lunes, 16 de junio de 2014

¿Era Pablo homosexual?



            Entre los cristianos de tiempos posmodernos, hay una tendencia a querer abrazar causas progresistas, sin necesidad de abandonar el cristianismo. Respecto a la homosexualidad, esto es muy común. Es notoria la historia homofóbica de la Iglesia, pero hay quien, quijóticamente, quiere reformarla a favor de una actitud abierta hacia los gays y lesbianas.

            Y, así, se han hecho toda clase de malabares interpretativos para argumentar que los textos, si bien tienen apariencia homofóbica, en realidad no lo son. O, en todo caso, que incluso los propios fundadores del cristianismo, pudieron tener encuentros homosexuales. Morton Smith, por ejemplo, célebremente alegó que él descubrió el Evangelio secreto de Marcos (en realidad, alegó haber descubierto un documento de Clemente de Alejandría que atestaba la existencia de ese evangelio). Según parece, ese evangelio sugería que Jesús tenía encuentros homosexuales como parte de ritos de magia; el problema, no obstante, es que Smith nunca presentó evidencia de ese documento.
            También se ha sugerido que Pablo pudo haber sido homosexual. El más entusiasta defensor de esta teoría es el obispo episcopaliano John Shelby Spong (el filósofo ateo Michel Onfray, con mucho menos rigor, se aventuró con una teoría singular, a saber, que Pablo era impotente). ¿En qué se basa Spong para hacer semejante alegato? Hay a lo largo de las epístolas paulinas (y vale destacar que, a juicio de los entendidos, sólo siete son auténticas) varios pasajes de gran rigurosidad sexual. Pablo es, a todas luces, un reprimido.
No se opone propiamente al matrimonio, pero prácticamente lo plantea como una suerte de mal menor frente a la fornicación, mejor “casarse que quemarse”, como célebremente postula en I Corintios 7: 9. Pero, en el mejor de los casos, es mejor que un hombre no toque a una mujer (I Corintios 7: 1). Y, por supuesto, cuando se trataba de la homosexualidad, no se mostró tolerante. Muestra desdén por la homosexualidad en Romanos 1: 27, y advierte claramente que los homosexuales no entrarán en el reino de Dios (I Corintios 6: 9).
            Es archiconocida la teoría psicoanalítica según la cual la homofobia obedece a una homosexualidad reprimida. Y Spong parece hacerse eco de ella: Pablo hubo de ser un homosexual reprimido, pues si no, no se explica cómo pudo ser tan vehemente en su odio a los gays, y además, en su rigor de abstinencia. Pablo dice en una de sus cartas que siente que le ha sido clavado en la carne un aguijón, “verdadero delegado de Satanás” (II Corintios 12: 7).
            Esto, opina Spong, resuena con el lenguaje de los homosexuales reprimidos que buscan luchar contra sus tendencias sexuales, quieren alejarlas, pero no logran controlarlas. Además, Pablo parece sufrir alguna enfermedad (Gálatas 4: 13), y muchos comentaristas suscriben la opinión de que esa enfermedad es el mismo agujón al cual hace referencia en la otra epístola (independientemente de si se trata de su condición homosexual o no). A juicio de Spong, esta misteriosa enfermedad es en realidad su homosexualidad, pues Pablo la siente como un mal tentador (un “delegado de Satanás”), frente al cual lucha con toda su voluntad.
            Es fácil y entretenido jugar con estas especulaciones, pero yo recomiendo mucha cautela. A los psicoanalistas les encanta ofrecer sus servicios sin que nadie se los pida, y hacer diagnósticos de homosexualidad reprimida en cinco minutos. Freud, por ejemplo, trató de hacer esto con Leonardo Da Vinci en un infame texto, Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. Supuestamente, el gran renacentista había escrito en su diario el recuerdo de que, cuando él era un niño, había tenido el sueño en el cual un buitre había frotado su cola sobre la boca de Da Vinci. Así pues, parece que a Da Vinci le gustaba ser receptor de buitres depredadores, y eso, por supuesto, ¡tiene toda una connotación sexual!
Luego, como adulto, pintó La virgen y el niño con santa Ana, en la cual supuestamente se esboza una figura de pájaro (yo en realidad no la veo en la pintura), y ¡voilá!, con eso ya Freud pensaba que Da Vinci era homosexual (esta manía de ver figuras ocultas en las pinturas de Da Vinci luego fue recapitulada en la también infame novela de Dan Brown, el Código Da Vinci).
Todo este ejercicio psicoanalítico de Freud fue un bochorno, no solamente por lo aventurado que resultaba postular que un pintor del siglo XV era homosexual, sobre la base de unas escuetas referencias, sino también porque el texto original en el cual Da Vinci narraba su sueño había sido mal traducido, y ¡nunca utilizó la palabra “buitre”, sino que hacía referencia a un pájaro menos agresivo!

Deberíamos aprender la lección de este lamentable episodio, y tomar cautela antes de aventurarnos a sostener que Pablo era homosexual. Sí, ciertamente tenía una actitud antagónica contra la sexualidad. Pero, también la tenían los esenios, sus contemporáneos. ¿Eran todos los esenios homosexuales reprimidos? Lo dudo. Yo más bien opino que este ascetismo y desdén por la sexualidad debe explicarse en función de la expectativa apocalíptica que tanto Pablo como los esenios compartían.
Bajo esta visión, el fin del mundo está muy próximo, y es mejor prepararse. Para evitar caer en conductas pecaminosas (y vale admitir que, en el contexto de la Epístola a los corintios, aquella en la cual Pablo muestra su desdén por el sexo, la comunidad cristiana corintia tenía una vida sexual bastante desordenada) y así evadir el castigo eterno, conviene alejarse del sexo. La actividad sexual y la reproducción ya no tendrá sentido, pues lo mundano pronto llegará a su fin con la irrupción de Dios para vencer al pecado.
Así pues, el “aguijón en la carne” al cual hace referencia Pablo pudo o no haber sido la homosexualidad. Yo me inclino a pensar que se refiere más bien a pecados de toda índole, frente a los cuales Pablo siente gran preocupación porque el fin del mundo es inminente. O, incluso, sin necesidad de complicar más las cosas con malabares interpretativos, ese aguijón en la carne, lo mismo que la enfermedad a la cual hace referencia, pudo haber sido una dolencia de la vista, pues señala que, para resolver su enfermedad, los gálatas se “habrían sacado los ojos” para dárselos a él (Gálatas 4: 15), y luego dice que escribe letras grandes (Gálatas 6: 11); la presunción, de nuevo, es que tuvo algún problema en la vista, y por eso necesitaba escribir letras grandes.

domingo, 15 de junio de 2014

San Pablo y la "leche antes de la carne"



            La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (los mormones) es célebre por su ímpetu misionero. Los jóvenes en pareja, vestidos pulcramente con camisas de manga corta y corbata, y que caminan por las ciudades, ofrecen un mensaje aparentemente sencillo. Un ángel se apareció a Joseph Smith y le hizo una nueva revelación. Luego, los misioneros, sin jamás quitar su sonrisa de la cara, invitan a los potenciales conversos a sendas cenas, juegan con sus niños, etc. En fin, son genios del marketing religioso. Yo mismo, al estar en Salt Lake City, he disfrutado inmensamente de esta enorme hospitalidad.

            Pero, por supuesto, nada es gratis. A medida que la gente va entrando en esta religión, va aumentando el nivel de exigencia impuesto sobre ellos. Y también esto ocurre a nivel doctrinal: poco a poco, ya no se exige creer solamente que Joseph Smith recibió la visita de un ángel (una enseñanza que, aparentemente, no es muy distinta de las de muchas otras religiones). También se enseña que hay un planeta (Kólob) en el cual vive Dios en su trono, que los negros se volverán blancos en la vida eterna, y muchas otras cosas raras.
            Los mormones han sido notoriamente deshonestos en su estrategia misionera. Primero, enseñan lo sencillo y lo relativamente fácil de aceptar, sin ofender a nadie. Luego, una vez que han atrapado a los conversos, les taladran lo duro en sus cabezas. Muchas veces, esto ha sido descrito como la estrategia de “la leche antes de la carne”. Primero viene el aperitivo suave; una vez que se ha captado al cliente, viene el plato fuerte.
            Pero, esto no es propio de los mormones. En el núcleo del mismo cristianismo, siempre ha existido esta estrategia. Una pregunta que tradicionalmente se ha hecho la gente que considera convertirse al cristianismo es: ¿la gente que no es cristiana va al infierno? Los misioneros que no quieren ofender a nadie para no perder conversos, dicen que no, o al menos, que si a alguien no se le presentó el mensaje cristiano, no fue su culpa, y por ende, no merece ir al infierno. No obstante, frecuentemente, una vez que ya los han captado, revelan sus verdaderos pensamientos: el que rindió culto a otros dioses, es idólatra, e irá al infierno.
            Según parece, el mismo san Pablo siguió esta estrategia de la “leche antes de la carne”. Narra Hechos 17, que cuando Pablo estaba en Atenas predicando a los gentiles (la única vez que se dirige a una audiencia no judía en la narración de Hechos), enseñó que Dios perdona la ignorancia de los hombres que, al no haber escuchado previamente el mensaje monoteísta, rendían culto a ídolos. Acá, Pablo se muestra bastante abierto a los gentiles, y parece decirles que, si en el pasado, hubo gentiles que fueron idólatras, en realidad no es su culpa.
            Pero, extrañamente, cuando el mismo Pablo discute este mismo tema en una epístola que le envía a la comunidad cristiana de Roma, les dice a los romanos que la ira de Dios vendrá, presumiblemente también contra los idólatras, pues Dios se ha manifestado a través de sus obras que cualquier ser humano puede comprender. Así, puesto que los impíos conocieron a Dios, pero optaron por no honrarlo, Dios los castigará (Romanos 1: 18-32).
            ¿Cómo resolver esta contradicción? La respuesta típica de los cristianos es que todo se trata de una sabia estrategia misionera de Pablo. A los gentiles de Atenas que van escuchando su mensaje por primera vez, no conviene asustarlos con la imagen de un Dios vengativo que castigará a los idólatras, aun si éstos son culpables por no haber honrado a Dios previamente. Pablo disimula su mensaje para no perder posibles conversos. En cambio, con los miembros de la comunidad cristiana de Roma, sí hay mayor facilidad para predicarles el verdadero mensaje: una vez que han sido captados, ahora sí se les puede hablar francamente.
            Si esto es así, entonces Pablo habría sido un maestro en la utilización de la “leche antes de la carne”, del aperitivo antes del plato fuerte. Pero, por supuesto, debemos caer en cuenta de que el uso de esta estrategia es sumamente deshonesto. Y, lejos de alabar a Pablo, deberíamos considerarlo un vil manipulador que, con tal de ganar adeptos, estaba dispuesto a mentir a sus audiencias.
            Yo, en cambio, prefiero confiar más en la integridad de Pablo. No creo que fue deshonesto. No me parece que un hombre que recibió tantos suplicios, como él mismo los describe, estuviese dispuesto a mentir con el mero propósito de ganar adeptos. Creo, más bien, que la versión de su discurso frente a los atenienses presentada en Hechos es ficticia.

            El autor de Hechos escribe al menos quince o veinte años después de la destrucción del Templo de Jerusalén, y la ruptura ya casi definitiva entre cristianos y judíos. Con los romanos en pleno control de Judea tras una catastrófica rebelión judía, y con un crecimiento considerable de comunidades cristianas en el mundo griego, la supervivencia del cristianismo dependía de las buenas relaciones con los gentiles. Así, el autor de Hechos está muy deseoso de presentar historias en las cuales los griegos y romanos aceptan gustosamente el mensaje cristiano. Y, en los discursos de las figuras clave del temprano movimiento cristiano, el autor de Hechos se cuida mucho de no presentar palabras que ofendan a la audiencia no judía. Así pues, es previsible que el autor no colocaría en boca de Pablo las palabras auténticas (expresadas en Romanos), según las cuales, Pablo creía que Dios sí castigaría a los idólatras, porque ellos mismos sí tenían ya un conocimiento previo de las obras de Dios. Más bien, modifica el mensaje presentando a un Pablo que es mucho más tierno y conciliador con los gentiles.
            Así pues, Pablo no era un estratega de la “leche antes de la carne”. No andaba con diplomacias hipócritas. Comunicaba lo que pensaba sin rodeos ni tapujos. Y, precisamente, en su mensaje hay el fuego apocalíptico que fue tan común en la Palestina del siglo I. Pablo no ofrece el aperitivo: va directo con el plato fuerte, y este plato fuerte, un mensaje apocalíptico que busca amedrentar al oyente con amenazas, seguramente debió haber causado alguna indigestión.

lunes, 9 de junio de 2014

Santiago "el justo" no fue tan justo



Santiago, el “hermano del Señor”, es una de las figuras más ignoradas por la piedad cristiana convencional. En tanto no formaba parte del grupo cercano de los doce, y en tanto no tuvo el ímpetu misionero que sí tuvo Pablo, su figura, si bien no desechada por completo, ha quedado bastante marginada en la atención de los devotos.

            Pero, los historiadores saben que se trata de una figura crucial para entender los orígenes del cristianismo. En un mundo aún dominado por el privilegio de la sangre y las relaciones de parentesco, fue inevitable que Santiago, aun si aparentemente rechazó el mensaje de Jesús y lo llegó a considerar un desquiciado, emergiese como la figura líder del temprano movimiento de seguidores de Jesús, aun por encima del propio Pedro. Según parece, la sangre era más espesa que la fe.
            Este Santiago era llamado “justo” (y de hecho, así lo distinguimos del otro Santiago, uno de los “hijos del trueno”, también llamado “Santiago el mayor”). El calificativo de “justo” fue acuñado por Hegesipo más de un siglo después, pero según parece, Santiago efectivamente tenía una inmensa fama como un personaje admirable.
            Pero, vale aclarar la acepción de “justo” en aquel contexto. A ojos de quienes se referían a él, Santiago era ante todo un celoso cumplidor de la ley de Moisés. Esta ley incluye directrices éticas generales, pero también rituales obsesivos. La “justicia” de Santiago, presumiblemente, era reconocible en el cumplimiento de esta ley.
            Hoy, que una persona cumpla todas las directrices obsesivas de una antigua religión, no es considerado un parangón de virtud. Cuando una persona se obsesiona con no pisar rayas en el camino, o no comer tal tipo de comida por el mero hecho de que el cocinero recitó unas palabras, la consideramos excéntrica, pero no propiamente justa. De forma tal que, francamente, que Santiago cumpliese los aspectos rituales de la ley mosaica no debería ser ningún motivo para admirarlo.
            Pero, según parece, la virtud de Santiago no se limitó a cumplir las exigencias rituales del judaísmo. Demostró conducta intachable en todos los otros aspectos de su vida. Sobre todo, Santiago asumió un enorme compromiso con la justicia social. Allí donde Pablo adelantaba la idea de que la salvación vendría por la fe en Cristo, Santiago aparentemente enfatizaba la necesidad de hacer buenas obras para encontrarse entre los salvados, llegado el momento del apocalipsis (y no hay que perder de vista que todos estos personajes creían en el inminente fin del mundo). Así, Santiago tenía una especial preocupación por el cuidado de los más pobres y necesitados.
            La Epístola de Santiago, incluida en el canon del Nuevo testamento, hace muchísimo énfasis en la justicia social y el socorro de los pobres. Hoy presumimos que esta carta probablemente no fue escrita por el propio Santiago. Pero, es bastante viable suponer que sí fue escrita por un discípulo, y que refleja muchas de las ideas generales que el propio Santiago debió tener, incluido su compromiso con la justicia social.
            De hecho, sabemos por el testimonio de Pablo, que efectivamente, la justicia social era una gran preocupación de Santiago. Entre Pablo y Santiago surgió una disputa: el primero quería extender el mensaje de Jesús a los gentiles, sin necesidad de circuncidarlos, el segundo quería mantener el movimiento de Jesús en la frontera del judaísmo, y postulaba que era necesario seguir cumpliendo la ley de Moisés,  incluyendo la exigencia ritual de la circuncisión. Según narra Pablo en Gálatas, se reunieron en Jerusalén, y acordaron que Pablo predicaría a los gentiles, y Santiago, Pedro y Juan a los judíos. Pero, además, como parte del trato, Santiago había solicitado a Pablo que hiciera una colecta para ayudar a los pobres de Jerusalén. Esto, nuevamente, confirma el compromiso de Santiago con la justicia social.
            Ahora bien, después de hacer referencia a este acuerdo, el mismo Pablo narra en Gálatas que, cuando Pedro fue a Antioquía, comía con gentiles, pero que cuando llegó gente enviada por Santiago, Pedro rehusó seguir comiendo con los gentiles. Pablo se molestó, y tuvieron un gran altercado. Según parece, Pedro temía ser reprehendido por Santiago.
            Lo presumible es que Santiago no estaba contento con la predicación a los gentiles. Y, de hecho, pareciera que Santiago envió varios delegados para contrarrestar la obra misionera de Pablo a los gentiles. En varios pasajes de sus cartas, Pablo habla con sarcasmo y desprecio de los “superapóstoles” (II Corintios 11: 5; 12: 11) y “falsos hermanos” (II Corintios 11: 26; Gálatas 2: 4) que se oponen a él. Con bastante seguridad, podemos inferir que estos personajes son los delegados enviados por el propio Santiago, para hacer cumplir la ley de Moisés.
            Pablo, aparentemente, quiso reconciliarse con Santiago, y visitó Jerusalén por última vez, para llevar la colecta que llevaba años acumulando. El hecho de que el autor de Hechos de los apóstoles no indique que Santiago recibió la colecta hace presumir que, en efecto, Santiago la rechazó. Y, es presumible también que, cuando Pablo fue arrestado en el Templo, Santiago no hizo nada por salvarlo, pues no fue en su defensa, y según el mismo texto narra, se cerraron las puertas del Templo (Hechos 21: 30). Podemos suponer que, en tanto Santiago tenía un papel activo en la administración del Templo, él mismo estuvo detrás del abandono de Pablo.
            Todo indica que Santiago no cumplió su promesa. En la reunión en Jerusalén, acordó aceptar la misión a los gentiles. Pero, a medida que Pablo iba progresando, envió delegados para contrarrestar su prédica. Asimismo, encomendó a Pablo la misión de recoger una colecta para los pobres, un proyecto al cual Pablo arduamente le dedicó varios años de su vida. Pero, cuando finalmente Pablo trajo el dinero, Santiago, en un acto de sumo desprecio, lo rechazó.
            Es difícil precisar qué pudo haber ocurrido, pero ésta es mi hipótesis: en el momento en que Santiago llegó al acuerdo original con Pablo, había una gran hambruna en Jerusalén, y Santiago habría estado desesperado por recaudar fondos par aliviar el sufrimiento de los pobres. A medida que el hambre en Judea fue mermando, Santiago ya no estaba en una situación tan vulnerable, y podía darse ahora el lujo de rechazar el mensaje de Pablo. Cuando finalmente Pablo llegó a Jerusalén a entregar el dinero, le era inútil a Santiago (quien nunca había aceptado su apertura a los gentiles), y lo terminó de rechazar. A veces, el amor a los pobres (una virtud) puede conducir a la gente a comprometer su integridad intelectual y dar golpes bajos (un defecto). Ocurre mucho entre políticos, y Santiago el justo, no fue excepción.

miércoles, 4 de junio de 2014

Pedro y Pablo, ¿amigos o enemigos?



            Próximamente, el 29 de junio, se celebrará la fiesta de san Pedro y san Pablo. En la imaginación cristiana, Pedro y Pablo son algo así como Starsky y Hutch: amigos inseparables que, si bien tienen personalidades distintas y en ocasiones pueden chocar, al final felizmente resuelven sus querellas y terminan felices. Pedro tiene las llaves; Pablo tiene la espada. Pedro es un hombre llano del pueblo; Pablo es un hombre sofisticado de la ciudad. Pedro es simplón de carácter, Pablo es complejo. Pero, al final, se complementan el uno al otro, y gracias a esta llave, triunfó la fe.
            Pues no. La relación entre Pedro y Pablo fue con toda seguridad bastante más tortuosa de lo que imagina el común de los cristianos. Y, desde el mismo momento en que Hechos de los apóstoles fue escrito, ha habido un intento por disimular las querellas y hacer un truco de relaciones públicas para presentar una imagen de una Iglesia consolidada desde el principio, sin divisiones que afecten su integridad.
            Pablo, un apóstol que nunca conoció directamente a Jesús, fue a conocer a Pedro y a Santiago (hermano de Jesús), en una primera visita a Jerusalén. Es de presumir que Pedro y Santiago desconfiaban de este misterioso personaje, que, de repente, llega a proclamarse apóstol. Los seguidores de Jesús, tan judíos como el maestro, siguen las especificidades de la Ley Mosaica. Pero, Pablo tiene la idea de que el mensaje de Jesús debe extenderse a los gentiles, y que éstos no deben someterse a la circuncisión y otros rituales tortuosos tradicionales de los judíos.
            Esto debió haber sido un gran choque a los seguidores originales de Jesús, pues el maestro claramente decía que él había venido, no a abolir la ley, sino a continuarla. Y, bajo este concepto, los gentiles no tendrían cabida en este movimiento, a no ser que se sometieran a las rigurosidades de la ley de Moisés, incluida la circuncisión. Según parece, Pablo buscó resolver esta disputa con los líderes del movimiento original de Jesús en Jerusalén, Santiago y Pedro. Así pues, se reunieron en Jerusalén, y aparentemente llegaron a un acuerdo, sellado con un apretón de manos: los gentiles serían aceptados en el movimiento. Santiago, Pedro y su gente, se dirigirían a los judíos, y Pablo y su gente, se dirigirían a los gentiles. Hubo un final feliz, y la disputa quedó resuelta. Tanto el mismo Pablo, en Gálatas 2, como el autor de Hechos, en el capítulo 15, narran esta versión.
            Pero, luego Pablo narra algo insólito, inmediatamente después de dar los detalles de aquella reunión en Jerusalén. Dice Pablo en ese mismo capítulo de Gálatas, que estando en Antioquía, Pedro comía con los gentiles. Pero, cuando los misioneros enviados por Santiago llegaron, Pedro se apartó de los gentiles, por temor a los misioneros. Pablo, viendo aquella hipocresía, lo reprendió severamente.
            ¿Cómo explicar esto? Obviamente, Pedro era débil de carácter, y varios episodios en los evangelios así lo presentan (a mi juicio, si bien los detalles no son necesariamente históricos, sí reflejan el hecho probable de que Pedro era maleable). Al principio, no tiene problemas en aceptar la resolución del concilio en Jerusalén. Pero, cuando llegan los representantes del ala más dura (enviados por Santiago) que insiste en no ser abiertos con los gentiles, Pedro cambia.
            Mi presunción es que, en aquella reunión, Santiago le tomó el pelo a Pablo. No debió haber sido una reunión muy formal, y el acuerdo no habría pasado de un mero apretón de manos. Santiago pudo haberle seguido la corriente a este extraño personaje que insistía en llevar el mensaje de Jesús a los cristianos. Y, hay un detalle muy importante: Jerusalén atravesaba momentos duros de hambruna, y aparentemente una cláusula del concilio era que Pablo podía predicar a los gentiles, siempre y cuando se acordasen de los hermanos pobres de Jerusalén (Gálatas 2: 10). En otras palabras: me parece que Santiago estaba dispuesto a tolerar el plan de Pablo, a fin de asegurar que Pablo y su gente trajesen limosna para ayudar a la gente desesperada en la empobrecida Judea.
            Hay varios testimonios extrabíblicos de que Santiago era “justo”, y en ese sentido, es un poco difícil aceptar que Santiago engañase tan descaradamente a Pablo. Pero, quizás, su compromiso con los pobres lo llevó a esa medida desesperada. O, también es plausible suponer que Pablo y Santiago no se entendieron bien en aquella reunión, y que Pablo entendió una cosa, y Santiago otra. Estos malentendidos son muy comunes en las relaciones humanas.
            No pareciera que las asperezas se limaran después de aquel desagradable incidente en Antioquía. Tal como narra Hechos, en la visita final de Pablo a Jerusalén, aparentemente Santiago, siempre pendiente de cumplir la ley de Moisés, exhortó a Pablo a asumir un voto nazarita en el Templo. Algunos judíos intentaron matar a Pablo, y los romanos lo rescataron. Curiosamente, no se narra que Santiago hubiese hecho algo por salvar a Pablo. Nuevamente, mi presunción es que Santiago (y por extensión, Pedro), no tenían en estima a Pablo, y sencillamente, no les importó que lo arrestaran y se lo llevaran. Algún malicioso ha conjeturado que todo se trataba de una trampa orquestada por el mismo Santiago, pero no me aventuro a ir tan lejos en esa hipótesis.
            El libro de Hechos trata de disimular toda esta querella, y presenta a Pablo, Pedro y Santiago como grandes amigos que al final resolvieron detallitos sin mucha importancia. En ningún momento Hechos reseña la disputa en Antioquía, e incluso, presenta a un Pedro que, desde un inicio, está dispuesto a convertir a los gentiles (el primero, el centurión Cornelio), como si nunca hubiese habido una disputa grande, y Pedro desde el principio ya estaba inclinado a aceptar la misión a los gentiles.
            Los apologistas del cristianismo han pretendido resolver esto diciendo que el concilio de Jerusalén fue después de la disputa en Antioquía, y que así, al final sí hubo un final feliz en el cual las disputas quedaron resueltas. Pero, es muy difícil creer esto. En Gálatas, Pablo claramente narra primero el concilio, y luego la disputa. Los apologistas, en su desesperación por arreglar las cosas entre supuestos amigos, dicen que el concilio que Pablo narra en Gálatas 2 no es el mismo concilio que el que se narra en Hechos 15. Más bien, el concilio que Pablo narra es la misma reunión a la cual se hace referencia en Hechos 11: 27-29. El concilio narrado en Hechos 15 es un segundo concilio, en el cual sí quedó definitivamente solucionado el asunto,  y al cual Pablo no hace referencia.
            Esta solución es muy insatisfactoria. Al comparar la descripción que Pablo hace en Gálatas 2, y la narrativa de Hechos 15, observamos bastantes concordancias, suficientes como para suponer que se trata de la misma reunión. Así pues, esta reunión ocurrió antes de que Pedro mostrase desprecio por los gentiles en Antioquía, y esta querella nunca quedó resuelta. Al final, los Starsky y Hutch del cristianismo primitivo, Pedro y Pablo, no fueron tan amigotes como la piedad cristiana nos quiere hacer creer.