El
cierre temporal del gobierno de EE.UU. debería generar vergüenza a los
ciudadanos de ese país. Y, si ha de repartirse culpas, me parece sensato
postular que los republicanos deben llevarse la mayor porción. Se trata de una
vulgar maniobra política: frente al desacuerdo por una reforma sanitaria
promovida por Barack Obama, se boicotea la aprobación del presupuesto. Es un
truco sucio y un golpe muy bajo.
Pero,
curiosamente, la opinión pública no reprocha tanto a los republicanos por su
sabotaje en la aprobación del presupuesto, sino por su negativa a aceptar un
plan más expansivo de cobertura médica. Y, en esto, me parece, los republicanos
no merecen tanto reproche. De hecho, vale preguntarse: ¿hay justificación moral
para un sistema de salud pública universal?
En
países socialistas, la propaganda oficialista suele proclamar que el Estado
ofrece a sus ciudadanos atención médica gratuita. Esto, por supuesto, en una
gran mentira. No hay nada gratis. Alguien tiene que pagar. Puede ser gratis
para el paciente, pero obviamente no es gratis para el contribuyente de
impuestos que debe financiar los costos del mantenimiento de la salud pública.
En algunas ocasiones, el paciente que disfruta de la atención médica es un
contribuyente significativo de impuestos; pero, en muchos otros casos, no lo es. Y, éste es el motivo de queja
de los republicanos en EE.UU.
Y,
cuando unos aportan riquezas para que otros la disfruten sin contribuir nada,
se da un sistema de explotación. Ésta es la denuncia de los republicanos. La
sanidad pública universal es una forma de socialismo: se hace una gran colecta,
y se destinan las riquezas, no en función de cuánto se ha contribuido o cuánto
se merece, sino en función de cuánto necesita. La vieja consigna de Marx, “de
cada quien según su capacidad, a cada quien según su necesidad”, se cumple
cabalmente en un sistema de salud pública.
En
una situación como ésta, es muy fácil que surjan relaciones de parasitismo. El
paciente que no aporta nada se beneficia de quienes sí aportan, e incluso,
muchas veces se beneficia más quien deliberadamente trata de destruir a la
sociedad. Frecuentemente veo situaciones como éstas en Venezuela: en los
hospitales públicos, suele ocurrir que se niega atención a los pacientes
honestos y trabajadores, porque los delincuentes heridos de bala acaparan los
recursos, y se les da privilegio porque llegaron primero a la sala de urgencia.
Los
republicanos en EE.UU. comprensiblemente se indignan ante el llamado ‘problema
del polizón’; a saber, cuando en una sociedad se colectivizan los bienes (en
este caso la sanidad), siempre surge oportunidad para que el parásito se
beneficie del trabajo de los demás, sin él aportar nada.
Entiendo
la indignación de los republicanos frente al parasitismo, pero con todo, estimo
necesario un sistema de sanidad pública. La razón de esto la encuentro en la
filosofía de John Rawls. Rawls señalaba la necesidad de organizar una sociedad
bajo el ‘velo de la ignorancia’; a saber, ¿cómo desearíamos que fuera la
sociedad, en caso de que nosotros ocupásemos el lugar más bajo en la jerarquía
social? Si bien las desigualdades son necesarias para mantener el incentivo al
trabajo, es menester garantizar un mínimo de bienestar social para todos los
ciudadanos.
Uno
de los grandes méritos de la filosofía de Rawls, me parece, radica en señalar
el rol significativo que desempeña la suerte a la hora de establecerse
jerarquías sociales. Cualquiera de nosotros es susceptible de sufrir alguna
tragedia o condición adversa no prevista, y a partir de eso, no contar con los suficientes
recursos para garantizar un mínimo de bienestar. Por ello, como medida
preventiva frente a la mala suerte, es sensato establecer aquello que los
anglófonos llaman una “social safety net”,
un fondo para cubrir las necesidades básicas de los más desamparados.
En
la sanidad, algunas enfermedades no son fortuitas. Comprensiblemente, los
republicanos sienten coraje cuando deben pagar impuestos para financiar la
quimioterapia de un fumador empedernido. Debido a los excesos y abusos del
fumador, ahora la sociedad entera debe pagar por sus irresponsabilidades; no es
justo. Pero, muchas otras enfermedades son meramente fortuitas. Y, en casos
como éstos, el concepto de ‘suerte’ delineado por Rawls, justifica un sistema
estatal de redistribución económica para garantizar un mínimo de bienestar
social. Quizás, podría hacerse un inventario de enfermedades no fortuitas causadas por hábitos
destructivos controlables, las cuales pudieran ser no cubiertas por la sanidad
pública. Esto sería un procedimiento muy complejo y delicado, pero no
imposible.
Y,
así como hay mucha suerte en las enfermedades, hay también mucha suerte en las
condiciones para la contribución al fisco. Cualquiera de nosotros es
susceptible de sufrir adversidades que nos impidan contribuir a los fondos del
Estado. El velo de la ignorancia propuesto por Rawls, exigiría mantener un
respaldo para que, en casos como éstos, el Estado pueda garantizarnos un mínimo
de seguridad.
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