sábado, 5 de octubre de 2013

Polar se hace rica con mis impuestos, y yo me empobrezco cada vez más



Hugo Chávez no fue un paladín de la economía, pero al menos pudo contener la desesperación popular frente a la crisis económica, en buena medida con distracciones políticas y su indiscutible dosis de carisma. Su sucesor, Nicolás Maduro, no tiene estos talentos, y la crisis económica de Venezuela empieza a reventar en su cara.
 
            Como es previsible, Maduro culpa a los demás (esto fue una táctica que sí aprendió muy bien de Chávez). Alega que la escasez es propiciada por los sectores industriales y comerciales de Venezuela. A juicio de Maduro, se está gestando una guerra económica que pretende desestabilizar al país.
            Aquello que Maduro llama ‘guerra económica’ en realidad no es más que el deseo racional de cualquier ser humano, de maximizar sus ganancias en el mercado. Si los productores y comerciantes venden sus mercancías a un precio elevado, ha de ser sencillamente porque ése es el precio real, en vista de la baja oferta y la alta demanda. El precio real de una mercancía no es aquel que, en aras de la supuesta justicia social, un gobierno impone. El precio real es aquel que, en vista de las necesidades en un mercado, el comprador y el vendedor convienen. En vez de denunciar los altos precios como una “guerra económica”, Maduro debería más bien ver en esos altos precios una señal de que no se está produciendo los rubros para los cuales hay mayor demanda, y que probablemente la ausencia de producción se deba a la falta de incentivo (como consecuencia del control de precios) por parte de los sectores industriales de este país.
            Bajo esta interpretación, es muy fácil y tentador defender a industriales y comerciantes como Empresas Polar, y criticar al gobierno. Así, Empresas Polar sería el paladín del emprendimiento y la libre empresa, Maduro sería el Stalin que, con sus políticas reguladoras, nos llevan al camino de la servidumbre y la estagnación económica. Pero, no es tan sencillo.
            Polar (y un gran número de comerciantes e industriales en Venezuela) recibe fondos públicos, en forma de subsidios y dólares preferenciales. El gobierno venezolano, a diferencia del cubano o el soviético, no es estrictamente comunista, en tanto aún no se ha apoderado de todas las industrias. El gobierno aún subcontrata para hacer muchas labores. Y, en esta asignación de contratos, no se privilegia un criterio verdaderamente competitivo, sino que se licita en función de relaciones clientelares. Los empresarios ven más lucro en participar de los contratos de privilegio con el gobierno que en la libre empresa, pues el gobierno asigna subsidios y dólares preferenciales que potencian las ganancias.
            Ahora bien, en la asignación de estos beneficios a las empresas privadas, el gobierno exige la venta de los rubros a un precio regulado. Polar no cumple su parte del trato. Y, en este sentido, Polar se hace rica a expensas de mis impuestos (o, en todo caso, de mi supuesta renta petrolera). El gobierno recauda impuestos (o extrae petróleo), y le asigna una parte a Polar (y, por supuesto, el gobierno se queda con la mayor tajada), supuestamente para que Polar me venda comida barata. Polar no cumple su parte del trato, y así, se enriquece con el subsidio que el gobierno le ofrece, ¡pero cuyo origen es mi propio bolsillo! Maduro y sus seguidores sí tienen razón cuando denuncian que Polar no está cumpliendo su parte del trato, y que esto constituye una forma de guerra económica.
            Polar es cómplice del gobierno en la depredación fiscal de los venezolanos. De hecho, Polar ejecuta la conducta corporativa que tanto se ha reprochado en estos últimos años, en vista de la crisis del capitalismo mundial. Pero, lo importante acá es que no es necesario ser comunista o socialista para reprochar a las corporaciones. Desde la derecha liberal también se puede reprochar a Polar.
Cuando surgió el movimiento de los indignados en España y el ocuppy movement en New York, sus filas estuvieron conformadas mayoritariamente por izquierdistas que pedían más regulación del mercado, y se sentían indignados ante el rescate de los bancos y el privilegio de los Estados a los magnates corporativos. Pero, curiosamente, entre las filas de los indignados, también había libertarios (de ahí surgió parte del Tea Party) y derechistas liberales que reclamaban que, en el sistema de privilegios públicos a las grandes corporaciones, se está coartando la libre empresa, y se está empleando la coerción estatal para privilegiar a los amiguitos del gobierno, y aplastar a los potenciales competidores que podrían tener un rendimiento más eficiente.
Los libertarios anglófonos llaman a esta situación ‘crony capitalism’, el capitalismo clientelar. Es el capitalismo del cual siempre ha participado Polar, y sobre el cual reposa la sustancia de su ganancia: se hace rica con mis impuestos. No es un capitalismo libre, pues el Estado depreda con el fisco e impone preferencias por unos, imposibilitando que otros, en libre competencia, hagan mejores ofertas. A esto, los libertarios oponen un verdadero capitalismo de libre competencia, en el cual, gana el mejor, y no el que esté mejor enchufado con el gobierno. Los subsidios y los dólares preferenciales se eliminarían. En el verdadero capitalismo, Polar no se haría rica con los impuestos de la gente común; se haría rica sólo si ofrece un producto y un precio que satisface al consumidor.

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