He
conocido muchos comunistas ricos (escribo con mayor detalle sobre ellos acá).
Cuando les pregunto por qué no entregan parte de su riqueza para corregir las
injusticias del capitalismo, recibo todo tipo de respuestas: hay que esperar
que venga la revolución, la redistribución debe empezar por los grandes
magnates, no se logra nada con iniciativas de caridad privada, etc. Todas estas
respuestas son emblemáticas del fenómeno que los psicólogos sociales llaman la ‘disonancia
cognitiva’. El comunista rico sabe que, bajo su esquema ideológico, su propia
fortuna ha sido injustamente conseguida. Pero, en vista de que no quiere
entregar su fortuna, intenta hacer todo tipo de racionalizaciones para
justificarse.
La
disonancia cognitiva aparece cuando un sujeto tiene una convicción muy firme,
pero enfrenta evidencia que coloca en entredicho esa convicción. Naturalmente,
ante una situación como ésa, se siente mucha vergüenza y decepción. Pero,
habitualmente, en vez de abandonar la creencia y admitir el error, el sujeto se
aferra aún más a ella. Con todo, para salvaguardar un mínimo de racionalidad,
inventa hipótesis ad hoc que tratan
de solventar la evidencia que contraría sus convicciones.
Esopo,
en su célebre fábula, lo expresó muy bien: la zorra siente orgullo por su
habilidad para trepar; pero enfrenta la evidencia de que no es tan buena
trepadora, pues intenta fallidamente alcanzar unas uvas. En vez de admitir que,
en efecto, no es tan buena trepadora, la zorra inventa una racionalización para
su fracaso: en realidad, después de todo, las uvas estaban verdes, y no las
deseaba.
La
disonancia cognitiva tiene amplia presencia en la historia de las religiones, y
quizás, pueda explicar uno de los misterios más grandes en la historia de la
humanidad. Los movimientos apocalípticos son muy proclives a la disonancia
cognitiva. Siempre ha habido personajes arriesgados que le han puesto fecha
precisa al fin del mundo. Cuando esta fecha llega, y todo sigue igual, se
genera un gran impacto psicológico en los predicadores y sus seguidores. Muchos
terminan por desarrollar la disonancia cognitiva, y tratar de racionalizar el
fracaso de la predicción.
En
el siglo XIX, por ejemplo, el predicador norteamericano William Miller anunció
el fin del mundo para 1843, sobre la base de cálculos matemáticos sobre
profecías bíblicas. En vista de su fracaso, Miller reconoció un pequeño error
de cálculo (pero no admitió que sus ideas apocalípticas eran delirantes), y
fijó la fecha escatológica para 1844. Cuando, nuevamente, la fecha pasó sin
pena ni gloria, Miller entró en una profunda depresión, y muchos de sus
seguidores lo abandonaron. Pero, una rama de su movimiento, interpretó que,
después de todo, Miller sí tenía razón, pero era necesario hacer una enmienda a
su predicción. El fin del mundo sí había comenzado y Cristo había regresado,
pero no a la Tierra. El juicio final había empezado primero en el cielo, y
próximamente (esta vez no se le puso fecha precisa), llegaría a la Tierra. Esta
rama se convirtió en los actuales Adventistas del Séptimo Día.
Un
psicólogo del siglo XX, el psicólogo Leon Festinger, realizó estudios más
minuciosos con algunas sectas ufológicas que esperaban que llegaran naves
extraterrestres en una fecha precisa, y se llevaran a los miembros de la secta.
De nuevo, la profecía no se cumplió. Pero, varios miembros de la secta, en vez
de abandonarla en vista del fracaso, reajustaron sus creencias para ofrecer una
racionalización de su permanencia en la secta ufológica: el mensaje que
enviaron los extraterrestres había sido malinterpretado por los terrícolas.
Una
de las disonancias cognitivas masivas mejor documentadas en la historia de la
religión fue el movimiento de Sabbatei Zevi. Este judío del siglo XVII, se
proclamó el Mesías, ante la expectativa apocalíptica por el año 1666 (Zevi
probablemente estuvo influido por la significación que los cristianos ingleses
le habían dado a esa fecha, a partir de la diabólica cifra del 666). Zevi logró
aglutinar seguidores en Europa y el imperio otomano, y causó gran revuelo ante
la expectativa de que los judíos regresaran a Palestina.
Pero,
en vista de que tenía potencial sedicioso, las autoridades otomanas arrestaron
a Zevi. Para escapar el castigo, Zevi aceptó la propuesta del sultán otomano de
convertirse al Islam. Esto generó un profundo impacto entre los seguidores de
Zevi, muchos de los cuales se sintieron traicionados. Pero, ante esta
decepción, hubo un grupo que desarrolló disonancia cognitiva. Esos seguidores
de Zevi reinterpretaron la “traición”, como parte de su papel mesiánico: bajo
esta explicación, el Mesías tendría que descender a lo más bajo de las fuerzas
del mal, y subvertiría el imperio otomano desde sus propias entrañas. Al
convertirse al Islam, Zevi no estaba traicionando a sus seguidores, sino más
bien dando cumplimiento a las profecías mesiánicas.
Pues
bien, me parece una hipótesis muy plausible extender el concepto de disonancia
cognitiva para explicar cómo, ante un aparente fracaso estrepitoso, una secta
apocalíptica del siglo I se convirtió en la religión dominante del siglo XXI. Posiblemente,
a diferencia de Zevi, Jesús de Nazaret no se proclamó a sí mismo como el
Mesías, pero sí es muy probable que prometió grandes cosas. Dijo que vendría un
misterioso “hijo del hombre” (no está claro si con esto se refería a sí mismo,
o a otra persona) montado sobre las nubes, que se inauguraría el Reino de Dios
en medio de un gran momento apocalíptico, y que la generación que escuchaba sus
palabras presenciaría estos acontecimientos.
La
expectativa apocalíptica que generó Jesús abruptamente se interrumpió cuando,
en un evento probablemente inesperado, fue apresado por las autoridades judías,
y ejecutado por los romanos. Sus seguidores, naturalmente, sintieron una gran
decepción: las promesas hechas por su maestro no se cumplirían.
Pero,
en vez de admitir que el maestro estaba equivocado, sus seguidores, como ha
solido ocurrir en la historia de profecías fallidas, ajustaron sus creencias
para seguirlas sosteniendo. Ciertamente, en vista de su muerte, Jesús no podía
ser el Mesías guerrero y triunfador anunciado en algunos oscuros pasajes de las
escrituras judías. Pero, escudriñando en los textos sagrados judíos, se
encontró en el libro de Isaías una
referencia a un personaje sufriente servidor de Dios que, como un cordero, fue conducido
al matadero para llevarse nuestros pecados. No tardaron los seguidores de Jesús
en asimilar al maestro a este siervo sufriente. Así pues, después de todo, la
muerte de Jesús formaría parte de su propia misión mesiánica para salvar al
mundo (del mismo modo en que la conversión al Islam de Sabbatei Zevi formó
parte del plan mesiánico para salvar a Israel).
Y,
bajo una hipótesis muy plausible adelantada por Kris Komarnotsky, la temprana
creencia en la resurrección de Jesús procede de este mismo mecanismo de
disonancia cognitiva. Ante el shock generado
por la muerte de Jesús, los discípulos pudieron estar proclives a tratar de
encontrarle sentido a un evento devastador como la crucifixión del maestro. Todo
era parte de un plan divino. Jesús murió en la cruz como un criminal, pero como
parte del plan mesiánico, resucitó al tercer día. Con esa creencia de fondo, los
discípulos desarrollaron historias sobre avistamientos de Jesús en un inicio
(tal como lo narra Marcos, el
evangelio más temprano), y más adelante, encuentros muy vívidos con el maestro
(tal como lo narra Juan, el evangelio
más tardío).
Me
parece que esta hipótesis es muy considerable, pues en pleno siglo XXI, hemos
vivido un fenómeno similar. Elvis Presley murió de sobredosis en 1977. Muchos
de sus seguidores más devotos, se vieron profundamente impactados al conocer
esta noticia. Para ellos, Elvis era un modelo a seguir. ¿Cómo enfrentar su
muerte ocasionada por su conducta irresponsable? Nuevamente, apareció la
disonancia cognitiva: ¡Elvis en realidad no ha muerto! En un principio, hubo
avistamientos muy confusos de Elvis en la lejanía. Pero, una vez asentada esta
idea, con el paso del tiempo hubo alegatos de encuentros muy vívidos con el King of Rock. Lejos de burlarnos de estos
acontecimientos, deberíamos entender que se trata de un fenómeno ampliamente
estudiado por la psicología, y cualquiera de nosotros puede ser proclive a la
disonancia cognitiva en situaciones difíciles. Pero, así como en función de los
estudios de disonancia cognitiva, no debemos burlarnos de quien ha hablado con
Elvis, tampoco estamos en necesidad de apelar a un milagro para explicar cómo surgió
la creencia de que Jesús resucitó.
La verdad, no veo por qué no debemos burlarnos de estos acontecimientos, por mucho que se trate de un fenómeno ampliamente estudiado por la psicología.Lo que resulta ridículo es risible.Y además la "burla" es una especie de crítica, de racionalismo crítico. También pondría en cuestión que cualquiera de nosotros pueda ser proclive a la DC, en situaciones difíciles.Y lo digo por experiencia propia.
ResponderEliminarHola Lluís, yo trato de mantener cierta diplomacia en estos asuntos, pero, joder, no puedo evitar reírme de quienes alegan haber visto a Elvis. Y, tienes razón, ¡todos somos proclives a la DC!
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