martes, 30 de abril de 2013

La educación y la diversión: a propósito de Neil Postman



            Dame pa’ matala es un grupo musical venezolano con ideología izquierdista. Una de sus canciones más famosas, El niño de hoy en día, es una queja frente al rumbo actual de la educación. Una de las líricas en la canción enuncia que el niño tiene “poca educación, demasiada diversión”. Siempre me ha parecido extraña esa lírica. ¿Por qué ha de sumirse antagónica la educación a la diversión? ¿Qué de malo tiene buscar el placer? Yo me adscribo a la larga tradición de pensadores hedonistas que, desde Epicuro, valoran la satisfacción. Seguramente no hay otra vida; por ello, conviene aprovechar y disfrutar ésta al máximo. Un hedonista más refinado, John Stuart Mill, sostenía que lo verdaderamente virtuoso es buscar el placer refinado. No basta con satisfacerse como un cerdo bebiendo cerveza; hay que disfrutar la vida, pero acordemente. Pero, insisto, no veo por qué esto ha de suponer que la educación es antagónica a la diversión. Yo encuentro sumo placer en la aprehensión de conocimientos. Si la educación no me brindase placer, la abandonaría de inmediato.
 


            En realidad, el mensaje de Dame pa’ matala tiene resonancia en un importante sector de la academia. Eminentes educadores han advertido que la educación no debe apelar demasiado a la diversión.  Quizás el más emblemático de ellos ha sido Neil Postman. A juicio de Postman, el auge de tecnologías de información ha erosionado la calidad de la educación. Postman dirige su crítica especialmente contra la televisión. El medio televisivo funciona sobre la base de imágenes rápidamente transmitidas. Eso, opina Postman, impide la concentración de los educandos. Un niño sujeto a imágenes televisivas pierde la capacidad para seguir los detalles de un largo argumento.
            Postman era en buena medida seguidor de las teorías de Marshall Mcluhan. Junto a su maestro, opinaba que la invención de la imprenta constituyó una revolución en el aprendizaje. Gracias a la imprenta y la proliferación de libros, la gente ahora tendría acceso a la información a través de un medio que, al presentar una larga secuencia de palabras sin la distracción de las imágenes, exige mayor concentración. Esto permite construir argumentos más densos, y elevar el nivel de abstracción en el pensamiento.
            Además, opina Postman, la imprenta propició la aparición de la infancia como concepto. En concordancia con el historiador Philippe Aries, Postman consideraba que la infancia es un concepto cuya aparición obedeció a contingencias históricas. Los seres humanos tenemos una habilidad innata para aprender a hablar, pero no para aprender a leer y escribir. Puesto que, con le imprenta, crecía la demanda de una sociedad letrada, surgió un sistema educativo de mayor alcance, y para eso, se necesitó aislar a los niños en escuelas y liberarlos del trabajo diario, a fin de asegurar el desarrollo del aprendizaje que ahora se requería en la sociedad.
            La televisión, opina Postman, coloca en peligro todos estos logros derivados de la invención de la imprenta. Los niños ya no aprenden en función de los libros, y pierden la capacidad de concentrarse y seguir argumentos elaborados. Y, al recibir un diluvio de información propia del mundo adulto mediante la televisión, se borra la distinción entre infancia y adultez. Los niños empiezan a participar en actividades propias de los adultos (concursos de belleza, deportes competitivos, etc.), y los adultos, embrutecidos por el medio televisivo, se empiezan a comportar como niños (no tienen un buen sentido de la responsabilidad, etc.).
 
              El problema, insistía Postman, no es el contenido de la televisión, sino la televisión en sí misma. Ni siquiera un programa televisivo que pretenda ser educativo, como Plaza Sésamo (y todas las variedades que existen hoy, desde Dora la exploradora hasta Baby Einsten) puede resolver el problema. Postman fue un duro crítico de estos programas televisivos, pues a su juicio, “Plaza Sésamo estimula a los niños a disfrutar de la escuela, sólo si la escuela se parece a Plaza Sésamo”. Aún si presenta contenido educativo, la televisión lo transmite mediante imágenes repentinas y difusas que, sencillamente, no permiten el desarrollo de la concentración y el pensamiento analítico.
            Las tesis de Postman son interesantes y dignas de consideración, pero me parece que pecan de apocalípticas. Son plausibles sus hipótesis respecto al impacto de la imprenta sobre la forma de pensar de nosotros los modernos, así como la aparición del concepto de la infancia. Pero, no me parecen tan acertadas sus advertencias sobre los efectos nocivos de la televisión, y la desaparición de la infancia.
            Si Plaza Sésamo hace que a los niños les guste la escuela sólo si ésta se parece a Plaza Sésamo, pues entonces habrá que asumir esta realidad y, en efecto, hacer a la escuela más dinámica, más afín a un programa de televisión. Postman termina por parecerse demasiado a los educadores de antaño que, frente a las nuevas generaciones, obstinadamente se empeña en hacer aprender a los niños mediante métodos obtusos.
            Ofreceré un ejemplo personal. Desde mi adolescencia quise aprender latín. Pero, la idea de tener que memorizar las tablas de declinación me desanimaba (no es muy divertido rezar la letanía “rosa, rosa, rosam, rosae…"). Éste era el método tradicional de los libros, y era brutalmente aburrido. En una ocasión un profesor me ofreció un libro de Hans Orberg, Lingua latina per se illustrata. Este libro prescinde de los tradicionales métodos memorísticos, e introduce la lengua latina mediante historias muy divertidas e imágenes. En cierto sentido, el libro de Orberg es mucho más afín a la televisión. Pues bien, ese libro ha sido un rotundo éxito, y ha despertado el interés de una nueva generación por el latín.
            El joven estudiante tradicionalmente se ha aburrido con los libros. Obligarlo a leer no resolverá el asunto. La televisión y otros medios alternativos de aprendizaje sirven para paliar ese aburrimiento. Es previsible que, una vez que se despierte el interés por un tema en particular y el educando desee profundizar más sobre un tema, entonces acudirá al libro para un aprendizaje más denso. Ésta ha sido mi experiencia en muchas ocasiones: los programas de televisión me introducen a temas que hasta ese momento yo desconocía, o no me interesaban: una vez que el programa despierta mi interés, acudo a la biblioteca a desarrollar ese tema.
            Yo también moderaría las tesis de Postman respecto a los peligros de la desaparición del concepto de la infancia. Ciertamente, en concordancia con Philippe Aries, podemos aceptar que es sano para una sociedad separar a los niños y ofrecerles trato especial. Pero, en su empeño de querer mantener al niño encerrado en su mundo, Postman pasa por alto que muchas veces la curiosidad del niño es corolario de su deseo de incorporarse al mundo de los adultos. La curiosidad del niño debe ser estimulada; por ello, hablar de “exceso de información” es riesgoso. Ciertamente no deseamos que los niños tengan acceso a la pornografía o la violencia, pero recibir información educativa procedente del mundo adulto mediante la televisión, no es objetable.
            Precisamente nociones como la de Postman han propiciado una lamentable tendencia en la sociedad contemporánea: aquellos niños que tengan inclinaciones intelectuales y discutan temas propios del mundo adulto, habitualmente reciben censura. El niño dado a discutir política internacional o la marcha de la economía en un país, inmediatamente es tachado de “viejo prematuro” y, supuestamente, se le ha “robado su infancia”. Es el estigma del nerd en la sociedad contemporánea.
            Desde niño, yo tuve inclinaciones intelectuales en el área de las humanidades, y mis padres siempre las estimularon. Algunos otros familiares y amigos reprochaban a mis padres que “no me dejaban tener infancia”. Años después, cuando empecé a estudiar filosofía saliendo ya de la adolescencia, la gente común me decía que la filosofía “era para viejos”; el joven, para disfrutar su juventud, debe dedicarse a otras labores. Esto es emblemático de las gerontocracias, como tradicionalmente lo ha sido China. En estos sistemas, los niños y jóvenes no tienen acceso a la información como sí lo tienen los viejos.
            Por ello, me parece que las teorías de Postman sirven como sustento para la estabilidad de sistemas gerontocráticos que excluyen a los más jóvenes de las decisiones importantes y el manejo de la información. En una sociedad verdaderamente democrática, el niño es estimulado desde el inicio a formar parte del mundo de los adultos, y el medio televisivo ofrece una gran oportunidad para que los jóvenes se impregnen del conocimiento que antaño estuvo reservado a la elite adulta.

domingo, 28 de abril de 2013

María Gabriela Chávez, "famosa por ser famosa"



Recientemente María Gabriela Chávez, la hija del difunto Hugo Chávez, fue a un restaurante en Caracas, y recibió abucheos y cacerolazos. En su cuenta de Twitter, narra la experiencia. La forma en que lo hace es muy afín al prototipo de la valley girl norteamericana, las chicas californianas de clase alta que destacan por su desenfrenado consumismo, su escandalosa vanidad, y su pobrísimo nivel de inteligencia. Sus tweets así la delatan: “Amigas, nos cacerolearon y nos fuimos d @CocoThaiRest ? Ta bien!Y no m comía el rico pie d limón? Jajajaja… Dos bobas dijeron algo en el baño y la gerencia del rest las sacó! Jajaja. Yo la pasé genial. Besos”.
 
            Desde hacía años, se comentaba que María Gabriela podría perfilarse como la sucesora política de Chávez, pues según las apariencias, era la favorita emocional del Comandante. No superó la prueba del tiempo. Es obvio que ella carece las dotes de liderazgo de su padre. No pareció estar muy preocupada por la geopolítica, o las teorías sobre el poder, o la organización popular.
            Pero, eso no ha impedido que María Gabriela se mantenga bajo la luz de la atención pública. Pues, ha aprovechado su posición familiar para proyectarse como nueva diva del entretenimiento. Antes y después de la muerte de Chávez, sus noviazgos con cantantes y actores han llegado a los titulares de la farándula y los programas de cotilleo. Se ha hecho cirugías plásticas para proyectar esa imagen, y si bien aun no tiene el dominio de la imagen en los medios de comunicación (un don carismático que su padre explotó por catorce años), es evidente su deseo de perfilarse por esa senda.
            María Gabriela Chávez se está convirtiendo en un ejemplo de aquello que el crítico  norteamericano Daniel Boorstin llamó una “persona que es famosa por ser famosa”. En su clásico libro The Image (La imagen), Boorstin (en anticipación de autores como Jean Baudrillard y Umberto Eco) analizó la forma en que ha proliferado la industria de la simulación en la sociedad consumista. La sociedad consumista convierte casi todos los aspectos de la vida en mercancía, y para ello, acude continuamente a la simulación de eventos, a fin de mercadearlos.
            A juicio de Boorstin, la simulación se extiende a las personas. Antaño, las figuras que acaparaban la atención eran los verdaderos héroes, personajes que destacaban por alguna virtud o hazaña. Pero, en esta edad de la simulación, los personajes que acaparan la atención son las celebridades cuyas vidas son mercadeables según las exigencias del mercado. Estos personajes no han creado fama por sus talentos. Al contrario, en palabras de Boorstin, son “famosos por ser famosos”. Basta con ser hijo de un personaje que sí ha cobrado notoriedad por méritos propios, para que este fulano adquiera atención pública, y la cultive frente a las masas. La celebridad, entonces, se convierte en una mercancía de consumo masivo. El público empieza a desear ver sus fotos en fiestas, conocer detalles de su vida privada, e incluso, en los niveles más avanzados de alienación, algunas personas llegan a considerarlos sus amigos personales, aun sin jamás haberlos conocido personalmente.
            Eso explica el atractivo mediático de personajes como Kim Kardashian o Paris Hilton. ¿Cuáles son sus méritos? La respuesta es obvia: ninguno. Pero, son famosos por ser famosos. Su fama gira en torno a una imagen construida en una gigantesca simulación, sin sustancia real.
            María Gabriela Chávez se está convirtiendo en la Kim Kardashian criolla (aunque, en mi personalísima opinión, la Kardashian es más glamorosa y muchísimo más bella que la hija del Comandante; con todo, las cirugías sí la han favorecido mucho). Su vida empieza a girar en torno a viajes a conciertos en el extranjero, aventuras en restaurantes de Caracas, cotilleo con las amigas. Si sigue por esa ruta, podemos aventurarnos a predecir que en algunos años será la protagonista de un reality show (aunque, en realidad, para llegar a eso, seguramente primero tendría que lanzar un video sexual "accidentalmente" grabado).
            Lo más escandaloso de todo, no obstante, es la coyuntura política en que ha prosperado la imagen de María Gabriela. Paris Hilton es hija de un multimillonario, y Kim Kardashian fue hija de un abogado elitista. Sus respectivos padres nunca pretendieron criticar la sociedad de consumo; estaban plenamente conscientes de que su acomodada posición social se debe precisamente a la sociedad consumista. No creo que Kim y Paris tengan el nivel de reflexión crítica como para comprender esto, pero al menos su fama se ha construido sobre un sistema que conserva un mínimo de coherencia.
            María Gabriela, en cambio, ha construido su fama como hija de un líder político que continuamente pretendió criticar la sociedad de consumo, y arremetió contra la industria de la simulación. Es obvio que aquello no fue más que retórica pomposa, pues el chavismo ha construido su propia simulación, y adelanta una sociedad del consumo e introduce en la farándula a sus figuras. Hoy, María Gabriela se convierte en imagen glamour del marketing político del chavismo. Por supuesto, el chavismo no se atreve aún a introducir una sección de farándula en sus noticieros de VTV, pero tampoco hace un llamado de atención a las divas bolivarianas, a fin de que moderen su vida como celebridades del espectáculo.
            Con todo, el chavismo sí está tomando pasos más osados hacia el cultivo de la cultura de las celebridades. En sus catorce años de gobierno, rara vez Chávez se valió de celebridades pop para mercadear su revolución. No obstante, en la campaña electoral de 2012, acudió como nunca antes lo había hecho, al endoso de celebridades. Winston Vallenilla, un animador televisivo escandalosamente superficial, y tradicional promotor de la sociedad de consumo en sus programas de televisión, repentinamente ofreció sus músculos y su cara bonita para mercadear el socialismo del siglo XXI. Omar Enrique, un merenguero radicado en Miami cuyo objetivo siempre fue batir récords de venta de sus discos, ahora vendía su voz para cantar odas al Comandante y la revolución.
 
Estos fenómenos son bastante común en la política norteamericana, pues de nuevo, como es de esperar, en una sociedad consumista y fascinada con el espectáculo y la simulación, el endoso de una celebridad vanidosa potencia a un candidato muchísimo más que el programa ideológico del candidato en cuestión. Pero, de nuevo, la trágica ironía del mercadeo del chavismo es que buena parte del mensaje de Chávez era que, precisamente, el mero concepto de mercadeo debe desaparecer. En realidad, nada ha cambiado. El lobo puede disfrazarse de oveja, pero seguirá siendo lobo. Por mi parte, yo prefiero al lobo que se muestra como realmente es. Por eso prefiero a Kim que a Gaby. Shame on you, Maria Gabriela!

miércoles, 24 de abril de 2013

¿Puede reformarse la televisión? A propósito de Neil Postman



            Esta semana murió Joaquín Riviera, uno de los artífices del popular programa Sábado sensacional en Venezuela. Legiones de artistas y consumidores de televisión le rindieron homenaje. Esto es indicativo del pobrísimo nivel cultural venezolano. Sábado sensacional es una muestra más de la llamada ‘telebasura’. Por supuesto, esta telebasura no es originaria de nuestra región. Es más bien una manifestación del imperialismo cultural. La industria del entretenimiento norteamericano ha exportado varios formatos que son populares en el mundo entero: ruedas de la fortuna, noticieros de no más de quince minutos, talk shows, realities, cotilleo sobre las celebridades, etc. Todo esto, no hace falta agregar, embrutece a las masas.
 
            Pero, ¿puede reformarse la televisión? Desde hace décadas, mucha gente insigne ha tenido esta aspiración. Carl Sagan se propuso esta ardua tarea con su genial serie Cosmos. Richard Dawkins se ha convertido en su sucesor. Y, como ellos, ha surgido un importante grupo de divulgadores científicos y culturales en televisión. En lengua castellana, Eduard Punset también se ha perfilado como un reformador de la televisión, a pesar de que no le han faltado críticas por incorporar nociones místicas y pseudocientíficas en ocasiones. Y, desde mi modesto contexto, he tratado de sumarme a la lista de reformadores de la televisión. Conduzco un programa sobre libros en la televisora de mi universidad, Teveluz.
            Con todo, una estirpe de teóricos de las comunicaciones opina que la televisión no es reformable. El más emblemático de estos es el ya difunto Neil Postman. Postman fue seguidor del gran teórico Marshall Mcluhan. A juicio de Mcluhan, lo relevante en las tecnologías de comunicación no está tanto en el contenido del mensaje, sino en la forma en que se transmite. De ahí su famoso aforismo, “el medio es el mensaje”. Una información comunicada mediante un libro tendrá un impacto muy distinto, del mensaje comunicado por televisión, aun si se trata del mismo contenido informativo.
            Pues bien, a partir de esto, Postman opina que el diseño de la televisión como medio impide la transmisión de un mensaje serio y analítico. La televisión es un medio que transmite la información de forma demasiado desordenada y difusa. La base de la televisión está en la secuencia de imágenes disparada a ritmos acelerados. Y la naturaleza de este medio, opina Postman, impide que los receptores del mensaje puedan digerir analítica y racionalmente la información. La televisión, a diferencia del cine o el libro, acude al espectador, y no viceversa. Cuando el cinéfilo va al cine, él mismo ha seleccionado cuál película verá. En cambio, el televidente no decide la programación; prende el televisor para ver qué le ofrece la televisora, y si no le complace lo que, ve, cambiará el canal. Además, la televisión se ubica en un contexto que debe prescindir de la atención exclusiva del televidente. El espectador prende el televisor mientras se dedica a otra cosa: vestirse, comer, conversar con la familia, limpiar la casa, hacer ejercicio, etc. Por eso, la televisora debe acudir a una sobrecarga de imágenes que no requieran demasiada concentración.
           Por ello, Posteman denunciaba que la televisión es mero entretenimiento, sin ninguna dosis de pensamiento. El título de su libro más famoso es Amusing Ourselves to Death (“Entreteniéndonos hasta morir”). Y, el intento por hacer una televisión más intelectual está condenado al fracaso, opinaba Postman. La mera estructura del medio televisivo impide la presentación analítica y racional de ideas. Esto sólo es posible mediante el libro: este medio, con su ausencia de imágenes y la posibilidad de contemplarlo por mucho tiempo, permite la concentración necesaria para digerir acordemente las ideas.
            Postman especula que los antiguos israelitas impusieron el segundo mandamiento (“No harás imágenes”), no tanto por motivos religiosos, sino porque los israelitas previeron que la abundancia de imágenes los distraería. Esto, por supuesto, es una especulación sin el menor fundamento histórico, pero supongo que, como metáfora, Postman adelanta un argumento interesante. Y, opina Postman, la sociedad mediática contemporánea se ha visto influida por el modo en que se transmiten los mensajes televisivos. En el siglo XIX, por ejemplo, los debates presidenciales en EE.UU. llevaban muchas horas, los argumentos estaban cuidadosamente construidos, y requerían la atención. Hoy, los debates televisivos exigen que se respondan asuntos complicados en apenas treinta segundos; obviamente, las respuestas son escandalosamente simplistas.
             Postman es un autor muy elocuente, pero me parece que sus advertencias son innecesariamente apocalípticas. El psicólogo James Flynn ha hecho renombre por documentar que, en las últimas décadas, el nivel de coeficiente intelectual ha aumentado considerablemente en la población mundial. Esto seguramente tiene muchas causas, pero tentativamente podemos sostener que la televisión, per se, no embrutece necesariamente a la gente.
            Postman parece sentir animadversión contra la síntesis y la simplificación de ideas. Pero, hay en su postura un tufo elitista. El pueblo llano y la clase trabajadora sencillamente no cuenta con el tiempo suficiente como para sentarse a leer volúmenes sobre un tema específico. Por ello, medios simplificadores, como la televisión, sirven para ilustrar a las masas que, sencillamente, no tienen acceso a las bibliotecas, y si acaso sí tiene el acceso, no tiene tiempo para leer.
Yo no estoy dispuesto a leer los ladrillos que constituyen El capital, de Marx, escrito en un estilo opaco, y lleno de referencias a eventos ya extemporáneos. Pero, sí me interesa conocer las bases del pensamiento marxista. Por ello, agradezco enormemente la síntesis y simplificación de sus ideas en folletos como (el ya clásico) Marx para principiantes de Rius. Hay una amplia gama de marcas de libros que, en cierto sentido, han acercado los libros al medio televisivo, con su incorporación de imágenes y simplificación de textos: Para principiantes, Para dummies, Cliff Notes, Complete Idiot’s Guide, cómics académicos, etc. A diferencia de Postman, yo no lamento nada de esto. Un joven estudiante que desee explorar un tema, primero lo hará a través de estos medios. Si el tema le interesa, entonces este interés lo conducirá eventualmente a consultar las fuentes originales. Gracias a medios como la televisión, hoy los jóvenes tienen muchísimas más oportunidades para explorar temas que el libro tradicional sencillamente no tiene la misma facilidad para presentar.
En este sentido, me parece que la televisión sí puede ser positivamente reformada. Postman tiene parte de razón cuando sostiene que, a diferencia de otros medios, el televidente no acude a la televisión, sino que la televisión acude al televidente y que, por ello, los productores televisivos no pueden darse el lujo de presentar programas de mucho rigor intelectual, y deben seducir más con imágenes. Pero, creo que esto ya está empezando a cambiar con la revolución Youtube, iniciada desde 2005. Gracias a este maravilloso medio, el televidente acude con una idea de lo que desea ver. Y, puesto que el productor de videos en Youtube conoce esto, puede dedicarse un poco más a presentar de formas más analítica sus mensajes.
 

Postman siempre rechazó que se le etiquetara de ‘ludita’ (los luditas fueron un movimiento de inicios del siglo XIX que rechazaba la tecnología). Pero, me parece que su desprecio por la televisión tiene una semblanza tecnófoba. La televisión ha llegado para quedarse. Es sencillamente ilusorio pretender erradicarla. Actitudes como la de Postman más bien allanan el camino para que los productores de telebasura sigan presentando Sábado sensacional. La televisión simplifica ideas, pero esto no es necesariamente perjudicial. La simplificación de ideas puede ser una oportunidad para seducir al espectador a introducirse en ideas valerosas, y ‘engancharlo’ a esas ideas, a fin de que, más adelante, las consuma en un medio menos simplista.
Por ejemplo, si bien yo sabía quién era Richard Dawkins, nunca leí su obra. Empecé a leer sus libros sólo después de ver en televisión sus documentales. No veo por qué no pueda suceder esto con el resto de la gente. Los contenidos de la televisión deben reformarse urgentemente. Pero, el medio en sí no es problemático.

martes, 23 de abril de 2013

Chávez y Mao son dioses, sus ministros son demonios



            Hugo Chávez murió un 5 de marzo, una fecha que coincide con la muerte de Stalin. La oposición a Chávez inmediatamente sacó a relucir esta curiosa coincidencia (como si el hecho de morir la misma fecha propiciara una extraña relación mística entre ambos personajes). Los seguidores de Chávez, por otra parte, parecieron estar más avergonzados por esta coincidencia (es de suponer que, si Chávez hubiese muerto en 17 de diciembre, los chavistas habrían saltado a decir que murió la misma fecha de la muerte de Bolívar, como hicieron los seguidores de Juan Vicente Gómez). Al chavismo, como a muchos movimientos comunistas y socialistas de América Latina, Stalin le genera vergüenza. Y, por supuesto, no es para menos: el ‘tío Stalin’ marcó hito como uno de los más brutales dictadores totalitarios de la historia.
 


            Pero, curiosamente, el chavismo no siente vergüenza por otro brutal dictador comunista del siglo XX, Mao Zedong. Chávez hizo varios viajes a China, y en cada uno de ellos, exaltó el legado del líder chino. Si bien Chávez era muy camaleónico en su admiración por figuras históricas, todo parece indicar que su admiración por Mao sí fue genuina. En Venezuela, la figura de Mao empezó a ser exaltada, y por varios años, se adelantó como modelo de inspiración revolucionaria.
            Nada de esto sorprende, pues en efecto, Mao fue un líder que derrochaba carisma. Su heroica ‘Larga Marcha’ de 1935 inspiró a la organización de las fuerzas comunistas para que, una década después, tras la expulsión de los japoneses, vencieran a las fuerzas del nacionalista Chaing Kai Shek.
            Pero, como suele ocurrir con muchos revolucionarios, es más fácil tumbar un gobierno, que gobernar correctamente. Una vez en el poder, Mao demostró su faceta más repugnante. Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil china, lanzó aquello que él llamó el ‘Gran Salto Adelante’ en 1958, un proyecto económico que aspiraba a la producción masiva de acero y comida. En poco tiempo, el proyecto de planificación centralizada se convirtió en un estrepitoso fracaso. Los recursos del Estado intensamente se orientaron a estas actividades, y se produjo excedente de piezas de acero en fábricas caseras defectuosas. En buena medida debido al hecho de que el Estado no conocía bien las necesidades reales (a juicio de Ludwig Von Mises, el mercado es el medio más eficiente para conocer las necesidades), la producción de acero se convirtió en un masivo desperdicio.
            La producción alimentaria también fracasó. La colectivización de la tierra y los animales despojó de incentivo a los campesinos. Se emplearon principios pseudocientíficos en la producción (procedentes de teorías soviéticas erradas sobre biología), y los burócratas enviaban falsos reportes, haciendo creer al camarada Mao que la producción estaba por los cielos, cuando en realidad, los campesinos chinos estaban recurriendo al canibalismo. Al final, como resultado del Gran Salto Adelante, hubo una hambruna que mató a veinte millones de personas.
            En vista de esta tragedia, Mao tuvo que retirarse momentáneamente de la política. Pero, enfermo de poder, ideó un plan maestro para regresar. A partir de 1966, lanzó una campaña que vino a llamarse la ‘Revolución Cultural’. Mao exhortó a la conformación de la Guardia Roja, grupos de adolescentes devotamente seguidores de Mao. Estos adolescentes arremeterían violentamente en turbas en contra de aquellos políticos y burócratas que Mao consideraba sus enemigos, y en contra de toda persona sospechosa de ser ‘revisionista’, o de tener vestigios de mentalidad capitalista.
            La Revolución  Cultural sirvió el propósito de Mao: logró desplazar a sus adversarios, y regresó a la escena central del poder. Aquello fue en realidad una masiva violación de derechos humanos. Hoy siguen siendo impactantes las imágenes de personas mayores con sobreros cónicos mirando al suelo, rodeados por adolescentes frenéticos vestidos con el traje emulador de Mao, quienes golpean y lanzan todo tipo de insultos contra sus víctimas. El terror, más que físico (no hubo tantas muertes al compararlo, por ejemplo, con las ejecuciones ordenadas por Robespierre o Stalin), fue psicológico. La humillación pública y la violencia desenfrenada de las hordas de la Guardia Roja con sus banderas y tambores, disuadió a las personas de expresar un mínimo de disidencia.

            El mismo Mao se dio cuenta de que su Revolución Cultural ya se tornaba peligrosa, y para intentar controlar a su Guardia Roja, envió a muchos jóvenes al campo (por supuesto, hubo un alto grado de coerción en esta medida). Hoy, grupos como Sendero Luminoso encuentran inspiración en Mao y su añoranza de la vida agraria. En realidad, el regreso al campo no fue ningún arrebato romántico de Mao: fue una medida cínica y calculada, para intentar controlar a una Guardia Roja que ya empezaba a preocupar a su propio instigador.
            Mao murió en 1976, diez años después del inicio de la Revolución Cultural. Casi de inmediato, sus sucesores pusieron fin a aquella locura. Y, como era de esperar, salieron a la búsqueda de responsables por aquellos horrores. Así, enjuiciaron a cuatro personajes que tuvieron amplia responsabilidad en los abusos de la Revolución Cultural. Uno de esos personajes fue Jiang Qin, la propia esposa de Mao. La llamada ‘pandilla de los cuatro’ fueron condenados en 1981.
            Esta ‘pandilla de los cuatro’ ciertamente fue responsable de las atrocidades que se le atribuía. Pero, en cierto sentido, fueron un chivo expiatorio. Pues, el verdadero artífice de aquella tragedia fue el mismo Mao. Durante su juicio, Jiang Qin enfatizaba que ella no hacía más que obedecer las órdenes de Mao.
            La ‘pandilla de los cuatro’ fue condenada, pero virtualmente nadie se atrevió a tocar a Mao ni con el pétalo de una rosa. Hubo alguna crítica en sesiones del Partido Comunista, pero la memoria de Mao sigue siendo enaltecida en China. Su mirada perenne sigue actualmente en la Plaza de Tinianmén. Líderes como Chávez siguen honrándolo.
            La gran tragedia de toda esta historia es que el pueblo chino adquirió conciencia de lo nefasto que fue la Revolución Cultural, y por ello, no hubo titubeos en condenar a la ‘pandilla de los cuatro’. Pero, el mismo pueblo chino entró en una suerte de disonancia cognitiva, al rehusarse a enfrentar el hecho de que el mayor responsable de aquella catástrofe fue el propio Mao. Sus ministros fueron demonios, pero el camarada Mao era un dios. Y, me parece que la causa de este fenómeno radica en el mismo culto a la personalidad que Mao se encargó de promover masivamente: hábilmente usó el aparato propagandístico del Estado para exaltar su propia imagen. Esto le aseguró que, aun si el pueblo rechazara sus acciones políticas, se conformó tal conexión emocional con su amado líder, que quedó inmune ante el posterior juicio condenatorio de la historia.
 

            Observo que algo similar empieza a ocurrir en la Venezuela post-chavista. Ya en vida de Chávez, se empezaba a formar el cliché de que “al comandante lo tienen engañado”. Mucha gente empezaba a descubrir los escándalos de corrupción, los abusos de los grupos armados, etc., pero había una negativa a creer que el propio Chávez tuviera algo que ver con esto. Sus ministros podrían haber sido demonios, pero Chávez seguía siendo un dios.
            Como Mao, el culto a la personalidad de Chávez ha propiciado que, aun si el pueblo descubre muchos aspectos negativos de su legado, no esté dispuesto a manchar su imagen. Es fácil culpar a este o aquel ministro de fallas que hubo en el gobierno, pero es impensable cuestionar al máximo líder de la Revolución Bolivariana. Fidel Castro tenía la esperanza de que la historia lo absolviera. Pues bien, la experiencia demuestra que, con bastante carisma y la promoción de un culto a la personalidad, un líder puede lograr que la historia lo absuelva, independientemente de los defectos de su legado.
            Lo más patético de todo esto, es que la misma oposición venezolana ha caído presa de esta dinámica. Tras la muerte de Chávez, ya nadie se atreve a cuestionar sus abusos. Si hubo abusos desde 1999, fueron culpa de Maduro, Diosdado o de cualquier otro demonio, pero nunca del dios Chávez. Si, en un futuro habrá juicios contra los abusos de los chavistas, es previsible que, como en China, se juzguen a ‘pandillas de cuatro’, pero la memoria del líder supremo permanezca intacta.

sábado, 13 de abril de 2013

Maduro, los mongólicos, y los sesgos de la memoria



           En la recta final de la campaña electoral presidencial de 2013 en Venezuela, se acusó al candidato Nicolás Maduro de haber llamado ‘mongólicos’ a unos niños con síndrome de Down. Como se sabe, la palabra ‘mongólico’ es muy ofensiva (asimila a estos niños con los mongoles, en función de la forma de sus ojos).
            Durante la campaña, Maduro pronunció muchas estupideces (dijo que Chávez se le apareció en forma de pájaro, confundió las capitales de varios estados, entre otras). Su escaso nivel educativo hacía plausible que cometiera el exabrupto de llamar ‘mongólicos’ a los niños Down. Y, su jefe, Hugo Chávez, en una ocasión, dijo que un ministro del presidente colombiano Álvaro Uribe, “parecía un retrasado mental”. Dados estos antecedentes, no sorprendería el arrebato de Maduro.
            Pero, parece ser que todo se trató de un golpe bajo de sus contrincantes. Pues, aparentemente, Maduro nunca dijo eso; fue sencillamente un rumor propagandístico malintencionado.  Anteriormente, había circulado una foto en la cual aparece Maduro disparando en el Puente Llaguno en abril de 2002: esto fue un claro montaje, pues está confirmado que Maduro no estuvo en ese puente. Así pues, es plausible pensar que el alegato de Maduro sobre los mongólicos sea también falso.
            El motivo más contundente para dudar de la veracidad del supuesto alegato de Maduro es que, sencillamente, no hay ningún video o audio que haga constar que así fue. Y, en casos como éste, la carga de la prueba está en quien acusa. Si no hay evidencia, sencillamente no debemos aceptar la acusación. Es muy dudoso que, en plena campaña electoral, la cadena Globovisión no esté muy pendiente de las declaraciones de Maduro (por ejemplo, hay gente que lleva la cuenta de cuántas veces ha dicho la palabra ‘Chávez’), y las grabe en caso de en exabrupto (de hecho, Globovisión tiene un espacio llamado “Aunque Ud. no lo crea”, en el cual precisamente se exponen los exabruptos de los seguidores del gobierno). Si de verdad Maduro dijo eso, Globovisión lo habría explotado.
            Pero, sorprendentemente, estuve en la piscina reunido con familiares, y dos de ellos alegaron con mucha firmeza que ellos si vieron el video. Y, mi profesor Luis Vivanco comenta que muchos de sus estudiantes también dieron testimonio de haber visto el video en cuestión. ¿Cómo, entonces, podemos explicar que hay testimonios de gente que supuestamente vio el video, pero el video no aparece por ninguna parte?
            Me parece que caben dos hipótesis. La primera es que el comando táctico de Maduro se apresuró a borrar cualquier registro de ese video en los medios electrónicos. Eso incluiría Youtube, Twitter, Facebook, etc. Para lograr eso, habría que usar hackers superdotados, o sobornar a estas corporaciones capitalistas trasnacionales para que colaboren con la campaña de Maduro. Pero, la operación también incluiría Globovisión (pues esta televisora siempre tiene la capacidad de ‘ponchar’ la señal de otras televisoras): y, para lograr eso, tendrían que haber  orquestado una masiva conspiración para comprar el silencio de los propietarios de Globovisión, así como los trabajadores involucrados en esta operación.
            La segunda hipótesis es que, sencillamente, aquellas personas que alegaron ver el video han caído presas de alguna forma de histeria colectiva que ha afectado su aparato cognitivo. Yo me inclino más por la segunda hipótesis.
            En momentos de gran exacerbación emocional colectiva, el aparato cognitivo humano es más proclive a sufrir distorsiones. Ante el profundo trauma de ver a su maestro repentinamente ejecutado, hace veinte siglos los seguidores de un predicador galileo alegaron haberlo visto vivo después de su crucifixión. Ante la expectativa de recibir un milagro que pudiera anunciar la paz durante la I Guerra Mundial, miles de campesinos portugueses vieron que el sol se desplomaba. En casos como éstos, probablemente una persona alega haber visto algo, y mediante el poder de la sugestión, convence viralmente a otras personas de que ellas también tuvieron esa visión.
            Los psicólogos experimentales han estudiado de cerca estos fenómenos. Nuestro aparato cognitivo está sujeto a muchos sesgos, y éstos salen a relucir especialmente en momentos de exacerbación emocional colectiva. En la memoria, hay plenitud de sesgos. La psicóloga Elizabeth Loftus ha hecho renombre estudiando el fenómeno del ‘síndrome de la memoria falsa’. Loftus diseñó un experimento célebre: reunió a varios informantes, y les dijo que sus familiares le contaron que, cuando eran niños, esos informantes se habían perdido en un centro comercial. Loftus les pidió a los informantes que elaboraran esa historia en función de sus recuerdos. Un alto porcentaje dio detalles y aseguró tener vívidas memorias de ese evento traumático, a pesar de que, en realidad, Loftus sabía que esas historias eran falsas. Con esto, Loftus pretendía demostrar que, a individuos proclives a la sugestión, es posible inyectarles memorias falsas.

 

            Por supuesto, los estudios de Loftus competen a recuerdos lejanos de la infancia. Eso es muy distinto del vívido recuerdo de un video transmitido hace apenas dos días. Pero, las investigaciones de Loftus permiten pensar que, en efecto, la percepción humana es muy imperfecta, y siempre está sujeta a presiones sociales. Un sesgo bastante documentado es el llamado "efecto de ilusión de verdad", en el cual, el sujeto tiene más inclinación a considerar verdaderos aquellos alegatos que escucha muchas veces, sin importar si en realidad son verdaderos (presumo que Joseph Goebbels conocía esto muy bien, al sugerir que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad). No veo implausible, entonces, que la gente que alega haber visto el video de Maduro, en realidad sufra alguna forma de síndrome de memoria falsa, especialmente al tener en cuenta que esta campaña ha sido muy emotiva y ha despertado los ánimos en ambos bandos. Si miles de personas se refuerzan mutuamente la creencia de que han sido raptados por extraterrestres, también puede ocurrir que miles de personas se refuercen mutuamente la creencia de que un candidato presidencial llamó ‘mongólicos’ a los niños con síndrome de Down.
            Casi ningún científico racionalista ha alegado haber sido raptado por extraterrestres. Esto hace muy sospechoso el testimonio de los que han sufrido abducciones, pues confirma la idea de que, para tener este tipo de experiencia, hay que cumplir cierto perfil psicológico. Pues bien, de la misma manera, es también muy sospechoso que, hasta ahora, sólo los opositores a Maduro han alegado haber visto el video en cuestión.
            Hace unos años, hubo en Venezuela un furor de rumores en torno a la burundanga. Ésta es una droga que, supuestamente, momentáneamente convierte en zombi al consumidor. Supuestamente, los atracadores la empleaban para adormecer a sus víctimas (según se alegaba, con tan sólo hacer contacto con la piel, la droga surte efecto) y robarlas fácilmente. Aquello fue un verdadero pánico social: aparecieron testimonios por doquier, pero como era de esperarse, no hubo evidencia firme al respecto. Eventualmente, se dejó de hablar de la burundanga, y esas historias sencillamente se desvanecieron. Nuevamente, es motivo para pensar que aquello se trataba de una histeria colectiva.
            Haríamos bien en emplear el principio de la navaja de Occam, y seleccionar la hipótesis más parsimoniosa. ¿Es más viable que los hackers seguidores de Maduro orquestaron una masiva conspiración y borraron todo rastro de un video (incluyendo pago de sobornos, o violación de la seguridad, a Globovisión, Facebbok, Youtube y Twitter), en una época de globalización en la cual la información se expande viralmente? O, ¿es más viable que la gente que alega haber visto este video sea víctima de sesgos cognitivos que seguramente tienen una base neuronal firme debido a las condiciones de la evolución humana en la sabana africana, sesgos éstos que han sido confirmados en varios experimentos? Es hora de ir aplicando un poco de pensamiento crítico.