sábado, 18 de julio de 2015

¿Puede el hombre dejar de pensar en la mujer como si fuera un mueble?



            En el Manifiesto del partido comunista, Marx y Engels se defendían frente a la gente que acusaba a los comunistas de querer promover la promiscuidad sexual. Platón, Fourier, y otros comunistas de épocas anteriores, habían propuesto establecer comunas en las cuales el sexo sería colectivizado, pero a Marx y a Engels esto les parece una tontería. Y, los autores más bien acusan a sus críticos de suponer, como suele hacerse en el capitalismo, que las mujeres son mercancía como cualquier otra cosa. En sus propias palabras: “¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis colectivizar a las mujeres!  El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer”.


            La aspiración de Marx y Engels, entonces, era que, superado el capitalismo, las relaciones humanas no fueran mercantilizadas. Los esposos se amarían sin hacer cálculos de propiedades. El capitalismo convierte todo en una mercancía, y eso incluye a las mujeres. En el capitalismo, el hombre es una suerte de proxeneta que piensa en el provecho material que su mujer le puede ofrecer. Por eso, piensa en ella como si fuera su propiedad, y así, cuando oye al comunista hablar de la colectivización, piensa que eso implica la colectivización de las mujeres. Todo eso quedará superado cuando llegue la revolución.
            El problema, no obstante, es que, hay motivos para pensar que los hombres siempre pensarán a través de un cálculo mercantil, que la pretensión de Marx y Engels es utópica, y que no hay revolución social que pueda cambiar eso. No hay revolución que pueda hacer cambiar nuestros genes. Martin Daly y Margo Wilson, dos conocidos psicólogos evolucionistas, ofrecen algunas luces al respecto en un ensayo, El hombre que confundió a su esposa con un mueble (el título es una parodia del célebre libro de Oliver Sacks, El hombre que confundió a su esposa con un sombrero).
El hombre está genéticamente programado para pensar en su mujer como si fuera su propiedad. Para propagar sus genes (y, a la larga, éste es el verdadero propósito de la selección natural), el hombre debe ofrecer recursos, no sólo a la propia cría, sino también a la madre que cuida a la cría. Pero, para que esa inversión sea efectiva, el hombre debe asegurarse de que, en efecto, esa cría lleva parte de sus genes. Si el hombre dedica recursos a una cría que no lleva una porción considerable de sus genes, los estará malgastando, y estará dando oportunidad a que sobrevivan las crías de otros competidores.
Así pues, el hombre debe proteger su inversión. Debe asegurarse que las crías a las cuales destina recursos, son de él, y no de otro. Y, un mecanismo del cual se vale para lograr esto, son los celos. Ser celoso es básicamente tratar el objeto de los celos como si fuese su propiedad. El hombre trata a la mujer como su propiedad, porque quiere asegurarse de que ella sólo esté con él, y no con otros. Esa inclinación a impedir que la mujer esté con otros, hace que piense en ella como si fuese su mueble.
Asimismo, el hombre piensa en la mujer como una propiedad, en el sentido de que es una máquina de hacer y criar hijos, un medio de producción para propagar sus genes. La mayoría de aquellos rasgos que codifican las preferencias sexuales y el “amor” de un hombre hacia una mujer, tienen alguna relación con este rol femenino metafóricamente expresado como “máquina de hacer y criar hijos”. Los senos grandes, la cara simétrica, las nalgas redondas, la dulzura del carácter, la fidelidad, etc., son rasgos que codifican que la madre, en efecto, será eficiente en la producción y crianza de los niños. Marx y Engels pueden pedirnos que los hombres no hagamos un cálculo consciente de esas cosas, pero inevitablemente, nuestros genes nos moverán hacia esas preferencias.
Todo esto, lo sé, suena bestial. Me siento como un cerdo machista por expresar estas ideas; soy el cavernícola que arrastra a la mujer. Pero, no logramos nada con jugar a ser avestruces, y meter nuestra cabeza en la arena. Antes de proponer reformas, es prudente conocer nuestros límites, para así, saber cuán realizable es una aspiración, y no perder el tiempo tratando de cumplir sueños utópicos irrealizables. Como bien postulaba E.O. Wilson, el collar que nos ata a los genes es bastante largo, pero nunca nos liberaremos de él. 

No está mal la aspiración de Marx y Engels, según la cual, no debemos ser celosos de nuestras mujeres, y no debemos pensar en ellas como propiedades. Pero, deberíamos tener en cuenta al menos dos cosas: 1) La “culpa” de la mercantilización de la mujer no es atribuible al capitalismo, sino a las condiciones de nuestra evolución en la sabana africana (y, por supuesto, no hay ningún agente a quien podamos “culpar” de eso); 2) podemos intentar hacer que los hombres moderen significativamente su actitud mercantilista hacia la mujer, pero debemos reconocer que es una tarea ardua, pues está en su naturaleza, y en función de ello, no debemos ser tan severos juzgándolos.

3 comentarios:

  1. En efecto, todo suena bestial, pero la naturaleza es eso.

    Los celos juegan también un importante papel en las mujeres: están tan arraigados en ellas que con relación a un hombre al que han desdeñado, pasan indefectiblemente de la indiferencia a un interés máximo si lo ven triunfando con cualquier otra. Tan arraigados, que incluso creen, equivocadamente, que los hombres sentimos más interés por ellas si las vemos triunfar. Es puro determinismo.

    Por otro lado, la mujer desea que su pareja sienta celos hacia ella, es decir, en cierto modo desea sentirse una propiedad. Si él no lo hace, ella invertirá mucho tiempo y esfuerzo en que termine sintiéndolos. Esto es el pan nuestro de cada día, en la vida real, en la ficción...

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    1. Hola Jose. Los psicólogos evolucionistas que yo he leído desde hace años (pienso en especial en David Buss, quien escribió un libro sobre los celos), dicen que, contrariamente a la imagen popular, los celos son más intensos en hombres que en mujeres. Esto es debido a una razón fundamental: la mujer sabe muy bien quién es su cría, de forma tal que la infidelidad del hombre no es tan problemática. En cambio, para el hombre la infidelidad de la mujer sí es problemática, pues en ese caso, no estaría seguro de que la cría a la cual está destinando recursos, es en efecto su descendencia. Es un hecho universal que el adulterio de la mujer se castiga de forma más severa que el adulterio del hombre.
      Por otra parte, tienes toda la razón cuando dices que la mujer quiere que el hombre sienta celos. Desde la psicología evolucionista, esto se explica así: la mujer sabe que los celos son una manifestación de que al hombre sí le importa proteger su propiedad, y así, cuanto más celos sienta, más recursos invertirá en ella (para tratar de comprar su exclusividad).

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  2. Tiene todo el sentido del mundo. La fisiología lo determina todo en la mujer, es la pesadilla del feminismo.

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