Originalmente escribí un artículo (acá), en el cual defendía la idea de que la religión tiene un aspecto positivo, porque sirve para comercializar lo sagrado, y el comercio ha sido históricamente un propulsor de la paz. Andrés Carmona amablemente ha ofrecido una crítica en un artículo suyo (acá). Carmona hace algunos matices a mis ideas, con los cuales estoy de acuerdo; pero con otros no. En este artículo, me propongo responder a algunas de sus críticas.
Carmona dice que no todo lo que favorece el comercio es bueno. Coloca como ejemplos la prostitución y la venta de órganos. Yo no creo que ninguna de esas dos prácticas sean intrínsecamente objetables. Siempre y cuando haya consenso en esas transacciones, no encuentro motivos para oponernos. En el caso de la venta de órganos, casos empíricos como el de Irán (es casi insólito que un país ultraconservador como ése, sea el líder en venta autorizadas de órganos, pero es así) parecieran revelar que la venta de órganos hace más eficiente su distribución a pacientes que realmente lo necesitan. Y, en el caso de la prostitución, me resulta bastante obvio que la legalización es una opción sensata, al punto que en fechas recientes Amnistía Internacional la está promoviendo.
Carmona coloca ejemplos de transacciones forzadas, y dice que son objetables. En eso, por supuesto, le doy la razón, en virtud del principio del perjuicio de John Stuart Mill: si hay relaciones coercitivas, entonces sí se hace daño. Pero, ninguno de los ejemplos que originalmente coloqué en mi artículo, son transacciones forzadas. En esos ejemplos, ningún sacerdote ha puesto una pistola en la cabeza del feligrés para que le compre agua bendita.
Carmona dice que una transacción es inmoral si el producto en venta es falso, y que en ese sentido, la comercialización de lo sagrado es objetable, pues muchas veces se venden productos que son a todas luces fraudulentos, como por ejemplo, las indulgencias. En eso, estoy de acuerdo. Pero, no toda la comercialización de lo sagrado vende mercancías falsas. Un muñeco de Cristo como superhéroe no pretende ser vendido como algo distinto a lo que realmente es. Con todo, esa compraventa de mercancías religiosas, resulta positiva.
Y, aun en el caso de ventas que sí parecen claramente fraudulentas, como las indulgencias, es todavía difícil asumir una actitud paternalista para impedir esas transacciones. Pues, a diferencia del consumidor de ron de culebra, pareciera que el feligrés acude a la venta teniendo muy claro lo que hace, y difícilmente una explicación racional sobre la inexistencia del purgatorio va a convencerlo de que tal lugar no existe.
Carmona duda de que la venta de indulgencias realmente fuese un factor importante en el desarrollo económico de Europa. En sus propias palabras: “En aquella época, precapitalista, era harto difícil generar beneficios, pues la economía era de subsistencia y el poco excedente agrícola acababa requisado en forma de impuestos a la Iglesia o al señor feudal, sin dar oportunidad al comercio”. En mi artículo original, abrí espacio a la especulación, y no cuento con datos precisos sobre si la venta de indulgencias fue o no beneficiosa para la economía. Pero, yo no desecharía la opción de que, precisamente, el capitalismo empezó a surgir a finales de la Edad Media (la época de mayor esplendor de la venta de indulgencias); es decir, contrariamente a la opinión de Carmona, la venta de indulgencias no se desarrolló en una sociedad precapitalista, sino más bien en una sociedad tempranamente capitalista. Y, en función de eso, podríamos postular que, en vista de que ya la Iglesia no dependía tanto de la recaudación forzosa de impuestos, sino que acudía más bien a la compraventa voluntaria de indulgencias, eso abrió espacio para un mayor ambiente de libre empresa y aumento de la producción. Lo ingenioso de las indulgencias fue que la Iglesia, a diferencia del Estado con su cobro de impuestos, se valió de un medio mucho más persuasivo para recaudar, y ese medio no coercitivo para la recaudación es mucho más estimulante para la producción.
Carmona también critica que las indulgencias pudieron haberse convertido en burbujas. Tiene razón. Pero, ¿dónde ha habido desarrollo económico, si no es con algún grado de riesgo especulativo financiero? Dice Carmona: “Supongamos que la basílica de San Pedro se quedara a medias si la venta de indulgencias decae (por las críticas protestantes, por ejemplo). Las mismas loas a la basílica y a las indulgencias por promover el comercio se convertirían ahora en lamentos por la ruina de todo aquel que hubiera invertido pensando en el negocio que iba a generar esa basílica a su alrededor”. Vale, pero supongo que lo mismo habría aplicado al Empire State, el Santiago Bernabéu, o cualquier otra magnífica obra arquitectónica que se construyó con capital privado. Carmona tiene razón en que la especulación financiera hizo añicos la economía en el 2008. Pero, me parece, la alternativa no es la eliminación de ventas de bonos, sino su regulación. Sí, la venta de indulgencias pudo haber creado una burbuja, pero lo prudente habría sido que Roma le colocase un control a su precio, y no propiamente que se detuviera la venta.
Por último, Carmona sostiene que la religión no es promotora de la paz. Esto es un tema muy extenso, y sólo puedo ofrecer una respuesta muy sumaria. En sus orígenes, yo sí opino que la religión surgió como garante de la cohesión social y como contención de la violencia. Múltiples teóricos antropológicos de la religión suscriben esa idea: Emile Durkheim, René Girard, Radcliffe-Brown, Marcel Mauss, e incluso desde un punto de vista darwinista, David Sloan Wilson. Ahora bien, sí es cierto que, a medida que las religiones se fueron alejando de sus orígenes, se fueron convirtiendo en promotoras de la violencia. Esto es seguramente debido al hecho de que, como señala David Sloan Wilson, la religión pudo haber propiciado el altruismo como selección grupal de una tribu, pero al mismo tiempo esa cohesión tribal proyectó violencia hacia otra tribu.
Carmona dice también que la religión obstaculiza el comercio, porque al imponer barreras entre fieles de una y otra religión, no hay la suficiente confianza para hacer transacciones. De nuevo, estoy de acuerdo. Pero, en mi artículo original ofrecí varios ejemplos de cómo la religión intensifica las relaciones comerciales entre co-religionarios. Y, en ese sentido, así como Carmona tiene razón en denunciar a la religión como obstáculo al comercio inter-religioso, debería reconocer su labor en la promoción del comercio intra-religioso.
Carmona postula que, mucho más que la religión, la secularización ha sido la verdadera promotora del comercio. En esto, podría estar parcialmente de acuerdo (en el siguiente párrafo expresaré un matiz). Pero, mi argumento en el artículo original es que, en realidad, desde un inicio, las religiones no han sido tan protectoras de lo sagrado como tradicionalmente se asume. Las religiones saben asumir silenciosamente la secularización, comercializando sus símbolos (esto es algo que precisamente molesta a los feligreses más puristas, que ven con lamento la comercialización de lo sagrado). La noción de sagrado impone protección frente al comercio. Pero, mi punto es que, en muchas ocasiones, las religiones han hecho caso omiso a esa protección sagrada, y han cedido a la profanación de sus objetos a través de la comercialización. Eso, opino yo, es positivo.
Por otra parte, yo no estoy tan seguro de que la secularización sea tanto más eficiente que la religión en la promoción del comercio. Para poder comercializar productos, éstos aún deben mantener aquello que Marx llamó el “fetichismo de la mercancía”. Si despojamos a los zapatos del logo de Nike, me temo que ya no habrá tanto consumo y tanta producción, y el comercio se reduciría. La religión, mucho más que la secularización, ofrece el fetichismo que impregna a las mercancías para promover sus intercambios. Los zapatos de Nike son más afines a una reliquia de un santo que a un objeto desacralizado.
Así pues, Carmona dice: “Pero no es que la religión estimule así el mercado, sino que el mercado utiliza la religión porque hay consumidores que la demandan”. Yo respondo: el mercado utiliza a la religión, precisamente porque lo religioso cubre con un aura a las mercancías, y sin ese manto místico, quizás no habría tanta demanda para esos productos. En ese sentido, sí podemos afirmar que la religión estimula el mercado.
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