En
2011, publiqué en portugués una voluminosa biografía de René Girard (a quien
conocí personalmente en 2002). En ese libro, soy muy crítico de muchas ideas
ingenuas de Girard respecto a su apología cristiana, así como su antropología
sobre los orígenes de la cultura. Pero, en ese libro expreso más simpatías por
el concepto del “deseo mimético”, tal como ha sido formulado por Girard.
Este concepto básicamente postula
que deseamos a través de la imitación. Una persona puede no tener un gran deseo
por un objeto. Pero, si observa a otra persona tener deseo por ese objeto,
imitará a esa otra persona en ese deseo. Eso generará rivalidades, pues ambas
personas terminarán deseando lo mismo, y a juicio de Girard, esto explica gran
parte de la violencia humana.
Girard no es un psicólogo; más bien
formuló este concepto a partir de la lectura de grandes novelistas y
dramaturgos. Pero, en uno de sus libros más importantes, El misterio de nuestro mundo, Girard trata de acercarse a la
psicología evolucionista. Girard postula que tenemos genes para la imitación,
pues la imitación ofrece una considerable ventaja adaptativa, en la medida en
que propicia el aprendizaje: quienes imitaban y aprendían destrezas,
sobrevivían en mayor proporción. Pero, esa ventaja adaptativa trajo a su vez el
efecto colateral nocivo de la violencia, pues la imitación conduce al deseo
mimético.
Este acercamiento a la psicología
evolucionista no me resulta del todo satisfactorio, y en sus libros, Girard no
es lo suficientemente riguroso (ni parece conocer lo suficiente sobre
psicología evolucionista) en este aspecto. Pero, quizás la psicología
evolucionista sí pueda complementar algunas de las observaciones de Girard, con
otros conceptos.
Lo que Girard llama “deseo mimético”
suele ocurrir entre dos hombres y una mujer (de hecho, la mayor parte de los
análisis literarios de Girard examinan estos triángulos amorosos en las
novelas). Un hombre puede no tener mucho interés en una mujer, pero si observa
que un rival la empieza a cortejar, se activará su deseo, y podrá haber
conflictos.
La psicología evolucionista explica estas
situaciones de forma más plausible. No son propiamente los genes para la
imitación, sino los genes de la posesión sexual y los celos, lo que conduce a
estas situaciones. En el hombre, la promiscuidad es ventajosa para divulgar sus
genes (no así para las mujeres, pues el aparearse con muchos hombres no hará
que ellas tengan más hijos). Pero, a la vez, el hombre busca asegurarse de que
la hembra no copule con otros (de ahí los celos), pues en tanto proveerá
recursos para las crías, el hombre quiere asegurarse de que esas crías llevan
sus genes, y no los de un competidor.
Así pues, una vez que copula con una
mujer, el hombre pierde su interés en ella, y busca otras para seguir divulgando
sus genes. Pero, si observa que un competidor se acerca a una de las mujeres
con las cuales ya copuló, se activa su deseo nuevamente. Este renovado interés
sexual hará que su emisión de espermatozoides sea más abundante, y desplace a
los espermatozoides de los competidores que también pueden copular con la
hembra. Es posible también que el enorme tamaño del pene en la especie humana
(comparado con otras especies primates) sea una estrategia para penetrar más
profundamente, y así desplazar a los espermatozoides de los competidores.
Este fenómeno se llama “competencia de
espermatozoides”, y se ha documentado de varias maneras. Por ejemplo, es de
sobra conocido por los productores de pornografía, que los hombres se excitan
más viendo a un hombre copular con una mujer, que a una mujer sola
masturbándose, o incluso, a una mujer teniendo sexo con otra. Esto no es
propiamente homosexualidad (Girard llegó a postular que la homosexualidad
procede de un desplazamiento de deseo sexual hacia el rival imitado, pero yo
encuentro esta tesis muy problemática; hay otras explicaciones mucho mejores de la homosexualidad).
La contemplación de un hombre en plena acción sexual genera excitación, no
porque haya un deseo homosexual por el rival, sino porque en el hombre que
contempla, se activan los genes que añaden ardor al deseo, como producto de la competencia
de espermatozoides.
Así pues, en sus libros Girard ha hecho
observaciones interesantes sobre los triángulos amorosos, pero visto desde la
perspectiva de la psicología evolucionista (la cual, a mi juicio, es la
correcta), es necesario hacer algunas correcciones. En primer lugar, estos
triángulos invariablemente involucran a dos hombres y una mujer (si bien pueden
darse casos de dos mujeres y un hombre, no son tan frecuentes, pues por razones
evolutivas, la mujer no desarrolló los mismos celos que los hombres, y por
supuesto, no hay “competencia de espermatozoides” entre ellas). Y, en segundo
lugar, estas rivalidades no ocurren por mera imitación, sino porque la
evolución hizo que los hombres que fueran más celosos y reactivasen su deseo
sexual cuando un rival se acerca, tuvieran más descendencia.
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