Los comunistas de antaño defendían
la igualdad de condiciones: no debe haber ganadores ni perdedores, todos
debemos recibir la misma porción del pastel. Otros, como Marx, tenían más bien
la pretensión de que el pastel se repartiese en función de la necesidad, y no
del mérito: de cada quien según su capacidad, a cada quien según se necesidad.
En vista del fracaso soviético,
entre otros factores, los izquierdistas más recientes aceptan que la igualdad
de condiciones es una quimera. No todos merecemos lo mismo; quien esté más
cualificado, debe recibir una porción mayor del pastel. En este sentido, los
izquierdistas más modernos son más tolerantes de la desigualdad. Pero,
inmediatamente, estos mismos izquierdistas saltan a decir que, para que la
desigualdad de condiciones sea justa, debe haber igualdad de oportunidades. No
es injusto que en una carrera haya ganadores y perdedores, pero sí es injusto
si el ganador tuvo al inicio más ventaja que el perdedor.
Y así, muchos izquierdistas se
proponen corregir las desigualdades de oportunidades. El mecanismo más habitual
de hacerlo es alguna forma de “discriminación positiva”: favorecer a aquellos
que, desde un inicio, han tenido desventajas, para así emparejar la carrera, y
hacerla verdaderamente justa. Así, por ejemplo, un joven negro es descendiente
de esclavos y debe enfrentar diariamente el racismo, mientras que un joven
blanco es descendiente de esclavistas y no sufre el racismo. El blanco tiene
más ventaja. Puesto que las oportunidades que la sociedad ha brindado a ambos
no son las mismas, habría que favorecer al joven negro (en trabajos, cupos
universitarios, etc.), y sólo así, la competencia será verdaderamente justa.
El problema, no obstante, es: ¿dónde
paramos? La desigualdad de oportunidades empieza desde el mismo momento en que
nacemos. Hay padres más cariñosos y más responsables que otros. Ya desde un
inicio, unos niños gozan de mejor crianza y tienen más ventajas. ¿El aspirante
que tuvo padres irresponsables debe tener ventaja en una oposición, frente al
aspirante que tuvo padres responsables, a fin de emparejar la carrera desde el
inicio y hacerla verdaderamente justa? ¿Cómo se puede llevar un registro de
todas las desigualdades de oportunidades a las que ha estado expuesto un
individuo en su vida?
Precisamente frente a problemas como
éstos, hay una larga tradición de comunistas que proponen una solución radical:
emparejar a todos los niños desde el
momento en que nacen, de forma tal que las desigualdades que surjan cuando
sean adultos, deriven de sus propios talentos y méritos, y no de las
desigualdades de oportunidades que acumularon en vida. ¿Cómo lograrlo?
Sometiéndolos a todos a la misma crianza.
Bajo esta idea, han surgido los
proyectos de crianza comunal, defendidos por autores tan variopintos como
Platón, Fourier y Owen. Los niños no serían criados por familias. Puesto que
hay familias más competentes que otras, la crianza familiar de niños propicia
desigualdad de oportunidades. En cambio, si las familias entregan los niños a
la comuna, y todos son criados por igual, las desigualdades de oportunidades
desaparecerían.
Si bien muchos filósofos han
fantaseado con la crianza comunal de los niños, ha habido pocos intentos de
materializarla. En el siglo XIX, varios movimientos utópicos lo intentaron;
seguramente el más prominente fue el de la comunidad de Oneida, en EE.UU. En el
siglo XX, los kibbutzim en Israel,
fueron también un experimento social institucionalizado basándose en esta idea.
Invariablemente, estos proyectos han
fracasado. La comunidad de Oneida colapsó. La primera generación fue entusiasta
de la crianza comunal de los niños, pero la segunda quería un apego especial
con los hijos biológicos, y no estaba tan dispuesta a criar a niños sin
parentesco biológico, del mismo modo en que criaban a sus propios hijos
biológicos.
Los kibbutzim
no fracasaron en la misma medida. Pero, ya hacia finales del siglo XX,
quedaba muy poco de su organización comunal original. En unos famosos estudios,
el psicólogo Bruno Bettleheim documentó que los niños criados en kibbutzim tenían un alto sentido de la
justicia y de la cooperación (presumiblemente, al estar sujetos a menos
desigualdades de oportunidades desde un inicio, valoraban altamente el sentido
de justicia), pero al mismo tiempo, observó que cuando estos niños se volvían
adultos, eran personas muy conformistas, y con un pobrísimo espíritu de
emprendimiento e individualidad. En todo caso, de forma parecida a lo que
ocurría en la comunidad de Oneida, los miembros de los kibbutzim buscaban la manera de preservar los lazos biológicos de
exclusividad familiar, y a la larga, los propios promotores de la crianza
comunal se dieron cuenta de que hay un impulso a atomizarnos en familias
nucleares, y que es muy difícil ir en contra ello.
El filósofo Larry Arnhart ha argumentado
muy persuasivamente a favor de un “derecho natural darwiniano”, con
inclinaciones conservadoras. Arnhart propone que debemos conocer bien nuestra
naturaleza (utilizando la teoría de la evolución), pues si bien el collar que
nos ata es muy largo, al final, sí somos prisioneros de nuestros genes. Instrumentar
programas de ingeniería social que van muy en contra de nuestra naturaleza,
eventualmente conducirá al fracaso. El lazo biológico entre padres e hijos es
muy fuerte como para pretender romperlo y establecer la crianza comunal. Tarde
o temprano, obedeceremos el mandato de nuestros genes, y querremos dedicar
especial atención a nuestros hijos biológicos, por encima de los otros niños de
la comunidad.
La implicación de todo esto, me parece, es
la reafirmación de un viejo principio conservador: debemos reconocer nuestras
limitantes. Debemos admitir que vivimos en un mundo injusto, pero que, en muchos
casos, no hay gran cosa que podamos hacer. Los esfuerzos utópicos por hacer
desaparecer las desigualdades de oportunidades, pueden resultar más
catastróficos. Ciertamente, hay niños que, desde el momento del nacimiento,
tienen más ventajas que otros. Pero, pretender corregir esas injusticias puede
ser una receta para el desastre. La naturaleza es injusta, pero
lamentablemente, todos somos hijos de ella. Quizás, en un futuro encontremos
biotecnologías que nos permitan transformar radicalmente nuestra constitución genética.
Quizás, la ingeniería podría diseñar un gen que haga que no nos importe que
nuestros hijos sean criados en comunas. Pero, en el entretiempo, insisto, hemos
de reconocer nuestras limitaciones.
En la actualidad y en las épocas venideras más cercanas, la educación comunal es una idea utópica. Sin embargo, ni siquiera la aplicación de la misma elimina desigualdad de oportunidades, el tema de la salud será un factor de variación, el tema del genero seguirá siendo predominante en temas de destrezas físicas y habilidades especificas, así como también los prejuicios sociales ante la apariencia más allá de racismo, como lo son la percepción de la belleza. La altura, la talla, el peso, son factores naturales que no se pueden omitir. Además, hay que tomar en cuenta que serán educados con personas formadas por el sistema desigual, por lo tanto los educadores pueden aportar el factor de desigualdad si traen consigo discriminaciones o clasificaciones sociales preestablecidas.
ResponderEliminarPor lo cual, más allá de donde y como se les enseña, debemos también considerar el quien y más importante el qué se les enseña, aunque las clases sociales siempre vayan a existir de algún modo.
Sí, es muy agudo lo que dices. Unos venimos al mundo con más o menos inteligencia que otros, y ya desde el vientre de nuestras madres, empiezan las desigualdades de oportunidades.
EliminarYo creo que la solución pasa por el empoderamiento del individuo con mecanismos que lo ayuden a lograr cierta independencia y libertad de acción, manteniendo a su vez ciertas limitaciones a la hora de criar a la progenie. A veces intentando lograr mayor igualdad se logra lo contrario y al final se debe hacer uso del reduccionismo para atomizar cuestiones complejas en asuntos más manejables y sencillos. Así encontramos la raíz de un asunto o problema a resolver. Si nos centramos en esto, y hacemos un aislamiento momentáneo o temporal del individuo se consigue extrapolar algo bastante parecido a la declaración universal de los derechos humanos. Que es lo que todo individuo necesita desde el primer minuto que viene a este mundo? Supervivencia en pelotas lo resume bastante. Necesita un techo donde refugiarse de las intemperies y las calamidades del clima. Necesita un lecho donde dormir que lo mantenga atemperado. Necesita alimento para mantener energías y actitud positiva. Necesita recibir amor y cuidados básicos (higiene, caricias, etc) para desarrollarse de manera oportuna. Así pues se desarrolla todo sistema social organizativo de manera inicial, tratando de responder la forma de cubrir mejor todas estas necesidades. Después de esto habría que ver que la monotonía al alcanzar un equilibrio, en el que la supervivencia está asegurada, va en contra de la propia naturaleza de la vida, por lo tanto la vida se estanca... Así pues surgen las necesidades secundarias o no vitales, que son como el DLC o expansión de la vida. Y en estos momentos nos hallamos en una etapa en la cual se está intentando encontrar el punto de equilibrio de avance, puesto que el avance tecnológico del último siglo ha sido predominante al avance social (que mantiene los mismos pupítres y sistemas educativos del último siglo prácticamente inamovibles). Cambiar el modelo social requiere de grandes cambios a nivel de raíz y hacer esto en un sistema que tiene raíces muy extensas es sumamente delicado, porque arrancar la raíz equivocada puede suponer que la copa del árbol muera al ser de vital importancia, por lo que los cambios han de ser sustancialmente pequeños, y aun así pueden suponer grandes alteraciones. (disertación).
ResponderEliminarFe de erratas: "Aventura en pelotas" (en lugar de Supervivencia en pelotas).
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