martes, 8 de octubre de 2013

¿Hay teleología en la evolución? A propósito de Thomas Nagel



Thomas Nagel es una referencia obligada en la filosofía de la mente. La abrumadora mayoría de los filósofos de la mente opinan que la mente, o sencillamente no existe, o es el cerebro, o es algo que el cerebro hace. En otras palabras, estos filósofos participan de alguna forma de materialismo. Nagel, en cambio, se hizo célebre por argumentar que una descripción del estado físico de un cerebro no es suficiente para describir el estado mental, pues queda aún un elemento subjetivo al cual la descripción científica no tiene acceso. Sabemos qué ocurre en el cerebro de un murciélago cuando éste emite ondas sonoras para guiarse, pero no sabemos qué se siente ser un murciélago. Por ende, argumenta Nagel, la mente es algo más que una sustancia material. En opinión de Nagel, la mente no es una sustancia inmaterial aparte (como sí lo habría sido para Descartes), pero tampoco puede identificarse sólo con el cerebro. En la experiencia mental hay unos qualia (aspectos subjetivos) inmateriales.
            Pues bien, recientemente, Nagel ha publicado un libro (Mind and Cosmos) en el cual trata de argumentar que, así como una descripción material del cerebro no es suficiente para representar la vida mental, una descripción material de la evolución no es suficiente para representar la historia de la vida. Hay un componente inmaterial en el desarrollo de la vida, a saber, la teleología. En opinión de Nagel, la vida avanza hacia un propósito, y éste ha desembocado (pero aún puede faltar mucho por recorrer) en la aparición de la conciencia en la especie humana. Ese propósito es un fenómeno inmaterial.
            El darwinismo ortodoxo es muy reacio a estas ideas. En la convencional teoría de la evolución, no hay espacio para un plan grandioso, un propósito pre-establecido al cual se dirige la vida.  Meras contingencias, y un mecanismo desprovisto de inteligencia, conducen los rumbos de la evolución. Stephen Jay Gould célebremente advirtió que, si rebobinásemos el tiempo y volviésemos a colocar en marcha la evolución, las probabilidades estarían abrumadoramente en contra de la aparición de la especie humana. Llegamos acá por carambola; no hubo un plan maestro prediseñado.
            En principio, soy muy reacio a las tesis de Nagel. Es muy difícil apreciar la supuesta teleología que Nagel defiende. Si no hubiese  chocado el meteorito sobre la península de Yucatán, los dinosaurios no se habrían extinguido, los mamíferos no habrían aparecido, y la conciencia no habría surgido. En la historia de la vida hay plenitud de “retrocesos” (si asumimos el lenguaje teleológico que, en todo caso, considero erróneo): especies que se vuelven menos complejas, en vista de la ventaja adaptativa que esto supone. Si la evolución estuviese encaminada hacia un misterioso “punto Omega” (en palabras de Teilhard de Chardin, otro gurú de la evolución teleológica), no esperaríamos estas observaciones.
            Por otra parte, sí hay algunas tendencias que parecen repetirse una y otra vez. Por ejemplo, el ojo ha aparecido autónomamente en al menos cinco ocasiones en la historia de la evolución (los biólogos llaman a esto ‘evolución convergente’). Pero, yo dudo de que esto sea evidencia de un proceso teleológico; sencillamente, las condiciones de la Tierra en estos últimos millones de años, han hecho favorable la aparición del ojo. Pero, nada impide que, con suficientes cambios climáticos, el ojo se convierta en una desventaja, y desaparezca.
            Lo mismo puede decirse de la complejidad creciente. Es verdad que, con poquísimas excepciones, la vida se ha hecho cada vez más compleja. Pero, de nuevo, yo no veo que esto sea inevitable. No es demasiado difícil imaginar algún escenario viable, en el cual, la complejidad se convierta en una desventaja, y así, pierda su valor adaptativo.
            Gente como Teilhard de Chardin (y más recientemente, los promotores de la teoría del Diseño Inteligente) han defendido la teleología en la evolución, como corolario de su creencia en un Dios creador del universo que dio propósito a su creación. Lo extraño de Nagel, no obstante, es que él es ateo. Él propone una ‘teleología natural’. Y, en esto, yo veo alguna incoherencia.
            Santo Tomás de Aquino sostenía que, si una flecha va dirigida hacia un blanco, debió haber sida disparada por un arquero. En este punto, yo me inclino a simpatizar con el santo. Si en la historia de la vida hay una teleología bien demarcada (y no meramente la preservación de rasgos ventajosos en función de la selección natural, los cuales pueden cambiar por contingencias), entonces debe venir de algún diseñador inteligente que dirige la flecha del propósito. Si la evolución avanza hacia la consecución de la conciencia, entonces debe haber una mente suprema que guíe la evolución hacia eso, o que al menos diseñó todo desde un inicio, para asegurar ese éxito. No logro concebir cómo puede haber teleología, sin un diseñador.
 
            De hecho, se trata de la misma incoherencia que a veces detecto en las religiones orientales. En el hinduismo y el budismo, hay la creencia de que el mundo tiene un orden que hace que, automáticamente, toda acción mala sea castigada en algún momento. En el entendimiento oriental, este orden es impersonal, y no es necesario aceptar la existencia de algún dios creador para postular que el mundo es intrínsecamente justo, mediante la ley del karma. La incoherencia que yo detecto radica en que, a mi juicio, si el mundo tiene el propósito de la justicia cósmica, entonces algún jurista debió haber diseñado esa justicia cósmica, y algún gobernante cósmico debe asegurarse de que se cumpla.
            Así pues, yo me inclino a compartir el ateísmo de Nagel. Pero, precisamente en función de mi ateísmo, no puedo aceptar el proceso teleológico que él reserva para la teoría de la evolución. Si alcanzase a ver el supuesto propósito que Nagel postula para la historia de la vida, entonces tendría que admitir que, detrás de ese propósito, debe haber un Dios.

4 comentarios:

  1. Estimado Dr. Andrade: Lo felicito por su interesante y oportuna reflexión sobre el controversial tema de la existencia o ausencia de la teleología en la evolución biológica. Sobre todo, por su clara y acertada crítica de la incoherencia de Thomas Nagel. Por último, coincido totalmente con usted. Sus argumentos son contundentes. Un cordial saludo.

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  2. ¿Y para sostener esta sarta de ingenuidades escribe Nagel un libro entero? A veces pienso que muchos intelectuales sólo buscan la notoriedad, y a cualquier precio. Me recuerda a los teólogos liberales: "Sí... ¡pero no!"; "Metafóricamente"; "Porque lo digo yo"...

    ¿Tan dífícil resulta asumir una lección tan sencilla y autoevidente como la que Lucrecio, hace dos mil años, supo exponer en pocas palabras? "El mundo no ha sido creado para nosotros" ("nequaquam nobis esse creatam naturam mundi").

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