jueves, 11 de julio de 2013

Disonancias cognitivas: apariciones de Elvis y la resurrección de Jesús



            He conocido muchos comunistas ricos (escribo con mayor detalle sobre ellos acá). Cuando les pregunto por qué no entregan parte de su riqueza para corregir las injusticias del capitalismo, recibo todo tipo de respuestas: hay que esperar que venga la revolución, la redistribución debe empezar por los grandes magnates, no se logra nada con iniciativas de caridad privada, etc. Todas estas respuestas son emblemáticas del fenómeno que los psicólogos sociales llaman la ‘disonancia cognitiva’. El comunista rico sabe que, bajo su esquema ideológico, su propia fortuna ha sido injustamente conseguida. Pero, en vista de que no quiere entregar su fortuna, intenta hacer todo tipo de racionalizaciones para justificarse.
 
            La disonancia cognitiva aparece cuando un sujeto tiene una convicción muy firme, pero enfrenta evidencia que coloca en entredicho esa convicción. Naturalmente, ante una situación como ésa, se siente mucha vergüenza y decepción. Pero, habitualmente, en vez de abandonar la creencia y admitir el error, el sujeto se aferra aún más a ella. Con todo, para salvaguardar un mínimo de racionalidad, inventa hipótesis ad hoc que tratan de solventar la evidencia que contraría sus convicciones.
Esopo, en su célebre fábula, lo expresó muy bien: la zorra siente orgullo por su habilidad para trepar; pero enfrenta la evidencia de que no es tan buena trepadora, pues intenta fallidamente alcanzar unas uvas. En vez de admitir que, en efecto, no es tan buena trepadora, la zorra inventa una racionalización para su fracaso: en realidad, después de todo, las uvas estaban verdes, y no las deseaba.
La disonancia cognitiva tiene amplia presencia en la historia de las religiones, y quizás, pueda explicar uno de los misterios más grandes en la historia de la humanidad. Los movimientos apocalípticos son muy proclives a la disonancia cognitiva. Siempre ha habido personajes arriesgados que le han puesto fecha precisa al fin del mundo. Cuando esta fecha llega, y todo sigue igual, se genera un gran impacto psicológico en los predicadores y sus seguidores. Muchos terminan por desarrollar la disonancia cognitiva, y tratar de racionalizar el fracaso de la predicción.
En el siglo XIX, por ejemplo, el predicador norteamericano William Miller anunció el fin del mundo para 1843, sobre la base de cálculos matemáticos sobre profecías bíblicas. En vista de su fracaso, Miller reconoció un pequeño error de cálculo (pero no admitió que sus ideas apocalípticas eran delirantes), y fijó la fecha escatológica para 1844. Cuando, nuevamente, la fecha pasó sin pena ni gloria, Miller entró en una profunda depresión, y muchos de sus seguidores lo abandonaron. Pero, una rama de su movimiento, interpretó que, después de todo, Miller sí tenía razón, pero era necesario hacer una enmienda a su predicción. El fin del mundo sí había comenzado y Cristo había regresado, pero no a la Tierra. El juicio final había empezado primero en el cielo, y próximamente (esta vez no se le puso fecha precisa), llegaría a la Tierra. Esta rama se convirtió en los actuales Adventistas del Séptimo Día.
Un psicólogo del siglo XX, el psicólogo Leon Festinger, realizó estudios más minuciosos con algunas sectas ufológicas que esperaban que llegaran naves extraterrestres en una fecha precisa, y se llevaran a los miembros de la secta. De nuevo, la profecía no se cumplió. Pero, varios miembros de la secta, en vez de abandonarla en vista del fracaso, reajustaron sus creencias para ofrecer una racionalización de su permanencia en la secta ufológica: el mensaje que enviaron los extraterrestres había sido malinterpretado por los terrícolas.
Una de las disonancias cognitivas masivas mejor documentadas en la historia de la religión fue el movimiento de Sabbatei Zevi. Este judío del siglo XVII, se proclamó el Mesías, ante la expectativa apocalíptica por el año 1666 (Zevi probablemente estuvo influido por la significación que los cristianos ingleses le habían dado a esa fecha, a partir de la diabólica cifra del 666). Zevi logró aglutinar seguidores en Europa y el imperio otomano, y causó gran revuelo ante la expectativa de que los judíos regresaran a Palestina.
Pero, en vista de que tenía potencial sedicioso, las autoridades otomanas arrestaron a Zevi. Para escapar el castigo, Zevi aceptó la propuesta del sultán otomano de convertirse al Islam. Esto generó un profundo impacto entre los seguidores de Zevi, muchos de los cuales se sintieron traicionados. Pero, ante esta decepción, hubo un grupo que desarrolló disonancia cognitiva. Esos seguidores de Zevi reinterpretaron la “traición”, como parte de su papel mesiánico: bajo esta explicación, el Mesías tendría que descender a lo más bajo de las fuerzas del mal, y subvertiría el imperio otomano desde sus propias entrañas. Al convertirse al Islam, Zevi no estaba traicionando a sus seguidores, sino más bien dando cumplimiento a las profecías mesiánicas.
Pues bien, me parece una hipótesis muy plausible extender el concepto de disonancia cognitiva para explicar cómo, ante un aparente fracaso estrepitoso, una secta apocalíptica del siglo I se convirtió en la religión dominante del siglo XXI. Posiblemente, a diferencia de Zevi, Jesús de Nazaret no se proclamó a sí mismo como el Mesías, pero sí es muy probable que prometió grandes cosas. Dijo que vendría un misterioso “hijo del hombre” (no está claro si con esto se refería a sí mismo, o a otra persona) montado sobre las nubes, que se inauguraría el Reino de Dios en medio de un gran momento apocalíptico, y que la generación que escuchaba sus palabras presenciaría estos acontecimientos.
La expectativa apocalíptica que generó Jesús abruptamente se interrumpió cuando, en un evento probablemente inesperado, fue apresado por las autoridades judías, y ejecutado por los romanos. Sus seguidores, naturalmente, sintieron una gran decepción: las promesas hechas por su maestro no se cumplirían.
Pero, en vez de admitir que el maestro estaba equivocado, sus seguidores, como ha solido ocurrir en la historia de profecías fallidas, ajustaron sus creencias para seguirlas sosteniendo. Ciertamente, en vista de su muerte, Jesús no podía ser el Mesías guerrero y triunfador anunciado en algunos oscuros pasajes de las escrituras judías. Pero, escudriñando en los textos sagrados judíos, se encontró en el libro de Isaías una referencia a un personaje sufriente servidor de Dios que, como un cordero, fue conducido al matadero para llevarse nuestros pecados. No tardaron los seguidores de Jesús en asimilar al maestro a este siervo sufriente. Así pues, después de todo, la muerte de Jesús formaría parte de su propia misión mesiánica para salvar al mundo (del mismo modo en que la conversión al Islam de Sabbatei Zevi formó parte del plan mesiánico para salvar a Israel).
Y, bajo una hipótesis muy plausible adelantada por Kris Komarnotsky, la temprana creencia en la resurrección de Jesús procede de este mismo mecanismo de disonancia cognitiva. Ante el shock generado por la muerte de Jesús, los discípulos pudieron estar proclives a tratar de encontrarle sentido a un evento devastador como la crucifixión del maestro. Todo era parte de un plan divino. Jesús murió en la cruz como un criminal, pero como parte del plan mesiánico, resucitó al tercer día. Con esa creencia de fondo, los discípulos desarrollaron historias sobre avistamientos de Jesús en un inicio (tal como lo narra Marcos, el evangelio más temprano), y más adelante, encuentros muy vívidos con el maestro (tal como lo narra Juan, el evangelio más tardío).
Me parece que esta hipótesis es muy considerable, pues en pleno siglo XXI, hemos vivido un fenómeno similar. Elvis Presley murió de sobredosis en 1977. Muchos de sus seguidores más devotos, se vieron profundamente impactados al conocer esta noticia. Para ellos, Elvis era un modelo a seguir. ¿Cómo enfrentar su muerte ocasionada por su conducta irresponsable? Nuevamente, apareció la disonancia cognitiva: ¡Elvis en realidad no ha muerto! En un principio, hubo avistamientos muy confusos de Elvis en la lejanía. Pero, una vez asentada esta idea, con el paso del tiempo hubo alegatos de encuentros muy vívidos con el King of Rock. Lejos de burlarnos de estos acontecimientos, deberíamos entender que se trata de un fenómeno ampliamente estudiado por la psicología, y cualquiera de nosotros puede ser proclive a la disonancia cognitiva en situaciones difíciles. Pero, así como en función de los estudios de disonancia cognitiva, no debemos burlarnos de quien ha hablado con Elvis, tampoco estamos en necesidad de apelar a un milagro para explicar cómo surgió la creencia de que Jesús resucitó.

2 comentarios:

  1. La verdad, no veo por qué no debemos burlarnos de estos acontecimientos, por mucho que se trate de un fenómeno ampliamente estudiado por la psicología.Lo que resulta ridículo es risible.Y además la "burla" es una especie de crítica, de racionalismo crítico. También pondría en cuestión que cualquiera de nosotros pueda ser proclive a la DC, en situaciones difíciles.Y lo digo por experiencia propia.

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    1. Hola Lluís, yo trato de mantener cierta diplomacia en estos asuntos, pero, joder, no puedo evitar reírme de quienes alegan haber visto a Elvis. Y, tienes razón, ¡todos somos proclives a la DC!

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