Thomas
Nagel es una referencia obligada en la filosofía de la mente. La abrumadora
mayoría de los filósofos de la mente opinan que la mente, o sencillamente no
existe, o es el cerebro, o es algo
que el cerebro hace. En otras palabras, estos filósofos participan de alguna
forma de materialismo. Nagel, en cambio, se hizo célebre por argumentar que una
descripción del estado físico de un cerebro no es suficiente para describir el
estado mental, pues queda aún un elemento subjetivo al cual la descripción
científica no tiene acceso. Sabemos qué ocurre en el cerebro de un murciélago
cuando éste emite ondas sonoras para guiarse, pero no sabemos qué se siente ser
un murciélago. Por ende, argumenta Nagel, la mente es algo más que una
sustancia material. En opinión de Nagel, la mente no es una sustancia
inmaterial aparte (como sí lo habría sido para Descartes), pero tampoco puede
identificarse sólo con el cerebro. En la experiencia mental hay unos qualia (aspectos subjetivos) inmateriales.
Pues
bien, recientemente, Nagel ha publicado un libro (Mind and Cosmos) en el cual trata de argumentar que, así como una
descripción material del cerebro no es suficiente para representar la vida
mental, una descripción material de la evolución no es suficiente para
representar la historia de la vida. Hay un componente inmaterial en el
desarrollo de la vida, a saber, la teleología. En opinión de Nagel, la vida
avanza hacia un propósito, y éste ha desembocado (pero aún puede faltar mucho
por recorrer) en la aparición de la conciencia en la especie humana. Ese
propósito es un fenómeno inmaterial.
El
darwinismo ortodoxo es muy reacio a estas ideas. En la convencional teoría de
la evolución, no hay espacio para un plan grandioso, un propósito
pre-establecido al cual se dirige la vida.
Meras contingencias, y un mecanismo desprovisto de inteligencia,
conducen los rumbos de la evolución. Stephen Jay Gould célebremente advirtió
que, si rebobinásemos el tiempo y volviésemos a colocar en marcha la evolución,
las probabilidades estarían abrumadoramente en contra de la aparición de la
especie humana. Llegamos acá por carambola; no hubo un plan maestro
prediseñado.
En
principio, soy muy reacio a las tesis de Nagel. Es muy difícil apreciar la supuesta
teleología que Nagel defiende. Si no hubiese
chocado el meteorito sobre la península de Yucatán, los dinosaurios no
se habrían extinguido, los mamíferos no habrían aparecido, y la conciencia no
habría surgido. En la historia de la vida hay plenitud de “retrocesos” (si
asumimos el lenguaje teleológico que, en todo caso, considero erróneo): especies
que se vuelven menos complejas, en vista de la ventaja adaptativa que esto
supone. Si la evolución estuviese encaminada hacia un misterioso “punto Omega” (en
palabras de Teilhard de Chardin, otro gurú de la evolución teleológica), no
esperaríamos estas observaciones.
Por
otra parte, sí hay algunas tendencias que parecen repetirse una y otra vez. Por
ejemplo, el ojo ha aparecido autónomamente en al menos cinco ocasiones en la
historia de la evolución (los biólogos llaman a esto ‘evolución convergente’).
Pero, yo dudo de que esto sea evidencia de un proceso teleológico;
sencillamente, las condiciones de la Tierra en estos últimos millones de años,
han hecho favorable la aparición del ojo. Pero, nada impide que, con
suficientes cambios climáticos, el ojo se convierta en una desventaja, y
desaparezca.
Lo
mismo puede decirse de la complejidad creciente. Es verdad que, con poquísimas
excepciones, la vida se ha hecho cada vez más compleja. Pero, de nuevo, yo no
veo que esto sea inevitable. No es demasiado difícil imaginar algún escenario
viable, en el cual, la complejidad se convierta en una desventaja, y así,
pierda su valor adaptativo.
Gente
como Teilhard de Chardin (y más recientemente, los promotores de la teoría del
Diseño Inteligente) han defendido la teleología en la evolución, como corolario
de su creencia en un Dios creador del universo que dio propósito a su creación.
Lo extraño de Nagel, no obstante, es que él es ateo. Él propone una ‘teleología
natural’. Y, en esto, yo veo alguna incoherencia.
Santo
Tomás de Aquino sostenía que, si una flecha va dirigida hacia un blanco, debió
haber sida disparada por un arquero. En este punto, yo me inclino a simpatizar
con el santo. Si en la historia de la vida hay una teleología bien demarcada (y no meramente la preservación de rasgos ventajosos en función de la selección natural, los cuales pueden cambiar por contingencias),
entonces debe venir de algún diseñador inteligente que dirige la flecha del
propósito. Si la evolución avanza hacia la consecución de la conciencia,
entonces debe haber una mente suprema que guíe la evolución hacia eso, o que al
menos diseñó todo desde un inicio, para asegurar ese éxito. No logro concebir
cómo puede haber teleología, sin un diseñador.
De
hecho, se trata de la misma incoherencia que a veces detecto en las religiones
orientales. En el hinduismo y el budismo, hay la creencia de que el mundo tiene
un orden que hace que, automáticamente, toda acción mala sea castigada en algún
momento. En el entendimiento oriental, este orden es impersonal, y no es
necesario aceptar la existencia de algún dios creador para postular que el
mundo es intrínsecamente justo, mediante la ley del karma. La incoherencia que yo detecto radica en que, a mi juicio,
si el mundo tiene el propósito de la justicia cósmica, entonces algún
jurista debió haber diseñado esa justicia cósmica, y algún gobernante cósmico debe asegurarse de que se cumpla.
Así
pues, yo me inclino a compartir el ateísmo de Nagel. Pero, precisamente en
función de mi ateísmo, no puedo aceptar el proceso teleológico que él reserva
para la teoría de la evolución. Si alcanzase a ver el supuesto propósito que
Nagel postula para la historia de la vida, entonces tendría que admitir que,
detrás de ese propósito, debe haber un Dios.
Estimado Dr. Andrade: Lo felicito por su interesante y oportuna reflexión sobre el controversial tema de la existencia o ausencia de la teleología en la evolución biológica. Sobre todo, por su clara y acertada crítica de la incoherencia de Thomas Nagel. Por último, coincido totalmente con usted. Sus argumentos son contundentes. Un cordial saludo.
ResponderEliminarHola Álvaro, gracias, un saludo.
Eliminar¿Y para sostener esta sarta de ingenuidades escribe Nagel un libro entero? A veces pienso que muchos intelectuales sólo buscan la notoriedad, y a cualquier precio. Me recuerda a los teólogos liberales: "Sí... ¡pero no!"; "Metafóricamente"; "Porque lo digo yo"...
ResponderEliminar¿Tan dífícil resulta asumir una lección tan sencilla y autoevidente como la que Lucrecio, hace dos mil años, supo exponer en pocas palabras? "El mundo no ha sido creado para nosotros" ("nequaquam nobis esse creatam naturam mundi").
Sí, siempre es tentador buscar propósito donde no lo hay...
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