lunes, 14 de octubre de 2013

El Diseño Inteligente y las pareidolias: en torno a William Dembski



William Dembski es uno de los principales promotores de la teoría del Diseño Inteligente. Su argumento es muy parecido al que, a inicios del siglo XIX, invocó William Paley: frente a ciertos objetos, debemos hacer la inferencia de que éstos han sido diseñados, y el diseño implica un diseñador. Paley decía que, al contemplar un reloj, debemos inferir la existencia de un relojero, pues es imposible que algo tan complejo como un reloj, pueda surgir sin un diseñador.

El argumento de Paley ha sido criticado muchísimas veces, pero Dembski vuelve a plantearlo con ejemplos más refrescados. Habitualmente Dembski apela al monte Rushmore, en EE.UU. Este monte tiene unas piedras talladas con las caras de cuatro presidentes norteamericanos. ¿Cuál es la probabilidad de que, la necesidad geológica, o el azar, hicieran aparecer estas formaciones rocosas, sin la intervención de un escultor? Ínfima. Por analogía, postula Dembski, al ver objetos tan complejos y con propósitos tan específicos en la naturaleza, debemos concluir que han sido diseñados por alguien.
La inquietud de Dembski es legítima. ¿Cómo distinguir un objeto diseñado de uno que no ha sido diseñado? ¿Cómo saber si, detrás de algo, hay una inteligencia? Esto tiene implicaciones, no sólo en la cuestión religiosa sobre si hay o no un Dios creador, sino también en otros asuntos. ¿Cómo saber si un objeto descubierto por los arqueólogos es una formación natural, o un artefacto producido por una civilización? ¿Cómo saber si una secuencia de sonidos en el espacio, es un intento de comunicación de una civilización extraterrestre?
Dembski propone un método sencillo para lograr identificar objetos diseñados. Frente a un objeto, debe contemplarse la probabilidad de que las leyes de la naturaleza, por vía de la necesidad, lo generen. Si la probabilidad es muy baja, debe entonces contemplarse la posibilidad de que la misma naturaleza, por un proceso azaroso, genere ese objeto. Si esa probabilidad es igualmente baja, entonces debe asumirse que ese objeto ha sido diseñado por alguien. En el caso del monte Rushmore, hay bajísimas probabilidades de que las fuerzas de la naturaleza, por sí solas, generen las cuatro caras. ¿Podría ser que un evento azaroso genere algo así? De nuevo, la probabilidad es bajísima. Por ende, concluyamos que el monte Rushmore ha sido diseñado por alguien.
El método de Dembski me parece ingenioso, pero no creo que sirva como respaldo a las teorías del Diseño Inteligente. El origen de objetos muy complejos en la biodiversidad sí puede explicarse mediante la necesidad derivada de las leyes que rigen la selección natural. Si, en la lucha por la existencia, la naturaleza va preservando aquellos rasgos más ventajosos para los organismos, con el paso del tiempo, es perfectamente viable que, al final, se obtengan resultados muy complejos, que a simple vista den apariencia de estar diseñados, pero en realidad no serlos.
Otros defensores de la teoría del Diseño Inteligente, como Michal Behe, postulan que hay ciertos objetos en la naturaleza que no pudieron haber surgido por selección natural. Y, aplicando el método de Dembski, una vez que descartamos la necesidad de las leyes de la naturaleza, o el azar, debemos inferir el diseño, y por extensión, la existencia de un diseñador. Pero, el argumento de Behe es notoriamente fallido. Se ha demostrado, una y otra vez, que los supuestos objetos que no pudieron haber surgido por selección natural (como el ojo, el ala, o el flagelo bacteriano), sí pueden ser producto de la selección natural.
Pero, incluso a nivel formal, el método de Dembski presenta algunos problemas. Dembski parece refugiarse en aquello que ha venido a llamarse el ‘Dios de los vacíos’: si no logramos explicar cómo ocurre algo, inmediatamente se lo atribuimos a Dios. Supongamos que no logramos explicar cuál es el origen del ojo, y que, como postula el método de Dembski, no es atribuible ni a las leyes de la naturaleza, ni al azar. ¿Debemos, entonces, atribuir el origen del ojo a una agencia inteligente? Opino que no. Nuestro conocimiento de las leyes de la naturaleza es limitado, y no debemos cerrarnos a la posibilidad de que, con el descubrimiento de nuevas leyes, se explique el origen del ojo, bien sea como producto necesario de esas leyes, o como una contingencia derivada de las mismas.
A simple vista, mi posición podría ser reducida al absurdo, con el mismo ejemplo del monte Rushmore. ¿Podemos explicar el origen del monte Rushmore mediante las leyes de la naturaleza? No. Pero, sería absurdo postular que, puesto que no conocemos todas las leyes de la naturaleza, aún existe la posibilidad de que esas caras surgieran naturalmente, y así, debemos rechazar la tentación de atribuir el origen de esas caras a un diseñador.
Pero, hay una diferencia fundamental entre el monte Rushmore y los objetos de la naturaleza. Sabemos, por observación directa, cómo trabajan los escultores y qué tipo de cosas producen, y a través de esa observación, tenemos una idea bastante clara de cuáles objetos son esculpidos artificialmente, y cuáles no. En cambio, nunca hemos observado directamente al supuesto diseñador del universo hacer sus labores; por ende, no contamos con la oportunidad de comparar objetos para saber si han sido o no diseñados.
Esta crítica al argumento de Dembski, y a cualquier argumento que, por analogía, pretende inferir la existencia de un diseñador cósmico, no es innovadora. Ya en siglo XVIII, David Hume célebremente la formuló en sus Diálogos sobre la religión natural. Pero, a diferencia de Hume, ahora estamos en posición de añadir aún otro factor crítico. Gracias a los avances de la psicología, hoy sabemos que existe en la mente humana una fuerte inclinación a apreciar patrones y agentes inteligentes, donde realmente no los hay. Esto, seguramente, tuvo ventaja adaptativa para nuestros ancestros: viendo figuras donde realmente no las hay, permite estar más alerta, y así escapar de situaciones peligrosas. La pareidolia, o la detección de caras humanas es particularmente prominente en nuestra psicología: vemos rostros en las nubes, en el pan tostado, en formaciones rocosas, etc.

Pues bien, me parece que las teorías del Diseño Inteligente son una gigantesca pareidolia. Se ven caras donde no las hay. La idea de que en las nubes o el pan tostado hay caras no es descabellada: a simple vista, efectivamente así parece. Pero, una observación más profunda nos conduce a la conclusión de que, las mismas leyes de la naturaleza sí pueden producir esas caras. Del mismo modo, a simple vista, algo tan complejo como el ojo, parece estar diseñado. Pero, un análisis más profundo de las leyes de la naturaleza permite concluir que, en realidad, el proceso mecánico y repetitivo de la selección natural sí puede producir ese tipo de objetos, sin necesidad de postular la existencia de un diseñador. 

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo, y yo extendería la comparación con la pareidolia a cualquier visión teleológica y trascendental de la realidad. Nuestro empeño, inevitable, por encontrar un significado a todo nos conduce a formular preguntas cuya respuesta es simplemente "nada".

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