En otro post, he
sometido a crítica la crianza comunal de los niños. Casi todos los movimientos
comunistas han tenido, en algún momento, la pretensión de abolir la familia y
el matrimonio, a favor del amor libre y la comuna. En las pocas ocasiones en
que estas cosas se han intentado, han fracasado. Quizás lo más cercano a ser un
éxito, han sido los kibutzim de
Israel, pero ni siquiera en ese caso se ha evitado el fracaso. Si bien, como
documentó Bruno Bettelheim, los niños criados en kibutizim han resultado ser psicológicamente sanos (colocando así
un gran matiz a las teorías psicológicas del apego a los padres),
eventualmente, los kibutzim tuvieron
que disolver su estructura de crianza comunal, porque tanto los niños como los
padres preferían conformarse en familias atomizadas. Los kibutzim de hoy mantienen algunas actividades comunales, pero los
asuntos más básicos de la crianza son atendidos por la familia.
El fracaso de los kibutzim es fácilmente explicado por la
teoría de la evolución: no está en nuestros genes organizarnos de esa manera, y
si bien el collar que nos ata a los genes es largo, nunca escaparemos por
completo de él. El cuidado de las crías requiere un enorme esfuerzo. En
términos evolucionistas, esto es rentable sólo si esa cría lleva una alta
proporción de los genes de quienes la atienden. En ese sentido, los padres
tienen una predisposición genética a criar a sus propios hijos, y no dedicar el
mismo esfuerzo a los hijos de otros. Hacerlo así es dar oportunidad a que otras
crías que llevan otros genes, se reproduzcan en mayor proporción. Es por ello
que el gen que codifica la crianza de niños no emparentados, no debió
prosperar.
Contrariamente a las fantasías de
algunos marxistas sobre los orígenes de nuestra especie, la crianza comunal de
los niños nunca existió; cada quien cría a su propia sangre. Aquel viejo adagio
africano de que “se requiere una aldea para criar a un niño”, es precisamente
eso: un adagio sin mucho fundamento, como tantos adagios que pululan en la
cultura popular.
Pero, pueden hacerse algunos
matices. En otras especies, se ha documentado la práctica de la crianza
complementaria, sobre todo entre hembras. Como cabría esperar, estas hembras
tienen un grado de cercanía de parentesco con las crías a las cuales dirigen su
atención. Entre los primates, es una práctica muy rara. Las madres chimpancés
(la especie más cercana a nosotros) no se despegan de sus crías, y nunca una
hembra chimpancé contribuye a la crianza de una cría que no sea la suya propia.
Entre los humanos, no obstante, esta
práctica sí es más común. Las abuelas y tías son de gran ayuda en la crianza.
Pero, esto no se limita al parentesco. Quienes ejercen las labores de crianza
complementaria pueden no ser parientes (comadronas, compadres, maestros, etc.).
¿Cómo explicar esto en términos
darwinistas? ¿Qué gana una comadrona en ayudar a traer al mundo a un niño con
quien no comparte genes? La antropóloga Sarah Blaffer Hrdy ha hecho renombre
ofreciendo explicaciones de este curioso hecho. El altruismo puede obedecer a
cualquiera de estos dos fenómenos: la selección de parentesco, o el altruismo
recíproco. En la selección de parentesco, ayudar a quienes llevan una alta
proporción de mis genes es ventajoso, pues con la ayuda a mis parientes,
propiciaré que mis genes se divulguen. Pero, también puedo propiciar que mis
genes se divulguen ayudando a no parientes. ¿Cómo es eso posible? La respuesta
es sencilla: con la expectativa de que habrá retribución a ese altruismo. En
otras palabras, yo te ayudo a rascar tu espalda, si tú luego me ayudas a rascar
la mía. Así, ambos nos ayudamos mutuamente, y ese altruismo recíproco hace que
la conducta altruista sea provechosa para divulgar mis genes.
Hrdy hace mucho énfasis en que el
infante humano es extremadamente vulnerable durante sus primeros años de vida
(en buena medida debido a su enorme cerebro y la dificultad de pasar a través
del canal de nacimiento de su madre bípeda). A diferencia de otras especies
primates, como los chimpancés, el mero cuidado de la madre no es suficiente
para sobrevivir. Se requiere de un inmenso esfuerzo, y en esto, es necesaria la
participación de otros adultos. Sólo así pudo sobrevivir la especie humana.
¿Cómo se logró que otros adultos cooperaran en la crianza de los niños? La selección
de parentesco contribuyó: los parientes, especialmente los maternos (debido a
la certeza de que la cría lleva sus genes), ayudan a la madre, y al favorecer a
sus sobrinos y nietos, contribuyen a propagar el gen. Pero, también operó el
altruismo recíproco: yo cuido a tu niño hoy mientras tú haces tus otras
labores, tú cuidas a mi niño mañana mientras yo hago las mías.
Por supuesto, esto no elimina el
nepotismo de nuestra condición humana. La gente sigue amando más a sus hijos
por encima de los hijos del vecino. Pero, al mismo tiempo, a la gente no le
importa hacer un regalo de navidad al hijo del vecino, ni tampoco quedarse con
el niño unas horas mientras su madre sale a hacer algunas diligencias. De
hecho, ninguna madre puede cuidar a sus hijos veinticuatro horas al día, siete
días a la semana, ni siquiera con la ayuda del padre (quien siempre tendrá la
sospecha de que esos hijos no son suyos, y por ende no le dedicará la misma
atención que le dedica la madre).
Hrdy deriva una conclusión muy
sensata de todo esto: la maternidad más óptima se ejerce cuando la madre recibe
ayuda de otros. Contrariamente a los delirios comunistas sobre la crianza
comunal, nunca estaremos dispuestos a entregar a nuestros hijos para que sean
criados por extraños. Pero, al mismo tiempo, recurrentemente las madres
necesitan un descanso temporal, pues los niños exigen tanto, que ellas solas no
pueden hacer semejante labor. Es una aberración entregar los niños al Estado para
nunca volverlos a ver (como pretendía Platón y algunos comunistas de épocas más
recientes), pero no es ninguna aberración descansar unas horas mientras otros
adultos cuidan a los niños.
En función de esto, Hrdy considera
importantísimo el apoyo de guarderías en la sociedad moderna. Si los padres no
pueden costearlo, insiste Hrdy, el Estado debe proveerlo. He ahí un ejemplo de
cómo, contrario a lo que muchas veces erróneamente se supone, el darwinismo
puede favorecer políticas de izquierda. Yo no soy un gran simpatizante del
Estado de bienestar, pero concedo a Hrdy que, así como el kibutz es muy ajeno a nuestra naturaleza humana, la guardería no lo
es. Y, en función de eso, debemos planificar la sociedad moderna teniendo en
cuenta que las madres necesitan apoyo, y que necesitan despegarse de sus niños
algunas horas al día.
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