El
biólogo español Francisco Ayala es uno de los autores que más ha aportado a las
críticas contra el movimiento neocreacionista del Diseño Inteligente. Ayala es
muy efectivo en desmontar los argumentos de los neocreacionistas. La teoría del
Diseño Inteligente postula que muchos rasgos biológicos no pudieron haber
surgido vía selección natural, pues son irreductiblemente complejos (a saber,
si les faltara un componente, el sistema colapsaría y dejaría de funcionar, en
función de lo cual, en las fases previas de la evolución de ese rasgo, no
habría ventaja adaptativa). Frente a los casos muchas veces invocados por los
neocreacionistas (el ojo, el flagelo bacteriano), Ayala demuestra cómo sí pueden
ser reducidos a rasgos más simples, y aún así, desempeñar alguna función, en
vista de lo cual, sí tienen ventaja adaptativa.
Además,
Ayala es muy proclive a documentar la enorme cantidad de rasgos biológicos que
están mal diseñados (algo que es
perfectamente previsto si aceptamos la teoría de la evolución, pues la
selección natural no produce estructuras perfectas, sino sencillamente
ventajosas). Esto también sirve como argumento contundente contra la teoría del
Diseño Inteligente, pues en esos casos, se trataría de un diseñador bastante
torpe.
Como
se sabe, la teoría del Diseño Inteligente tiene fuertes resonancias religiosas,
y es frecuentemente atacada por ateos. Pero, el mismo Ayala es un creyente. Fue
un monje dominico, y mantiene su fe católica. Como muchos otros evolucionistas,
Ayala busca la manera de conciliar sus conocimientos científicos con su fe
religiosa. Pero, incluso, Ayala pretende dar un paso más lejos, y postula que
la teoría de Darwin en realidad es un ‘regalo’ a la teología, y puede servir
como herramienta para afirmar aún más la existencia de Dios. Esto, francamente,
me parece un disparate; explicaré por qué.
Una
de las principales dificultades que enfrenta la teoría del Diseño Inteligente
es que, si se postula que hay un Dios que interviene para crear las especies (o
en todo caso, para guiar la evolución hacia caminos que la selección natural no
conduciría), debe explicarse por qué este Dios ha hecho tan mal las cosas, y ha
propiciado no solamente tantos errores de diseño, sino también, el vasto
sufrimiento de tantos organismos en el tortuoso proceso de evolución.
Ayala
cree que la teoría de Darwin es un regalo a la teología en este sentido: en la
medida en que se postula un proceso de selección natural sin intervención
divina, se exonera a Dios de la responsabilidad por todo el sufrimiento e
imperfecciones procedentes de la evolución. Ya no será posible quejarse ante
Dios porque me duele la espalda o porque tuve apendicitis, pues estos males
proceden de la evolución, en la cual Dios no ha intervenido.
Hay
una gran incoherencia en toda esta argumentación. Bajo el escenario de Ayala,
ciertamente Dios no sería el responsable directo
de los males e imperfecciones derivados de la evolución. Pero, sí sería un
responsable indirecto. Si Dios es omnipotente, perfectamente pudo haber
intervenido directamente para evitar el sufrimiento de una gacela que es
devorada por un león. Su inacción lo culpabiliza. Se puede pecar tanto por
acción como por omisión.
Tradicionalmente,
los teístas postulan que Dios no puede intervenir para remediar los males, pues
eso violaría el libre albedrío de los agentes. Pero, bajo esta misma
explicación, sólo los seres humanos (e, hipotéticamente, otras personas, como
ángeles y demonios) tienen libre albedrío. Así pues, no se interfiere con el
libre albedrío de nadie, si Dios interviene para ahorrar el sufrimiento a
criaturas que surgieron antes de la aparición
de la especie humana. La teoría de Darwin no es ningún regalo a la teología. Es
más bien una afronta contra ella: al poner de relieve la brutalidad del proceso
de evolución, la teoría de Darwin sirve como recordatorio de que es
altísimamente improbable (y, quizás, imposible) que exista un Dios bueno y
omnipotente.
Con
todo, supongamos que, por alguna misteriosa razón, Dios está justificado en no
intervenir directamente para corregir tanto sufrimiento en el proceso de
evolución. Aún así, queda otro problema. En tanto creyente, Ayala postula que,
si bien Dios no interviene en el proceso de evolución, sí creó las leyes de la
naturaleza, y esto incluye el algoritmo inicial de la selección natural. Este
Dios dio marcha a esas leyes, y permitió que corrieran por sí solas. Pues bien,
me parece que, si este Dios es omnisciente, desde un inicio debió saber muy
bien que esas leyes de la naturaleza que Él creó, desembocarían en terribles
sufrimientos. ¿Por qué no corrigió esas leyes desde un inicio, habiendo
previsto que su resultado sería terrible?
Al final, me parece que Ayala no logra
resolver el problema que tantos otros evolucionistas teístas han enfrentado: ¿cómo
conciliar la contradicción entre la creencia respecto a un Dios que creó al
mundo con un propósito, y la evidencia de un proceso de evolución que no exhibe
propósito? Es comprensible que, por motivos diplomáticos, en la lucha contra
creacionistas y neocreacionistas, no se quieran perder aliados, y estemos
dispuestos a tolerar a aquellos científicos (muy competentes, por lo demás) que
aceptan la existencia de Dios. Pero, la aplicación de rigor analítico debería
conducirnos a apreciar la tremenda incoherencia que supone aceptar
simultáneamente a un Dios creador con propósito, y un mecanismo de selección
natural algorítmica y mecánica, la cual no conduce a ningún objetivo
preestablecido.
Otro caso, entre tantos, de disonancia cognitiva. Cuando los científicos se ponen a hacer de teólogos, insultan a la Ciencia y a la razón.
ResponderEliminarPor cierto, Gabriel, ¿sabes en qué libro(s) documenta Ayala rasgos biológicos mal diseñados? Las chapuzas de la evolución (la miopía que tú y yo compartimos, los atragantamientos por vía respiratoria, la cloaca situada junto a la zona recreativa, la apendicitis...) me interesan últimamente más que ningún otro tema y querría leer al respecto.
Hola Jose, Ayala discute varios de estos ejemplos en un libro que tiene por título "El diseño inteligente". Richard Dawkins discute varios de estos casos en "El espejismo de Dios".
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