sábado, 12 de octubre de 2013

En defensa de la hormiga de Esopo



            Venezuela atraviesa momentos difíciles. Hay escasez en los anaqueles, pero no sabemos a quién responsabilizar. El presidente de este país, Nicolás Maduro, en típica vena paranoica, culpa a los comerciantes e industriales de promover una guerra económica cuyo objetivo es la desestabilización. Pero, al margen de las grandes corporaciones, proliferan pequeños comerciantes que compran mercancías a precios baratos y las acaparan, esperando que la escasez haga aumentar los precios, para entonces venderlas y adquirir más ganancias.

            Estos acaparadores naturalmente han recibido el oprobio de la sociedad. Es muy fácil odiarlos. Pero, veo conveniente resistir la tentación de dejarse conducir por el odio popular, y analizar con mayor detenimiento sus acciones y el posible servicio que, con su interés propio, terminan haciendo a la sociedad. Quizás, al final, los acaparadores no sean tan despreciables.
            Podemos someter a prueba la actitud frente al acaparador, ilustrándola con una famosísima fábula de Esopo. Cuenta Esopo que, durante el verano, una hormiga trabajaba arduamente para acumular provisiones para el invierno. En el entretiempo, la cigarra prefería cantar y se burlaba de la hormiga. Llegado el invierno, la hormiga estaba a salvo porque había acumulado provisiones; la cigarra, en cambio, se moría de hambre, e iba a suplicar a la hormiga un poco de comida, pero ésta se la negó. La moral de la historia: debemos ser trabajadores y tomar previsiones para los tiempos de escasez.
            ¡Es precisamente eso lo que hace el acaparador! Esopo no reprocha a la hormiga el no haber convidado a la cigarra. Sería menos reprochable aún si la hormiga le hubiese dado comida a la cigarra, pero a un precio más elevado que durante el verano. El acaparador, lo mismo que la hormiga, ahorra en tiempos de abundancia, precisamente para poder comprar excedentes, a fin de tenerlos cuando sobrevengan tiempos difíciles de escasez. Esa disposición al ahorro, que no la tuvo la cigarra, merece ser retribuida. El precio inflado que cobra la hormiga es en buena medida una justa retribución por su previa disposición al ahorro.
En una sociedad que tiene dificultades en ahorrar, el lucro del acaparamiento sirve como un incentivo eficiente para almacenar mercancías reservadas para tiempos de necesidad. Es una muestra más de cómo, tal como observaba Adam Smith, la consecución del interés propio lleva al interés colectivo. Supongamos que la hormiga acumuló la riqueza en el verano, no para su propio consumo, sino para venderla a precio inflado durante el invierno, y la cigarra, con tal de sobrevivir, la compra a ese precio. Pues bien, esa acción de la hormiga conducida por el interés propio, habría salvado a la cigarra del hambre. Si no hubiera hormigas acaparadoras, la cigarra se habría quedado sin comida en el invierno.
Por ello, antes de lanzar piedras a los acaparadores, yo invito, no propiamente a considerar quién no ha acaparado en el pasado, sino a considerar si el mundo estaría realmente mejor sin los acaparadores.

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