Desde
antes de que Nicolás Maduro fuese presidente de Venezuela, yo veía con
preocupación que un alto funcionario del gobierno tuviese devoción por Sai
Baba. Si el canciller venezolano en aquel momento se dejaba engañar por un gurú
que hacía trucos de magia tan sencillos, ¿qué podríamos esperar los venezolanos
de un hombre tan ingenuo, a la hora de entrar en una negociación en asuntos
internacionales?
Una
vez que se convirtió en el sucesor de Chávez, Maduro empezó a exhibir aún más
su vena mística. Alegó que Chávez se le apareció en forma de pajarito. Tiempo
después, Mario Silva reveló (en su escandalosa conversación con un militar
cubano) que Maduro tenía la convicción de que el rostro de Chávez se apareció
en un cuadro en el palacio presidencial. Y, ahora, Maduro ha anunciado que la
cara de Chávez surgió en las paredes de uno de los túneles del metro de
Caracas.
Sólo
puedo especular, pero yo presumo que todo este misticismo sí es genuino en la personalidad de Maduro. No me parece que sea un
invento frío y calculador para sacar provecho político del culto a Chávez. No
puedo decir lo mismo del psiquiatra Jorge Rodríguez (quien acompañó a Maduro y
sostuvo la foto de la aparición de Chávez en el metro de Caracas). Cuando Mario
Silva reveló el incidente de la aparición de Chávez en un cuadro, añadió que
Jorge Rodríguez aconsejó no divulgar aquello en plena campaña presidencial,
pues estaba consciente de que era un exabrupto. Supongo que, ahora, Rodríguez
estima que sí se le puede sacar provecho político a las apariciones de Chávez.
En
ese caso, Rodríguez sería una persona sin escrúpulos, un político maquiavélico
que está dispuesto a manipular los sentimientos religiosos de la gente, con tal
de mantenerse en el poder. Yo francamente dudo de que Rodríguez, un psiquiatra,
no sepa qué es una pareidolia.
Una
‘pareidolia’ es un fenómeno psicológico que consiste en interpretar como una
forma reconocible (muy habitualmente una cara humana), un estímulo vago. Muy
probablemente, tenemos en nuestros genes una programación a ser proclives a las
pareidolias. Esto debió tener gran ventaja adaptativa en la sabana africana
para nuestros ancestros en el Paleolítico. Frente a las múltiples amenazas que
asechaban a la especie humana en sus albores, debió resultar ventajoso tener la
tendencia a ver caras humanas, u objetos con agencia, incluso en fenómenos
impersonales. Esto facilitaba la reacción instintiva al escape en situaciones
de peligro.
Esta
predisposición genética a ver patrones donde realmente no los hay, hace que hoy
seamos proclives a ver caras en las nubes, o a contemplar apariciones de
Jesucristo en el pan tostado. Un poco de educación crítica, no obstante,
permite sobreponer estos instintos irracionales. Lamento informar que un chofer
de bus seguramente no recibió la suficiente educación como para sobreponer
estos instintos irracionales. Y eso hace, no sólo que Maduro vea el rostro de
Chávez en las paredes del metro de Caracas, sino que también, viva en una
constante paranoia respecto a teorías de conspiración que, lo mismo que las
pareidolias, reposan sobre el mecanismo psicológico de atribuir patrones y
propósitos a fenómenos aleatorios.
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