En el aeropuerto de Madrid hay ahora
más de cuarenta ciudadanos venezolanos esperando ser deportados de regreso a
Venezuela. España les ha negado la entrada, porque estos viajeros no demuestran
tener suficientes recursos. Esto, aunado a la bochornosa actitud de las
autoridades italianas frente a la tragedia humanitaria suscitada por el
hundimiento de las barcas de inmigrantes procedentes de África, obliga a
considerar la moralidad de las restricciones a la inmigración.
Vale
advertir que este tema se presta para suma hipocresía en muchos sectores de la
izquierda. Hugo Chávez, por ejemplo, continuamente reprochaba el acoso de las
autoridades norteamericanas contra los indocumentados hispanoamericanos en
EE.UU. Pero, en mis viajes por tierra de Venezuela a Colombia, vi muchísimos
abusos por parte de las autoridades venezolanas contra los indocumentados
colombianos.
Hecha
esta advertencia, me parece que es muy difícil aceptar la moralidad de las
restricciones migratorias. Las fronteras son construcciones humanas arbitrarias
(muchas veces hechas a sangre y fuego, sin consultar a los pueblos que habitan
esos territorios), y es muy dudoso que se cuente con la autoridad moral para
impedir a un ser humano desplazarse de un lugar a otro. Así, desde la
perspectiva libertaria hacia la cual me inclino (al menos en este tema),
exhorto a los gobiernos del mundo a relajar sus restricciones migratorias. Los
libertarios tradicionalmente han defendido el libre flujo de mercancías. No hay
motivo por el cual, esta misma defensa no deba extenderse al libre flujo de
personas.
La
izquierda suele defender la causa de los inmigrantes, pero lo hace
incoherentemente. En primer lugar, defiende el libre tránsito de personas de un
país a otro, pero rehúsa aceptar el libre flujo de mercancías, imponiendo
aranceles, tarifas, impuestos, y demás restricciones al comercio internacional.
Además,
la izquierda es muy dada a defender a toda costa la ‘soberanía’ de los países:
pide a la comunidad internacional que no se inmiscuya en los asuntos internos de
cada país. Pero, esta izquierda no cae en cuenta que, si se cacarea la
soberanía a toda costa, entonces no hay motivo para oponerse a que un país
rechace la entrada de inmigrantes. Pues, cada país estaría en su soberano
derecho de aceptar dentro de sus fronteras a quien le venga en gana.
La
globalización ha hecho caduco el sistema de Westfalia (originario del siglo
XVII), en el cual cada país, al menos en principio, debía estar inmune a la presión
internacional, y podía tomar sus decisiones autónomamente. Hoy, la
interconexión e interdependencia de países exige que los gobiernos ya no tengan
la capacidad de rehusar la entrada sin un criterio muy firme y justificado. El
hecho de que los inmigrantes sean pobres no es suficiente argumento para
rechazarles la entrada. Pues, desde la misma lógica libertaria, los inmigrantes
bailan al son del libre mercado, y acuden a donde hay mayor demanda de trabajo.
Y, si llegan a un país para quitar el trabajo a los nativos, pues entonces los
nativos tendrán que ajustarse para enfrentar esta competencia, y con esto, el
sistema se hará más eficiente y productivo. La intervención del Estado
prohibiendo la entrada de estos competidores en el mercado laboral, es una
forma de proteccionismo que distorsiona la libre competencia.
Pero,
por supuesto, hay dificultades. Los nativos han pagado impuestos por varias
generaciones, y hay alto riesgo de que los inmigrantes se conviertan en
parásitos que llegan a disfrutar de los servicios que han sido financiados por
los nativos. Este problema se resolvería, por supuesto, con una alternativa
libertaria más radical: eliminar los servicios públicos, y de esa forma, no
habría ninguna relación de parasitismo. Esta solución es temeraria (yo no me
atrevo a avalarla del todo), pero amerita discutirla.
Pienso
también en otro problema: ¿dónde trazamos el límite entre una ola migratoria y
una invasión? Tradicionalmente, las invasiones son violentas, y en ese sentido,
podemos establecer una diferencia clara: las olas migratorias son pacíficas,
las invasiones son violentas. Pero, no es difícil imaginar una ola migratoria
tan vasta, que si bien no arrastra violencia, vulnera la autoridad local, y a
efectos prácticos, es una invasión. De nuevo, el problema podría solucionarse
con una alternativa libertaria radical: a la manera anárquica, se eliminarían
los gobiernos, y así, no habría mayor problema con vastas olas migratorias
(siempre y cuando no atenten contra los derechos individuales de los nativos),
pues no habría ningún gobierno cuya autoridad se viese perjudicada Nuevamente, es una alternativa temeraria (y,
una vez más, yo no me atrevo a avalarla), pero también amerita discutirla.
En
el entretiempo, estimo justo y necesario que todos los gobiernos del mundo
relajen sus restricciones migratorias. Aún no estamos preparados (y quizás
nunca lo estemos) para un gobierno mundial libre de fronteras. Pero, ya no
vivimos en el aislamiento soberano que propició el tratado de Westfalia.
Vivimos en un mundo cada vez más globalizado, y eso exige una mayor apertura de
fronteras. Por ello, extiendo mi solidaridad a mis compatriotas que están
siendo vapuleados en el aeropuerto de Barajas en Madrid.
Muy buen artículo Daniel, precisamente a una amiga casi la devuelven de España hace poco. Afortunadamente tiene contactos allá y se pudo hacer algo. Esa práctica de deportación (por no demostrar que tengan recursos económicos) es simplemente criminal. Obstaculiza nuestra libertad como individuos del mundo y no de un sector de él. Enfatiza además las diferencias humanas, catalogando a algunos como ciudadanos de segunda. En fin, es lamentable lo que está sucediendo en Barajas con nuestros coterráneos.
ResponderEliminarUn abrazo!
Rafael Baralt
Gracias amigo. Hace unos años, a mí también me retuvieron en Barajas. No fue muy grata la experiencia, a pesar de que yo sólo estuve cuarenta minutos. ¡Un saludo!
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