Cuando escribí La inmortalidad ¡vaya timo!, no dediqué mucha atención a la
etiología de la creencia en la vida después de la muerte. En parte no lo hice,
porque quise evitar la llamada ‘falacia genética’: explicar los orígenes de una
creencia no implica su refutación (y, en ese libro, me ocupé fundamentalmente
de refutar los argumentos a favor de la creencia en la inmortalidad). Con todo,
amerita explorar algunos posibles orígenes de la creencia en la inmortalidad.
Las
explicaciones marxistas (los sacerdotes inventaron la creencia en la
inmortalidad para manipular y aprovecharse de las masas) pueden tener algún
grado de plausibilidad (ciertamente explican muy bien la correspondencia entre
la creencia en el karma y las
terribles condiciones de opresión en el sistema de castas en la India), pero
con todo, me resultan insuficientes. Los neandertales ya creían en alguna forma
de inmortalidad, y presumiblemente, esa especie de homínidos no tenía las
condiciones de opresión social que tanto preocuparon a Marx. Lo mismo puede
decirse de nuestros remotos ancestros en el Paleolítico.
La
explicación que en el siglo XIX ofreció el antropólogo E.B Tylor es mucho más
fructífera. A juicio de Tylor, la creencia en la inmortalidad surgió como
consecuencia de la confusión que suscitó en el hombre primitivo la persistencia
de imágenes de personas ya fallecidas. Nuestros seres queridos fallecidos
aparecen en sueños, pensamientos, memorias, etc. Eso, opinaba Tylor, condujo al
hombre primitivo a formular la teoría según la cual, hay una sustancia
inmaterial que sobrevive a la descomposición del cuerpo, y sale a relucir cada
vez que la persona aparece en nuestros pensamientos y sueños.
La
explicación de Tylor es muy plausible, pero deja un vacío. Bajo esta teoría, el
hombre primitivo inventa la creencia
en la inmortalidad para satisfacer una curiosidad intelectual. Me parece que
esto intelectualiza demasiado al hombre primitivo. La creencia en la
inmortalidad es mucho más instintiva, y no busca necesariamente resolver
enigmas. Además, si de verdad se tratase de una invención para satisfacer
curiosidad intelectual, no esperaríamos que esta creencia fuese tan común entre
los niños, y con todo, es más común entre niños que entre adultos.
Por
ello, veo más plausible que la creencia en la inmortalidad esté ya programada
en nuestros genes. O, mejor dicho, tenemos programados en nuestros genes ciertas
tendencias psicológicas que tuvieron una ventaja adaptativa en el Paleolítico,
y que ahora propician la creencia en la inmortalidad.
Los
seres humanos tenemos una gran tendencia a formarnos una “teoría sobre otras
mentes”, a saber, la capacidad de sentir empatía respecto a los demás, y ver el
mundo desde la perspectiva de otras personas. Eso, en los albores de la especie
humana, debió ser una gran ventaja. En tanto somos una especie social, la selección
natural debió favorecer a aquellos individuos que tuvieran la capacidad para
formarse una idea respecto a lo que otros están pensando. A la hora de evitar
un depredador, vencer a un oponente, o cortejar a una compañera, el colocarse
mentalmente en la posición de los demás debió ser muy ventajoso.
Con
esta tendencia, ha resultado inevitable que tengamos una enorme facilidad para
asumir que nuestro pensamiento es autónomo de nuestro cuerpo, pues nuestra
mente puede percibir el mundo desde la perspectiva de otro cuerpo. Somos
naturalmente dualistas (creemos naturalmente en la dualidad mente-cuerpo). Y,
así, es fácil imaginar un estado en el cual seguimos existiendo, aun en
ausencia de nuestro cuerpo. La muerte del cuerpo, entonces, no es el final de
la existencia.
Quizás
tras la creencia en la inmortalidad haya otra tendencia psicológica innata.
Jean Piaget célebremente documentó cómo, en el desarrollo evolutivo en la
infancia, los niños pronto adquieren la capacidad para reconocer la “permanencia
de personas”: cuando una persona desaparece del campo visual de los niños,
éstos no asumen que la persona en cuestión ha dejado de existir; antes bien,
asumen la permanencia de la persona, y que ésta sencillamente se ha ido a otro
lugar. Esto debió haber tenido también una enorme ventaja adaptativa en los
albores de nuestra especie (desafortunadamente, Piaget no era muy dado a
enriquecer sus estudios con análisis derivados de la teoría de la evolución). Pues,
el asumir que un depredador sigue existiendo, aun si desaparece del campo
visual, ciertamente favorece la supervivencia.
Esto
también propicia la creencia en la inmortalidad. Si asumimos la “permanencia de
las personas”, es fácil entonces asumir que, cuando la gente muere, no deja de existir,
sino que, sencillamente, ha ido a otro lugar.
Estos
modelos no son perfectos, pues hay algunas creencias sobre la inmortalidad que no son dualistas (es decir, que no
dependen de la existencia de un alma incorpórea). Contrario a lo que muchas
veces se supone, es bastante probable que, en la creencia cristiana original, las
personas fallecidas dejaran de existir hasta el momento de la resurrección del
cuerpo. Los primeros cristianos probablemente eran, como la mayoría de los
judíos del siglo I, materialistas y no dualistas; el alma inmaterial era más
bien un concepto griego. Pero, con todo, la explicación evolucionista de las
creencias dualistas tiene bastante alcance.
Por
ello, como bien señala el psicólogo Jesse Bering, es erróneo postular la
creencia en la inmortalidad como mero resultado del voluntarismo. Deseamos que
muchas cosas sean verdaderas en el mundo, pero no por ello las aceptamos
instintivamente. Creemos en la vida después de la muerte, no porque nos resulte
algo muy grato, sino porque, en los albores de nuestra especie, el colocarse mentalmente
en el lugar de los demás, y el asumir que la desaparición de un objeto no es el
fin de su existencia, fue ventajoso.
Vaya, yo era de los que decía que se creía en la inmortalidad porque era agradable o por cultura.
ResponderEliminarSaludos.
Puede ser que sí tengas razón. Pero hay muchas cosas imaginarias agradables, y con todo, no creemos en ellas. Por eso, conviene buscar el origen de la creencia en la inmortalidad en otros factores.
EliminarComo de costumbre, Darwin detrás de las explicaciones más satisfactorias de la realidad. Con todo, observo, como en el caso de la interpretación de lo smitos, que en esta cuestión ninguna explicación por sí sola da perfecta cuenta de todos los fenómenos observados, y atl vez cabría preguntarse si no han confluido en ella varios factores, no todos genéticos.
ResponderEliminarHola Jose, pues sí, Darwin explica muchas cosas. A veces, me da temor de que Darwin pretenda explicar demasiado, y se convierta en algo parecido al psicoanálisis o el marxismo. Por eso, yo comparto tu observación de que no deberíamos desechar explicaciones no genéticas.
EliminarLA inmortalidad es una creencia errada inventada hace muchos años no tiene base biblica. En la biblia claramente dice que el alma que peca muere. Y tambien llama alma a la vida de los animales. Entonces seria logico pensar que si el alma va al cielo o al infierno los animales tambien ascienden o descienden dependiendo de su conducta, El alma es la propia vida, la energia, cuando uno muere perece todo pensamiento. solo queda en la memoria de Dios.
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