La
fiesta de Halloween se ha convertido en un ejemplo más de aquello que el sociólogo
Stanley Cohen llamó un ‘pánico moral’. Las comunidades (especialmente las
agrarias, o aquellas en las cuales sus miembros mantienen estrechos vínculos
entre sí) habitualmente proyectan algún temor sobre una situación imaginaria. Este
sentimiento de pánico, irónicamente, contribuye a la unidad de la comunidad. Al
incentivar el temor en un colectivo, se facilita el ejercicio del control sobre
los individuos. Ha sido un viejo método el gobernar y controlar a través del
miedo.
Ha
habido muchos pánicos morales en la historia de Occidente. Uno de los más
escandalosos fue el temor que inspiró la cacería de brujas en los siglos XV,
XVI y XVII. Las comunidades de muchas regiones en Europa inventaron la fantasía
de que existía una masiva conspiración de brujas que atacaban a sus enemigos
con maleficios. Hacían pactos con Satanás, y viajaban a sus reuniones (sabbats) montadas sobre escobas. En esas
infames reuniones, cometían todo tipo de blasfemias (el punto cumbre consistía
en besar el ano a una cabra), y comían niños.
Entre
50.000 y 100.000 personas fueron ejecutadas como consecuencia de esta histeria
colectiva. Hoy, vemos aquello con vergüenza. Pero, no es del todo claro que
hayamos superado la histeria colectiva en torno a las brujas. Pues, sigue
habiendo un pánico moral en torno a Halloween.
La
izquierda en los países latinoamericanos, incentiva el temor de que Halloween
abre la puerta a todos los males de la sociedad industrial: consumismo,
alienación, materialismo, celebración de la violencia, etc. Y, además, el pánico
moral auspiciado por la izquierda se impregna de un tufo nacionalista: Halloween
es una fiesta foránea, y permitirla, acabará con las bases culturales de
nuestras sociedades. El resultado, supuestamente, será un caos social.
Por
supuesto, no hay el menor indicio empírico de que Halloween tenga la capacidad
destructiva que la izquierda le imputa. Ciertamente el capitalismo necesita
reformas urgentes, y hay mucha miseria en el mundo, pero se necesita de un
gigantesco ejercicio de fantasía para imaginar de qué forma, el enviar a los
niños disfrazados a pedir caramelos es un evento catastrófico.
La
derecha, por su parte, acude a argumentos más típicos de la persecución de
brujas. Halloween es una fiesta pagana que exalta fuerzas sobrenaturales satánicas,
y eso nos aparta de Dios. Esto, por supuesto, es irrelevante para la mayoría de
las personas en sociedades modernas, quienes, a diferencia de los aldeanos
europeos del siglo XVII, son materialistas en casi todas las facetas de su
vida, y sencillamente no aceptan la existencia de entidades sobrenaturales que
supuestamente resultan perjudiciales.
Poca
gente sensata imagina una relación entre pedir caramelos y el caos social; por
ello, los argumentos de la izquierda para incentivar el pánico social en torno
a Halloween no convencen demasiado. Asimismo, en este mundo secularizado, poca
gente acepta la existencia de demonios o entidades sobrenaturales malignas, de
forma tal que los argumentos típicos de la derecha religiosa para incentivar el
pánico social en torno a Halloween, tampoco funcionan.
Por
ello, la derecha y la izquierda suelen unirse para inventar un tercer tipo de
argumento que incentive el pánico moral en torno a Halloween. Este argumento no
reposa sobre las abstracciones inverosímiles de la izquierda, ni tampoco sobre
la aceptación de una cosmovisión mágico-religiosa en la cual se fundamenta la
derecha. Más bien, se trata de incentivar el pánico, alegando que, en la noche
de Halloween, muchos sádicos se aprovechan para perjudicar a los niños.
Hay
muchas leyendas urbanas que incentivan el pánico: los caramelos están
envenenados, las manzanas tienen agujas, los pedófilos invitan a los niños a
sus casas para abusarlos sexualmente. Estas acusaciones no tienen contenido
sobrenatural, pero con todo, son altamente improbables. En el imaginario de
quien incentiva estos pánicos morales, la fiesta de Halloween es perjudicial
incluso en un mundo en el cual las brujas y los demonios no existen. Pues,
Halloween es peligroso, no tanto porque se exalten entidades sobrenaturales
(que, a fin de cuentas, no existen), sino porque incentivan conductas
criminales.
De
hecho, algo similar ha ocurrido con el supuesto culto a Satanás. Durante la década
de los 80 del siglo pasado, hubo un tremendo pánico en torno a los supuestos adoradores
del diablo, no tanto por el hecho de que se hiciera contacto con el príncipe de
las tinieblas, sino porque se participaba de ritos que incluía atrocidades,
como por ejemplo, sacrificios humanos.
Todas
estas leyendas urbanas (tanto las de Halloween como las del culto a Satanás)
proceden de EE.UU. El FBI ha investigado arduamente la situación, y ha llegado
a la firme conclusión de que se tratan de historias sensacionalistas sin
ninguna base. Los poquísimos casos en los que, durante la fiesta de Halloween, en
efecto, ha habido envenenamiento de caramelos, u hojillas de afeitar en las
manzanas, no son debidos a actos de terror indiscriminados, sino a crímenes
dirigidos a víctimas muy específicas, y que los victimarios trataron de
disimular como si tratasen de actos de terrorismo.
Al
final, los daños ocasionados por el Halloween sólo están en la mente de gente
que, al dejarse contagiar por la histeria colectiva, repite uno de los
episodios más tristes y vergonzosos en la historia de Occidente: la cacería de
brujas.
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