Roberto
Augusto amablemente ha escrito una reseña (acá) de mi libro El posmodernismo ¡vaya timo! Augusto
postula que está de acuerdo con la idea general del libro, pero discrepa de
algunos puntos. Deseo aprovechar esta ocasión para aclarar algunas de mis
opiniones, respondiendo a algunos alegatos de Augusto.
Augusto
escribe: “Es un error decir que el posmodernismo
es básicamente izquierdista. En mi opinión es una visión del mundo que afecta a
personas con todo tipo de orientaciones ideológicas. Andrade cita en su libro
en numerosas ocasiones al nazismo como ejemplo de las maldades de la
posmodernidad. Es acertado hacerlo. Los nazis defendían ideas irracionales
aunque emplearan métodos técnicos avanzados en la guerra y el genocidio. Hitler
y sus seguidores estaban en la extremaderecha. Por desgracia el mal posmoderno
es algo transversal que afecta por igual a cristianos, ateos y derechistas. Tal
como se señala en el libro un posmodernista inconfeso es Joseph Ratzinger, que
“es un relativista sin saberlo” (p. 102). No creo que el papa alemán pueda ser
calificado de izquierdista”.
Yo respondo: si bien los posmodernos a
veces coinciden en algunas ideas de derechistas como Hitler o Ratzinger, el
posmodernismo sí es un movimiento fundamentalmente de origen izquierdista. Tal
como explico en el libro, la izquierda tradicional estuvo inscrita en la
ilustración y la modernidad, pero después de la segunda guerra mundial, dio un
giro contrailustrado, bajo la idea de que la ilustración ha sido la gran
propulsora ideológica del capitalismo. Ciertamente es irónico que, en su odio a
la modernidad, muchos posmodernos izquierdistas terminaran pareciéndose a los contrailustrados
y reaccionarios de derecha. Pero, si elaboramos un arqueo de los grandes
nombres del posmodernismo (Derrida, Foucault, Vattimo, Lyotard, etc.), la
abrumadora mayoría es identificada como parte de la izquierda, y no de la
derecha.
Augusto escribe: “Gabriel Andrade
critica con acierto el relativismo, en mi opinión la característica central de
este movimiento. No obstante, acepta alguna forma de relativismo (al que llama situacional),
algo que considero equivocado. Afirma que “en algunos casos pueden admitirse
excepciones al cumplimiento de las reglas morales siempre y cuando el beneficio
obtenido sea mayor” (p. 162). Pone el ejemplo de la tortura en el caso de un
terrorista que ha colocado una bomba que está a punto de estallar y dice que
“en alguna ocasión la tortura es admisible” (p. 162). Una afirmación muy
posmoderna. La tortura NUNCA es aceptable. Los medios y los fines son lo mismo.
No se puede pretender hacer algo bueno usando malos medios. Además, ¿cómo
sabemos que alguien es un terrorista si no ha sido juzgado? Esa es una línea
que nunca hay que traspasar. Las confesiones obtenidas bajo tortura no son
fiables y no tienen ningún valor legal. Podemos torturar a un inocente sin
saberlo si admitimos esto”.
Yo respondo: en el libro soy cuidadoso
de no identificarme con la ética situacional; sólo postulo que ésta es distinta
del relativismo. Y, tampoco abrazo sin reservas el uso de la tortura (ni
siquiera en el caso hipotético que planteo), sólo postulo que, desde un
razonamiento utilitarista no relativista (como hace, por ejemplo, Sam Harris),
podría admitirse el uso de la tortura. Yo sigo sin defender el uso de la
tortura. Pero, me parece sano abrirse a esta discusión, y considerar los
argumentos de los utilitaristas. En todo caso, aun si se admitiese la moralidad
de la tortura en situaciones extremas, nada de esto implicaría hacer una “afirmación
muy posmoderna”. Utilitarismo y posmodernismo son dos doctrinas muy distintas.
Augusto escribe: “En otro momento del
libro Andrade dice lo siguiente: “El imperialismo ético debe erradicar todas
aquellas costumbres que van en detrimento de lo bueno, de la misma manera que
el «imperio de la ley» debe erradicar las costumbres criminales” (p. 179).
Hablar de “imperialismo ético” me parece tan criticable como afirma que hay un
“nazi bueno”. Todo imperialismo es, por definición, contrario a la ética.
Andrade no aclara su definición de “imperio”. Pero la historia demuestra que
todos ellos se han impuesto por la fuerza de las armas u otras formas de violencia
que no parecen muy éticas. Estoy a favor de extender a toda la humanidad los
valores de la Ilustración, pero eso no se debe hacer utilizando la fuerza o el
adoctrinamiento forzoso. No se puede invadir un país para establecer la
democracia si no hay violaciones masivas de los derechos humanos, tal como
sucede hoy en Siria y en muchos otros lugares”.
Yo respondo: el concepto de ‘imperialismo
ético’ procede del filósofo Fernando Savater (quien es muy cuidadoso de distinguirlo de la ‘ética del imperialismo’). En todo
caso, a diferencia de Augusto, yo no encuentro objetable este concepto, en
buena medida porque la palabra ‘imperio’ o ‘imperialismo’ no necesariamente
denota una imposición forzosa de algo; puede ser también la expansión universal
de una serie de valores. En ningún rincón del libro yo he propuesto imponer por
la fuerza los valores de la ilustración. Pero, al mismo tiempo, sí soy enfático
en que, el mero hecho de que algo fue impuesto a la fuerza (como,
efectivamente, ha sido la historia del imperialismo), no implica que ese algo
sea malo en sí mismo. Y, ésa es precisamente mi crítica a los movimientos
poscoloniales muchas veces inspirados en el posmodernismo: en vista de que las
potencias europeas impusieron a sangre y fuego muchas de sus instituciones, los
líderes poscoloniales quieren de plano rechazar esas instituciones, sin
detenerse a considerar si son o no meritorias, independientemente del método
que se empleó para difundirlas.
Augusto escribe: “También me resulta
controvertida la defensa del eurocentrismo. Gabriel Andrade parece inclinarse
por aceptar la superioridad de Occidente sobre otras civilizaciones. Este es un
asunto más complejo de lo que parece. Estoy seguro de que este libro que estoy
reseñando tendría mucha más repercusión si su autor fuera catedrático en Oxford
y estuviera escrito en inglés. Es muy difícil que un autor de Venezuela o de
España entre en el olimpo de los grandes filósofos por el simple hecho de ser
de esos países. No solo existe el eurocentrismo, sino que dentro de Europa la
pertenencia a determinados Estados (Inglaterra, Francia o Alemania) ayuda a que
la obra de un autor sea más reconocida. No entiendo porque se considera que
Martin Heidegger es un gran filósofo (es un charlatán) y se valora menos a
Ortega y Gasset. La razón es que uno es alemán y el otro español. De la misma
forma, se ha despreciado sistemáticamente la aportación filosófica de la India
o de China, algo que no tiene sentido. El eurocentrismo es un sesgo ideológico
que hay que combatir, aunque la occidentofobia posmoderna es un error”.
Yo respondo: en el libro soy cuidadoso
de distinguir a cuál eurocentrismo me refiero, cuando me proponga una defensa
del mismo. Ciertamente, hay un prejuicio (el cual ciertamente se materializa en
casos como el reseñado por Augusto, en torno a la comparación entre Ortega y
Heidegger) que conviene erradicar. Pero, aun dejando de lado estos prejuicios
que ciertamente muchas veces están presente, si hacemos una comparación entre
los aportes de Occidente, y los aportes de otras civilizaciones, me parece que
Occidente tiene una considerable ventaja. No pretendo negar el aporte de China
o la India a los logros civilizacionales, pero con todo, al hacer la comparación
global, Occidente sigue estando a la cabeza. Defiendo ese eurocentrismo que,
lejos de estar basado en prejuicios (y, por supuesto, admito que hay muchísimos
eurocentristas prejuiciosos), está basado en post-juicios: después de haber considerado la evidencia histórica
objetivamente, podemos llegar a la conclusión de la singularidad y superioridad
de Occidente.
Debes escribir así: "No pretendo negar el aporte de China o la India a los logros civilizacionales que hizo posible la ascensión de occidente, pero con todo, al hacer la comparación global, Occidente sigue estando a la cabeza "en los últimos siglos o actualmente".
ResponderEliminar