Venezuela atraviesa momentos
difíciles. Hay escasez en los anaqueles, pero no sabemos a quién
responsabilizar. El presidente de este país, Nicolás Maduro, en típica vena
paranoica, culpa a los comerciantes e industriales de promover una guerra
económica cuyo objetivo es la desestabilización. Pero, al margen de las grandes
corporaciones, proliferan pequeños comerciantes que compran mercancías a
precios baratos y las acaparan, esperando que la escasez haga aumentar los
precios, para entonces venderlas y adquirir más ganancias.
Estos
acaparadores naturalmente han recibido el oprobio de la sociedad. Es muy fácil
odiarlos. Pero, veo conveniente resistir la tentación de dejarse conducir por
el odio popular, y analizar con mayor detenimiento sus acciones y el posible
servicio que, con su interés propio, terminan haciendo a la sociedad. Quizás,
al final, los acaparadores no sean tan despreciables.
Podemos
someter a prueba la actitud frente al acaparador, ilustrándola con una
famosísima fábula de Esopo. Cuenta Esopo que, durante el verano, una hormiga
trabajaba arduamente para acumular provisiones para el invierno. En el
entretiempo, la cigarra prefería cantar y se burlaba de la hormiga. Llegado el
invierno, la hormiga estaba a salvo porque había acumulado provisiones; la
cigarra, en cambio, se moría de hambre, e iba a suplicar a la hormiga un poco
de comida, pero ésta se la negó. La moral de la historia: debemos ser
trabajadores y tomar previsiones para los tiempos de escasez.
¡Es
precisamente eso lo que hace el acaparador! Esopo no reprocha a la hormiga el
no haber convidado a la cigarra. Sería menos
reprochable aún si la hormiga le hubiese dado comida a la cigarra, pero a
un precio más elevado que durante el verano. El acaparador, lo mismo que la
hormiga, ahorra en tiempos de abundancia, precisamente para poder comprar
excedentes, a fin de tenerlos cuando sobrevengan tiempos difíciles de escasez.
Esa disposición al ahorro, que no la tuvo la cigarra, merece ser retribuida. El
precio inflado que cobra la hormiga es en buena medida una justa retribución
por su previa disposición al ahorro.
En
una sociedad que tiene dificultades en ahorrar, el lucro del acaparamiento
sirve como un incentivo eficiente para almacenar mercancías reservadas para
tiempos de necesidad. Es una muestra más de cómo, tal como observaba Adam
Smith, la consecución del interés propio lleva al interés colectivo. Supongamos
que la hormiga acumuló la riqueza en el verano, no para su propio consumo, sino
para venderla a precio inflado durante el invierno, y la cigarra, con tal de
sobrevivir, la compra a ese precio. Pues bien, esa acción de la hormiga
conducida por el interés propio, habría salvado a la cigarra del hambre. Si no
hubiera hormigas acaparadoras, la cigarra se habría quedado sin comida en el invierno.
Por
ello, antes de lanzar piedras a los acaparadores, yo invito, no propiamente a
considerar quién no ha acaparado en el pasado, sino a considerar si el mundo
estaría realmente mejor sin los acaparadores.
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