jueves, 25 de julio de 2013

Francisco I y el lavado de los pies



El Papa Francisco I parece tener una suerte de obsesión con lavar los pies a la gente. No se requiere de demasiada suspicacia para darse cuenta de que esto es una llana estrategia populista. Plenitud de políticos tragan grueso para acercarse a las masas apestosas, y presumo que muchos hacen un cálculo utilitarista: invierten un poco en situaciones incómodas en actos meramente simbólicos, pero alcanzan a ver el enorme capital propagandístico que se deriva de esas breves acciones.
            ¿Realmente se van a resolver los problemas del mundo cuando un Papa lava los pies a la gente? Francisco I tiene el claro objetivo de presentarse a sí mismo como el pontífice amigo de los pobres, supuestamente desinteresado en la ostentación de las enormes riquezas del Vaticano. Un viejo truco de los políticos (sobre todo de los socialistas) ha sido pretender ser pobre, para llegar a ser rico. Y, el símbolo al cual acude Francisco I, por supuesto, procede de una antigua tradición, atestada en el evangelio de Juan (13: 1-17), en la cual Jesús, en suma muestra de humildad, lava los pies a sus discípulos.
            En el contexto de la Palestina del siglo I, lavar los pies a otras personas era una clara forma de subordinación social (en aquel mundo polvoriento y miserable, era harto común ensuciarse los pies, de forma tal que los acomodados socialmente habitualmente requerirían el servicio del lavado de los pies). Y, esta acción simbólica, tiene amplia correspondencia con el ministerio de Jesús. Jesús causó escándalo reuniéndose con prostitutas, publicanos, y tantos otros personajes despreciados por la sociedad, y su prédica (probablemente como parte de una firme creencia apocalíptica) consistía en señalar que, en el Reino de Dios, los últimos serán los primeros, y que sería una suerte de sociedad desprovista de jerarquías sociales. Los excluidos serían reivindicados, y en buena medida, eso explica la inclinación de Jesús a presentarse a sí mismo como excluido (seguramente sí lo era, en tanto artesano galileo).
            El Vaticano es continuamente reprochado por acumular riquezas y no entregarlas a favor de los pobres. Presumo que la acción simbólica de Francisco I pretende amortiguar un poco esta crítica. Y, entre algunos sectores del catolicismo, se ha conformado la imagen de Francisco I como un Papa que, a diferencia de sus antecesores, sí está dispuesto a acercarse a los pobres y, quizás, en un futuro no muy lejano, entregue las riquezas.
            Pero, así como Francisco I acude a los evangelios para hacer despliegue simbólico de su supuesta humildad y pobreza al lavar los pies, podría también acudir a otro episodio similar narrado en los evangelios, a fin de argumentar que es necesario preservar las riquezas del Vaticano. En el episodio de Juan 13, ciertamente Jesús se asoma en condición de siervo al lavar los pies a los discípulos. Pero, en Marcos 14 (y paralelos), se narra que una mujer derramó un frasco de perfume sobre la cabeza de Jesús (en la versión de Lucas, la mujer lo derrama sobre sus pies y los limpia). Algunos seguidores de Jesús se indignaron, y se quejaban de que el lujo del perfume se pudo haber usado para ayudar a los pobres. Éste, por supuesto, es el mismo argumento de quienes exigen al Vaticano entregar sus riquezas para alimentar a los desamparados.
            Cabría esperar que Jesús, el campeón de los pobres, daría razón a los discípulos que se quejan del despilfarro. Pero, en vez dice: “En verdad les digo, donde quiera que se proclame el evangelio, en todo el mundo, se contará también su gesto y será su gloria” (Marcos 14: 9). Jesús está dispuesto a hacer algunas excepciones, y permitir ciertos lujos para proclamar la gloria del evangelio. Pues bien, bajo esta premisa, no veo por qué Francisco I no puede usar el mismo argumento, y decir que todas las riquezas que el Vaticano atesora, sirven para la gloria del cristianismo.
 
            Esto debería ser indicativo de que, unos textos escritos hace veinte siglos no pueden servir mucho de guía para resolver los problemas contemporáneos. Ciertamente es debatible el alcance de las obras de caridad en el mundo (es necesario prestar socorro a los desamparados, pero no de forma desmedida, pues eso podría generar demasiada dependencia). Pero, para resolver este debate, no sirve de gran cosa acudir a este o aquel pasaje de los evangelios, ni tampoco realizar meros actos simbólicos que, en realidad, sirven más como propaganda demagógica, que como verdadera reforma de las condiciones de explotación en el mundo.

4 comentarios:

  1. Yo también lo veo como un gesto propagandístico, y es lo que ocurre con las figuras públicas ne general: deportistas, artistas, gobernantes, bancos y otras instituciones que hacen campañas y donaciones en favor de los pobres y enfermos no porque realmente les importen, sino porque les deparan popularidad, de ahí que lo hagan públicamente, ante las cámaras.

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    1. Sí, aunque, por supuesto, no estamos dentro de la cabeza de ellos como para saber si aquello es genuino o no.

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  2. Pero pueden hacerlo perfectamente en privado.

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