martes, 14 de julio de 2015

La crianza comunal de los niños, ¿una quimera?



            Los comunistas de antaño defendían la igualdad de condiciones: no debe haber ganadores ni perdedores, todos debemos recibir la misma porción del pastel. Otros, como Marx, tenían más bien la pretensión de que el pastel se repartiese en función de la necesidad, y no del mérito: de cada quien según su capacidad, a cada quien según se necesidad.
            En vista del fracaso soviético, entre otros factores, los izquierdistas más recientes aceptan que la igualdad de condiciones es una quimera. No todos merecemos lo mismo; quien esté más cualificado, debe recibir una porción mayor del pastel. En este sentido, los izquierdistas más modernos son más tolerantes de la desigualdad. Pero, inmediatamente, estos mismos izquierdistas saltan a decir que, para que la desigualdad de condiciones sea justa, debe haber igualdad de oportunidades. No es injusto que en una carrera haya ganadores y perdedores, pero sí es injusto si el ganador tuvo al inicio más ventaja que el perdedor.

            Y así, muchos izquierdistas se proponen corregir las desigualdades de oportunidades. El mecanismo más habitual de hacerlo es alguna forma de “discriminación positiva”: favorecer a aquellos que, desde un inicio, han tenido desventajas, para así emparejar la carrera, y hacerla verdaderamente justa. Así, por ejemplo, un joven negro es descendiente de esclavos y debe enfrentar diariamente el racismo, mientras que un joven blanco es descendiente de esclavistas y no sufre el racismo. El blanco tiene más ventaja. Puesto que las oportunidades que la sociedad ha brindado a ambos no son las mismas, habría que favorecer al joven negro (en trabajos, cupos universitarios, etc.), y sólo así, la competencia será verdaderamente justa.
            El problema, no obstante, es: ¿dónde paramos? La desigualdad de oportunidades empieza desde el mismo momento en que nacemos. Hay padres más cariñosos y más responsables que otros. Ya desde un inicio, unos niños gozan de mejor crianza y tienen más ventajas. ¿El aspirante que tuvo padres irresponsables debe tener ventaja en una oposición, frente al aspirante que tuvo padres responsables, a fin de emparejar la carrera desde el inicio y hacerla verdaderamente justa? ¿Cómo se puede llevar un registro de todas las desigualdades de oportunidades a las que ha estado expuesto un individuo en su vida?
            Precisamente frente a problemas como éstos, hay una larga tradición de comunistas que proponen una solución radical: emparejar a todos los niños desde el momento en que nacen, de forma tal que las desigualdades que surjan cuando sean adultos, deriven de sus propios talentos y méritos, y no de las desigualdades de oportunidades que acumularon en vida. ¿Cómo lograrlo? Sometiéndolos a todos a la misma crianza.
            Bajo esta idea, han surgido los proyectos de crianza comunal, defendidos por autores tan variopintos como Platón, Fourier y Owen. Los niños no serían criados por familias. Puesto que hay familias más competentes que otras, la crianza familiar de niños propicia desigualdad de oportunidades. En cambio, si las familias entregan los niños a la comuna, y todos son criados por igual, las desigualdades de oportunidades desaparecerían.
            Si bien muchos filósofos han fantaseado con la crianza comunal de los niños, ha habido pocos intentos de materializarla. En el siglo XIX, varios movimientos utópicos lo intentaron; seguramente el más prominente fue el de la comunidad de Oneida, en EE.UU. En el siglo XX, los kibbutzim en Israel, fueron también un experimento social institucionalizado basándose en esta idea.
            Invariablemente, estos proyectos han fracasado. La comunidad de Oneida colapsó. La primera generación fue entusiasta de la crianza comunal de los niños, pero la segunda quería un apego especial con los hijos biológicos, y no estaba tan dispuesta a criar a niños sin parentesco biológico, del mismo modo en que criaban a sus propios hijos biológicos.
Los kibbutzim no fracasaron en la misma medida. Pero, ya hacia finales del siglo XX, quedaba muy poco de su organización comunal original. En unos famosos estudios, el psicólogo Bruno Bettleheim documentó que los niños criados en kibbutzim tenían un alto sentido de la justicia y de la cooperación (presumiblemente, al estar sujetos a menos desigualdades de oportunidades desde un inicio, valoraban altamente el sentido de justicia), pero al mismo tiempo, observó que cuando estos niños se volvían adultos, eran personas muy conformistas, y con un pobrísimo espíritu de emprendimiento e individualidad. En todo caso, de forma parecida a lo que ocurría en la comunidad de Oneida, los miembros de los kibbutzim buscaban la manera de preservar los lazos biológicos de exclusividad familiar, y a la larga, los propios promotores de la crianza comunal se dieron cuenta de que hay un impulso a atomizarnos en familias nucleares, y que es muy difícil ir en contra ello.
El filósofo Larry Arnhart ha argumentado muy persuasivamente a favor de un “derecho natural darwiniano”, con inclinaciones conservadoras. Arnhart propone que debemos conocer bien nuestra naturaleza (utilizando la teoría de la evolución), pues si bien el collar que nos ata es muy largo, al final, sí somos prisioneros de nuestros genes. Instrumentar programas de ingeniería social que van muy en contra de nuestra naturaleza, eventualmente conducirá al fracaso. El lazo biológico entre padres e hijos es muy fuerte como para pretender romperlo y establecer la crianza comunal. Tarde o temprano, obedeceremos el mandato de nuestros genes, y querremos dedicar especial atención a nuestros hijos biológicos, por encima de los otros niños de la comunidad.

La implicación de todo esto, me parece, es la reafirmación de un viejo principio conservador: debemos reconocer nuestras limitantes. Debemos admitir que vivimos en un mundo injusto, pero que, en muchos casos, no hay gran cosa que podamos hacer. Los esfuerzos utópicos por hacer desaparecer las desigualdades de oportunidades, pueden resultar más catastróficos. Ciertamente, hay niños que, desde el momento del nacimiento, tienen más ventajas que otros. Pero, pretender corregir esas injusticias puede ser una receta para el desastre. La naturaleza es injusta, pero lamentablemente, todos somos hijos de ella. Quizás, en un futuro encontremos biotecnologías que nos permitan transformar radicalmente nuestra constitución genética. Quizás, la ingeniería podría diseñar un gen que haga que no nos importe que nuestros hijos sean criados en comunas. Pero, en el entretiempo, insisto, hemos de reconocer nuestras limitaciones.
              

4 comentarios:

  1. En la actualidad y en las épocas venideras más cercanas, la educación comunal es una idea utópica. Sin embargo, ni siquiera la aplicación de la misma elimina desigualdad de oportunidades, el tema de la salud será un factor de variación, el tema del genero seguirá siendo predominante en temas de destrezas físicas y habilidades especificas, así como también los prejuicios sociales ante la apariencia más allá de racismo, como lo son la percepción de la belleza. La altura, la talla, el peso, son factores naturales que no se pueden omitir. Además, hay que tomar en cuenta que serán educados con personas formadas por el sistema desigual, por lo tanto los educadores pueden aportar el factor de desigualdad si traen consigo discriminaciones o clasificaciones sociales preestablecidas.
    Por lo cual, más allá de donde y como se les enseña, debemos también considerar el quien y más importante el qué se les enseña, aunque las clases sociales siempre vayan a existir de algún modo.

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    1. Sí, es muy agudo lo que dices. Unos venimos al mundo con más o menos inteligencia que otros, y ya desde el vientre de nuestras madres, empiezan las desigualdades de oportunidades.

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  2. Yo creo que la solución pasa por el empoderamiento del individuo con mecanismos que lo ayuden a lograr cierta independencia y libertad de acción, manteniendo a su vez ciertas limitaciones a la hora de criar a la progenie. A veces intentando lograr mayor igualdad se logra lo contrario y al final se debe hacer uso del reduccionismo para atomizar cuestiones complejas en asuntos más manejables y sencillos. Así encontramos la raíz de un asunto o problema a resolver. Si nos centramos en esto, y hacemos un aislamiento momentáneo o temporal del individuo se consigue extrapolar algo bastante parecido a la declaración universal de los derechos humanos. Que es lo que todo individuo necesita desde el primer minuto que viene a este mundo? Supervivencia en pelotas lo resume bastante. Necesita un techo donde refugiarse de las intemperies y las calamidades del clima. Necesita un lecho donde dormir que lo mantenga atemperado. Necesita alimento para mantener energías y actitud positiva. Necesita recibir amor y cuidados básicos (higiene, caricias, etc) para desarrollarse de manera oportuna. Así pues se desarrolla todo sistema social organizativo de manera inicial, tratando de responder la forma de cubrir mejor todas estas necesidades. Después de esto habría que ver que la monotonía al alcanzar un equilibrio, en el que la supervivencia está asegurada, va en contra de la propia naturaleza de la vida, por lo tanto la vida se estanca... Así pues surgen las necesidades secundarias o no vitales, que son como el DLC o expansión de la vida. Y en estos momentos nos hallamos en una etapa en la cual se está intentando encontrar el punto de equilibrio de avance, puesto que el avance tecnológico del último siglo ha sido predominante al avance social (que mantiene los mismos pupítres y sistemas educativos del último siglo prácticamente inamovibles). Cambiar el modelo social requiere de grandes cambios a nivel de raíz y hacer esto en un sistema que tiene raíces muy extensas es sumamente delicado, porque arrancar la raíz equivocada puede suponer que la copa del árbol muera al ser de vital importancia, por lo que los cambios han de ser sustancialmente pequeños, y aun así pueden suponer grandes alteraciones. (disertación).

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    1. Fe de erratas: "Aventura en pelotas" (en lugar de Supervivencia en pelotas).

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