora sí ha tomado votos, no le está permitido salir. El convento se convierte en una cárcel. Diderot escribía antes de la revolución de 1789, cuando el antiguo régimen daba al clero la potestad de mantener secuestrados contra su voluntad a quienes hubieran tomado votos. Hoy, ni por asomo toleraríamos que una secta, o cualquier grupo religioso, mantenga como rehenes a sus feligreses o clérigos. En Occidente, muchas veces nos olvidamos de lo terrible que era el mundo antes de que las ideas ilustradas (de las cuales Diderot era uno de sus máximos representantes) secularizaran el mundo y lo hicieran un lugar más agradable para vivir.
            En vista de que Susana ha manifestado su intención de abandonar la vida religiosa, la superiora considera que Susana está poseída por el demonio, y la somete a duros castigos. A pesar de todo este retrato lúgubre, Diderot no es como los novelistas góticos que representaban espeluznantes monasterios españoles. Él evita los maniqueísmos, y admite que, incluso en el clero, hay gente buena. Un sacerdote alcanza a ver que Susana es víctima del maltrato de la superiora, e interviene en el asunto, recomendando un castigo a la superiora. A Susana la trasladan con otra superiora.
            La nueva superiora es aparentemente amigable. Pero, en quizás la mejor parte de la novela, descubrimos que es lesbiana. Empieza a acosar sexualmente a Susana. Diderot retrata muy bien las manipulaciones psicológicas y el aprovechamiento de la posición de poder de la superiora, para depredar sexualmente a la protagonista. Pero, la joven heroicamente resiste. Al final, confiesa a otro sacerdote lo que está ocurriendo, y éste, como el anterior, interviene para socorrerla. El cura organiza un escape del convento, y Susana, felizmente, se libera de los hábitos.
            Diderot muy valientemente se atrevió a hacer lo que pocos hicieron en su contexto: en un país católico, osó mostrar la miseria de la vida en los conventos. Yo sospecho que, en la Iglesia, las cosas han cambiado. Las monjas que educan a mis hijas se ven bastante felices, y no creo que en los conventos ocurran con frecuencia las barbaridades que Diderot representaba en su novela. Pero, precisamente gracias a la denuncia de Diderot y a su estímulo a la secularización, las cosas han mejorado.
            Ahora bien, hay un aspecto de la obra de Diderot que siempre me ha fastidiado. Diderot se educó con jesuitas, y en un principio quiso ser sacerdote. Él conocía bastante bien el mundo católico, y por eso, sus descripciones sobre los abusos en los conventos son bastante creíbles. Pero Diderot conocía muy poco sobre los pueblos no occidentales. Con todo, como muchos otros en su época, se atrevió a escribir maravillas sobre esos pueblos, sin realmente conocerlos bien.
            Así, en otro de sus libros, Suplemento al viaje Bougainville, Diderot presentó la vida en Tahití casi como un paraíso terrenal. Su intención era contrastar la virtud de los nativos, con los defectos de los europeos. Los misioneros cristianos que acudían a aquellos parajes, pintaban a los nativos como bestias depravadas que necesitaban ser evangelizados. Diderot, asqueado del catolicismo en su país, protestaba contra esto, y para ello, elogiaba a los nativos. El contraste se daba sobre todo en los temas sexuales: mientras que las monjas de La religiosa son todas reprimidas sexuales e hipócritas, los tahitianos llevan una vida sexual muy feliz.
            Esto, lamentablemente, ha contribuido al mito del buen salvaje. A partir de ese mito, mucha gente, en nombre de la lucha contra el colonialismo, ha querido resistir la positiva influencia cultural europea, y ha rechazado las ventajas de Occidente, por el mero hecho de venir de Occidente. Lamentablemente, Diderot fue uno de los cultivadores de la excesiva culpa que los occidentales sienten respecto a su propia cultura.
            Hoy con justa razón, reprochamos duramente la represión sexual de las monjas, denunciamos la opresión del velo, y frecuentemente señalamos los abusos de la Iglesia Católica. La obra de Diderot nos sirve de guía en esto. Pero, al mismo tiempo, estamos dispuestos a excusar esos mismos abusos, e incluso celebramos un velo muy parecido al de las monjas, si esos atropellos vienen del Islam.

Para muchos supuestos progres en Occidente, los musulmanes de hoy se han convertido en lo mismo que los tahitianos fueron para Diderot en el siglo XVIII: buenos salvajes cuyas barbaridades estamos dispuestos a excusar, con tal de tener una cultura foránea como referente para criticar la nuestra. Diderot luchó arduamente por secularizar el mundo, pero lamentablemente, con esta actitud híper-crítica hacia nuestra propia cultura, terminaremos abriendo paso a una cultura que, desde sus inicios, ha resistido la secularización.

jueves, 24 de septiembre de 2015

"Doña Bárbara" y el escepticismo en Venezuela

            Parte del indiscutible carisma de Chávez reposaba sobre su costumbrismo llanero. Y, como parte de ese costumbrismo llanero, Chávez quiso utilizar a Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, como elemento nacionalista en sus discursos. En ocasiones utilizaba el léxico llanero de esa novela, y en un destello de genialidad retórica, llamaba “Mr. Danger” a su némesis, George W. Bush.
            Con todo, Doña Bárbara es una novela bastante contraria a la ideología de Chávez. Gallegos era un positivista, un hombre que creía en el progreso y la necesidad de civilizar a la Venezuela atrasada, y ése es el tema central de la novela. Chávez, en cambio, se impregnó del relativismo cultural propio de la izquierda posmoderna, y cuestionó la propia distinción entre barbarie y civilización. Chávez en sus discursos decía más bien que esa distinción es un invento colonialista para degradar al Tercer Mundo; el Comandante decía, a la manera de Rousseau, que la civilización moderna no es superior al estilo de vida primitivo, y que más bien la modernización trae muchos males. Por eso, los primitivistas venezolanos que buscan preservar a toda costa los supuestos “saberes ancestrales” procedentes de las culturas indígenas y africanas, vieron en Chávez un aliado.

            Doña Bárbara es muy ajena al relativismo cultural. Gallegos afirma tácitamente la superioridad de la civilización occidental, y la necesidad de modernizar a un país que aún retiene demasiados elementos de atraso cultural, muy propios de las culturas aborígenes y africanas. Doña Bárbara narra la historia de Santos Luzardo, un hombre educado en la capital, que viaja a los llanos apureños a poner orden en su finca. Ahí, se encuentra con la “devoradora de hombres”, Doña Bárbara, una mujer barbárica en todos los sentidos. La doña resuelve los conflictos a lo bestia, con violencia pura y dura. No tiene sentimientos sublimes, pues abandona a su propia hija, Marisela; y además, induce el alcoholismo en el padre de Marisela, a fin de destruirlo. No tiene la noción más elemental de derechos de propiedad, pues continuamente trata de robar tierras; y para lograr sus propósitos, soborna y ejerce influencias sobre las autoridades civiles locales.
            Doña Bárbara siente atracción por Santos Luzardo, y se propone conquistarlo. Pero, no logra su acometido, pues Santos, un hombre civilizado, prefiere más bien educar a Marisela, y se termina casando con ella. Para tratar de conseguir su objetivo, Doña Bárbara acude a aquello que Gallegos considera el aspecto más brutal de la barbarie: la brujería. Siendo adolescente, Doña Bárbara había permanecido en una aldea de indios, y ahí, aprendió las artes ocultas. Desde entonces, las utilizó para dominar a los hombres, y lograr otros acometidos. Por ejemplo, para consagrar una nueva propiedad y ahuyentar espíritus desfavorables, entierra vivo a un toro. De hecho, tiene un peón, “El brujeador”, que la sirve en esos procedimientos. Con la llegada de Santos, se propone emplear la brujería para capturar al joven procedente de Caracas.
            Gallegos muestra desprecio por todo esto. Santos es el héroe, porque representa la civilización, la racionalidad y el progreso. Doña Bárbara es la anti-heroína, porque representa la barbarie, la superstición y el atraso. Pero, Gallegos no es propiamente un James Randi venezolano (Randi es un famoso escéptico que hábilmente ha desmontado los trucos de muchos brujos). Gallegos desprecia a la brujería y el pensamiento mágico, pero en vez de reírse de ella y considerarla inefectiva (como lo hacen los escépticos contemporáneos), pareciera temerle.
            La novela es muy ambigua respecto a la efectividad de la brujería. Gallegos no niega de plano que el recitar palabras mágicas y hacer extraños rituales consigan los objetivos que se plantea la bruja. La novela da la impresión de que Doña Bárbara no logra atrapar a Santos, precisamente porque justo en el momento en que la doña se dispone a realizar el embrujo con un cordel ajustado a las medidas de Santos, Marisela irrumpe en su habitación y lo impide, destruyendo el altar en el cual Doña Bárbara hace sus hechizos. En la novela, el embrujo no funciona, no porque esas cosas no sirvan, sino porque no se logró completar el debido procedimiento mágico.
La actitud de Gallegos frente a la brujería no es la de un racionalista como Houdini; su actitud es más bien similar a la de las grandes religiones monoteístas que desaconsejan las artes ocultas, pero reconocen su poder. En otras palabras, Gallegos no escapó de la común proclama venezolana, “[Las brujas] de que vuelan, vuelan”.

Por otra parte, quizás, toda esta ambigüedad no sea más que un recurso literario. Es posible que Gallegos en lo personal no creyese en la efectividad de los embrujos, pero optó por jugar a la ambigüedad para lograr un efecto estético. Ciertamente, el efecto funciona, y eso hace que Doña Bárbara sea una gran novela. Vale, en el arte, esto está permitido. Pero, es necesario extender el programa positivista de Gallegos en nuestro país. Necesitamos ahora gente como James Randi, que exponga los fraudes de los santeros, los marialionceros en la montaña de Sorte, los exorcismos entre cristianos, la estafa de la homeopatía y la acupuntura, y tanta otras supercherías, demostrando su inefectividad. De esa manera, alimentaremos el escepticismo y el pensamiento crítico, y completaremos la labor que Gallegos inició.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Borges y el idioma analítico de Wilkins

          Me gusta Jorge Luis Borges. Los patrioteros latinoamericanos, prominentes en la izquierda populista en nuestra región, continuamente nos dicen que debemos consumir “lo nuestro” antes de consumir lo foráneo (especialmente si viene de Norteamérica o de Europa). Pero, curiosamente, esos mismos patrioteros de izquierda no suelen sentir mucho orgullo por Borges; más bien quieren esconder su grandeza debajo de la alfombra. Yo, en cambio, disfruto inmensamente sus escritos.
Uno de sus ensayos más famosos, no obstante, me resulta un tanto odioso, precisamente porque, de forma extraña, ha sido en ocasiones apropiado por algunos izquierdistas posmodernos para defender tonterías. Ese ensayo es El idioma analítico de John Wilkins.

Wilkins era un clérigo inglés del siglo XVII que tuvo la idea de crear un lenguaje artificial libre de ambigüedades, de forma tal que la relación entre palabras reflejase nítidamente la relación entre los conceptos que representan. Su proyecto consistía en organizar todos los elementos del universo, clasificarlos enciclopédicamente en categorías y subcategorías de varios niveles, y ubicar cada elemento en ese sistema de categorías. El nombre asignado a cada elemento se derivaría de su posición en el sistema.
Borges lo explica así: “[Wilkins] dividió el universo en cuarenta categorías o géneros, subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies. Asignó a cada género sin monosílabo de dos letras; a cada diferencia, una consonante; a cada especie, una vocal. Por ejemplo: de, quiere decir elemento; deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama”.
En otro lugar (acá) he criticado los esfuerzos de Leibniz y otros (como Wilkins) para generar lenguas artificiales libres de equívocos. Mi principal objeción es que la mente humana no está programada para aprender idiomas con muchísimo rigor lógico, y las pretensiones de Wilkins, Leibniz, y otros, son quiméricas.
En su ensayo, Borges elabora una crítica de la cual yo también me hago eco. No hay una forma única y absolutamente precisa sobre cómo clasificar los elementos del mundo. Leibniz opinaba que, si redujésemos el mundo a un número de primitivos básicos, a partir de sus combinaciones, podríamos construir nuevos significados. El problema, no obstante, es que es prácticamente imposible llegar a un consenso respecto a cuáles serían esos primitivos. Y, del mismo modo, me parece prácticamente imposible llegar a un consenso sobre cómo sería la mejor manera de clasificar el mundo en categorías.
Borges tiene razón cuando, en su ensayo, dice que “notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural”. El problema, no obstante, es cuando se pretende alegar que todos los sistemas de clasificación tienen el mismo nivel de arbitrariedad. Ciertamente hay algún grado de arbitrariedad en la clasificación que Linneo hizo de los animales, pero sería un despropósito postular que su sistema de clasificación no es ni mejor ni peor que, supongamos, la clasificación de animales que se hace en Levítico (el cual, por ejemplo, aglutina en una misma clase al murciélago con las aves; cfr. Levítico 11:13-19).
A posmodernos como Michel Foucault les encantaba este ensayo de Borges, porque les servía como plataforma para defender la idea de que la ciencia no es realmente superior a otros intentos de conocer el mundo, pues todas son igualmente arbitrarias. Esa tesis, me parece, es repudiable. Ciertamente cualquier sistema de clasificación tiene algún grado de arbitrariedad, pero unos son más arbitrarios que otros, y las clasificaciones científicas son las menos arbitrarias.

Y, si bien, lo mismo que Borges, podemos burlarnos de la quimera de Wilkins, me parece que, en algunos ámbitos limitados, sí tiene aplicabilidad su propuesta de asignar nombres a las cosas según su posición en la clasificación. El sistema binomial de Linneo, por ejemplo, sería un magnífico lugar para ejecutar la propuesta de Wilkins. Los nombres científicos de las especies son asignados de forma bastante arbitraria: en su nominación, sólo se refleja el género y la especie, y la asignación del nombre de cada especie y género no refleja de ningún modo el lugar del elemento en la clasificación de la biosfera.
Podríamos cambiar eso. Se podría asignar una sílaba a cada nivel taxonómico, de forma tal que, al oír el nombre de la especie, inmediatamente sepamos su lugar en la taxonomía. Hay ocho niveles taxonómicos (reino, filo, clase, orden, suborden, familia, género, especie), de forma tal que cada nombre científico tendría ocho  sílabas, o si no, dos palabras de cuatro sílabas cada una, manteniendo así la estructura binomial a la cual estamos acostumbrados. Por ejemplo, la especie humana, en vez de ser Homo sapiens, podría ser Ancormapri Haphomhomsap (An: reino animal; cor: filo cordata; ma: clase mamífera; pri: orden primate; hap: suborden haplorhini; hom: familia hominidae; hom: género homo; sap: especie sapiens). Después de todo, la idea de Wilkins no era tan demencial. Ojalá Borges pudiera haber alcanzado a ver esto.
    

Usos y abusos en la lectura de "Don Quijote"

            Este año se cumplen cuatro siglos de la publicación de la segunda parte de Don Quijote de La Mancha. Como cabía esperar, literatos y políticos, se han inflado en alabanzas al manco de Lepanto. Los elogios a Cervantes se han convertido en ya casi un cliché (y también es un cliché el decir que mucha de la gente que elogia a Cervantes no ha leído su obra), pero no por ello, no son merecidos.
            Don Quijote es una joya de la literatura universal por varios motivos. Es divertida; ¿cómo no soltar carcajadas con las simplezas de Sancho? Es un vivo retrato de la sociedad española del siglo XVII, con su tremenda jerarquización social, sus injusticias, su decadencia imperial. Usa magistralmente las técnicas del metateatro: se presentan varias obras dentro de la novela.

Es una obra reflexiva en la cual, en la segunda parte, los protagonistas recorren parte de España sabiéndose ya famosos (tras el éxito de la primera parte de la novela, un falsificador publicó una segunda parte espuria narrando nuevas aventuras de Don Quijote y Sancho, y Cervantes magistralmente supo aprovechar este suceso, no solamente para burlarse del falsificador, sino también para incorporar en la segunda parte alguna observación crítica sobre el fenómeno de la fama y la celebridad que, si bien en el siglo XVII era aún apenas embrionario, hoy es un fenómeno de mucho mayor alcance).
Además, Don Quijote es una reflexión sobre la nobleza y la crueldad de la naturaleza humana: el caballero errante mantiene su código de honor en todo momento, mientras que duques de más alta alcurnia muestran su miserable condición moral cuando someten al par protagónico a las más desventuradas humillaciones. Y, añado yo, Don Quijote es una crítica anticipada a nuestra sociedad de consumo: estar inmersos de lleno en el mundo virtual (sea en el I Phone o el de los libros de caballería), puede afectar nuestro juicio.
Pero, en nuestro tiempo, Don Quijote ha sido abusado por demasiados charlatanes. Cervantes, un hombre complejo, no presenta una valoración absolutamente nítida de su héroe, pero parece suficientemente claro que Cervantes sí quiso someter a crítica la fantasía de los libros de caballería, y la pérdida del sano juicio mental. Cervantes entusiasma a sus lectores con las aventuras de Don Quijote y presenta al hidalgo como un héroe, pero con todo, da la impresión de que al final, Cervantes sí se ve él mismo reflejado en el Don Quijote que admite que toda esa empresa de caballería errante fue fútil. Cervantes admira la nobleza del Quijote, pero al final, valora más la racionalidad.
En cambio, en nuestros tiempos, Don Quijote ha sido apropiado por los irracionalistas, para arrebatar contra el sano juicio en muchas facetas de nuestra sociedad. Don Quijote es hoy el héroe de la anti-psiquiatría. Se le presenta como el hombre noble que, por el mero hecho de ser un poco distinto a los cánones del establishment, y por tener una vida interior muy rica y estar abierto a la imaginación, es vapuleado por la opresiva sociedad.
Es muy fácil simpatizar con la anti-psiquiatría tomando románticamente este modelo heroico de delirio psicótico. Pero, la enfermedad mental no siempre es tan romántica. Los familiares de los enfermos lo pasan muy mal, porque el enfermo no puede valerse de sí mismo. La enfermedad mental no es solamente pronunciar discursos heroicos y enfrentarse a molinos; es muchas veces también desaseo, relaciones conflictivas, etc. El propio Cervantes no escatima en presentar a un Don Quijote que, si bien es noble de carácter, sufre mucha paranoia que también perjudica a sus allegados, y su conducta es disruptiva con el mínimo de orden social que necesita una sociedad (liberando presos peligrosos, etc.). Pero, los románticos anti-psiquiatras prefieren obviar ese lado desagradable que el mismo Cervantes retrató, y optan por seguir usando a Don Qujiote como héroe contra la opresión de la bata blanca.
No sólo la anti-psiquiatría ha abusado de Don Quijote. También lo ha hecho el mundillo de la autoayuda y la industria de la motivación empresarial. Tal como lo presenta Eparquio Delgado en su libro Los libros de autoayuda ¡vaya timo!, un tema recurrente en este mundillo es la idea de que nosotros nos imponemos nuestros propios límites. Si no logramos las cosas, es sencillamente porque no hemos soñado lo suficiente. Basta con soñar, con tener suficiente motivación de emprendimiento, para lograr nuestros propósitos. Pues bien, es habitual presentar a Don Quijote como el paradigma supremo del emprendedor. Todo el mundo creía que él estaba loco, pero no le importó, siguió adelante. Así pues, si tú tienes una idea empresarial, no importa cuán ridícula sea: como el caballero manchego, si ése es tu sueño, ¡sigue adelante; el cielo es el límite! Delgado describe el optimismo irracional que muchas veces se defiende en el mundillo de la autoayuda y las charlas motivacionales. Pues bien, muchas veces se quiere presentar a Don Quijote como el optimista que, aun frente a los recurrentes fracasos, sigue son su frente en alto luchando por conseguir su sueño.
Y, por supuesto, los políticos en ocasiones hacen un uso perverso de Don Quijote. El hidalgo manchego fue un héroe favorito de los soviéticos: representaba al hombre altruista que se enfrentaba a un mundo lleno de egoísmo. El mundo entero se burlaba del comunismo soviético por pretender modificar nuestra naturaleza humana egoísta, pero si Don Quijote se enfrentó a molinos y liberó a doncellas aun frente a las burlas de los demás, ¿por qué no habríamos de emularlo?
Todo movimiento utópico, no importa cuán descabelladas sean sus pretensiones, tarde o temprano, siente simpatía por Don Quijote y lo toma como inspiración. He vivido muy de cerca esto en Venezuela. Hugo Chávez proponía muchas veces cosas ridículas (volver al trueque, construir gallineros verticales, imponer un sistema de control cambiario de monedas internacionales, entre otras cosas.). En muchos lugares del mundo era objeto de burla por estas excentricidades. Incluso sus consejeros y allegados trataban de limitarlo en estos arrebatos. Pero, Chávez persistía. Y, como autojustificación, frecuentemente citaba a Don Quijote: “Sancho, si los perros ladran, es señal de que avanzamos”. El mundo entero quedaba fascinado con este carismático político que llamaba al genocida Bush “diablo” en su propia cara. Pero, mientras el mundo gozaba con las simpáticas ocurrencias de Chávez, nosotros los venezolanos sufrimos ahora el desastre que nos dejó: crimen desbordado, un sistema judicial corrompido, la inflación más alta del mundo…

Del mismo modo, los lectores gozamos con Don Quijote. Pero, ¿nos hemos preguntado si los familiares de enfermos mentales gozan los delirios paranoicos de su familiar tanto como nosotros? ¿Gozan los hijos del pequeño empresario que, tras ir a una charla motivacional, decide invertir su dinero en un proyecto demencial que deja a su familia en la ruina? Cervantes seguramente no promovió nada de esto, y no podríamos responsabilizarlo por la forma abusiva en que se ha leído Don Quijote. Pero en honor a esta joya literaria en su cuarto centenario, deberíamos leer la novela con un poco más de suspicacia y racionalidad.