Hugo Chávez no fue un paladín de la
economía, pero al menos pudo contener la desesperación popular frente a la
crisis económica, en buena medida con distracciones políticas y su indiscutible
dosis de carisma. Su sucesor, Nicolás Maduro, no tiene estos talentos, y la
crisis económica de Venezuela empieza a reventar en su cara.
Como
es previsible, Maduro culpa a los demás (esto fue una táctica que sí aprendió
muy bien de Chávez). Alega que la escasez es propiciada por los sectores
industriales y comerciales de Venezuela. A juicio de Maduro, se está gestando
una guerra económica que pretende desestabilizar al país.
Aquello
que Maduro llama ‘guerra económica’ en realidad no es más que el deseo racional de
cualquier ser humano, de maximizar sus ganancias en el mercado. Si los
productores y comerciantes venden sus mercancías a un precio elevado, ha de ser
sencillamente porque ése es el precio real, en vista de la baja oferta y la
alta demanda. El precio real de una mercancía no es aquel que, en aras de la
supuesta justicia social, un gobierno impone. El precio real es aquel que, en vista
de las necesidades en un mercado, el comprador y el vendedor convienen. En vez
de denunciar los altos precios como una “guerra económica”, Maduro debería más
bien ver en esos altos precios una señal de que no se está produciendo los
rubros para los cuales hay mayor demanda, y que probablemente la ausencia de
producción se deba a la falta de incentivo (como consecuencia del control de
precios) por parte de los sectores industriales de este país.
Bajo
esta interpretación, es muy fácil y tentador defender a industriales y
comerciantes como Empresas Polar, y criticar al gobierno. Así, Empresas Polar
sería el paladín del emprendimiento y la libre empresa, Maduro sería el Stalin
que, con sus políticas reguladoras, nos llevan al camino de la servidumbre y la
estagnación económica. Pero, no es tan sencillo.
Polar
(y un gran número de comerciantes e industriales en Venezuela) recibe fondos
públicos, en forma de subsidios y dólares preferenciales. El gobierno
venezolano, a diferencia del cubano o el soviético, no es estrictamente
comunista, en tanto aún no se ha apoderado de todas las industrias. El gobierno
aún subcontrata para hacer muchas labores. Y, en esta asignación de contratos, no
se privilegia un criterio verdaderamente competitivo, sino que se licita en
función de relaciones clientelares. Los empresarios ven más lucro en participar
de los contratos de privilegio con el gobierno que en la libre empresa, pues el
gobierno asigna subsidios y dólares preferenciales que potencian las ganancias.
Ahora
bien, en la asignación de estos beneficios a las empresas privadas, el gobierno
exige la venta de los rubros a un precio regulado. Polar no cumple su parte del
trato. Y, en este sentido, Polar se hace rica a expensas de mis impuestos (o,
en todo caso, de mi supuesta renta petrolera). El gobierno recauda impuestos (o
extrae petróleo), y le asigna una parte a Polar (y, por supuesto, el gobierno
se queda con la mayor tajada), supuestamente para que Polar me venda comida
barata. Polar no cumple su parte del trato, y así, se enriquece con el subsidio
que el gobierno le ofrece, ¡pero cuyo origen es mi propio bolsillo! Maduro y
sus seguidores sí tienen razón cuando denuncian que Polar no está cumpliendo su
parte del trato, y que esto constituye una forma de guerra económica.
Polar
es cómplice del gobierno en la depredación fiscal de los venezolanos. De hecho,
Polar ejecuta la conducta corporativa que tanto se ha reprochado en estos
últimos años, en vista de la crisis del capitalismo mundial. Pero, lo
importante acá es que no es necesario ser comunista o socialista para reprochar
a las corporaciones. Desde la derecha liberal también se puede reprochar a
Polar.
Cuando
surgió el movimiento de los indignados en España y el ocuppy movement en New York, sus filas estuvieron conformadas
mayoritariamente por izquierdistas que pedían más regulación del mercado, y se
sentían indignados ante el rescate de los bancos y el privilegio de los Estados
a los magnates corporativos. Pero, curiosamente, entre las filas de los
indignados, también había libertarios (de ahí surgió parte del Tea Party) y
derechistas liberales que reclamaban que, en el sistema de privilegios públicos
a las grandes corporaciones, se está coartando la libre empresa, y se está
empleando la coerción estatal para privilegiar a los amiguitos del gobierno, y
aplastar a los potenciales competidores que podrían tener un rendimiento más
eficiente.
Los
libertarios anglófonos llaman a esta situación ‘crony capitalism’, el capitalismo clientelar. Es el capitalismo del
cual siempre ha participado Polar, y sobre el cual reposa la sustancia de su
ganancia: se hace rica con mis impuestos. No es un capitalismo libre, pues el
Estado depreda con el fisco e impone preferencias por unos, imposibilitando que
otros, en libre competencia, hagan mejores ofertas. A esto, los libertarios
oponen un verdadero capitalismo de libre competencia, en el cual, gana el
mejor, y no el que esté mejor enchufado con el gobierno. Los subsidios y los
dólares preferenciales se eliminarían. En el verdadero capitalismo, Polar no se
haría rica con los impuestos de la gente común; se haría rica sólo si ofrece un
producto y un precio que satisface al consumidor.
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