El llamado ‘problema del mal’ en
filosofía de la religión (a saber, la pregunta: ¿por qué Dios, siendo bueno y
omnipotente, permite el mal?) ha recibido muchos intentos de respuestas por
parte de varios filósofos. Uno de los más destacados durante las últimas
décadas ha sido Richard Swinburne.
Swinburne ofrece varias respuestas.
La primera es la típica respuesta que se remonta a san Agustín: Dios permite el
mal para preservar el libre albedrío del hombre. Pero, Swinburne también ha
ofrecido otra respuesta, una que apela al crecimiento moral. Según Swinburne,
Dios permite el mal para dar oportunidad a las personas de desarrollar sus
mejores virtudes. Si no hubiese imperfecciones en el mundo, no tendríamos
oportunidad de demostrar nuestro carácter moral. La virtud sólo puede ser
significativa en un mundo que realmente la requiera, a saber, un mundo
moralmente corrompido. Swinburne ha llevado este argumento hasta sus últimas
consecuencias, y ha quedado en la infamia por sugerir que el Holocausto nazi
fue una “oportunidad para que los judíos demostraran su capacidad para ser
nobles y valientes”.
Este intento por justificar a Dios
frente al mal tiene muchísimas dificultades. En primer lugar, no es una
imposibilidad lógica propiciar una situación en la que haya virtud sin que haya
sufrimiento, de forma tal que no hay ningún obstáculo para que Dios, en su
omnipotencia, consiga esto. En segundo lugar, aun si asumimos que no puede
haber virtud sin alguna forma de corrupción moral, es cuestionable que sea
necesario tanto sufrimiento. Swinburne nuevamente ha quedado en la infamia, al
postular que, en realidad, en la historia de la humanidad no ha habido tanto
sufrimiento, y además, que Dios, en tanto dador de la vida, tiene el derecho a
quitarla.
En tercer lugar, aun si admitimos
que sí es necesario tanto sufrimiento para preservar la oportunidad para la
virtud, es objetable la injusta distribución del sufrimiento en el mundo. Supongamos
que, efectivamente, Dios permitió el Holocausto para que los judíos tuvieran
una oportunidad para demostrar nobleza y valentía. ¿Por qué no ha ofrecido esta
“oportunidad” a otros pueblos del mundo? Si todos nos beneficiamos con el
sufrimiento, ¿por qué permite que unos sufran más que otros?
Además, la idea de que el
sufrimiento es una oportunidad para fortalecer el carácter y permitir el
desarrollo de la virtud, es cuestionable, en vista de que mucha gente que sufre
no tiene el tiempo suficiente para madurar. Podría admitirse que una persona
que ha enfrentado obstáculos en su vida, eventualmente aprende de ellos y se
fortalece. Pero, hay mucha otra gente que sufre inmensamente, y la intensidad
del sufrimiento es tal, que sencillamente no tiene oportunidad para sacar algo
bueno de ello, bien sea porque muere como consecuencia de ese sufrimiento, bien
sea porque la experiencia es tan devastadora, que no hay oportunidad de
recuperarse.
En torno a esto, Swinburne agrega
una nueva barbaridad. Swinburne postula que, aun en el caso de sufrimientos
severos que no dan oportunidad para que la persona los aproveche para
fortalecer su virtud, Dios tiene justificación en permitirlo. Y, esa
justificación procede del hecho de que, el sufrimiento de una persona sirve
para que otra persona saque a relucir sus virtudes. Por ejemplo, ciertamente el
cáncer terminal no le permitirá a un niño crecer en virtud; pero sí servirá
como oportunidad para que los padres de ese niño hagan un despliegue de sus
virtudes.
La mentalidad de Swinburne, y de tantos
otros que buscan justificar a Dios a toda costa, es emblemáticamente antiliberal.
El liberalismo siempre ha valorado la integridad de la autonomía individual. De
acuerdo a la doctrina liberal, hay un mínimo de derechos individuales que no
pueden ser violados, ni siquiera si con eso se favorece al colectivo. Las
versiones más crudas del utilitarismo sí están dispuestas a permitir que, en
aras de la maximización del bien, una persona sea perjudicada para que un número
mayor se vea beneficiada. El liberalismo clásico, en cambio, postula que el
colectivo nunca tiene justificación para aplastar el mínimo de derechos
individuales.
Pues bien, el razonamiento de
Swinburne es similar al de aquellos utilitaristas que están dispuestos a
sacrificar los derechos individuales para conseguir el supuesto bien mayor de
la complacencia al colectivo. El argumento de Swinburne termina por participar
de una suerte de lógica sacrificial, en la cual, se sacrifica al niño con cáncer,
para que los padres demuestren sus virtudes. Un niño fue entregado a la muerte
para la satisfacción de una causa mayor, aun si el niño en cuestión no disfrutó
él mismo de los frutos de su propio sufrimiento. Lo mismo aplica al caso del
Holocausto: aun asumiendo que el Holocausto fue una oportunidad para que los
judíos mostraran nobleza y valentía, y se fortaleciesen moralmente, el hecho es
que, quienes murieron en los campos de exterminio no tuvieron oportunidad de demostrar nobleza y valentía. A lo sumo,
su muerte sirvió para que otros
demostraran virtud.
El sacrificio puede ser moralmente
loable, pero siempre y cuando cuente con el consenso de quien se sacrifica. Según
la teología cristiana, Cristo se entregó en sacrificio para salvar a la
humanidad. Supongo que, en este sacrificio, el mismo Cristo ofreció su aval. Pero,
en los casos que he mencionado, pocos han manifestado su voluntad de llevar
tanto sufrimiento para que otros disfruten de la oportunidad para demostrar
virtud. Imponer coercitivamente un sacrificio para que, con el sufrimiento de
uno, otros consigan un beneficio, es brutal. Los dictadores son muy proclives a
exigir que sus gobernados se entreguen (voluntaria o involuntariamente) en
beneficio del colectivo. Al final, la justificación de Swinburne presenta a
Dios como un dictador que prescinde de los derechos individuales, y decide
coercitivamente sacrificar a unos para el beneficio de otros.
No me parece serio que un filósofo, hoy día, parta de ese tipo de premisas para justificar la existencia del mal o el sufrimiento. Los hallazgos de la Ciencia (la tectónica de placas, la meteorología, el hecho de la evolución) están ahí, son irrefutables, útiles, y lo explican todo. ¿Es que de repente los hemos olvidado?
ResponderEliminarBueno, no creo que Swinburne pretenda dar una explicación del mal; su intención es sencillamente explicar cómo Dios puede coexisitir con el mal.
EliminarYa, pero creo que la explicación científica del "mal" (terremotos y demás catástrofes, guerras, enfermedades, etc.) automáticamente excluye a Dios, haciendo innecesaria su intención de compatibilizarlo con la existencia de Dios.
ResponderEliminarYo me hacía la misma pregunta pero una vez leí que nunca había notado que la misma fuerza y facilidad del argumento del pesimista nos plantean de inmediato un problema. Si el universo es tan malo o incluso la mitad de malo, ¿cómo pudieron jamás los seres humanos llegar a atribuirlo a la actividad de un Creador sabio y bueno? Tal vez los hombres sean necios, pero no hasta ese punto… De modo que inferir la bondad y la sabiduría de un Creador del curso de los acontecimientos en este mundo hubiera sido siempre igualmente absurdo, y jamás fue así. La religión tiene un origen distinto.
EliminarLuis and Daniel, nunca me había encontrado con un argumento como el que presentas, pero no me parece descabellado (incluso, me intriga). Tentativamente, yo diría que nuestra mente sí es proclive a muchas irracionalidades, y no es necesario invocar un origen divino de esto.
Eliminar