En
alguna ocasión, he sido acusado de ser racista en contra de los wayúu, un
pueblo indígena de Colombia y Venezuela. Esa acusación es, por supuesto,
infundada. Supongo que esta acusación procede de malas interpretaciones de
otros alegatos que yo he hecho.
Yo
rechazo la premisa relativista cultural de que todas las culturas tienen el
mismo valor. Plenitud de historiadores han ofrecido pruebas contundentes de la
superioridad cultural de la civilización occidental en muchas dimensiones
(moral, artística, tecnológica, científica, etc.). En función de eso, he
opinado con frecuencia que el aporte cultural de los wayúu ha sido inferior al
de las grandes civilizaciones del mundo. En cierta ocasión, el novelista Saul
Bellow, fastidiado por el relativismo cultural que pretende dar el mismo valor
a todas las culturas, preguntó retóricamente: ¿dónde está el Proust de los
papuanos, o el Tolstoi de los zulús? Pues bien, yo hago preguntas similares:
¿dónde está el Newton de los wayúu?, ¿qué teoremas han descubierto los wayúu?,
¿cuáles son sus grandes obras de arte?
No
hay nada de racismo en todo esto. No estoy invocando una inferioridad
biológica; sólo una inferioridad cultural. El hecho de que el aporte
civilizacional de los wayúu sea considerablemente inferior al de la China,
India u Occidente, no se debe a razones biológicas, sino más bien
circunstancias históricas muy diversas. Brasil es futbolísticamente superior a
Bangladesh, pero elaborar ese alegato no es
racismo. Nadie ha postulado que el origen de la superioridad futbolística de
Brasil es biológico.
El
considerar que la cultura wayúu es inferior a la civilización occidental
tampoco implica asumir que los individuos de origen wayúu deban ser objeto de
discriminación civil. Ciertamente Europa ha hecho muchísimos más aportes
civilizacionales que las tribus indígenas, pero eso no implica que, en función
de la deuda histórica, una persona de origen europeo deba tener más derechos que
una persona de origen wayúu. Precisamente un aporte de Occidente es la idea de
la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
Ahora
bien, alguna gente cree que, para combatir la discriminación civil, es
necesario respetar la cultura de los ciudadanos. Así, por ejemplo, mucha gente
invoca que un derecho de los pueblos indígenas debe ser el respeto a sus
tradiciones antiguas. Yo no puedo estar de acuerdo con esto. Los wayúu tienen
tradiciones que, francamente, deben intentar abandonarse. Favorezco el respeto
a los derechos civiles de los wayúu, pero no puedo favorecer el respeto a sus
códigos jurídicos (los cuales prescinden del concepto de responsabilidad
personalísima y funcionan sobre la base de la venganza privada, e incluso,
interpretan como agresión las apariciones en sueños).
Ciertamente
simpatizo con la idea libertaria de que, si los wayúu desean practicar una
forma de secesión y tener sus fueros jurídicos, el Estado debe acceder a ello. Pero,
si los wayúu hacen uso de ese fuero, no pueden esperar que el Estado los asista
en otros servicios básicos. Para ser beneficiario de las funciones del Estado,
es necesario obedecer sus leyes. Lamentablemente, muchos defensores de los
wayúu pretenden que este pueblo esté al margen del Estado en el cumplimiento de
las leyes, pero que no sean marginados en la asignación de beneficios por parte
del Estado. En función de eso, yo he opinado frecuentemente que, en una futura
constituyente, es necesario derogar lo artículos constitucionales que ofrecen
derechos especiales a los pueblos indígenas.
Tampoco
puedo admitir que, en las cátedras medicinas, se incorporen los supuestos “saberes
ancestrales” de los wayúu. Buena parte de la medicina wayúu es incompatible con
la ciencia. Los wayúu atribuyen muchas enfermedades a la acción de espíritus,
una premisa que, sencillamente, no puede ser aceptada por la medicina
científica, cuya base metafísica ha de ser materialista. Me parece maravilloso
que las facultades de medicina acepten estudiantes wayúu y los gradúen como
médicos de formación científica, pero me parece una aberración pretender
incorporar creencias irracionales al currículum, bajo la excusa de que se está
protegiendo la identidad cultural de este pueblo.
Nada
de lo que yo opino sobre los wayúu, entonces, puede ser considerado racista.
Más aún, deseo defender a los wayúu frente a muchos ataques xenófobos que en
fechas recientes han surgido. Venezuela tiene una economía planificada, y el
gobierno testarudamente ha colocado precios regulados en rubros alimenticios. Eso
ha dado pie a que muchas personas de clases bajas compren comida a precios
regulados, vacíen los anaqueles, y revendan la comida con precios inflados. La
mayoría de estas personas (llamadas ‘bachaqueros’) son de origen wayúu. Esto ha
propiciado actitudes terriblemente xenófobas en el resto de la población.
Alguna
gente ha propuesto que no se permita a los wayúu entrar a los supermercados, a
fin de evitar sus prácticas de reventa. Esto, por supuesto, sí es racismo puro
y duro. Semejante medida nos conduciría al más terrible sistema de apartheid. Y, por supuesto, sería una
forma de castigo colectivo: puesto que algunos wayúus incurren en esta
práctica, se propone castigar a todos
los wayúu (esto prescindiría del principio de responsabilidad individualísima
que, precisamente, está ausente en los códigos jurídicos de los propios wayúu).
Pero,
en todo caso, me parece que el culpable de la situación de escasez y reventa,
no es el bachaquero wayúu, sino el gobierno regulador de la economía. El
gobierno ha regulado un precio distorsionado que, obviamente, no es el real. El
bachaquero no hace más que comprar la mercancía a un precio inferior al real, y
venderla al precio real. Si ése no fuese le precio real, el bachaquero no
tendría clientela, pues nadie estaría dispuesto a comprar una mercancía que no
es vendida en su precio real.
La
solución al problema de los bachaqueros wayúu no está en enviar policías a
vigilar que un cliente sólo compre dos paquetes de harina, o marcar a la gente
con números en la mano para poder comprar (seguramente muchos evangélicos verán
esto como una señal apocalíptica). La solución es muy sencilla: liberar los
precios. Si se permite al comerciante vender el rubro al precio que mejor le
parezca (el cual, en función de la presión del mercado, se estabilizará en el
precio real), el bachaquero ya no tendrá oportunidad para aprovecharse de la
distorsión, y se acabará su negocio. Al sentir el aumento de los precios, otros
comerciantes verán oportunidad para entrar en ese rubro, y así, el incremento
de la producción propiciará un descenso en los precios (vale recordar acá una
ley muy elemental: a mayor oferta, menor precio).
Los
socialistas suelen quejarse de que el capitalismo propicia actividades
improductivas de especulación. Según este alegato, un bróker de Wall Street se hace rico manipulando valores, sin hacer
el menor aporte a la producción real de riqueza. Puede haber un germen de
verdad en esto. Pero, en Venezuela, vemos de cerca que, no es el libre mercado,
sino más bien la regulación de precios, lo que conduce a la proliferación de
actividades improductivas. En el momento en que se liberen los precios, los
bachaqueros se dedicarán a producir, pues ya no podrán seguir aprovechándose de
la distorsión del mercado.
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