Mientras
que en América Latina los campeones de las teorías de conspiración son los
izquierdistas, en EE.UU., es más bien la derecha quien se deleita con teorías
conspiranoicas de todo tipo. Y, en estas teorías conspiranoicas, el comunismo es
frecuentemente el lobo feroz. Ya no se vive el “temor rojo” de la época de MacCarthy,
a mediados del siglo XX, cuando los gringos creían que, como las brujas en el
siglo XVII, los comunistas tramaban un complot para subvertir el orden social.
Pero, aún hay quedan vestigios de este temor.
La teoría de conspiración más
reciente es que, tras la decisión de la Corte Suprema de EE.UU. de permitir el
matrimonio gay, y todo el apoyo popular que esta medida está recibiendo, yace la
mano peluda del comunismo. ¿Qué ganan los comunistas con que los homosexuales
puedan casarse? A juicio de los conservadores conspiranoicos, persiguen un
doble objetivo. Por una parte, al hacer tambalear la institución del matrimonio
tradicional, subvierten el orden, abriendo el camino para una revolución. Pero,
además, es una vieja pretensión comunista el desear abolir la familia, y el
matrimonio entre homosexuales es un caballo de Troya para cumplir este segundo
objetivo. El más prominente defensor
de estas tesis es Paul Kengor, en su libro Takedown:
From Communists to Progressives, How the Left Has Sabotaged Marriage and The Family.
Es
cierto que algunos comunistas (pero
no todos, contrario a lo que pretende Kengor) aspiraban a abolir la familia. El
argumento de estos comunistas, entre otros, era que la familia atomiza a las
personas desvinculándolas de la esfera pública, y que sería imposible eliminar
la propiedad privada si las relaciones sexuales y familiares mantienen su forma
actual. Estos comunistas postulaban que la colectivización no debe aplicarse
solamente a mercancías, sino también a las relaciones familiares. Los niños
deberían ser criados comunalmente, sin que los padres dedicasen atención
especial a sus hijos biológicos; en otras palabras, todos los adultos serían
padres de todos los hijos, más o menos a la manera de los kibbutzim de Israel. Por su parte, los adultos tendrían relaciones
sexuales libremente sin ataduras al matrimonio (pues, de nuevo, el matrimonio es
una forma de tratar al cónyuge como si fuera una propiedad), y quien desease
ser promiscuo, sería tolerado. En otras palabras, habría también un comunismo
sexual.
Con todo, vale insistir en que estas
ideas fueron defendidas sólo por algunos comunistas, especialmente los
utópicos, como Owen y Fourier (y Platón en la antigüedad). En su libro, Kengor
acusa a Marx de promover estas ideas, pero en realidad, Marx fue muy ambiguo al
respecto, y en el propio Manifiesto
comunista, junto a Engels llegó a
negar que los comunistas tuvieran esa pretensión (aunque luego en ese mismo
texto se contradecían), pues a su juicio, las relaciones familiares y sexuales
no deben ser concebidas como una forma de propiedad, y por ende, no deben ser
colectivizada. Es cierto también que algunos líderes soviéticos como Allexandra
Kollontai promovieron la promiscuidad y el fin de la familia durante las
primeras fases de la URSS, pero todas estas propuestas fueron suprimidas por
Lenin, y luego mucho más por Stalin, quienes depositaban su confianza en la
familia tradicional.
Ahora bien, aun si concediéramos
que, en efecto, un objetivo del comunismo es abolir la familia y promover el “amor
libre” y la crianza comunal de los niños, es un desafío entender cómo el
matrimonio gay puede ser un medio para alcanzar ese objetivo. Kengor postula
que el matrimonio entre homosexuales es un caballo de Troya, pues sirve para
destruir la familia tradicional. Yo francamente no veo la relación. Que dos homosexuales
se casen, de ninguna manera propicia que dos heterosexuales se dejen de casar.
Ciertamente, el matrimonio entre homosexuales obliga a redefinir el matrimonio,
pero de ningún modo lo destruye. La familia tradicional no queda destruida con
el matrimonio entre homosexuales, sencillamente, se crea un nuevo tipo de
familia que coexiste con la tradicional. No hay oposición.
Además, si los comunistas realmente
están utilizando el matrimonio gay como forma de alcanzar sus viejos objetivos,
entonces lo están haciendo muy torpemente. Pues, el matrimonio entre
homosexuales es precisamente lo opuesto a lo que aspiran los comunistas. Los
comunistas que pretenden la abolición de la familia, favorecen la promiscuidad,
como una manera de propiciar el comunismo sexual (a Kollontai se le atribuía
decir que, en el comunismo, tener sexo sería algo tan normal como beber un vaso
de agua, de forma tal que no habría mayor problema en follar un día con uno, y
follar al siguiente día con otro). Estos comunistas pretenderían que nuestra
vida sexual fuese como la de los bonobos, o como supuestamente lo fue en
tiempos primitivos (Engels decía en El
origen de la familia, la propiedad y el Estado, que originalmente hubo una
horda promiscua, aunque eso hoy en día es muy disputado por los antropólogos).
Es muy sabido que los homosexuales
tienen altas tasas de promiscuidad. En parte, esto es debido a que, en tanto no
ha existido el matrimonio entre ellos, al no haber compromiso conyugal, hay más
licencia para ello. El matrimonio entre homosexuales más bien permite ofrecer
más estabilidad, y acercar a los homosexuales a un estilo de vida monógamo. En
ese sentido, el matrimonio entre homosexuales es promotor de la monogamia.
Pero, precisamente, ¡esos comunistas ven a la monogamia como su enemigo! ¿Cómo
diablos puede usarse a un promotor de la monogamia (como lo es el matrimonio
gay), para revertir a la propia monogamia? Sólo un ultraderechista, de los que
abundan en EE.UU., puede hacer que este círculo sea cuadrado. La conspiranoia
nubla el entendimiento y hace suspender las leyes de la lógica.
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