El
filósofo francés René Girard ha hecho renombre con su apologética cristiana.
Ésta básicamente consiste en contrastar los textos de la Biblia con los textos de la mitología. Girard concede que la Biblia tiene algunas semejanzas con los
mitos. Esas semejanzas son, a juicio de Girard, sus contenidos violentos. Pero,
la diferencia crucial, opina Girard, está en que, allí donde los mitos avalan la
violencia que representan, las historias de la Biblia reprochan la violencia que representan. Así pues, los mitos
están escritos desde las perspectivas de los agresores, mientras que las
historias bíblicas están escritas desde las perspectivas de las víctimas. La
historia cumbre de la Biblia, la
muerte y resurrección de Cristo, narra un relato violento. Pero, a diferencia
de los otros mitos que también incorporan temas de muerte y resurrección, los
evangelios asumen en todo momento que la víctima que sufre violencia, es
inocente.
Según
Girard, esta diferencia entre los mitos y la Biblia tiene un origen divino. Girard considera que, en función de
la psicología de masas, tenemos una tendencia natural a simpatizar con los agresores
y distorsionar negativamente a las víctimas. ¿Cómo explicar, entonces, que la Biblia ofrece un giro a esta tendencia?
A juicio de Girard, la única explicación posible es la intervención divina: en
los textos bíblicos se evidencia un origen sobrehumano. Un autor humano sin
inspiración divina, opina Girard, no podría haber simpatizado con las víctimas
de ese modo.
Siempre
me ha parecido que Girard es muy inconsistente en su apologética cristiana. Mide
con una vara a los mitos, y emplea otra vara para medir la Biblia, para elaborar un falso contraste. Cuando encuentra una
historia violenta en la mitología griega, inmediatamente saca a relucir su barbarie.
Pero, cuando encuentra una historia violenta en la Biblia, está dispuesto a hacer acrobacias hermenéuticas para
justificar el texto. Hay muchas historias paganas condenatorias de la violencia
que Girard decide ignorar, y muchas historias bíblicas avaladoras de la
violencia que Girard prefiere dejar de lado.
Por
ejemplo, Girard dice que el lenguaje apocalíptico en el Nuevo testamento no procede de una fantasía de venganza o el
anuncio de una futura violencia divina, sino una advertencia sobre el poder
destructivo de la violencia humana. Una lectura del libro de Apocalipsis revelará que la interpretación
de Girard se errada: Juan de Patmos claramente deseaba la destrucción de sus
enemigos, y Apocalipsis es un texto
que, por encima de cualquier otro, hace una terrible sublimación de la
violencia.
Pero, más problemático que la injusta
comparación de los mitos con la Biblia,
es el alegato de Girard, según el cual, la Biblia
es un texto divinamente inspirado. Consideremos, por ejemplo, su análisis
de la historia de la mujer adúltera, en una de sus obras más importantes, Veo a Satán caer como el relámpago.
En
ese libro, Girard compara un episodio narrado en la Vida de Apolonio de Tiana, de Filostrato. Esta obra narra la vida
de Apolonio Tiana, un mago griego del siglo II que frecuentemente ha sido
comparado con Jesús. Girard reconoce que, efectivamente, hay episodios
paralelos en las vidas de Jesús y Apolonio, pero precisamente, hay una
diferencia crucial en torno a cómo se presenta la violencia en estos episodios.
Filostrato
narra que en cierta ocasión, Apolonio se encontró a un mendigo que se hacía
pasar por ciego. Apolonio incitó a la muchedumbre a arrojar piedras contra el
mendigo. Los ojos de éste, de repente, se convirtieron en fuego, y la
muchedumbre se dio cuenta de que era un demonio. Apolonio, junto a sus
seguidores, apedrearon al demonio.
El
evangelio de Juan narra célebremente
que a Jesús le presentaron una mujer adúltera, y por la Ley de Moisés, ésta
debía morir apedreada. Jesús rehusó aprobar el apedreamiento, y más bien retó a
la muchedumbre: “el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”.
Ante estas palabras, la muchedumbre se dispersó.
Girard
elabora un contraste muy claro entre ambas historias: en la primera, el texto
avala la incitación al apedreamiento que hace Apolonio, y termina por
distorsionar negativamente a la víctima, convirtiéndola en un demonio cuyos
ojos se vuelven fuego. En la segunda, el texto avala la compasión de Jesús, y
si bien admite que la mujer cometía adulterio, la presenta con un rostro
humano, y en ningún momento justifica su castigo.
La
comparación de Girard es ciertamente efectiva (pero, insisto, Girard es muy
proclive a ser muy selectivo en sus comparaciones). Y, puesto que existe una
tendencia a que, en situaciones como éstas, los seres humanos nos veamos inducidos
a participar en el linchamiento, Girard opina que, detrás del texto bíblico,
debe yacer un poder divino que impide que nos dejemos contagiar por el frenesí
violento. En función de eso, Girard opina que la historia sobre la mujer
adúltera, contenida en el evangelio de Juan,
ha sido divinamente revelada.
El
problema, no obstante, es que esa historia no está originalmente en la Biblia. Los manuscritos más antiguos de
la Biblia no incluyen esa historia, y
además, hay una notable diferencia de estilo entre esta historia y el resto del
evangelio de Juan. Se trata de una
interpolación por parte de un copista, probablemente procedente del siglo III.
Si esta historia no estaba originalmente en la Biblia, ¿puede Girard seguir considerándola divinamente revelada?
¿Inspiró Dios al copista que, en un fraude piadoso, incorporó la historia al
evangelio de Juan?
Esto
es emblemático de un problema que es recurrente en la obra de René Girard: no
es suficientemente riguroso en el manejo de los textos. Ignoro si Girard estaba
al tanto de que la historia de la mujer adúltera sea probablemente una
interpolación. Como sea, no sale bien parado. Si no estaba al tanto de este
hecho, peca de falta de erudición. Si sí estaba al tanto, irresponsablemente
deja de lado el hecho de que considera como revelada una historia que fue
fraudulentamente incorporada al canon de
la Biblia, y deja sin explicar cómo
Dios revela sus palabras mediante fraudes piadosos.
Y aunque no se tratara de una interpolación, interpretar ese pasaje como producto de una inspiración divina es de todo menos racional. Existen múltiples explicaciones y, en todo caso, afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias, y Girard no las aporta.
ResponderEliminarSí, ése es el problema que yo siempre he tenido con Girard. En una época era un autor que me fascinaba, pero hoy lo veo como un autor que no es suficientemente riguroso.
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