Las
cárceles venezolanas son probablemente las que peor condición tienen en América
Latina. Los reos sufren una doble esclavitud. La primera esclavitud es la misma
que se ejerce en todas las prisiones del mundo: el recluso pierde casi todos
sus derechos civiles ante el Estado. Pero, además, hay un segundo tipo de
esclavitud. En las cárceles venezolanas, el control es ejercido por los
llamados ‘pranes’, reclusos que han surgido como caciques. Estos pranes cobran
una extorsión al resto de los reclusos. En el argot carcelario venezolano, esta
extorsión es llamada el “obligaíto” (diminuto vulgar de “obligado”). Quien no
pague el “obligaíto”, enfrenta una muerte segura.
Cualquier
persona sensata encuentra esto moralmente repugnante. Pero, esta situación
invita a la reflexión: ¿es muy distinto lo que hace el pran de lo que hace el
Estado? ¿Dónde está la diferencia entre el “obligaíto” y el impuesto? A simple
vista, hay mucha diferencia. El pran cobra el “obligaíto”, pero emplea la
riqueza acumulada en su propio beneficio, y no ofrece nada al recluso
extorsionado, ni siquiera seguridad; la única seguridad que le ofrece es la
promesa de que el mismo pran (y su comitiva) no lo matará, pero no responde por
lo que hagan otros presos.
El
Estado, en cambio, emplea la riqueza acumulada para el beneficio del propio
contribuyente. Esto, por supuesto, es sólo “en teoría”. Estamos acostumbrados a
ver funcionarios públicos que cometen delitos de peculado público. Los
funcionarios estatales muchas veces se comportan como “pranes”; la única
diferencia es que los primeros emplean la retórica cínica de que los impuestos
son para el pueblo, mientras que los segundos son más sinceros, y no tratan de
justificar su acción, sino que sencillamente acuden a la fuerza bruta para
depredar.
Hay
un nivel intermedio entre el pran y el Estado. Hay grupos criminales que tratan
de disfrazarse de instituciones benéficas. Cobran extorsiones, pero lo intentan
adornar con una retórica que promete distribuir riquezas y ser amigos del
pueblo. Muchos mafiosos exigen una “colaboración” por parte de sus víctimas, o
incluso, llegan al cinismo de llamar a su extorsión un “impuesto revolucionario”,
como prominentemente lo ha hecho las FARC y la ETA.
Todo
esto es una forma de esclavitud, pues supone una situación en la cual unas
personas trabajan forzosamente en beneficio de otras. Ni el pran, ni el
comandante de las FARC, ni el funcionario recaudador de impuesto, tienen en
cuenta la voluntad de quienes entregan las riquezas. Estas transacciones no
vienen con consentimiento, de ahí su nombre, “obligaíto” e “impuesto”.
Pero,
supongamos que el Estado es absolutamente transparente, y la riqueza recaudada se
emplea, no para el beneficio propio de los recaudadores, sino en beneficio del
colectivo. Supongamos que el pran sigue cobrando el “obligaíto”, pero en vez de
usar la riqueza para pagar sus putas y su whiskey, utiliza ese dinero para
mejorar las condiciones sanitarias de la cárcel, y ofrecer atención médica a
todos los reclusos. En este escenario, se sigue ejerciendo la coerción en la
recaudación, pero esta vez, hay un propósito loable.
Yo
tengo dudas de que el propósito loable justifique el ejercicio de la coerción. Y,
de hecho, contemplo la posibilidad de que, aun si es en beneficio del
colectivo, sigue siendo una forma de esclavitud, pues se sigue extrayendo un
trabajo forzoso.
Se
podrá argumentar que, a diferencia del pran, el Estado (si es democrático) no
ejerce la esclavitud, pues ha surgido como una autoridad legítimamente
constituida mediante elección popular. Y, así, en tanto el pueblo eligió al
gobernante con su voto, el pueblo manifestó su voluntad, y de esa forma, el
pago de impuestos deja de ser coercitivo, y obedece a una transacción
voluntaria. Pero, yo mantengo mis dudas de que el hecho de que el amo sea
elegido por los esclavos elimina la esclavitud. La esclavitud deja de existir
sólo si se deja de cobrar forzosamente algo. El propósito de ese cobro, o el
origen de la autoridad de quien cobra, es inmaterial.
El
filósofo Robert Nozick defendió vehementemente la idea de que el cobro de
impuestos es una forma de esclavitud. Y, para demostrarlo, Nozick imaginó un
escenario en el cual, un esclavo atraviesa una serie de transformaciones
graduales, hasta el punto de que se convierte en un ciudadano de una sociedad democrática
que cobra impuestos. Éste es el escenario de Nozick: 1) el esclavo recibe
golpizas de su amo arbitrariamente; 2) el esclavo sólo recibe golpizas cuando
viola alguna regla; 3) el amo ofrece algunos beneficios a sus esclavos, en
función del mérito, etc.; 4) el amo les da cuatro días de descanso a sus
esclavos; 5) el amo da a los esclavos la libertad de trabajar cuando quieran,
pero les exige el pago de un quinto de lo que produzcan; 6) el amo permite que diez
mil otros esclavos voten para decidir sus asuntos, pero el esclavo original aún
no tiene ese derecho, y debe obedecer las decisiones de los otros diez mil; 7)
los otros diez mil permiten al esclavo participar en sus asambleas, con voz,
pero sin voto; 8) los otros diez mil permiten al esclavo votar en caso de que
sea necesario para quebrar algún empate en sus votaciones; 9) los otros diez
mil permiten al esclavo votar como el resto de sus compañeros.
Nozick
hace la pregunta: ¿en qué momento, el esclavo dejó de ser esclavo? El “obligaíto”
es muy afín a lo que el esclavo sufre en el paso 5 (aunque el pran no exige
cifras relativas, sino absolutas); el impuesto cobrado por un Estado democrático
es muy afín a lo que el esclavo sufre en el paso 9. Nozick no responde cuándo
el esclavo deja de ser esclavo, en buena medida porque no está claro cuándo
ocurre. Pero precisamente, su ausencia de respuesta es deliberada: en vista de
que no es precisable cuándo la esclavitud cesa, Nozick más bien opta por
postular que, aun en el caso de que un ciudadano ejerza su derecho al voto para
elegir a un ente que recauda impuestos que serán destinados al beneficio de la
colectividad, hay extracción forzosa de trabajo, y por ende, estamos en
presencia de una forma de esclavitud.
La
única forma en que la esclavitud desaparece, es cuando deja de haber coerción
en la extracción de recursos. Es irrelevante si el amo da un buen trato o si
utiliza el producto del trabajo del esclavo para buenos propósitos. Incluso, es
irrelevante si el esclavo participa en una votación popular para elegir al amo,
pues es perfectamente posible que el esclavo haya votado en contra de lo que la
mayoría haya elegido, y de esa forma, sigue sin dar consentimiento a la depredación
de su trabajo.
Quizás
el argumento de Nozick sea extremo, y no debemos llegar tan lejos como para
postular que Estados tan transparentes, condescendientes y eficientes como los
escandinavos, son esclavistas. Pero, la argumentación de Nozick sí es un enorme
reto, que aún no ha sido debidamente respondido. La indignación que los
venezolanos sentimos ante la esclavitud en las cárceles y el cobro del “obligaíto”,
debería ser ocasión para reconsiderar muchas asunciones tradicionales, a saber,
que la intervención del Estado es la panacea para todos nuestros males, y que el Estado cuenta con la suficiente autoridad moral para despojar riquezas a fin de redistribuirlas .
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