sábado, 26 de agosto de 2017

Lincoln debió seguir el ejemplo que Monagas dio

            Recientemente, en la ciudad de Charlottesville, grupos antirracistas tumbaron la estatua del general confederado Robert E. Lee. Frente a esto, grupos neonazis y supremacistas blancos convocaron manifestaciones, y en los altercados, murió un activista antirracista.
En vista de todas estas tensiones, han resurgido en la palestra pública, algunos historiadores que intentan hacer un revisionismo de la guerra civil norteamericana. Desde que en 1865 el Norte definitivamente derrotó al Sur, quedó en algún sector de los estados sureños una ideología que ha venido a llamarse la “Causa perdida de la Confederación”. Según esta ideología, el motivo de la guerra civil norteamericana no fue la esclavitud, sino las pretensiones expansionistas yanquis, y en ese sentido, el Norte fue el agresor.

Muchos de los alegatos en esa ideología son cuestionables. Pero, hay algunos que sí merecen más consideración. Por ejemplo, se alega que la esclavitud en EE.UU. ya venía en declive, y por ende, no era necesaria una brutal guerra para erradicarla. Se pudo haber intentado comprar a los esclavos compensando a los amos. El cálculo económico es complejo, pero es razonable pensar que esa estrategia podría haber sido más eficiente que el enorme gasto (tanto en bienes como en vidas humanas) que supuso la guerra.
La guerra civil norteamericana fue muy sangrienta, y eso dejó con un enorme resentimiento al Sur. Más aún, no sólo la vitoria fue apabullante, también lo fueron los años que le siguieron (el período que se conoce como la “Reconstrucción”). Tras la devastación del Sur, muchos oportunistas del Norte aprovecharon para depredar y hacer dinero fácil en la reconstrucción del Sur. Y, para mantenerse en el poder y asegurar el control sobre los blancos sureños vencidos (ahora explotados económicamente), muchas veces manipularon a los negros libertos en contra de sus antiguos amos.
Según los revisionistas, todo esto explica cómo, tras el fin de la guerra civil, el resentimiento sureño hizo surgir grupos como el Ku Klux Klan, y eventualmente, los legisladores sureños se empeñaran en imponer el sistema de segregación racial, las infames leyes de Jim Crow.
Seguramente estas tesis requieren matices. Pero, al comparar las relaciones raciales de Venezuela, con las de EE.UU., me inclino a pensar que los revisionistas esencialmente tienen razón. No nos engañemos: en Venezuela existe el racismo, y quizás de forma más insidiosa que en EE.UU. Pero, en Venezuela no hay la obsesión racial que sí existe en EE.UU. Nuestros censos no preguntan a qué raza pertenecen los ciudadanos, y al menos formalmente, no existen categorías raciales que dividan a la población en distintos grupos.
Ciertamente  en Venezuela, las desigualdades económicas tienen correspondencia racial: las clases acomodadas tienen la piel más clara que las clases excluidas. Y, también podemos quejarnos de que las reinas de belleza y actores de televisión suelen ser rubios de ojos azules, cuando el resto de la población tiene la piel mucho más oscura. Pero, a decir verdad, la integración racial en Venezuela ha sido muchísimo más óptima que en EE.UU. En Venezuela es inconcebible la existencia de grupos de odio como el Ku Klux Klan, y en líneas generales, una persona de piel oscura con mucho dinero, puede vencer la discriminación. La conflictividad venezolana se basa en clases sociales, no en razas.
¿Cómo, entonces, logró Venezuela tener mejores relaciones raciales que EE.UU.? La explicación que muchas veces se invoca es el mestizaje. Según esta teoría, los amos blancos criollos estuvieron mucho más dispuestos a mezclarse con negros e indios, mientras que los esclavistas anglosajones no lo hicieron. Ese mestizaje, supuestamente, facilitó mucho más la integración. Esta teoría es sólo medianamente verdadera. En EE.UU., contrariamente a lo que se cree, hubo también bastante mestizaje. Allá también hubo amos que tomaron a esclavas, y tuvieron múltiples hijos con ellas Thomas Jefferson es uno de los casos más emblemáticos, pero como él, hubo muchísimos más.
Pero, aun si fuera cierto que en Venezuela hubo muchísimo más mestizaje que en EE.UU., eso no explica suficientemente bien por qué en Venezuela se dio una mejor integración racial. Ese mestizaje fue más bien forzado, en clara relación de desigualdad, de forma tal que las violaciones difícilmente habrían contribuido a la armonía racial.
Habría que buscar, entonces, otra mejor explicación. Tentativamente, quisiera postular que la forma en que se acabó la esclavitud en Venezuela tiene mucho que ver. Como en EE.UU., la esclavitud en Venezuela fue brutal. Antes, durante, y después de la independencia, hubo varias rebeliones de esclavos. Al principio de su carrera, Bolívar no era un abolicionista convencido. Luego, como parte de un acuerdo hecho con el presidente haitiano Pieton, Bolívar accedió a proclamar la liberación de los esclavos. Pero, Bolívar fue comprendiendo que si se planteaba radicalmente la abolición de la esclavitud, se quedaría sin el apoyo necesario de los esclavistas criollos para construir su nación, Colombia.
En su evolución ideológica, Bolívar pudo haber llegado a ser un genuino abolicionista, pero a la larga, prevaleció en su mente el pragmatismo. En su proyecto, la abolición de la esclavitud tendría que ser más gradual. Y, el modo de hacerlo, sería a través de la compensación a los amos. El dinero de la compensación se recaudaría con impuestos. Bolívar murió sin concretar sus proyectos, pero sus sucesores básicamente siguieron la misma política. Finalmente, en 1854, José Gregorio Monagas decretó la abolición de la esclavitud, pero no sin las gestiones para la compensación de los amos.
Estas compensaciones nunca se cumplieron por completo y hubo mucha corrupción en el manejo de los fondos (los Monagas fueron de los presidentes más corruptos de la historia de Venezuela). Pero, a la larga, cumplieron un propósito: los amos no quedaron resentidos. La esclavitud en Venezuela se abolió pagando dinero sin derramar sangre. Se daba así un importante paso hacia la integración racial.
En EE.UU. se pudo haber seguido el modelo venezolano (que, en realidad, fue el modelo imperante en todas las otras naciones que abolieron la esclavitud en el siglo XIX). Pero, Lincoln eligió la guerra. El resultado, a la larga, ha sido desastroso. Los antiguos esclavistas blancos se volvieron aún más racistas que en las épocas anteriores a la abolición. Vencidos en una cruenta guerra, y explotados en una supuesta reconstrucción que en el fondo favorecía a las élites vencedoras del Norte, se organizaron en grupos paramilitares para dar una nueva batalla, enfrentándose a los vulnerables de siempre: los negros. Con semejante resentimiento, la integración racial norteamericana ha sido mucho más difícil que la venezolana. Al menos en esto, los criollos pueden dar a los yanquis una importante lección. Lincoln debió seguir el ejemplo que Monagas dio.

viernes, 25 de agosto de 2017

¿Quién es el héroe de la supremacía blanca: Lee o Lincoln?

            La reciente ola de confrontaciones raciales en EE.UU. empezó con los esfuerzos de grupos antirracistas, por derrumbar las estatuas de Robert E. Lee, el general de los ejércitos confederados durante la guerra civil norteamericana. Como se sabe, en esa guerra, el motivo principal de la confrontación fue la esclavitud: el Norte quería abolirla, el Sur quería preservarla. Y así, los grupos contemporáneos de supremacía blanca, suelen ver en Lee a un héroe que defendió la sociedad esclavista sureña, y por eso, no están dispuestos a ver sus estatuas derrumbadas.
            Pero, a decir verdad, si en realidad esos supremacistas blancos quieren ser consistentes con los datos historiográficos, deberían abrazar como figura, no propiamente a Lee, sino a su archienemigo, Abraham Lincoln. La historiografía convencional, aquella escrita por los vencedores de la guerra civil, quiere representar a un Lincoln progresista, firmemente abolicionista, comprometido con la igualdad racial, que honestamente se enfrentó a los racistas sureños. La realidad histórica es mucho más compleja.

            Lincoln nunca fue un abolicionista convencido. Que hubiera o no esclavitud en los estados sureños, le resultaba indiferente. De hecho, Lincoln siempre apoyó una ley que exigía a los estados norteños, devolver esclavos fugitivos a sus amos sureños. La verdadera preocupación de Lincoln era que la esclavitud no se extendiese a los territorios recién conquistados en la guerra contra México.
Los motivos de esto parecían ser más económicos y nacionalistas que humanitarios. Si esos nuevos territorios se mantenían sin esclavos, había la oportunidad de que la industria norteña (que, al estar basada en labores que requerían más tecnología, no necesitaban esclavitud) se expandiese en esos territorios. Y, Lincoln también tenía una preocupación racial: si en esos nuevos territorios se permitía la esclavitud, eso despojaría de oportunidades de empleo a los emigrantes blancos procedentes del Norte.
De hecho, ésa pareció ser otra razón más para que Lincoln no se opusiera a la esclavitud  en los estados sureños: si en el Sur se abolía la esclavitud, habría un éxodo masivo de libertos al norte, y eso desplazaría a la mano de obra blanca. Vale recordar que Lincoln incluso favorecía que los esclavos fugitivos en el Norte, fueran devueltos a sus amos en el Sur.
Ciertamente, una vez iniciada la guerra civil norteamericana, Lincoln declaró la emancipación de los esclavos. Pero, hay espacio para pensar que aquello sólo fue una medida calculada para ganar apoyo internacional de Inglaterra (una nación mucho más vehementemente abolicionista), y enlistar a esclavos liberados en sus batallones, en un momento durante el cual, el Norte no estaba seguro de poder ganar la guerra.
En todo caso, aun liberando a los esclavos, Lincoln no estaba dispuesto a que los blancos convivieran con los negros. Lincoln consideraba a los negros claramente una raza inferior, y en concordancia con las ideas de su mentor Henry Clay, siempre defendió el proyecto de que los negros de EE.UU., ya liberados, deberían regresar a África (la colonia de Liberia se estableció con ese fin) o ir a alguna isla caribeña (como Cuba o Haití).
Todo esto encaja muy bien con la actual ideología de supremacía blanca en EE.UU. Ninguno de esos grupos pretenden un regreso a la esclavitud. De hecho, en su mentalidad, ellos piensan que la esclavitud perjudicó tanto a los blancos como a los negros, porque despojó a los blancos del ímpetu laborioso (un argumento abolicionista en el siglo XIX era que la esclavitud debía desaparecer, no por el bien de los negros, sino por el bien de los blancos).
Esos grupos de odio ciertamente se consideran superiores a los negros, pero no desean tenerlos como una raza de sirvientes. Su interés es que se vayan, y dejen a EE.UU. ser un país de blancos, “América para los americanos”. Temen que gente de otras razas les quiten oportunidades laborales. No quieren tener esclavos, pero tampoco quieren convivir con los negros. Eso es exactamente lo que Lincoln defendió.
Lee, en cambio, fue mucho más ambivalente en su defensa de la esclavitud, la superioridad de la raza blanca, y la coexistencia con otras razas. Se hizo general de los ejércitos confederados, no porque quisiera defender la esclavitud propiamente, sino porque pensaba que Lincoln había hecho crecer demasiado el poder central del gobierno de Washington, y oprimía la autonomía de los gobiernos locales descentralizados. Los actuales supremacistas blancos, enamorados de Trump, prefieren mucho más un Estado centralizado fuerte (sólo un Estado así puede instrumentar las salvajes políticas que Trump propone).
De nuevo, si estos supremacistas blancos quieren ser más consistentes con las figuras históricas, deberían verse más representados en Lincoln que en Lee. Pero, no pidamos peras al olmo. Unos fanáticos que son capaces de tanto odio, difícilmente prestarán atención a los libros.

viernes, 11 de agosto de 2017

Carta a Belén sobre la esquizofrenia



Querida Belén:

            ¿Te gustó la visita que hicimos al museo? A mí sí. Y, te diré que la exposición que más me gustó fue la dedicada a la vida de Juana de Arco. Siempre me ha parecido un personaje muy interesante. Seguramente conoces su historia: fue una jovencita francesa a quien, supuestamente, se le aparecieron unos santos, y tomó la decisión de alzarse en armas para liberar a su país del yugo inglés. Algunas personas incluso han llegado a decir que ella tenía poderes mágicos; en una ocasión, sin haber conocido previamente a rey Carlos, lo identificó en una multitud, aun cuando el rey estaba vestido de paisano.
            Yo no creo en estos poderes mágicos, ni tampoco en las apariciones de santos. Pero, sí es probablemente cierto que Juana oía voces, y que ella las interpretaba como mensajes de santos. Esto es más común de lo que podrías suponer. Mucha gente oye voces en sus cabezas. De hecho, un psicólogo, Julian Jaynes, tenía una teoría muy extraña, pero muy interesante, sobre el origen de estas voces. Él decía que, hace más o menos tres mil años, todos los seres humanos oían voces en sus cabezas. Tú misma, Belén, oyes una voz en tu cabeza. Eso es precisamente el pensamiento. Pero, cuando oyes esta voz, tú sabes reconocer que es tu propia conciencia la que habla. Jaynes decía que, antaño, los seres humanos no tenían esa capacidad para interpretar como propia esa voz que oían.

            Jaynes leía con mucha atención la Ilíada, el famoso poema de Homero (ya sabes, de ahí vienen muchos de los mitos griegos que tanto te gustan). En ese poema, muchos de los personajes oyen directamente voces de los dioses, y actúan. Según Jaynes, en aquella época (hace casi tres mil años), cuando la gente oía voces en sus cabezas, inmediatamente asumían que venían de los dioses, y así quedaba descrito en el poema. No existía aún una noción del yo. Las personas no deliberaban mucho; más bien eran como autómatas que, al oír una voz en su cabeza, seguían sus mandatos sin reflexionar al respecto.
Según Jaynes, a medida que la sociedad se fue haciendo más compleja, se fueron necesitando labores que requerían más reflexión y deliberación. Y así, cuando las personas oían voces en su cabeza, empezaban a identificar esas voces como su propia conciencia deliberando y reflexionando.
A mí esta teoría de Jaynes siempre me ha intrigado, y la verdad es que no sé bien qué decirte sobre ella. Pocos psicólogos la toman en serio, y ciertamente, es muy excéntrica. Pero, si a Freud se le dedica tanta atención (y ¡vaya que dijo disparates y excentricidades ese señor!), entonces sería justo que a Jaynes se le considerase más.
Algunas personas sí toman más en serio sus ideas, y dicen que el oír voces no debería ser considerado algo anormal. Después de todo, si los poetas oían a las musas, y quedamos fascinados con sus obras, ¿por qué hemos de escandalizarnos cuando alguien alega escuchar la voz de algún mensajero? Pero, el hecho es que los psiquiatras y los psicólogos consideran que el oír voces no es normal, y podría ser considerado un síntoma de una enfermedad mental muy dura, la esquizofrenia.
La palabra esquizofrenia etimológicamente quiere decir mente dividida. Pero, no te confundas, Belén. Los esquizofrénicos no son personas que tienen personalidades múltiples, como el doctor Jeckyll y el señor Hyde (ya sabes, el de la novela de Robert Louis Stevenson). Quien usó por primera vez la palabra esquizofrénico, el psiquiatra Paul Eugen Bleuler, lo hizo para describir el hecho de que, en los pacientes que él observaba, sus pensamientos no eran coherentes, y había una ruptura entre sus pensamientos y sus emociones. Los esquizofrénicos son psicóticos. Una persona psicótica es aquella que ha perdido contacto con la realidad. Con un psicótico, no hay forma de tener una conversación fluida o coherente, porque cuando hablan, sus palabras no tienen sentido.
La esquizofrenia es una enfermedad bastante seria. Curiosamente, está presente en todas las sociedades. Algún progre de izquierdas querrá decirte que el capitalismo es el gran culpable de la esquizofrenia en el mundo, pero no le hagas mucho caso. Esquizofrénicos los ha habido en todas las épocas. Quizás ese progre podría tener razón si te dice que, en épocas pasadas, había una actitud más tolerante frente a los psicóticos, mientras que hoy nos empeñamos en aislarlos en hospitales psiquiátricos. Pero, ni siquiera eso es del todo cierto. En muchas culturas tradicionales, a las personas que exhiben rasgos psicóticos, se las amarran a árboles.
La esquizofrenia tiene dos tipos de síntomas: positivos y negativos. Esto no quiere decir que en la esquizofrenia haya cosas buenas y cosas malas (recuerda: es una enfermedad, y las enfermedades nunca son buenas). Los síntomas son positivos en el sentido de que hay comportamientos adicionales a la conducta normal, y son negativos en el sentido de que los esquizofrénicos dejan de hacer cosas que la gente normal sí hace.
El síntoma positivo más común en la esquizofrenia son las alucinaciones. Una alucinación es la percepción de algo que no está presente. Algunas personas tienen alucinaciones táctiles: sienten que algún insecto camina sobre su piel, cuando en realidad, no hay tal cosa. Pero, recuerda que este tipo de alucinaciones también puede aparecer en las personas que consumen drogas (sobre todo la cocaína). Por ello, no necesariamente el tener alucinaciones es señal de que alguien es esquizofrénico, pues las alucinaciones pueden tener otras causas.
Hay también alucinaciones visuales. Toda esa gente que alega ver vírgenes y santos, sufre este tipo de alucinaciones. Por lo general, las alucinaciones visuales no son placenteras. Es más común ver demonios que ángeles.
Las más comunes, no obstante, son las alucinaciones auditivas, como las de Juana de Arco. Se pueden oír voces que hablan directamente a la persona; por lo general, no les dicen cosas muy agradables. Pero, también se pueden oír voces hablando entre ellas. Como sea, la experiencia de oír voces es perturbadora. ¿Imaginas cómo sería que alguien te hable a toda hora? Quieres concentrarte para leer esta carta, o dormir, o sencillamente estar relajada, y no puedes, porque alguien te está hablando. Los griegos sabían muy bien cómo es este suplicio, y por eso, en su mitología inventaron a unos personajes, las furias. Las furias se encargaban de atormentar a los demás hablándoles a toda hora.
Otro síntoma positivo de la esquizofrenia son los delirios. Un delirio es una creencia absurda que va contra toda evidencia. Con los delirios, no hay forma de convencer a las personas de que sus creencias son absurdas. Pero, es muy importante tener en cuenta que, a efectos de la psicología y la psiquiatría, una creencia es delirante sólo si va en contra de la expectativa cultural. Si me preguntas, Belén, a mí me parece absurda hasta más no poder, la creencia de que una mujer virgen dio luz a un niño, y luego ese niño, ya adulto, murió y resucitó al tercer día. Pero, en nuestra cultura, la abrumadora mayoría de las personas creen tal cosa. Eso no es un delirio.
Los delirios suelen ser más bien de tipo persecutorio. Quien lo sufre, alega que hay un gran complot para hacerle daño. Pueden ser la CIA, el Mossad, el vecino... Al menos en esto, el delirio puede tener algún grado de posibilidad; después de todo, la CIA, el Mossad y algún vecino, sí ha tenido un complot para hacer daño a alguien en algún momento. Estos son delirios no bizarros. Pero, hay delirios bizarros: en estos casos, se diría que no es la CIA, sino una civilización extraterrestre la que está organizando el complot, y que ese complot consiste en abducir a la persona, subirla a la nave espacial, e introducirle agujas en el ano para hacer experimentos sexuales.
Hay delirios no bizarros que los psiquiatras encuentran con relativa frecuencia en sus pacientes. Es común encontrar a personas que creen que algún famoso está enamorado de ellas, o que sus parejas les son infieles, aun cuando nada indica que eso sea así. Algunos otros delirios bizarros a veces también aparecen con relativa frecuencia en algunos pacientes: algunos creen que ellos mismos no existen, o que sus amigos han sido sustituidos con un doble, o que otras personas les introducen pensamientos en sus cabezas con alguna misteriosa tecnología.
Un síntoma parecido al delirio, aunque no es estrictamente lo mismo, es la llamada idea de referencia. Esto ocurre cuando alguien escucha hablar a los demás sobre algún tema en particular, y cree que eso se refiere a ellos. Podría ser, por ejemplo, que un paciente bigotudo, con ideas de referencia llegue a su casa, prenda el televisor, y oiga a un historiador hablar sobre “el hombre del bigote”, refiriéndose al dictador Franco, pero el paciente crea que están hablando sobre él.
Algunos pacientes esquizofrénicos pueden también tener problemas en sus movimientos. A esto se le llama catatonia. Puede ser que el paciente entre en estupor (es decir, que no responda a estímulos que recibe el cuerpo, como por ejemplo, pellizcos). O también, puede ser que el paciente asuma rígidamente una posición incómoda, y permanezca así por mucho tiempo; a esto, se le llama flexibilidad cérea.
Es más o menos fácil detectar a un esquizofrénico cuando hablas con esa persona. Pueden hablarte de cosas muy extrañas, como consecuencia de sus delirios. Pero, puede ocurrir también que, al hablar, no logren mantener una coherencia en sus ideas. Hay personas que tienen digresiones cuando hablan, y eso es normal. En esta carta, yo mismo empecé escribiéndote sobre Juana de Arco, y ahora escribo sobre la esquizofrenia. Pero, al menos, tengo un hilo conductor (o al menos, ¡eso espero!) que me ha permitido saltar de Juana de Arco al oír voces, y de ese tema a la esquizofrenia.
En cambio, los esquizofrénicos empiezan a hablar, y repentinamente saltan de un tema a otro, sin una transición o hilo conductor, al punto de que nadie entiende la idea que quieren expresar. Algunos incluso pueden repentinamente dejar de hablar, y cuando les pides que continúen su idea, dicen que ellos no estaban hablando. Si la esquizofrenia es muy severa, puede llegar un punto en el cual la persona mezcla palabras sin siquiera un orden gramatical. O, también puede inventar palabras nuevas sin que nadie sepa qué significan.
Entre los síntomas negativos de la esquizofrenia, el más notorio es la falta de afecto. Las personas normales expresamos emociones. Muchos esquizofrénicos pierden esa capacidad. O, puede ser también que las emociones que expresan no sean congruentes con la situación. Si, por ejemplo, les informas que un familiar ha muerto, estallan en risa; si les informas que acaban de ganar la lotería, empiezan a llorar.
Las personas normales también tenemos la capacidad de hacer abstracciones y entender que algunas expresiones son metáforas. Los esquizofrénicos tienen esa capacidad bastante reducida, y eso puede perturbarlos aún más. Cuando le dices a tu novio que tú quieres adueñarte de su corazón, él entiende muy bien lo que tú le estás diciendo. Pero, si tu novio fuera esquizofrénico, quizás se asustaría al pensar que tú quieres matarlo para abrirle el pecho y extraerle su corazón. Con semejante pensamiento, es fácil quedar perturbado.
Todas estas conductas, como te decía, forman parte de la psicosis. Pero, una persona puede tener rasgos psicóticos sin necesariamente tener esquizofrenia. Ya te mencioné que algunos de estos rasgos pueden surgir como consecuencia del consumo de drogas. O también, cuando una persona sufre un trastorno de depresión, y esa depresión está en una fase particularmente intensa, puede llegar a desarrollar algunos de estos síntomas.
Hay otras personas, no obstante, que también sufren trastorno de depresión, y desarrollan síntomas psicóticos. Pero, cuando su estado de ánimo mejora, continúan con los mismos síntomas psicóticos. En estos casos, se dice que la persona tiene un trastorno esquizoafectivo. Otras personas pueden tener sólo episodios breves de psicosis. En esos casos, si ese episodio dura menos de un mes, entonces la persona sería diagnosticada con el trastorno de psicosis breve; si el episodio dura entre uno y seis meses, la persona sería diagnosticado con el trastorno esquizofreniforme.
Y, hay aún otras personas que llevan vidas normales y no tienen ninguno de estos síntomas psicóticos, excepto el delirio. Por lo general, estas personas tienen delirios no bizarros, pero con todo, pueden convertirse en un problema para su normal funcionamiento en la vida diaria. En estos casos, se trataría de un trastorno delirante. En algunos casos, incluso una persona puede convencer a otra de que acepte como verdadero su delirio. Antaño, la psiquiatría llamaba a esto trastorno psicótico compartido (o, más poéticamente folie a deux; locura de dos, en francés); hoy ya no se considera un trastorno aparte, pero los psiquiatras aceptan que, en ocasiones, dos personas que interactúan pueden compartir una misma idea delirante.
La esquizofrenia ha fascinado, pero también ha aterrorizado, a mucha gente a lo largo de la historia. A veces, a los esquizofrénicos se les ha visto como místicos o personajes que tienen algunas capacidades extrañas. Otras veces, se les ha visto como locos peligrosos que hay que atar, porque pueden repentinamente hacer daño. A decir verdad, la mayoría, ni tienen capacidades extraordinarias, ni son peligrosos. Pero, sí es cierto que es una enfermedad muy misteriosa, y seguimos sin conocer bien sus causas.
Con bastante seguridad, la esquizofrenia tiene causas genéticas. Un hijo de padres esquizofrénicos tiene 40% de probabilidad de también desarrollar esa enfermedad; una persona tiene 50% de probabilidad de ser esquizofrénico, si su hermano gemelo idéntico también lo es.
Algunas circunstancias en el embarazo también podrían causar esquizofrenia. Una mala nutrición durante los primeros seis meses de gestación puede afectar el feto (en ese periodo se está formando el cerebro), y eso podría generar esquizofrenia años después. Es posible también que un virus durante las últimas fases del embarazo, afecte del mismo modo al feto. Curiosamente, la mayoría de los esquizofrénicos en países de clima templado, nacen en meses de invierno. Esto hace pensar que, quizás, la esquizofrenia tenga un origen viral.
El consumir drogas en la adolescencia puede también incidir sobre la aparición de esquizofrenia años más tarde. Y, como te decía, algunos filósofos (curiosamente, son filósofos y no psicólogos; es decir, son gente que nunca ha tratado con pacientes) opinan que el capitalismo puede también ser causa de la esquizofrenia. Si acaso estos filósofos tuvieran razón, lo que causaría la esquizofrenia no es el capitalismo propiamente, sino la vida urbana. Algunos dicen que vivir en ciudades es más estresante que vivir en el campo (no es mi caso, ¡yo me desesperaría si tuviera que ordeñar vacas!), y que eso puede activar más la esquizofrenia. Esta teoría no es del todo descabellada, pues sí hay evidencia de que una situación estresante en particular, puede activar la esquizofrenia en una persona.
La que sí es descabellada, es la teoría que decía que las personas se vuelven esquizofrénicas porque sus madres los confunden. Según esta teoría, cuando una madre es fría y distante con el niño, pero luego le pide un abrazo, eso confunde al niño, y genera en el niño el desorden que caracteriza el pensamiento del esquizofrénico. A ésta se le llamó la teoría del doble lazo. Ningún psicólogo serio la acepta hoy en día. De hecho, es una teoría terrible, porque las madres de esquizofrénicos sufrían angustia y depresión, cuando se les decía que ellas eran las responsables de la enfermedad de sus hijos.
Las estadísticas también nos dicen que la esquizofrenia tiene una correlación con la pobreza. Quizás, después de todo, tu amigo progre de izquierdas sí tenga razón: el capitalismo, al crear desigualdades sociales, es el responsable de la esquizofrenia, pues esta enfermedad surge especialmente en los pobres. Pero, muchos psicólogos piensan que es más bien al contrario: la esquizofrenia conduce a la pobreza, y no al revés. Cuando una persona tiene esquizofrenia, se deteriora, y sobre todo, pierde sus habilidades sociales. Su conducta se vuelve cada vez más errática, y esto le impide tener estabilidad económica. Eso explica cómo la mayoría de los esquizofrénicos son pobres.
Hay también motivos para pensar que los esquizofrénicos tienen un cerbero distinto, aunque no sabemos si eso es causa o consecuencia de la esquizofrenia, pues ten en cuenta que el cerebro tiene plasticidad, y puede cambiar a lo largo de la vida. Algunos científicos han propuesto la teoría según la cual la esquizofrenia está relacionada con altos niveles de dopamina, un químico en el cerebro. Nunca se ha podido comprobar definitivamente esta teoría, pero sí sabemos que las drogas que elevan la dopamina (por ejemplo, la cocaína) pueden producir síntomas parecidos a los de la esquizofrenia, mientras que las drogas que reducen la dopamina (los antipsicóticos, sobre los cuales prometo escribirte en una carta futura) alivian los síntomas de la esquizofrenia.
Los científicos también han dicho que, en los cerebros de pacientes con esquizofrenia, la estructura es distinta. En esos cerebros, los ventrículos son más grandes. Los ventrículos cerebrales son algo así como espacios vacíos en el cerebro. Por ello, entre más crecen estos ventrículos, más pequeños se vuelve el cerebro. En ese sentido, podríamos decir que en los esquizofrénicos, el cerebro es más pequeño.
En todo caso, Belén, todo esto es un cúmulo de factores, y no hay una única causa que podamos identificar. De hecho, como te decía, la esquizofrenia sigue resultando muy misteriosa a los psicólogos y psiquiatras.

Lo que no es tan misterioso hoy es decidir qué tratamientos pueden mejorar a un esquizofrénico. Lamentablemente, esto es una enfermedad crónica, y no hay cura. Pero, algunas terapias sí pueden ayudar mucho. Digo que no es misterioso hoy, pero hace apenas algunas décadas, se usaban terapias absurdas, inefectivas y contraproducentes. En la psiquiatría, Belén, ha habido muchos avances en estas últimas décadas; no creas el cuento de que hubo una época dorada que la malvada civilización moderna destruyó. Por ejemplo, antaño, a los esquizofrénicos se les hacía un agujero en el cráneo para que los supuestos malos espíritus salieran de la cabeza, se les bañaba en agua muy fría, o se les inyectaba grandes cantidades de insulina. Todo esto es muy peligroso, y no sirve para nada.
Las terapias de hoy acuden a algunas drogas, los llamados antipsicóticos, sobre los cuales, prometo escribirte en una futura carta. Estas drogas alivian los síntomas, pero recuerda Belén, la esquizofrenia no tiene cura. Con la esquizofrenia, es prácticamente inevitable recurrir a las drogas como tratamiento, porque la mente del esquizofrénico es prácticamente impenetrable. Cuando un paciente ha perdido contacto con la realidad, es muy difícil establecer una conexión con él por medio de diálogos. Y en el caso de los delirios, recuerda que, precisamente, se trata de creencias firmemente arraigadas, sin posibilidad de convencer a la persona de que se trata de una creencia falsa, por muy absurda que sea, y por muy firme que sea la evidencia en su contra.
Con todo, hay algunas terapias que se pueden intentar con los esquizofrénicos. Por ejemplo, estimular a los pacientes para que generen producciones artísticas, puede ayudarlos mucho a aliviar sus perturbaciones. Esto se conoce como terapia del arte. El arte puede tener un efecto relajante en quien lo practica, y en el caso de la esquizofrenia, parece tener resultados positivos.
Algunos esquizofrénicos pueden estar en tal estado de deterioro, que se les puede dificultar hacer algunas de las actividades más básicas de la vida cotidiana, sobre todo cuando se trata de su higiene. Una manera de ayudarlos en este aspecto, es a través de la terapia que se conoce como economía de fichas. ¿Recuerdas a la rata de Skinner que, cada vez que apretaba una palanca, recibía comida? Pues bien, en la terapia de fichas se utiliza el mismo proceso psicológico, el condicionamiento operante y el refuerzo positivo. Cada vez que el paciente con esquizofrenia hace algo que el terapeuta propone (afeitarse, arreglar la cama, lavarse los dientes, etc.), recibe un premio en forma de ficha. Luego, un cúmulo de fichas puede cambiarse por un obsequio.
Quizás el mismo progre izquierdista que te diría que el capitalismo es la causa de la esquizofrenia, ahora te diría que este tipo de terapias obedece a una mentalidad mercantilista que todo lo reduce al dinero. No te negaré que esta técnica la inventaron los americanos, los reyes del capitalismo, y que una sociedad obsesionada con el dinero, como los EE.UU., puede fácilmente caer en excesos. Pero Belén, la técnica funciona mucho para mejorar las condiciones de pacientes con esquizofrenia. Y, francamente, si tienes un familiar esquizofrénico, quieres que mejore, y si para eso hay que bailar al son de la ideología capitalista, te aseguro que no te importará hacerlo. Al diablo la revolución y las utopías, primero está la salud mental.
Por último, quisiera mencionarte una terapia que se ha planteado, y que pocos psicólogos toman en serio, pero a mí no me parece tan descabellada. Al principio de esta carta, te mencionaba que algunas personas opinan que el oír voces no debería considerarse patológico, e incluso, Julian Jaynes pensaba que en tiempos antiguos, oír voces era lo más común. Pues bien, unos psiquiatras, Marius Rommer y Sandra Escher, han planteado que una forma de tratar la esquizofrenia, no es propiamente considerarla normal, pero sí hacer que el paciente asuma como normales las voces que oye en su cabeza, y trate de negociar con esas voces, para que lo dejen en paz. Según parece, este tipo de terapia ha funcionado bastante bien en algunos pacientes. En estos casos, las voces eran muy agresivas y perturbadoras, pero los pacientes no las ignoraban, sino que trataban de dialogar con ellas. Recuerda aquel viejo refrán: hablando se entiende la gente. Pues bien, en este caso, parece que hablando con las voces, éstas dejan de ser tan agresivas, y eventualmente, se marchan y dejan al paciente en paz. Yo tengo mis dudas de que este método realmente funcione, pero ciertamente, lo mismo que con la teoría de Jaynes, debería al menos considerarse para hacer más estudios en profundidad.
Seguramente has escuchado aquel viejo refrán, de músicos, poetas y locos, todos tenemos un poco. Algunas personas tienen una visión romántica de la esquizofrenia. Don Quijote enfrentándose a los molinos es su héroe. Piensan en grandes genios como Van Gogh, y dicen que la esquizofrenia los hizo muy creativos. O, razonan que si no hubiera oído voces, Juana de Arco no habría sido tan heroica. Pero, por cada Van Gogh o Juana de Arco (y, nunca sabremos si su genialidad fue debida a su inestabilidad mental), hay miles de personas para quien la esquizofrenia ha representado un deterioro en sus condiciones de vida. Por ello, Belén, no debes perder de vista que esto es una enfermedad, y que cuanto más temprano se detecte, tanto mejor se podrá evitar que sus síntomas se vuelvan demasiado perturbadores. Se despide, tu amigo Gabriel.

martes, 8 de agosto de 2017

Delcy Rodríguez y la supremacía blanca



¿Quién apoya a Donald Trump? A juicio de Hillary Clinton durante la campaña electoral, los seguidores de Trump eran una “cesta de gente deplorable”: racistas, islamófobos, misóginos, etc. Luego Clinton tuvo que pedir disculpas por generalizar de ese modo. Pero, sin duda, a Trump lo acompaña gente despreciable. La llamada Alt Right (derecha alternativa), con el liderazgo de Richard Spencer, defiende abiertamente la supremacía blanca.
Con todo, no es razonable postular que el casi 50% del electorado norteamericano, aquel que votó por Trump, consta totalmente de gente racista. Un grueso de quienes votaron por Trump, lo hicieron no tanto por ser racistas, sino más bien porque estaban hartos de que injustamente se les acusase de ser racistas por cosas insignificantes. Estos votantes vieron en Trump al político que se rebelaría contra lo políticamente incorrecto y pondría fin a tanta hipersensibilidad racial.  

Al ver a policías blancos matar a jovencitos negros, no cabe duda de que, en efecto, en EE.UU. queda mucho racismo. Pero, a la par, desde hace años ha prosperado una industria de victimismo y chantaje racial que se apresura a acusar de racismo a quien sea, sin realmente tener en consideración la seriedad de esas acusaciones. Muchas veces, ese chantaje se ha utilizado para fines muy perversos, como por ejemplo, cuando a O.J. Simpson lo absolvió un jurado frente a acusaciones de homicidio, a pesar de la abrumadora evidencia en su contra. Indiscutiblemente, a O.J. Simpson lo absolvieron por ser negro, y descaradamente se usó el chantaje racial.
Lo triste es que, a la larga, el apoyo a Trump podría convertirse en una profecía autocumplida. Esos seguidores no son racistas, y ven en Trump un líder firme que los defendería frente a los abusos del chantaje racial. Pero, en el proceso, esos seguidores que originalmente no eran racistas, se terminaría convirtiendo en racistas al escuchar el mensaje incesante de la Alt Right, confirmando las acusaciones iniciales de los chantajistas raciales.
Algo similar está ocurriendo en Venezuela. El país está en caos. La razón es muy sencilla: Hugo Chávez vivió las vacas gordas de la renta petrolera, y dejó a su sucesor, Nicolás Maduro, las vacas flacas del colapso del precio del petróleo. Las desastrosas decisiones económicas de Chávez vinieron a tener sus consecuencias, sólo tras su muerte. Y Maduro, en vez de tratar de corregir los errores de su antecesor sin necesariamente manchar el nombre del maestro (como Deng Xiapoing hábilmente hizo con Mao), se ha empeñado en profundizar aún más los errores socialistas de Chávez, con el añadido de que, ahora, se ha convertido en el dictador que Chávez nunca fue.
Con todo, Delcy Rodríguez, una de las preferidas de Maduro, en sus discursos ocasionalmente explica la crisis económica como un intento desestabilizador de la “supremacía blanca”. Obviamente, es una frasecita que ella ha escuchado en EE.UU. No cabe negar que, en Venezuela, sigue habiendo grandes desigualdades sociales, y que estas desigualdades tienen alguna correspondencia racial. Las clases acomodadas suelen tener la piel más clara que las clases más excluidas. Pero, en Venezuela nunca ha habido la segmentación racial que sí hubo en EE.UU. En comparación con Norteamérica, nuestros ancestros se mezclaron mucho más, y hubo más integración después del final de la esclavitud, mientras que en EE.UU., a la esclavitud le siguieron varias décadas de segregación racial amparada en las infames leyes de Jim Crow.
 Es por ello muy difícil hacer una distinción nítida entre “blancos” y “negros” en Venezuela. De vez en cuando, en la historia de nuestro país han surgido demagogos que han querido instigar guerras entre blancos y negros, aun cuando esas categorías no son muy claras. Por ejemplo, en los propios inicios de nuestra historia republicana, el caudillo Manuel Piar quiso aglutinar a la gente de piel oscura contra la gente de piel clara. Bolívar lo neutralizó, fusilándolo. A Bolívar se le puede acusar de muchas cosas, pero un aspecto muy loable de su carrera fue el haber tenido siempre presente el peligro de que Venezuela se convirtiera en Haití (donde los negros mataron a todos los blancos). Y, para enfrentar este peligro, Bolívar se aseguró de cultivar un nacionalismo que dejara de lado las diferencias raciales, y resaltara la identidad nacional por encima de todo. En esto, nuestros libertadores fueron bastante exitosos, y los resentimientos raciales que se observan en EE.UU., están mucho más moderados en Venezuela.
Lamentablemente, Delcy Rodríguez, como Piar, quiere envenenar el pozo. El propio fenotipo de Rodríguez no encajaría bien en ninguna de las categorías raciales que ella quiere explotar. Muchos de los supuestos representantes de la “supremacía blanca” en Venezuela tienen su misma complexión de piel. Pero, la frasecita sirve el propósito de desviar la atención sobre el verdadero origen de la catástrofe en Venezuela. En esto, ha aprendido muy bien el truco de Robert Mugabe, quien en nombre de la lucha contra el racismo, chantajea y pretende imponer toda clase de abusos, y exculparse por el enorme desastre que es hoy Zimbabue.
Lo triste, no obstante, es que como en el caso de Trump, el asunto de la supuesta “supremacía blanca” podría convertirse en una profecía autocumplida. Como en EE.UU., podría ocurrir que en Venezuela mucha gente, molesta ante las acusaciones infundadas de racismo, termine por respaldar a un líder que prometa defenderlos frente al chantaje racial. Y en el proceso, ese líder sí podría rodearse de gente que sí quiere instaurar la supremacía blanca. Por eso, cada vez que Delcy Rodríguez utiliza la frasecita “supremacía blanca” para chantajear, en realidad juega con fuego.