Gananath
Obeyesekere y Marshall Sahlins tuvieron una de las más célebres disputas en la
historia de la antropología en el siglo XX (la reseño en mayor detalle acá).
Sahlins formuló la hipótesis de que, en 1779, los nativos de Hawaii creyeron
que el capitán inglés James Cook era el dios Lono, y por eso lo mataron en una
ceremonia religiosa. Obeyesekere, por su parte, opina que la hipótesis de
Sahlins es la continuidad de un mito colonialista que promueve la idea de que
los nativos ven a los europeos como dioses, y que tienen una suerte de
mentalidad mística que confunden los eventos del pasado mítico con los eventos
cotidianos. En función de ello, opina Obeyesekere, los hawaianos no confundieron a Cook con Lono.
En
este debate, si bien no simpatizo a plenitud con la postura de Sahlins, sí me
inclino a aceptar su hipótesis de que, probablemente, Cook fuese confundido con
Lono, y eso explica por qué los nativos de Hawaii lo mataron. Para respaldar su
hipótesis, Sahlins ofrece la teoría de la mitopraxis:
para organizar y darle sentido a una experiencia caótica, las sociedades
continuamente tratan de vincular las historias y leyendas del pasado
mitológico, con los eventos del presente.
Obeyesekere
se siente ofendido por esta teoría, pues en su opinión, creer que los nativos
emplean la mitopraxis y asimilan a los personajes reales con figuras del pasado
mitológico, es una muestra de arrogancia colonialista que representa a los
nativos como seres desprovistos de racionalidad. Pero, si Obeyesekere dejase de
lado su obsesión anti-colonialista, comprendería que, en el mismo Occidente, no
han faltado situaciones en las cuales, personajes reales han sido asimilados a
personajes del pasado mitológico.
Por
ejemplo, del mismo modo en que los hawaianos creyeron que Cook era Lono, el
libro bíblico de Hechos narra que, en
Listra, la muchedumbre creía que Bernabé era Hermes y Pablo era Zeus (14:
12-13). Pero, incluso en tiempos modernos (cuando supuestamente ya Occidente ha
abandonado la mentalidad mística del pasado), se da este tipo de fenómenos. En
especial, la mentalidad apocalíptica es proclive a identificar figuras
contemporáneas con personajes mitológicos, en especial, el Anticristo.
El
libro de Apocalipsis está
sobrecargado de imágenes extrañas. No en vano, san Jerónimo advertía que ese
libro está repleto de misterios, y George Bernard Shaw se aventuró a postular
que su autor lo compuso bajo la influencia de narcóticos. Pero, el caos del
libro de Apocalipsis frecuentemente
se ha conjuntado con el caos de la realidad social. Y, así, muy recurrentemente,
los intérpretes han tratado de encontrar sentido al libro de Apocalipsis identificando a sus figuras e
imágenes con personajes y situaciones contemporáneas, y viceversa.
Ha
sido un pasatiempo de los especuladores apocalípticos el identificar al
Anticristo (un personaje que, en realidad, no es mencionado en Apocalipsis) con personajes
contemporáneos. El procedimiento es relativamente sencillo: basta encontrar
alguna característica en el personaje en cuestión, y tratar de asimilarla con
alguna descripción de las bestias apocalípticas o el Anticristo.
Apocalipsis es en buena medida una fantasía de
venganza y odio contra el poder imperial romano del siglo I, y su autor
impregna a las bestias apocalípticas con símbolos imperiales romanos. Pues
bien, naturalmente, aquellos personajes políticos que han tenido alguna vinculación
con Roma, han sido buenos candidatos para ser identificados con el Anticristo. Así
pues, no le resultó difícil a Lutero identificar al papado con el Anticristo;
tampoco tuvieron dificultad muchos predicadores norteamericanos proponer que Mussolini
fuera el Anticristo.
En
ocasiones, el autor de Revelación no
se atrevió a hacer mención directa de Roma, y optó por recurrir a claves
simbólicas para referirse al poder imperial. Así, optó por dirigir su odio
contra Babilonia (la ciudad tradicionalmente odiada por los judíos, en virtud
del exilio y su enemistad siglos anteriores); de ahí procede el simbolismo de
la ‘Gran Ramera de Babilonia’ mencionada en Apocalipsis.
Babilonia, como se sabe, está ubicada hoy en Irak. Y, así, no debe extrañar
que Saddam Hussein haya sido también asimilado a la Ramera o el Anticristo.
Apocalipsis habla de Gog y Magog, personajes muy
misteriosos. El libro de Ezequiel postula
que Gog es un rey que procede de Magog, un país que la tradición ubica en el norte. Desde hace siglos, los
especuladores apocalípticos han manejado la idea de que Magog es Rusia, pero
tradicionalmente no fue una idea que tuvo mucho arraigo. Pero, como el mismo
Ronald Reagan una vez proclamó, desde que Rusia dejó de ser un país cristiano,
resultó inevitable que, en la fase más paranoica de la Guerra Fría, los
apocalípticos norteamericanos asimilaran a la URSS con Gog y Magog, y a Kruschev
o Gorbachov con el Anticristo.
Apocalipsis postula que una de las bestias lleva
el número 666. Probablemente este número se refiera al emperador Nerón (en
virtud del sistema de codificación numérica que tenía el alfabeto hebraico),
pero no han faltado cálculos numéricos de todo tipo para identificar al
Anticristo con personajes que van desde Napoleón hasta Hitler.
Estas
asimilaciones son muchas veces retóricas. Es siempre tentador comparar a un
personaje contemporáneo con un personaje del pasado. Ciertamente hay mucho
poder retórico en llamar a alguien como Hugo Chávez “el Bolívar de estos
tiempos”; obviamente, este tropo literario asuma una comparación, pero no una
relación de identidad. Pero, sobre todo en EE.UU., persiste un sustancioso
grupo de personas que no se limitan a asimilar retóricamente a personajes
contemporáneos con las figuras del Apocalipsis,
sino que afirman que, literalmente,
varias figuras de la geopolítica son los personajes anunciados en el Apocalipsis. En fechas más recientes, el
más emblemático de estos intentos por identificar a los personajes del Apocalipsis procede del autor Hal
Lindsey, cuyo libro, La agonía del gran
planeta Tierra es un tratado que, con minucioso detalle, identifica claves
apocalípticas en varios personajes políticos de la década de los años setenta
del siglo pasado.
Así
pues, Gananath Obeyesekere no debería sentirse especialmente ofendido ante la
hipótesis de que los hawaianos identificaron al capitán Cook con Lono, y por
eso, le dieron muerte. Nosotros los occidentales tampoco hemos escapado a estas
irracionalidades. Si bien Reagan nunca se atrevió a lanzar un ataque nuclear
contra la URSS, sí creyó que Rusia estaba dando cumplimiento a las profecías
del Apocalipsis. Y, de forma más
preocupante aún, una vez culminada la Guerra Fría, han aparecido presidentes
norteamericanos cuyos excesos militares, en buena medida, están motivados por
la idea de que, a través de la guerra en el Medio Oriente, se está acelerando
la llegada de Cristo y el cumplimiento de las profecías bíblicas.
La creencia de que el Apocalipsis o los poemas de Nostradamus fueron redactados por alguien que realmente creía en las "profecías" que contienen, me parece pueril. Teniendo en cuenta que muchos presidentes acuden a la homeopatía, la astrología o la Biblia para interpretar y solucionar el mundo, no me extraña que éste vaya como va.
ResponderEliminarYo sí me atrevería a pensar que el autor del Apocalipsis esperaba que algún cataclismo ocurriría pronto. Seguramente no esperaba que ocurriera todos los detalles de su libro (obviamente tiene una intención simbólica en muchos elementos), pero sí tenía una expectativa de que el fin del mundo llegaría en cualquier momento.
Eliminar