jueves, 31 de octubre de 2013

¿Por qué creemos en la inmortalidad?



Cuando escribí La inmortalidad ¡vaya timo!, no dediqué mucha atención a la etiología de la creencia en la vida después de la muerte. En parte no lo hice, porque quise evitar la llamada ‘falacia genética’: explicar los orígenes de una creencia no implica su refutación (y, en ese libro, me ocupé fundamentalmente de refutar los argumentos a favor de la creencia en la inmortalidad). Con todo, amerita explorar algunos posibles orígenes de la creencia en la inmortalidad.

            Las explicaciones marxistas (los sacerdotes inventaron la creencia en la inmortalidad para manipular y aprovecharse de las masas) pueden tener algún grado de plausibilidad (ciertamente explican muy bien la correspondencia entre la creencia en el karma y las terribles condiciones de opresión en el sistema de castas en la India), pero con todo, me resultan insuficientes. Los neandertales ya creían en alguna forma de inmortalidad, y presumiblemente, esa especie de homínidos no tenía las condiciones de opresión social que tanto preocuparon a Marx. Lo mismo puede decirse de nuestros remotos ancestros en el Paleolítico.
            La explicación que en el siglo XIX ofreció el antropólogo E.B Tylor es mucho más fructífera. A juicio de Tylor, la creencia en la inmortalidad surgió como consecuencia de la confusión que suscitó en el hombre primitivo la persistencia de imágenes de personas ya fallecidas. Nuestros seres queridos fallecidos aparecen en sueños, pensamientos, memorias, etc. Eso, opinaba Tylor, condujo al hombre primitivo a formular la teoría según la cual, hay una sustancia inmaterial que sobrevive a la descomposición del cuerpo, y sale a relucir cada vez que la persona aparece en nuestros pensamientos y sueños.
            La explicación de Tylor es muy plausible, pero deja un vacío. Bajo esta teoría, el hombre primitivo inventa la creencia en la inmortalidad para satisfacer una curiosidad intelectual. Me parece que esto intelectualiza demasiado al hombre primitivo. La creencia en la inmortalidad es mucho más instintiva, y no busca necesariamente resolver enigmas. Además, si de verdad se tratase de una invención para satisfacer curiosidad intelectual, no esperaríamos que esta creencia fuese tan común entre los niños, y con todo, es más común entre niños que entre adultos.
            Por ello, veo más plausible que la creencia en la inmortalidad esté ya programada en nuestros genes. O, mejor dicho, tenemos programados en nuestros genes ciertas tendencias psicológicas que tuvieron una ventaja adaptativa en el Paleolítico, y que ahora propician la creencia en la inmortalidad.
            Los seres humanos tenemos una gran tendencia a formarnos una “teoría sobre otras mentes”, a saber, la capacidad de sentir empatía respecto a los demás, y ver el mundo desde la perspectiva de otras personas. Eso, en los albores de la especie humana, debió ser una gran ventaja. En tanto somos una especie social, la selección natural debió favorecer a aquellos individuos que tuvieran la capacidad para formarse una idea respecto a lo que otros están pensando. A la hora de evitar un depredador, vencer a un oponente, o cortejar a una compañera, el colocarse mentalmente en la posición de los demás debió ser muy ventajoso.
            Con esta tendencia, ha resultado inevitable que tengamos una enorme facilidad para asumir que nuestro pensamiento es autónomo de nuestro cuerpo, pues nuestra mente puede percibir el mundo desde la perspectiva de otro cuerpo. Somos naturalmente dualistas (creemos naturalmente en la dualidad mente-cuerpo). Y, así, es fácil imaginar un estado en el cual seguimos existiendo, aun en ausencia de nuestro cuerpo. La muerte del cuerpo, entonces, no es el final de la existencia.
            Quizás tras la creencia en la inmortalidad haya otra tendencia psicológica innata. Jean Piaget célebremente documentó cómo, en el desarrollo evolutivo en la infancia, los niños pronto adquieren la capacidad para reconocer la “permanencia de personas”: cuando una persona desaparece del campo visual de los niños, éstos no asumen que la persona en cuestión ha dejado de existir; antes bien, asumen la permanencia de la persona, y que ésta sencillamente se ha ido a otro lugar. Esto debió haber tenido también una enorme ventaja adaptativa en los albores de nuestra especie (desafortunadamente, Piaget no era muy dado a enriquecer sus estudios con análisis derivados de la teoría de la evolución). Pues, el asumir que un depredador sigue existiendo, aun si desaparece del campo visual, ciertamente favorece la supervivencia.
            Esto también propicia la creencia en la inmortalidad. Si asumimos la “permanencia de las personas”, es fácil entonces asumir que, cuando la gente muere, no deja de existir, sino que, sencillamente, ha ido a otro lugar.
            Estos modelos no son perfectos, pues hay algunas creencias sobre la inmortalidad que no son dualistas (es decir, que no dependen de la existencia de un alma incorpórea). Contrario a lo que muchas veces se supone, es bastante probable que, en la creencia cristiana original, las personas fallecidas dejaran de existir hasta el momento de la resurrección del cuerpo. Los primeros cristianos probablemente eran, como la mayoría de los judíos del siglo I, materialistas y no dualistas; el alma inmaterial era más bien un concepto griego. Pero, con todo, la explicación evolucionista de las creencias dualistas tiene bastante alcance.
            Por ello, como bien señala el psicólogo Jesse Bering, es erróneo postular la creencia en la inmortalidad como mero resultado del voluntarismo. Deseamos que muchas cosas sean verdaderas en el mundo, pero no por ello las aceptamos instintivamente. Creemos en la vida después de la muerte, no porque nos resulte algo muy grato, sino porque, en los albores de nuestra especie, el colocarse mentalmente en el lugar de los demás, y el asumir que la desaparición de un objeto no es el fin de su existencia, fue ventajoso.

5 comentarios:

  1. Vaya, yo era de los que decía que se creía en la inmortalidad porque era agradable o por cultura.

    Saludos.

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    1. Puede ser que sí tengas razón. Pero hay muchas cosas imaginarias agradables, y con todo, no creemos en ellas. Por eso, conviene buscar el origen de la creencia en la inmortalidad en otros factores.

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  2. Como de costumbre, Darwin detrás de las explicaciones más satisfactorias de la realidad. Con todo, observo, como en el caso de la interpretación de lo smitos, que en esta cuestión ninguna explicación por sí sola da perfecta cuenta de todos los fenómenos observados, y atl vez cabría preguntarse si no han confluido en ella varios factores, no todos genéticos.

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    1. Hola Jose, pues sí, Darwin explica muchas cosas. A veces, me da temor de que Darwin pretenda explicar demasiado, y se convierta en algo parecido al psicoanálisis o el marxismo. Por eso, yo comparto tu observación de que no deberíamos desechar explicaciones no genéticas.

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  3. LA inmortalidad es una creencia errada inventada hace muchos años no tiene base biblica. En la biblia claramente dice que el alma que peca muere. Y tambien llama alma a la vida de los animales. Entonces seria logico pensar que si el alma va al cielo o al infierno los animales tambien ascienden o descienden dependiendo de su conducta, El alma es la propia vida, la energia, cuando uno muere perece todo pensamiento. solo queda en la memoria de Dios.

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