Tengo una intuición moral elemental:
existe la obligación de devolver el dinero recibido en calidad de préstamo. Y,
si antes del préstamo, hubo un acuerdo de que se pagaría interés, entonces
también existe la obligación de pagar ese interés.
En el mundo macroeconómico, por
supuesto, las cosas son mucho más complejas. Y, supongo que esto es aún más
complejo en el caso de Grecia. No conozco los detalles (no sigo atentamente las
noticias económicas), pero sospecho que en todo el drama que se está viviendo
en ese país, hay que considerar muchos factores: si hubo imposición en las
condiciones de los préstamos, si es aceptable que una nación sacrifique su
gasto público para pagar deudas externas, etc. Quizás, con base en argumentos
puramente económicos, políticos y jurídicos, se puede apoyar a Syriza.
Pero, he escuchado a alguna gente
que pretende ir más lejos, y quiere usar chantajes emocionales para defender a
Syriza. La defensa de Grecia frente a Europa se quiere hacer en una vena
romántica: se quiere presentar a Grecia como la cenicienta maltratada, que
merece nuestras simpatías, no solamente por ser víctima de los codiciosos que
prestaron dinero, sino porque es el origen de toda nuestra civilización.
Esto no es nuevo. A inicios del
siglo XIX, cuando Grecia luchaba por su independencia frente al imperio
otomano, surgió en Europa una ola de simpatizantes. Estos simpatizantes, con Lord
Byron a la cabeza, eran románticos que formaron el movimiento que vino a
llamarse ‘filohelenismo’. Este movimiento básicamente consistía en la
celebración del legado cultural griego, y su apropiación en la explosión
cultural que representó el romanticismo. A partir de estas simpatías por la
cultura helénica, algunos europeos, en típico espíritu romántico aventurero,
fueron a Grecia a pelear contra los turcos. Lord Byron fue el más célebre de
estos aventureros, y su inesperada muerte en aquella campaña, contribuyó aún
más al misticismo de aquel movimiento.
Como suele ocurrir con estos
movimientos, aquellos filohelenistas estaban más identificados con la Grecia de
Pericles o Aristóteles, que con el pueblo griego al cual acudían a defender. Y,
hasta el día de hoy, los griegos llevan a cuestas ese estigma. La cultura
griega contemporánea es un cúmulo de muy variadas experiencias históricas.
Pero, tal como se lamenta Nikos Dimou en su libro La desgracia de ser griego, el mundo sólo ve en Grecia sus antiguas
glorias. Los griegos son víctimas de un tremendo estereotipo, y no les resulta
fácil quitárselo de encima. De hecho, para Grecia ha resultado bastante más
difícil modernizarse, precisamente porque el resto del mundo la trata como una
suerte de museo viviente. La continua comparación con los antiguos, sugiere
Dimou, ha dejado en los griegos un complejo de inferioridad.
Pues bien, en la defensa actual de
Grecia, no faltan comentaristas que quieren chantajear a Europa con los mismos
motivos de los filohelenistas. Entre sus argumentos, se dice que Grecia es el
ombligo de Occidente, es nuestra civilización madre, y por ende, pretender
someterla a la austeridad es casi una forma de parricidio. Grecia dio grandes
glorias al mundo, y a cambio, los poderes militares modernos la saquearon,
llevándose las esculturas del Partenón al Museo Británico. En un mundo con
serios déficits educativos, gustos vulgares, y una concepción de la educación
excesivamente tecnocrática y utilitaria, Grecia representa el amor desinteresado
al arte y al conocimiento; en un mundo lleno de efectos especiales
hollywoodenses, Grecia representa la grandiosidad del teatro.
Esta forma de argumentar es
objetable por dos razones básicas. Primero, porque es un mero chantaje que
incurre en falacias de irrelevancia: en la cuestión de si Grecia debe pagar la
deuda o no, es irrelevante su participación en los orígenes de la civilización
occidental. Y, segundo, porque esta forma de argumentar sigue anclando a los propios
griegos en un pasado al cual ellos no están seguros de querer seguir estando
atados. Desde hace décadas, ya los españoles están cansados de que los
presenten al mundo vistiendo siempre un sombrero cordobés; quizás vale la pena
preguntarse si los griegos están ya cansados de que, aun para un tema tan
técnico como la austeridad y el pago de las deudas, se siga invocando la imagen
romántica de Grecia.
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