Ilana
Mercer es una autora sudafricana que ha escrito un libro, Into the Cannibal’s Pot, en el cual describe con mucho horror los
problemas que atraviesa la Sudáfrica posterior al apartheid. Su retrato básicamente se reduce a esto: en los últimos
veinte años, se ha desarrollado una gran venganza étnica. El crimen está
disparado y los blancos son víctimas de forma desproporcionada, el gobierno no
está interesado en ofrecer ninguna protección a las minorías blancas, la
economía no es tan potente como en años anteriores, y hay una sensación de caos generalizado.
En ese libro, Mercer es bastante
mezquina en no dedicar suficiente atención a los horrores del apartheid. Y, quizás su descripción de
los horrores de la actual Sudáfrica sea exagerada. Pero, es un hecho
indiscutible que la reconciliación nacional en Sudáfrica no ha sido plenamente
satisfactoria, y que hay mucho revanchismo. Peor aún es el Zimbabue de Mugabe.
Mercer postula, en concordancia con
su admirado filósofo Edmund Burke, que las transformaciones sociales en
Sudáfrica debieron haber sido más graduales. Así, se habría evitado la
tragedia. Burke admiraba la revolución norteamericana, pero reprochaba a la
francesa, precisamente porque la primera fue menos ambiciosa, pero más efectiva;
la segunda fue muy ambiciosa, y tremendamente sangrienta. En ese sentido,
Mercer opina que el desmantelamiento del apartheid
fue demasiado repentino, y que un gobierno plenamente democrático dio
demasiado poder a un pueblo muy resentido. El resultado: una tiranía de las
mayorías.
Comprensiblemente, las opiniones de
Mercer (una mujer blanca, por supuesto) son vapuleadas por la izquierda. Es muy
fácil asumir la postura burkeana cuando se está del lado privilegiado. Pero,
cuando se vive en un bantustan
(guetos espantosos reservados para negros en Sudáfrica), hay sed de democracia.
Con todo, hay plenitud de análisis
que señalan cuán peligrosa puede ser una combinación de democracia con
resentimientos étnicos. Amy Chua analizó estos escenarios en un muy importante
libro, El mundo en llamas. En ese
libro, Chua postula que, cuando una minoría étnica privilegiada cede su poder a
la mayoría desposeída, puede sobrevenir fácilmente el caos, y eventualmente, el
genocidio. Los tutsis eran la minoría privilegiada en Rwanda; cuando llegaron
los hutus por vía democrática, sometieron a las tutsis al machete. Las
dictaduras pueden contener a las masas enardecidas, pero cuando se asienta la
democracia, la mayoría enardecida tienen más posibilidad de satisfacer sus
deseos genocidas.
Sorprenderá a muchos en la izquierda
latinoamericana, pero el propio Simón Bolívar estaría de acuerdo con Chua y
Mercer. Se nos ha querido vender el mito del Bolívar defensor de los negros,
que fue amamantado por una esclava, la negra Matea, pero nada más lejos de la
realidad (el detalle de la nodriza negra sí es cierto, pero no veo de qué forma
ser amamantado por una esclava convierte a alguien en defensor de una raza; más
bien, es al contrario: la pobre esclava sufrió la explotación de la familia de
Bolívar).
El gran temor a lo largo de la
carrera política y militar de Bolívar fue aquello que él llamó la
“pardocracia”. Bolívar razonaba que si se quebraba el viejo orden despótico
imperial, y se instituía un nuevo régimen más democrático, se corría el enorme
riesgo de que los pardos (negros, indios, mulatos, mestizos y zambos, todos
desposeídos) se hicieran con el poder, convirtieran a la nueva república en un
caos, y pasaran por el filo a la élite blanca criolla. El referente obsesivo de
Bolívar fue siempre Haití: en ese país hubo una rebelión de esclavos, y no quedó
ningún blanco vivo. Bolívar veía con horror que la mayoría parda llegase al
poder en Venezuela.
En el siglo XIX, especialmente en
países anglófonos, pululaban teorías raciales sobre la minusvalía intelectual
de los negros, y su incapacidad para gobernarse a sí mismos. Bolívar no
participó propiamente de esta ideología. Su preocupación no era biológica, pero
con todo, veía con espanto que una mayoría étnica, anteriormente oprimida,
ahora quedase repentinamente empoderada. Se expresaba de este modo: “¿Dónde
está allí [Haití] un ejército de ocupación para imponer el orden? ¿África?...
Vamos a tener más y más de África. No digo esto a la ligera, cualquiera con
piel blanca que se escape será suerte”. La forma tan brutal en que Bolívar
castigó al mulato Piar (cuestión que no hizo con otro rebelde, Santander, quien
era blanco como el Libertador), es otro testimonio de que Bolívar quería
mantener a los pardos en la raya.
En un comentario al temor bolivariano a
la pardocracia, el cronista Rafael Poleo decía que con Chávez, esa pardocracia
sigue amenazando a Venezuela. Pero, Poleo insiste en que, el color de piel de
la masa es irrelevante en esta cuestión; lo peligroso, es más bien la avanzada
de la muchedumbre. Yo discrepo. El color de piel sí es importante en estas
cosas. Como bien postula Amy Chua en su libro, si se tratase de una mera lucha
de clases sin distinciones étnicas, cuando llega la mayoría desposeída al
poder, no hay tanto peligro, pues el proletariado reconoce que, en cierto
sentido, los burgueses son “de los nuestros”.
Pero, cuando la aristocracia opresora
tiene un color de piel, y el proletariado oprimido tiene otro color de piel, la
explosividad es mayor. La diferencia no necesita ser biológica, pero sí étnica.
Los hutus y los tutsis en Rwanda eran prácticamente indistinguibles en términos
biológicos, pero no por ello dejaba de haber una tremenda división étnica entre
ellos Si la minoría privilegiada tiene
orígenes distintos, o habla otra lengua o con otro acento, o sencillamente se
le atribuye ser de otro grupo étnico, eso es suficiente distintivo para
despertar la ira colectiva. Antropólogos como Pierre Van Den Bergue han hecho
extensos estudios que sugieren que podemos tener una inclinación genética al
etnocentrismo y a la exacerbación de distinciones entre los miembros de un
grupo, y los foráneos: si esto es así, entonces los conflictos entre clases
sociales, se agravan cuando, además, hay la percepción de que están en
conflicto distintos grupos étnicos.
Historiadores como John Lynch tratan de
excusar el temor de Bolívar. El Libertador no era racista; sencillamente, tenía
una preocupación legítima de que los nacientes países hispanoamericanos se
convirtieran en algo como Haití, y rodara mucha sangre. Pero, lo que es bueno
para el pavo, es bueno para la pava. Si estamos dispuestos a excusar a Bolívar,
entonces debemos prestar mucha atención a quienes reclaman que en Sudáfrica se
pudo haber procedido con más gradualidad y cautela, y más aún, quienes
advierten que, en una futura reconciliación entre israelíes y palestinos,
también es necesario democratizar sólo gradualmente.
Gabriel, he leído este artículo tuyo que me parece de las cosas más brillantes que has escrito, sobre todo por las varias intuiciones que presentas. Al mismo tiempo, pienso que dejas varias líneas hacia un horizonte que, como corresponde en ciencias sociales, es un horizonte inacabado, sin terminar. Entre las varias cuestiones complejas que has planteado, está ésta: lo de la gradualidad, ¿piensas que debe ser el camino o es preferible la irrupción de cambios drásticos a pesar de posibles costos sociales e históricos? (después de todo, cambios drásticos es lo que suele suceder en la historia, pero ellos son precisamente los cambios más dolorosos). Por otro lado, ¿Cómo sería la 'gradualidad' ? Sé que es más bien cuestión de pragmatismo político que de teorización, pero si puedes decir algo al respecto te lo agradecería, porque, como acertadamente lo planteas al final de tu artículo, este tema de la gradualidad está en muchas otras situaciones políticas. Entre ellas, precisamente, en la política de medio oriente. Saludos y felicitaciones.
ResponderEliminarGracias por sus palabras. Los autores que yo he consultado, sugieren que lo más ideal en la "gradualidad", es establecer un sistema de representación parlamentaria que garantice escaños a grupos étnicos o religiosos, como ocurre en Líbano y otros países.
EliminarEn el caso israelí, yo diría que hay dos escenarios. 1. Si se procede con la solución de los dos Estados y se desocupan los territorios, habría que seguir una serie de pasos, como los que se propusieron en Oslo. Primero, que los palestinos sólo tengan policía, luego, que tengan ejército, y así sucesivamente. 2. Si se forma un solo Estado binacional, entonces habría que reservar a los judíos algunos escaños parlamentarios.
Sin embargo en este artículo cuando se habla del años apartheid hay equivocaciones y omisiones, me explico, Mandela si bien en un principio pudo haber usado la violencia, mandela cuando De klerk decidió liberarlo y se posesionócomo candidato a la presidencia el Sudáfrica él promovió la convivencia entre blancos y negros Incluso en un famoso discurso dijo "cojed sus espadas, sus cuchillos y sus machetes y arrojadlos al mar" incluso juzgó a blancos y negros por igual.
ResponderEliminarAdemás con respecto a lo de Ruanda, la división étnica no existía propiamente (aunque pudo haber existido uno que otro roce tribal) allá sino hasta el momento de la llegada de los europeos a esas tierras, ya que ellos clasificaron a los grupos y les dieron privilegios a los unos y excluyeron a los otros creando los antecedentes de lo que sería uno de los mayores genocidios de la historia (eso no me lo estoy inventando yo, eso lo dice la historia)
1. Yo no he negado que Mandela promovió la reconciliación. Pero, lamentablemente, no fue del todo exitoso, tal como lo documenta Mercer en su libro.
Eliminar2. Tampoco niego que las divisiones étnicas en Rwanda eran muy débiles antes de que llegaran los belgas. Pero, el hecho indiscutible es que, cuando democráticamente la mayoría hutu llegó al poder, quiso aniquilar a los tutsis.
"¿Dónde está allí [Haití] un ejército de ocupación para imponer el orden? ¿África?... Vamos a tener más y más de África. No digo esto a la ligera, cualquiera con piel blanca que se escape será suerte." Hermano dónde sale documentada este comentario de Bolívar?
ResponderEliminarEs una carta que él escribió a un amigo, pero ahorita no tengo el dato. Con toda seguridad está en sus Obras Completas.
EliminarDe dónde salió el retrato de El Libertador..? Si no se discute su autenticidad, entendemos por qué los mantuanos lo apodaban "longaniza"...
ResponderEliminarEra un momento muy complejo, con poca capacidad intelectual y madurez política colectiva para gobernar meso-américa, con sobrados intereses personales de por medio. Sumado a esto, la realidad de una masa poblacional predominante de color o mestiza, que no estaban en nada preparada para la gran responsabilidad que descarga la democracia (de voto universal) sobre sus pueblos ignorantes. El cómo manejar esa masa, hacerla participativa y que no fuese en contra del bien colectivo; era y es toda una gran proeza, incluso mayor que la de libertar y expulsar al ejercito realista español del continente... hasta hoy en día no se ha logrado y un parece alejado. Seguimos dando tumbos y tenemos dolorosos ejemplos en todas nuestras separadas naciones.
ResponderEliminarHubiese sido interesante que Bolívar hubiese podido vivir y gobernar, al menos otros 10 años y ver así el resultado de su obra política. De ese modo podríamos juzgarlo mejor, con hechos y no con tantas conjeturas, supongo que al final pudo haber tenido mejor suerte al salvarse de eso.